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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

 

Percibieron, por la falta de bamboleo, que el vehículo se detenía. De inmediato sonó la alarma. Los dos hombres, en forma automática, se concentraron en sus pantallas.

—Alerta, novato —dijo el hombre de mayor jerarquía—. Escombros en el camino.

—Sí, ya veo —respondió el más joven—. Actitud defensiva, ya alertaron a Mosquitos.

—Presta atención. Apenas Mosquitos haga lo suyo, bajamos a limpiar el camino.

—No haría falta, hasta donde yo sé. Mire la pantalla, señor. Los sensores infrarrojos permiten ver más allá de los materiales. ¿Los ve? Están apostados tras las ruinas. Podríamos dispararles y, si quedase alguno vivo, escaparía muerto de terror.

—Pero volverían enseguida, novato. Y para entonces estaríamos operando las microtopadoras de vagón uno… no habría nadie que nos protegiese. ¡Ten paciencia! Mosquitos vendrán enseguida y nos protegerán mientras trabajamos.

En eso sonó la comunicación interna.

—Atención, operadores. Mosquitos informan que demorarán en llegar. Están atendiendo un ataque contra el Fuerte.

Ambos hombres se sobresaltaron.

—A los que tienen familia en el Fuerte, la situación está dominada —continuó la voz del parlante—. Conocen la resistencia de nuestras murallas y la eficacia de nuestras trampas. Mosquitos hará exterminio, cargará municiones y vendrá aquí. Es sólo cuestión de tiempo.

La voz calló. El hombre de más jerarquía quedó preocupado.

—Esto es nuevo… ¡Novato, presta más atención que nunca! ¡Apenas salgan de su refugio, les disparas!

—Podría dispararles ahora, señor. Usted sabe, nuestras municiones pueden penetrar sin problemas las ruinas.

—¡Pero sabrían así que los estamos viendo! ¡No! ¡Ninguno de ellos debe saber que podemos verlos! ¡Se enteran de los alcances de nuestros sensores y tarde o temprano estaremos perdidos!

—¿Tan temibles son, señor? ¡No tienen armas! ¡Sólo palos y piedras!

Que las pantallas estuviesen enfrentadas permitió que el hombre de más jerarquía descuidase la suya un momento para mirar con severidad al novato.

Ilustración: Laura Paggi

—Son desesperados, novato. Desesperados de hambre. La desesperación es un arma terrible.

El hombre volvió a mirar su pantalla. En la misma, las siluetas de los atacantes se desplazaban al supuesto amparo de las ruinas, como pasándose mensajes unos a otros.

—Y son inteligentes, ya ves. Saben que en este convoy van alimentos y agua fresca para «C-26». Por eso organizaron el ataque al Fuerte, para demorar a Mosquitos. Ahora debemos esperar, mientras tanto, tendremos que repeler cualquier ataque.

El hombre hizo una pausa.

—Temo que nos caigan encima todos juntos. Mataremos algunos, pero otros se pegarán a nuestro vehículo e intentarán entrar.

—¡Que lo intenten, señor! Recuerde el shock eléctrico.

—Sí, sólo que no lo hemos usado nunca.

—Pero… ¡Funciona! ¿O no?

—¡Claro que funciona! Ningún convoy sale si no se revisan a fondo las defensas de todos los vehículos. Cualquiera de nuestros atacantes que toque el vehículo será fulminado. Pero los que sobrevivan sabrán de eso y organizarán el próximo ataque teniéndolo en cuenta.

El novato tuvo una leve sonrisa irónica.

—Señor, aunque no tuviesen el shock eléctrico, los vagones son a prueba de todo. Sólo con las llaves se pueden abrir.

—También pueden abrirlos nuestras microtopadoras. Novato, no subestimes al enemigo por más y mejores armas que tú tengas. Ellos tienen un ingenio asombroso… sospechamos que son ayudados por algún proscripto. ¿Has oído hablar de Pitlwohd?

—Uno de mis compañeros de academia lo mencionó una vez. Dijo que no quería tener «el destino de Pitlwohd», pero en ese momento algo nos interrumpió y no me dijo de qué se trataba.

—Pitlwohd era uno de los nuestros, un guardia de convoy. Antes de Pitlwohd, cuando alguien dentro del Fuerte o de los «C» cometía un delito grave, no se lo encerraba o se lo ejecutaba. Simplemente se lo proscribía.

—Sé de los proscriptos, son expulsados y tienen que vivir fuera de los Fuertes o de los «C». Generalmente no duran mucho, nuestros enemigos se los comen.

—Pero con Pitlwohd fue diferente. Pitlwohd conocía nuestros secretos, los secretos de seguridad de los convoyes. Si podía convencer a nuestros enemigos de que no se lo comieran, les habría dado herramientas poderosas para atacarnos con éxito. Por eso hubo que ejecutarlo.

—¿De veras?

—Los guardias de convoy como nosotros son los únicos que son ejecutados ante una falta grave.

—Pero ¿qué hizo Pitlwohd para merecer la muerte?

—Robó.

—¿Robó?

—Un trozo de carne fresca. Custodiaba el vagón frigorífico «A».

—¿Por un trozo de carne?

—La carne fresca está reservada para la Dirigencia, no lo olvides. Nosotros debemos dar gracias que comemos Belip.

—¡Belip! No discuto sus cualidades, pero podrían darle mejor sabor.

—Están las salsas y el procesamiento, todo eso te permite variar el sabor. ¿De qué te quejas? ¡Comemos bien! ¡Tenemos agua buena! Más de lo que pueden decir los de maestranza.

El novato quedó con una mueca de desagrado. En su pantalla, las figuras ocultas tras las ruinas habían dejado de desplazarse y ahora parecían esperar algo.

—Yo comía carne fresca cuando era pequeño.

El hombre de más jerarquía, pese a todo su profesionalismo, no pudo evitar mirar con desconcierto al novato.

—¿Qué dices? ¿Te has vuelto loco?

—Mi madre era cocinera para un Jefe del «C-19». Siempre sobraba algo y nosotros aprovechábamos.

El de mayor jerarquía tuvo un gesto condescendiente.

—Comprendo que no te guste el Belip. Yo no recuerdo haber comido otra cosa en mi vida. Si sabes combinar las salsas, es bueno.

—Aun así, que se mate a un hombre por un trozo de carne…

—Novato, esos pensamientos son peligrosos. Que no te escuchen los Jefes. Mejor prestemos atención a las pantallas.

—Señor… ¿puede ver también mi pantalla?

—¿Por qué lo dices?

—Señor, hay algunos que están más lejos. Esos sí tienen algo de metal.

Las pantallas mostraban las siluetas de los acechantes, que llevaban en sus manos unos objetos indefinibles. Más lejos otros grupos tenían objetos metálicos de formas diversas.

—Es lo único metálico que tienen. No están tan lejos, pero me preocupa lo que tienen estos que están más cerca; no es metálico.

—No, pero nuestros sensores no pueden decir más. Habrá que esperar a ver qué hacen.

De repente, los micrófonos que captaban el sonido exterior tomaron un chirrido agudo. En diversos puntos ocultos por las ruinas encendieron fogatas. Pequeñas fogatas. Cada vez que se prendía una, otro chirrido corto, repetido a intervalos, venía del lugar.

—Son señales. Están diciendo que cada fuego está encendido.

—Creen que no los podemos ver, señor.

—Que lo sigan creyendo.

Finalmente no se encendieron más fuegos y la última señal a intervalos calló. Entonces volvió a oírse el primer chirrido. Las figuras ocultas tras las ruinas se acercaron a los fuegos, extendieron sus brazos a los mismos portando los objetos misteriosos. Luego se retiraron de inmediato llevando los objetos que parecían encendidos en uno de sus extremos. Los arrojaron por encima de las ruinas y los objetos cayeron flanqueando todo el convoy.

Y todo se iluminó. Las pantallas quedaron saturadas de luz rojiza que no permitía ver nada más.

—¡Rápido! ¡Cambiemos a visión normal!

Pero fue inútil. La pantalla ahora mostraba una enorme hoguera que era alimentada constantemente por combustibles arrojados al amparo, esta vez sí verdadero amparo, de las ruinas.

—¡Shock eléctrico! ¡Shock eléctrico! —aulló la voz que venía de Máquina. El hombre de mayor jerarquía no dudó y la activó de inmediato.

—¡Qué horror! —exclamó—. ¡Nos han dejado ciegos con el fuego!

—¿Disparamos, señor?

—¿A qué? ¿No te das cuenta? ¡Nuestros sensores no sirven!

—¡No importa! ¡Disparemos al azar!

—¿Es que no lo entiendes? ¡Nuestros sistemas de disparo están trabados!

El más joven quedó paralizado con una mezcla de sorpresa y miedo. El hombre mayor se tomó la cabeza con ambas manos.

—Las armas… las armas sólo pueden disparar si el ordenador les señala un blanco. Como el ordenador está ciego…

—¡Entonces sólo el shock eléctrico nos puede proteger!

—¡Y Mosquitos, si es que puede llegar a tiempo!

En eso se oyeron unos chasquidos y el recinto donde estaban ambos hombres quedó completamente a oscuras, de no ser por una pequeña luz roja de emergencia. Pantallas, sensores, todo estaba muerto.

—¡Máquina! ¡Conteste, máquina! ¿Qué pasa?

Pero nada se oía, salvo la respiración angustiada de los dos guardias y un griterío atenuado por el grosor de las paredes.

—Creo entender lo que pasó, señor. ¿Recuerda los objetos metálicos que tenían los que estaban más lejos?

—Sí…

—Los arrojaron contra los Vehículos, también contra Máquina. Hicieron saltar los fusibles. Shock eléctrico ya no sirve, el sistema eléctrico tampoco.

—¡Pero…! ¿Cómo es posible?

—Parece que a nadie se le ocurrió dotarlo de fusibles independientes. Los fusibles únicos para cada vagón nos han dejado indefensos. Sólo podemos esperar, señor… si no se nos acaba el aire.

—No tienen tanto tiempo, les costará abrir los vagones y todavía Mosquitos puede venir.

—¡Escuche, señor!

Un soplido sordo se oyó atenuado por las paredes del vehículo.

—Esas son… ¡Son las puertas de vehículo uno! ¡Las únicas que no tienen llave! ¡Ahora disponen de las microtopadoras! ¡No me cabe duda! ¡Hemos sido traicionados! ¡Alguien les ha dicho cómo funciona nuestro sistema!

—¿Qué podemos hacer, señor? ¿Tenemos armas de mano?

—¿Armas de mano? ¿Para qué si esto no debía pasar?

—¿Quiere decir que… que estamos perdidos?

—¡No, todavía no! Somos el vagón frigorífico «B». Llevamos verduras frescas. Atacarán primero a frigorífico «A» que lleva la carne fresca… si están tan informados, ése será el primer ataque.

El vehículo se sacudió.

—¿Qué fue eso?

—Me parece, señor, que es una microtopadora. Vagón uno tiene cuatro, así que pueden encargarse también de nosotros.

El vehículo volvió a sacudirse. A la luz rojiza los rostros de los hombres transpiraban miedo. Una tercera y una cuarta sacudidas, hasta que un griterío apagado trajo nuevamente la inmovilidad.

—Abrieron frigorífico «A»…

—No necesariamente, señor.

—¿Qué dices, novato?

—Las bodegas están separadas de las cabinas de vigilancia. Si abrieron las bodegas, no tienen por qué abrir donde nosotros estamos.

—¡Ellos se comen a la gente, novato!

—Me parece que con la carne fresca, las verduras, los alimentos procesados… no tendrán ganas de comer gente.

—Sí… tal vez…

—Lo que me preocupa es que se termine el aire. ¿No hay forma de abrir desde aquí?

—No… Todo se abre electrónicamente.

Los dos hombres quedaron abatidos. Estaban encerrados en un lugar donde el aire, ya no renovado por los purificadores, se acabaría pronto. Aunque Mosquitos llegase a tiempo, no sabían si podrían abrir esas cabinas.

—Creo que es el fin, novato.

—¿No hay esperanza, señor?

—Sólo un milagro…

—¿Qué nos pasará… sin aire?

—Nos iremos durmiendo de a poco hasta despertar en la tierra de los antepasados.

—¡Yo iba a casarme!

—Y yo iba a ser padre por segunda vez… estaba autorizado… ya no… no lo…

Los dos hombres se quedaron mudos, abatidos, no se atrevían a pensar en su verdadera situación.

—Lástima terminar así —dijo el más joven, al borde del llanto.

—Tal vez alguien de la dirigencia analice este ataque.

—Sí… entonces harán circuitos independientes para el shock eléctrico, ventanillas blindadas, armas de disparo manual… ¿qué más? ¡Ah, botellas de aire para emergencias, qué bien nos vendrían ahora!

—Y que estas malditas ratoneras se puedan abrir desde adentro… y con procedimientos manuales.

—Lástima que para nosotros será tarde. ¿Verdad, señor?

—Sí, pero lo harán.

—¿Para que no se pierdan más vidas?

—Nosotros no importamos, novato. Necesitan sus «C» con comida y agua. Y será difícil encontrar conductores y guardias de convoy si no se les dan garantías. «C-26», donde íbamos, conocerá por un tiempo la desesperación.

—A propósito, señor… le parecerá estúpida esta pregunta, dada nuestra situación; pero nunca me dieron una respuesta.

—Dime, no importará si es secreto.

—¿Por qué se llaman «C» esas fortalezas donde viven los dirigentes?

—Es la inicial de un viejo nombre, una palabra en un idioma perdido. Creo que era «Country». Qué significa, lo ignoro.

 

 

Fernando José Cots Liébanes, escritor, guionista de teatro y cine, cineasta, docente nacido en Córdoba, Argentina, el 1º de Junio de 1950. Es Licenciado en Cinematografía, 1989, recibido en el Departamento de Cine y TV, Escuela de Artes, Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba.

De sus ficciones, hemos publicado en Axxón: QUILINO, CARACOLES, LA NOCHE DE LA RATA, RECHAZO, OBERTURA PARA DIOSES LOCOS, PROCÓNSUL, LA TRAMPA, SI MARTE FALLA, LOS INVASORES DEL SÁBADO, MADUREZ, RADIO MALDITA, LOS APESTADOS DE TANIT y DONACIANO.

También publicamos en Axxón sus artículos LAS MALAS COPIAS, ECOS Y SILENCIOS, EL GRAN HERMANO Y SUS MODELOS REALES, EL TRISTE OFICIO DE WINSTON SMITH y LAS GRANDES DUDAS DEL PLANETA ROJO.


Este cuento se vincula temáticamente con NUEVA CHACHAPOYA, de Gustavo A. Courault; ENTORNOS, de Javier Fernández Bilbao; CAMIONEROS, de Martín Panizza; y EL OLOR A ORINA y SIN NOMBRE, de Eduardo J. Carletti.


Axxón 229 – Abril de 2012

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : Distopía : Sociedad, Recursos : Argentina : Argentino).

Una Respuesta a “«Convoy», Fernando José Cots”
  1. ¡Me gustó musho! Será que pienso lo mismo so

    Cordialmente,
    Yo.

  2.  
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