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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

Archivo de abril 2013

CUBA

 

 

Cuando lo descubrí, me dijo que lo hacía porque era caníbal. Se había asqueado de comer humanos, y quería probar otras cosas. Durante las guardias me contaba de sus cacerías. Antes de alistarse en la Flota Interestelar, conoció a un carroñero y por un tiempo se dedicó a ser buitre. Comió mujeres solas y hackers. Empezaba por los pies, separando la carne del hueso con el cuchillo malayo. Adobaba los filetes en un plato llano, para guardarlos en el frío y luego cocinarlos en el horno.

El caníbal se percató de que soy una vampira hace unos minutos. Le dije que teníamos más cosas en común de las que pensaba. Me miró con ese deseo animal de echárseme arriba, arrancarme la coraza, ponerme en cuatro y afincarme con fuerza. Aproveché el momento para pedirle un poco de la sangre del noiman.

—Solo una cantimplora —le dije.

Negó con la cabeza, como un subnormal. Los noiman saben mal si se cocinan sin la sangre.

—Solo un poco —insistí.

Negó con un gruñido y siguió mirándome con intensidad radiactiva. Se va a quedar así, porque no tengo ganas. No me gusta que nos cojan como la primera vez, en medio de las ruinas y los cadáveres calcinados. La sangre hierve cuando descargas la cohetería, desciendes en un suit blindado, quemas todo. Revientas a unos cuantos noiman, los fluidos corporales salpican el visor. Sales del suit con las armas de corto alcance; y arremetes, y muerdes y te embarras y deseas tener alas. Y aparece él, triturando, desnudo, hirviendo. Todos nos ven hacer. Filmaron un video con en el título «Hades con Perséfone». Orgulloso el caníbal de ser Hades. A mí me da igual haber sido Perséfone.

—Espera que vengan los demás. Seguro traen prisioneros —me dijo el caníbal e intentó acercarse.

—No tengo ganas —le respondí, palmeando la pistola.

Con un gruñido volvió a sus contenedores para cadáveres donde cocinaba a los noiman. Con el visor infrarrojo del fusil, midió la temperatura de la carne. En poco tiempo se había vuelto un especialista, gracias a sus años como antropófago y a la similitud fisionómica entre los noiman y los humanos. El caníbal sabía qué extraer del cuerpo aparte de las vísceras. Cómo filetear y adobar la carne. El caníbal era excepcional contaminándole la verdad al pelotón. Es un animal de este planeta, les decía por las miradas de desconfianza, y los titubeos al morder la carne. ¿Está rica? preguntaba, y todos asentían. Riquísima, decía yo con la boca llena. Masticando para extraer los jugos. La escupía cuando se quedaba seca y sin sabor.

El caníbal abrió uno de los contenedores para cadáveres, miró la carne, manipuló los controles de la resistencia de calor.

—¿Se demorarán mucho en volver?

—Un poco…. Ya está. ¿Quieres?

El caníbal exhibía una lasquita malva en el cuchillo. Soplé para enfriarla, mordí y ese bendito sabor inundó la lengua y allí lo retuve mientras succionaba el jugo de la carne. No es como la sangre de los noiman. ¡Está muy lejos de ser como la sangre de los noiman! Pero aún así, me entretuvo hasta que llegaron los transportes, y descendieron levantando remolinos de polvo.

Se me hizo la boca agua cuando los vi. Una veintena de ellos. No cualquier veintena. Seguramente príncipes y reyes. Todos ellos. Atados. Bajo su hermosa piel, venas como ríos de vida. El caníbal estaba que implosionaba. Se relamía una y otra vez.

—¿Está lista la comida? —preguntó el comandante.

—Sí, mi comandante —respondió el caníbal volviendo en sí.

—Teniente, teniente. ¡Atiéndame, teniente!

—Sí, mi comandante —respondí.

—Lleve a los prisioneros a las celdas.

Tomé uno para mí. Era demasiado delicioso para dejarlo tras un campo de contención. ¡Dios mío, sus venas! Sus venas parecían a punto de romperse como un geiser. Desde el primer momento quise colgarlo de cabeza, picar con un fino cuchillo las muñecas y beber hasta saciarme. Pero cuando se tiene tanto deseo es mejor contenerse. Disfrutar la ansiedad que te presiona el pecho. Verlo estoico. Calmándose. Trató de huir cuando le coloqué las cadenas alrededor de los tobillos, gritó cuando lo icé de cabeza y lo dejé balanceándose. Jugueteaba a cegarlo con el reflejo del estilete, y vi el símbolo en sus muñecas. No pude creerlo. ¡Qué suerte! Un sacerdote. Retuve la ansiedad, la disfruté al máximo. Me moví a su alrededor hincándolo en las piernas y lo glúteos. Puntos como estrellas. Coloqué debajo de él una bandeja ceremonial que había conseguido en un templo. Me maldijo mientras cortaba sus muñecas y la sangre caía en la bandeja. No se callaba. Me senté con la bandeja en las manos.

Bebí saciando la sed, el hambre, la felicidad torcida por cada recuerdo del sacerdote.


Ilustración: Valeria Uccelli

Vi el día en que se presentó nuestro enviado en el Templo Naciente. El sacerdote, como todos los de su rango, presenció el hecho a través del Sumo Pontífice, mientras equilibraba los dominios para no caer en la locura. Es como nosotros, pensaba él del enviado; no puede existir tal desgracia. Y por el miedo a lo que le haríamos si llegábamos a poner un pie en su planeta, el Sumo Pontífice ordenó la ejecución del enviado, y lanzar rayos contra nuestros campos de poder. El sacerdote vistió de guerra. Se enfrentó, huyó, y en el último momento, cuando no tenían escapatoria, quiso suicidarse. Los noiman casi nunca piensan en quitarse la vida, solo en vivir, y que ese último momento no afecte los dominios, para no desatar aquello que una vez casi los destruyó. Siempre en paz. Y en paz estaba cuando terminé de beber.

El piso del compartimiento era un océano. De la muñeca rodaban algunas gotas de sangre. Lamí con lentitud. Tomé un pañuelo. Lo restregué en el piso colmándolo de sangre, lo exprimí sobre el noiman. Lamí hasta saciarme. Entonces, la sombra en la puerta, el caníbal miraba. Me acerqué. Él no podía contenerse, el cuerpo a punto de desatarse.

—Solo fue una noche —le dije—. No estoy interesada.

Me volví para sentarme en las orillas rojas que desaparecían por el tragante de mi compartimiento. Los cabellos rubios del noiman las acariciaban.

 

 

Dennis Mourdoch Morán (Cuba, 1985). Ingeniero Mecánico, graduado del Centro Onelio. Miembro de Espacio Abierto. Ha obtenido menciones en el Oscar Hurtado 2010 y 2011, y en el Mabuya 2011.

Hemos publicado en Axxón: MULAS.


Este cuento se vincula temáticamente con CARNAVALES EN VENECIA, de Marilau Sánchez;AHÍ FUERA, de Pé de J. Pauner y EL MORIBUNDO Y LENCIA, de Sergio Gaut vel Hartman.


Axxón 241 – abril de 2013

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Fantasía : Contacto con extraterrestres : Vampiros : Canibalismo : Cuba : Cubano).