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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

Archivo de octubre 2013

ARGENTINA

 


Ilustración: Tut

Un urgho camina por el bosque.

—¡Urghooooo! —brama feliz, y los árboles caen a su paso.

No es para menos, su bolsa está llena, y un urgho con la bolsa llena es la expresión misma de la felicidad.

Por lo general, los urghos festejan la obtención de sus botines sacudiendo la bolsa, golpeándose el pecho, vociferando maldiciones a boca de jarro, lanzándose tierra a la cabeza, arrojándose como aludes por las faldas montañosas, aplastando poblados o cantando depravadamente ante hogueras de dimensiones volcánicas.

Sin embargo, este urgho en particular está viejo, así que sólo se limita a bramar su nombre en son de algarabía.

¿Su nombre? Bueno, a decir verdad, los urghos no tienen nombre, sólo su condición de saberse… en fin… «urghos», de manera que su sociedad se resuelve drásticamente: quien ruge más fuerte, decide la suerte del pleito.

Ahora bien, se preguntarán qué lleva este urgho en su bolsa. Las constantes sacudidas y contorsiones en el laxo interior atestiguan el enfado (o el miedo) de los reos.

¡Reos!

Así es: humanos, cantantes y sonantes.

La carne es más tierna, ¿saben?

Desde los tiempos en que el Venerable Urgho Mayor probó un bocado humano —Riglos el Bello, respetable Monarca, y que los dioses lo asistan—, decretó que no habría otra carne en boca de un urgho que no fuera la del bípedo en cuestión. Como sea, la enmienda tuvo una temible aceptación, y desde entonces los pasos de los urghos son vigilados con temor por un público horrorosamente sensibilizado.

Son tres.

Los reos de la bolsa, quiero decir.

Y, en efecto, se trata de personas.

Un viejo, abuelo de una niña de seis años, y un hombre joven, alto y calvo, con binóculos montados sobre una nariz verruguienta.

El hombre joven es el preceptor de la niña.

El viejo, un poderoso Duque, es el abuelo de la niña.

Y, por último, tenemos a la niña. Ella es… bueno, por el momento diremos que es sólo una niña asustada y devenida ovillo bajo el brazo protector de su abuelo.

Los tres se bambolean y se sacuden en el interior de la bolsa. Se levantan y se caen; se enojan y maldicen; lloran y rezan…

Indudablemente, el miedo ha hecho presa de ellos.

Pero como si este cuadro de desazón no bastara, pronto serán cuatro los ocupantes de la bolsa, ya que el olfato del urgho está sobre la pista de un nuevo caminante.

¡Porque para hacer una buena tortilla, deben romperse muchos huevos!

Bien, hete aquí a nuestro cuarto reo: cae desde la boca de la bolsa, que se abre y se cierra como relámpago, para repantigarse en medio del trío original.

Con su capa negra y su enorme sombrero de ala ancha, luce como un cuervo de bituminoso plumaje. Porta una espada al cinto, y presenta la traza de un hombre instruido.

El joven de la nariz verruguienta se le acerca.

—¿Señor? —Lo toca en el hombro.

El ave de mal agüero espía bajo el sombrero.

—¿…quién es?

—Por lo visto, un prisionero como usted, caballero —responde sin inmutarse el joven.

El Duque se lleva un caracol a la oreja.

—Nimss, ¿quién es? ¿Gerttra?

—No, no es Gerttra. —El joven sacude la cabeza y mira al recién llegado—: Son el Duque Manfredd de Giomm y su nietecita, Marynn, bajo mi tutoriado. —Extiende la mano, una mano húmeda terminada en escurridizos dedos—. ¿Y usted, caballero, es…?

—Soy Narhitorek, el nigromante. —El encapotado se incorpora con dificultad—. Y no recuerdo haber oído su nombre…, caballero.

—Lo oyó hace un momento en boca del Duque. —El joven estudia receloso al nuevo, al tiempo que anuncia—: Soy Nimss.

—¡Caray! —tose Narhitorek—. ¡Y yo que pensé que era el zumbido de una mosca!

—¡Eso sí que pude oírlo, Nimssssss! —El viejo Duque propina unos saltitos de risa.

Nimss masculla algo por lo bajo y vuelve a ocupar su puesto al lado de la niña.

El tal Narhitorek —un sujeto alto, enjuto, de mirada torva y de punta en negro—, se pone de pie, echa un vistazo a su alrededor y pregunta:

—¿Quién es Gerttra?

—¿Gerttra? ¡Gerttra! —El Duque se ajusta el caracol a la oreja—. ¿Eres tú, mi cielo?

—¡No, no es Gerttra! —El joven se retira los binóculos de la verruga nariguienta y los repasa con sus escurridizos dedos. Se vuelve al recién llegado—: Gerttra es su fallecida esposa, aunque para el viejo siempre estará de vuelta, ¿entiende?

—Yo entiendo —asiente Narhitorek—. ¿Comprende el Duque cuál es nuestra situación?

—Un gigante nos ha capturado. Lo sabe porque yo se lo expliqué.

—No cualquier gigante, sino un urgho —subraya Narhitorek—. ¿Y qué me dice de la niña?

—Es valiente, y consciente del peligro, pese a su edad.

—De acuerdo. —El nigromante extrae una daga del cinto.

El joven tutor mira al hombre con una mezcla de suspicacia y sospecha.

—¿Qué va a hacer?

—Si fuera un hombre sensato —se explica Narhitorek—, matarlos a todos ustedes para luego quitarme la vida: es mejor el frío del acero que los dientes del demonio que nos ha capturado.

—¡Pero usted no hará nada de eso! —El joven frunce la verruga sonoramente.

—¡Lamento decir que no! —Narhitorek tantea la trama de la bolsa y practica una incisión con la daga—. Hace mucho que la civilización acabó con la parte más razonable de mi instinto. —Introduce la cabeza por la hendidura, otea el exterior y exclama—: ¡Ajá!

—¡Qué…! ¿Qué ha visto?

—Un gato.

¿¡Un gato!?

—Sí, un gato. Me ha seguido toda la noche. Supongo que decidió adoptarme tan pronto saneé la cuenca vacía de su ojo. Ahora trota a los pies del gigante, y se lo ve muy preocupado. ¡Hay que ver cuán tenaz es!

—¡No puedo creer que usted se preocupe por un gato en semejantes circunstancias!

—¿Un gato? —festeja la niña—. ¡Abuelito, yo quiero un gatito!

¿Eh? ¿Gerttra…?

—¡NO, NO ES GERTTRA! —El joven salta como un resorte de cara a Narhitorek—. ¡Oiga! ¡Escuch…! —La verruga se frunce espantosamente cuando el exaltado pecho se topa con la punta de la daga.

—¡Cálmese! —pide Narhitorek—. ¡El felino en cuestión será una ventaja para nosotros, llegado el caso!

—¿A qué se refiere?

—Me refiero a su olor. Hay sólo dos cosas a la que un urgho teme —se explica Narhitorek—: a la presencia de un urgho más bramador y al aroma que despide el pellejo felino. Lo espanta como el ratón al elefante. Es una suerte para nosotros que la dirección del viento le juegue en contra, de no ser así, el olfato del urgho ya habría detectado al anónimo perseguidor.

—¿Entonces? ¿Es o no ventajoso para nosotros?

—En efecto, sí —concede Narhitorek—, pero el urgho intentaría aplastar al gato a «bolsazos», con lo cual nos mataría en el acto.

El espantado joven se arrastra de vuelta al lado de la niña. Tan pronto se recupera, pregunta:

—¿Tiene algún plan?

—¿Y usted? —replica Narhitorek—. ¿Por qué debería tener yo un plan? —Se acomoda el sombrero sobre las cejas y sonríe—. ¡Claro que tengo un plan, amigo tutor! ¿Cree que quiero terminar en la boca babeada de un gigante chocho? —Y, diciendo esto, el hombre de negro introduce nuevamente la cabeza por la hendidura—: ¡Ajá! —exclama.

—¡Qué es!

¡Gerttra!

—¡¡¡No!!!

—¡Es interesante! —observa Narhitorek.

—¿Qué es lo interesante? ¡Y haga el favor de no mencionarme al gato!

Narhitorek resurge de la hendidura.

—¡No tengo la menor idea de dónde estamos! —se explica.

—¿Y eso es bueno? —balbucea el tutor.

El hombre de negro toma asiento en un doblez de la bolsa. De su capa retira una pipa de hueso y comienza a llenarla con parsimonia. Para cuando la enciende y pita de ella un par de veces, el tutor de la pequeña Marynn se ha convertido en un manojo de nervios.

—Bien, en cierta forma, sí. Resulta que los urghos son seres muy escurridizos; nadie les ha podido seguir el paso. Ahora bien —el encapotado pita de su pipa y continua—, he estudiado el tema con atención y creo saber por qué los urghos necesitan dejar atrás a sus perseguidores…

—¡Muy interesante, señor misterioso, pero todavía no nos ha dicho cuál es el plan de escape!

—¿Escape? ¡Oh, tal vez en otro momento! —Narhitorek enlaza las manos tras la nuca, se repantinga en un rincón y sugiere—: ¡Por ahora, pónganse cómodos!

—¡Qué dice! ¿Está loco? —El tutor se arroja sobre el yacente con la furia de un tigre—. ¡Levántese! —Lo toma del cuello, pero de pronto siente que una tenaza le apresa la muñeca.

—¡Suélteme, amigo! —Narhitorek se incorpora, liberándose de los escurridizos dedos del atacante—. ¡Tome asiento y le explicaré!

El joven obedece.

—¡Mucho mejor! —El encapotado se endereza el sombrero y vuelve a sentarse—. ¿No se ha preguntado por qué alguien querría seguirle los pasos a un urgho, siendo lo más sensato tomar distancia de él, como alma perseguida por los Malditos? Y, sin embargo, hay muchas leyendas sobre estos gigantes…, y sobre los tesoros que suelen ocultar.

El tutor levanta la oreja.

—¿Tesoros? —Se acerca al hombre de negro y se sienta a su lado—. ¿Qué clase de tesoros?

—Oro, por supuesto. ¡El vil metal! —Narhitorek expele un par de anillos de humo y estudia de reojo a su acompañante—. ¿Quiere que le explique el plan, o ya comienza a intuirlo?

—¡Usted no tomará medida alguna hasta que la bestia lo deposite justo en medio de una gran fortuna! —El joven se repasa los labios con la lengua, y los dedos de sus manos se disparan más frenéticos y escurridizos que nunca—. Ese es el plan, ¿no es así?

—Una parte de él, por lo menos —asiente Narhitorek—. ¿Veo un destello de ambición en esos ojos, Nimsssss?

El joven prefiere no contestar. No le gusta ese sujeto de negro, arrogante, que se ha erigido en custodio de las vidas pasajeras de la «bolsa». Pero, claro, ¿qué puede hacer? El tipo parece saber lo que hace, hasta el punto que no se detectan en él signos de nerviosismo o de duda, como consecuencia de su conocimiento sobre los urghos. Por otra parte, está la noticia del oro, una ventaja que le ahorrará muchas dificultades a la hora de atravesar la frontera…, con su pequeña carga humana al hombro… El de negro dice tener un plan, se lo ve muy tranquilo repantigado en su rincón, envuelto en sus anillos de humo; pero el joven de la nariz verruguienta también tiene sus propios planes… Solo una cosa le preocupa: ¿podrá hacerse cargo de su oponente cuando llegue el momento?

—Se lo ve ensimismado, Señor de las Moscas —observa Narhitorek—. ¿Nervioso, tal vez?

—¡Para nada! —se apresura a contestar el joven—. ¡Sólo contemplo las posibilidades!

Calma. Necesita calmarse. Todo debe desarrollarse con relativa normalidad, hasta que llegue la oportunidad tan ansiada.

Pero, en ese momento, algo viene a distraerlo de sus cavilaciones.

—¡Urghooooo! —ruge el gigantesco opresor, y su llamado parece arrastrar la antigüedad del bosque, mientras su trajinar ciclópeo sacude la tierra bajo sus pies.

El tutor se incorpora a la velocidad del rayo.

—¡DEBEMOS ACTUAR! —lloriquea.

—Sólo cuando yo dé la orden… Eso suponiendo que usted quiera seguir con vida, desde luego.

Se produce una sacudida fuerte, un paro abrupto. La bolsa, como un inmenso péndulo, se balancea adelante y atrás…

—¡Nos detenemos! —carraspea el tutor, ajustándose las gafas sobre la nariz. Le dedica una mirada hostil al encapotado—. ¿No deberíamos arriesgarnos a saltar?

—¿Está loco? ¡Moriríamos! Además, a esta altura de los acontecimientos, al urgho no le servimos muertos…

—¿De qué habla?

—Bueno, somos como langostas en manos de un cocinero, ¿sabe? —El nigromante se besa ruidosamente la punta de los dedos—: Los humanos resultamos más apetitosos si nos caldean vivos.

—¡Oh, no! —El de la verruga con nariz cae de rodillas y se tapa el rostro—. ¡Estamos muertos!

¿Eh? ¿Gerttra?

—¡NOOOOO!

La niña Marynn, finalmente, se larga a llorar.

—¡No le grite a mi abuelito!

—¡Eso fue muy descortés, verdaderamente, señor Nimsssss! —Narhitorek se acerca de nuevo al rajón de la bolsa e inspecciona el exterior—. ¡Miiiiiiichuuuuu-michu-michu-michu-miiiiiiichuuuuu!

—¡¡¡Qué diablos hace!!!

—Ejecuto la primera parte del plan —responde Narhitorek, retirando la cabeza de la ranura—: el gato tuerto está a los pies de la gigantesca víctima.

—¿Y qué me dice del oro?

—¡Oh, estoy seguro de que ya estamos en el escondite-bóveda del urgho!

El tutor reflexiona: «¿Debería esperar o…?».

—¿Cuál es la segunda parte del plan? —pregunta, al fin.

—Todo a su tiempo —dice el de negro, y toma asiento en su rincón—. Póngase cómodo, ¿quiere?

¿¡Ponerme cómodo!?

¿Eh? ¿Gerttra?

—¡Yo lo pondré cómodo a usted, amigo misterioso —explota el tutor, desenfundando su espada—, pero primero lo primero! —Se vuelve violentamente, blandiendo el acero ante el Duque.

—Me parece muy bien…, claro que sí —calcula Narhitorek, y se incorpora con rapidez—: ¡SÓLO UN PASO MÁS, POR FAVOR!

La luz zahiere los ojos de los reos: la boca de la bolsa se ha abierto y una mano gigantesca se ha precipitado desde las alturas para cerrarse sobre el desprevenido espadachín.

Al mismo tiempo, una boca inmensa y aterrada articula:

¡¡¡URGHOOOOO!!!

—¡¡¡Ahhhhh!!! —Nimss se debate entre las enormes falanges velludas.

—¡Arriba el ánimo, amigo Nimsssss! —ríe diabólicamente el nigromante—. ¡La segunda parte del plan está en proceso, y déjeme decirle que usted la protagoniza de maravillas!

El tutor desaparece por la boca a oscuras, al tiempo que Narhitorek amplía la rajadura en el dorso de la bolsa con su espada.

—¡Tú vendrás conmigo! —le dice el hechicero a la niña, tironeándola del brazo.

La pequeña Marynn se debate y pide por su abuelo.

—¡Oh, maldita sea, está bien! —se queja Narhitorek, y carga con el viejo sobre sus espaldas—. ¡Sujétense con uñas y dientes, esto lo aprendí de los bucaneros de Isla Cangrejo!

La espada del nigromante se inserta en el corte de la bolsa, que ahora pende a poca distancia del suelo por una buena razón: el urgho se ha inclinado lo suficiente como para acertarle al horroroso gato que pulula a sus pies.

Una y otra vez impacta la masa de Nimss, el nariguiento tutor, sobre la tierra; una y otra vez, en manos de la bestia que lo blande como un garrote, hasta que el estallido de huesos se troca en silencio y una nube de polvo cubre la escena con su espectral telón.

Para cuando el castigo termina, la hoja del nigromante ha surcado la pared externa de la bolsa hasta depositar a los reos a un salto de la salvación.

Se alejan a las corridas y se ocultan tras unos árboles.

—¡Urghooooo! —El gigante se ajusta el cordón de la bolsa a la cintura y retoma la marcha, sin percatarse del escape.

Su bramido, poco a poco, se apaga a la distancia.

Los reos salen a la luz del claro. Narhitorek se deshace del anciano. La pequeña Marynn, ensimismada, levanta la mirada al cielo.

—¿Qué te pasa, nena? —balbucea el Duque, vagamente lúcido.

—El gatito… —moquea la niña—. Está en el cielo, el gatito…

Pero el nigromante llama:

—¡Tenaz! ¡Ven acá, viejo cascarrabias!

Se oye un maullido…

Y de la baja niebla surge una trompa bigotuda, sobre la cual se destaca el esmeralda de un ojo sin par.

—¡Gatito! —La nena corre al encuentro del felino.

—Un animal con mucha suerte… —opina el Duque.

—En absoluto, los gatos tienen nueve vidas —arguye el nigromante—, y a éste le quedan todavía dos o tres.

El Duque mira extrañado al hombre de negro, sus ojos comienzan a diluirse en una nada distante.

—¿Gerttra…? —balbucea.

—No, no soy Gerttra.

La niña llega con el gato a cuestas.

—¡Abuelo, el gatito!

La mano del anciano acaricia distraídamente el lomo del animal, mientras estudia las inmediaciones.

—¿Dónde está el oro? —pregunta.

El nigromante suelta la risa.

—A los urghos no les interesa el oro, amigo Duque: todo lo que quieren en la vida es hacerse una buena sopa. —Limpia la hoja de su espada y la reintegra a la vaina—. Me limité a acicatear la avaricia humana para librarme de Nimss.

—¿Nimss? —El anciano se revuelve inquieto—. ¿Quién es… Nimss?

—No importa —dice el nigromante, y se vuelve de lleno a la niña—: ¿Te gusta el gatito, Marynn?

—Sí —asiente la niña.

—Marynn… —tantea Narhitorek—, ¿me enseñas tu brazo, por favor?

La niña mira sorprendida al adulto que le dirige tan curioso pedido, pero, finalmente, con un mohín de la nariz, le extiende el brazo.

Un extraño dibujo recorre la piel de la pequeña desde la muñeca hasta la articulación del codo… Parece… Es algo así como…

—¡Un momento, caballero! —El Duque cobra una renovada y briosa lucidez—. ¿Qué es lo que pretende?

Narhitorek, sin rodeos, se explica:

—Mis cartas astrológicas me anunciaron el nacimiento de su nieta hace exactamente seis años tres meses y dos días, señor Manfredd, Duque de Giomm. Lo único que no me revelaron fue la ubicación física del natalicio. Me tomó mucho tiempo averiguarlo, hasta que en una noche de trance vi a la pequeña Marynn, lo vi a usted, y vi también a una sombra que se cernía sobre ambos: el tutor Nimss. —El nigromante toma el gato de manos de la niña y se lo lleva al hombro—. Mis agentes de aire y tierra me ayudaron a completar el sentido de mi visión: supe que la enorme nariz del tutor se había volcado de lleno al estudio de los secretos que recorren el brazo de su nieta, de manera que me di prisa en llegar hasta sus dominios… ¡Y déjeme decirle que mi puñal hubiera abreviado los detalles de representación tutorial, de no haber mediado la imprevista acción del urgho!

¿Tenía sentido continuar? El Duque volvía a perderse en los vericuetos de su mente, y él ya tenía lo que quería. Había odiado a aquel narigón que se le había adelantado en su deseo de obtener el amuleto encarnado. Llegar a Giomm, matar al impertinente y secuestrar a la niña resultaba imperativo; pero la noticia que le había arrancado a uno de los lacayos —el amo había partido junto con su nieta y el tutor de ésta a un paseo matinal— le hizo temer lo peor: Nimss mataría al viejo y se llevaría a la niña, adelantándose una vez más a sus propósitos… Partió raudo en pos de los paseantes, y ya los divisaba en medio de un camino, cuando un actor inesperado entró en escena: un urgho que había tenido la suerte de encontrarse el desayuno al alcance de sus garras. Cuando el gigante partía con su botín, el nigromante ideó un plan: se dejaría atrapar para luego abocarse a la tarea de obtener el amuleto humano…

—¿A usted le gusta mi dibujo, señor? —pregunta la niña, adelantando el brazo.

—Sí…, ¿sabes qué es?

—No. —La pequeña sacude la cabeza—. Abuelo dice que lo tengo desde que nací.

—Abuelo dice bien —afirma Narhitorek—. ¿Sabes, Marynn? Yo creo saber qué es, así que vendrás conmigo. —El nigromante aferra a la pequeña por la mano.

—¡Abuelo, abuelito! —grita la niña.

El anciano, un harapo arrumbado a la vera del camino, levanta el temblequeante caracol.

—¿M-Marynnnnnn? ¡MARYNN!

¿Qué hacer? El nigromante baraja posibilidades: ¿Matar al viejo? Conmovedor, aunque improductivo: jamás se ganaría la confianza de la niña… ¿Abandonarlo? ¡Idéntico resultado!

«¡Diablos!», concluye para sí.

—¡Oh, está bien! —masculla, y se carga el viejo a la espalda—. ¡Muévete, niña!

La nena camina en pos del hechicero.

—¿Y por qué le gusta mi dibujo, señor?

—¡En otro momento te lo explicaré! —resopla el nigromante, que se encorva bajo el peso del vejestorio.

La niña se detiene abruptamente en el camino y pregunta:

—¿Quién es usted?

Narhitorek se vuelve y, con una sonrisa en el pálido rostro, dice:

—Me llamo Narhitorek, pequeña, y soy tu nuevo tutor…

 

***

 

En la versión novelada de esta pequeña crónica, titulada Trinidad, el malvado Nimss no ha muerto (o, por lo menos, eso quiere creer), y la pequeña Marynn acompaña a Narhitorek a un viaje que los depositará a orillas de un extraño río…

¡Pero eso, caminante, es otra historia!

 

 

Juan Manuel Valitutti (1971) es docente y escritor. Ha publicado cuentos en los principales medios digitales y de papel de ciencia ficción y fantasía. Finalista en el concurso “Mundos en tinieblas” en sus ediciones 2009 y 2010, también ha sido seleccionado durante 2012 en los contextos de la primera Convocatoria de Relatos de Horror y Ciencia Ficción organizada por Exégesis/Nocte y del Premio Ictineu entregado a las mejores obras traducidas al catalán. Puede consultar su blog, Crónicas del Caminante.

Hemos publicado en Axxón: EL SALUDO, EL HOLOCAUSTO DEL BÁRBARO, AL FINAL DE LA TARDE, NARHITOREK, EL NIGROMANTE, LOS ENVIADOS DE NARHITOREK, PARA VERLOS VOLAR, DEMONIO BLANCO, EL FINAL DE LA HISTORIA, LOS TRABAJOS DE UN LADRÓN, EL DESEO DEL DISCÍPULO, LA ÚLTIMA GRAN BATALLA y EL TIPO QUE VIO A MOBY.


Este cuento se vincula temáticamente con NARHITOREK EL NIGROMANTE, de Juan Manuel Valitutti; POLIZONES, de Yoss; UN GIGANTE, de Iliana Vargas y PING BANG, de Saurio.


Axxón 247 – octubre de 2013

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Fantasía : Magia : Seres fantásticos : Argentina : Argentino).