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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

 


Ilustración: Oriana Kanisha

A los tipitos los matamos el martes pasado. Bah, tal vez eran tipitas, no quedaba muy claro. Es que le miramos entre las patas y no había nada de lo que suele haber entre las patas, no sé si me explico. Bue, sí sé si me explico, lo que no sé es si se entiende lo que explico, porque la verdad es que aún no expliqué nada. Lo que digo es que revisamos a los tipitos que tal vez eran tipitas y no tenían ni pija ni concha ni ningún otro sinónimo de pija y concha entre las patas. Tampoco tenían patas en el sentido normal de patas, o sea, dos cosas largas parecidas a brazos que salen de la cintura y llegan hasta el piso. Más bien eran como unas aletas cortas y gordas con uñas. Para agarrar cosas usaban unos tentáculos que les colgaban a los costados. Cabeza lo que se dice cabeza no tenían, más bien tenían una cara en la parte de arriba del cuerpo, con dos ojos y dos bocas. O, para ser más correctos, un pico y un tajo por el que sacaban una trompa, que vendría a ser la boca de verdad porque era por donde comían. Con el pico no sé qué hacían. Como sea, uno los veía venir y parecían unas personas chiquitas y algo deformes. Es por eso les decíamos tipitos y no cosos, porque parecían más tipitos que cosos. Y no tenían ni pija ni concha ni nada por el estilo. No sé cómo harían para coger pero se los veía bastante felices, al menos antes de que los matáramos. Después estaban como tristes y desganados. Pero mientras estaban vivos parecían felices así que deberían coger seguido, creo yo.

Tampoco estoy muy seguro si fue realmente el martes cuando los matamos. O sea, la Bochi había colgado la bandera de martes en su casa, así que oficialmente era martes, pero la verdad es que tampoco la Bochi es confiable del todo. Qué sé yo, hubo una semana en la que tuvimos siete jueves porque las otras banderas estaban sucias y no tenía ganas de lavarlas. O la vez esa en la que durante un mes los días duraban apenas horas porque la Bochi andaba con mucho sueño, se quedaba dormida en cualquier lado y cuando se despertaba creía que era el día siguiente. O el año que no tuvimos sábados porque la Carlota le había dicho que si el próximo sábado no le pagaba lo que le debía la iba a cagar a palos. ¡Qué quilombo se armó en el pueblo! No había modo de convencerla a la Bochi que se dejara de joder y le pagara a la Carlota. Finalmente nos cansamos, juntamos la guita y recuperamos todos los sábados perdidos. Que tampoco fue una cosa maravillosa, al menos al final porque al principio estaba lindo, pero te la regalo cincuenta y dos días corridos de pura joda. En fin, fuera de estos detalles, eso de saber qué día es mirando la bandera que pone la Bochi funciona bastante bien, dentro de todo. O sea, todos preferiríamos tener calendarios, pero desde que se rompió el muelle con la inundación no vinieron más barcos y nos quedamos sin calendarios y sin muchos otros artículos de primera necesidad. El viejo Venancio dice que tendríamos que dejar de joder y reconstruir el muelle pero nos da paja, lo vamos dejando para «más adelante» y ya así pasaron como diez años. Diez o más. Es que sin calendarios la verdad es que tampoco sé qué número de año es este. Además, cuando empezamos con las banderas decidimos que la primera bandera tenía que ser la del lunes porque las semanas empiezan en lunes, pero lo cierto es que no estábamos seguros de que ese día fuese lunes de verdad. Lo parecía bastante, porque era un día de mierda en el que no dábamos pie con bola y el día anterior doña Úrsula había hecho fideos con albóndigas, así que muy probablemente fuera lunes pero lo que se dice estar seguros, seguros, no lo estábamos.

Pero bueno, si no fue el martes fue el viernes cuando matamos a los tipitos. Que no teníamos la intención de matarlos, por lo menos no así, intencionalmente. Creo que a la larga hubiéramos terminado matándolos igual porque generalmente eso es lo que ocurre, que a la larga matamos a todo lo que se nos cruza. Y a lo que no matamos lo dejamos lisiado de por vida. Es que somos un poco bestias y a veces se nos va la mano. Si no me creen, pregúntenle al Manco Aguirre si no se nos fue la mano. Bue, a él se le fue más que a nadie. El viejo Venancio dice que somos así de bestias porque nuestros padres nos castigaban de chicos pero yo creo que se equivoca. Mis viejos no me pegaban porque mis tíos los mataron antes de que yo naciera, así que difícilmente me pegaran. Mis tíos eran los que me surtían de lo lindo. La de veces que me iba a dormir con un hueso roto o la cabeza sangrando. Pero eso ya pasó. Desde que los maté a mis tíos dejaron de pegarme y yo vivo feliz. Bah, lo feliz que uno puede vivir acá, donde a veces estamos al borde de la miseria y otras veces estamos bien adentro de ella. Pero nos las arreglamos para sobrevivir, salvo cuando nos matamos entre nosotros. Ahí siempre hay alguien que no sobrevive.

Como sea, a los tipitos los matamos sin querer. Al menos fue sin querer al principio, porque al final sí queríamos matarlos. Es que si no lo hacíamos ellos nos mataban a nosotros. Aparentemente no les causó ninguna gracia que el gordo César le tirara un piedrazo a uno y le partiera la cabeza, o lo que fuera que los tipitos tenían en la parte de arriba del cuerpo porque cabeza, lo que se dice cabeza no tenían. ¡Los guachos se pusieron como locos y se nos vinieron en seguida al humo! Nosotros queríamos explicarles que no había sido a propósito, que era un malentendido, pero los tipitos no nos entendían y seguían a los gritos contra nosotros. Nosotros tampoco los entendíamos, si vamos al caso. Era un típico caso de incomunicación entre especies. Suele suceder muy seguido. Sin ir más lejos, está el caso de los rabanitos de Doña Urraca, que pegaron un salto evolutivo y se pusieron muy territoriales. No hay caso de que entiendan que uno tiene que comer ensalada de tanto en tanto, los tipos te salen siempre con las raíces de punta ni bien te acercás al almácigo y te persiguen por horas. Afortunadamente se cansan antes que uno, pero eso no soluciona el tema de la incomunicación entre especies, como mucho nos ayuda a mantener el estado físico. Porque entre los rabanitos de Doña Úrsula, las ovejas carnívoras del Cholo y las liebres piqueteras nos la pasamos corriendo y trepando a los árboles.

Pero, bueno, cuando los tipitos se nos vinieron al humo no había ningún árbol cerca y ellos encima tenían pistolas de rayos láser, así que no iba a importar si estábamos en el medio de un bosque o en una estepa donde el yuyo más alto te llega a la rodilla. Por suerte había suficientes piedras grandes para escondernos atrás y, después de que las partieran con sus rayos, suficientes piedras chicas para tirarles. Se ve que teníamos mejor puntería que ellos, o que eran menos resistentes que nosotros, pero al rato no quedaba un tipito vivo y de nosotros el único muerto era el Mono. Al principio no nos habíamos dado cuenta de que lo habían matado porque el tipo es muy callado y casi nunca habla, pero después empezamos a sospechar que algo le pasaba y cuando le vimos el agujero en la cabeza que lo atravesaba de lado a lado estuvimos casi seguros de que el Mono había estirado la pata.

Los tipitos habían aparecido hace dos jueves. O, mejor dicho, hace dos jueves Policarpo los descubrió mientras estaba garchando con la Nelly.

—¡Uh, mirá, tipitos! —parece que dijo Policarpo y la Nelly le contestó:

—¡Callate, pelotudo! ¡No te distraigas que después se te ablanda toda y yo me quedo con las ganas! ¡Seguí laburando que todavía me falta mucho, paparulo!

Policarpo obedeció, porque desde que las ovejas se volvieron carnívoras uno no puede arriesgarse a perder la mina, y al parecer se concentró lo suficientemente bien como para que la Nelly no se queje. Al menos eso es lo que dice él, vaya uno a saber lo que opina la Nelly. Yo por las dudas no le pregunté, especialmente si Policarpo mintió y la mina se quedó con la calentura. Ya probé una vez y la Nelly me garchó ahí mismo, como para desquitarse. Al principio no me quejé porque la Nelly está bien buena y coger es coger, pero tuvo un orgasmo tan fuerte que casi me parte la pija en dos y ahí anduve con la cosa medio muerta por meses. Suerte que la burra del Otrobeto me la arregló de una patada y ahora se me para si el día está soleado y sin mucha humedad, que si no, no sé qué haría.

La cosa es que después que terminó de darle masita a la Nelly Policarpo vino a contarnos que había descubierto unos tipitos en el prado del Jabón de Tocador. Nunca supe por qué se llama así el prado y no tengo ganas de averiguarlo ahora. Así que fuimos a ver a los tipitos que había descubierto Policarpo. Eran como los describí antes así que no repito que eran petisos, con dos aletas gordas como patas, tentáculos en vez de manos, que parecía que no tenían cabeza porque la cara estaba como metida en el cuerpo. Ah, y un pico que no sé para qué servía y una trompa que usaban para comer. Estaban vestidos con una especie de túnica corta y aparentemente habían llegado en un plato volador porque, bueno, subían y bajaban de algo que parecía un plato volador así que es muy probable que esa fuera la nave con la que vinieron del espacio exterior.

—¿Serán marcianos? —preguntó el Cholo.

—¡No, pelotudo! ¡Todo el mundo sabe que los marcianos son petisos, verdes y con dos antenitas en la cabeza —le respondió el Bubi, que como es el más inteligente de nosotros y un vez leyó un libro sobre Marte se cree que se las sabe todas sobre el tema.

—¿En serio? Yo creía que los marcianos tenían la piel marrón clarita, cuellos largos, ojos amarillos y brazos delgados con manos de seis dedos —dijo con cuidado el gordo César, atajándose el cachetazo que le iba a venir.

—A mí me dijeron que hay dos tipos de marcianos —interrumpió Policarpo, no queriendo que le saquen el protagonismo por haber descubierto a los tipitos—. Los rojos, que parecen personas pero de color rojo, y los verdes, que no parecen personas porque tienen cuatro brazos, son verdes y altísimos.

—¡Los marcianos son negros, petisos, sin boca y usan un casco como de gladiador! —exclamo, para no quedar afuera—. Claro, excepto los que son gris verdoso, con la cabeza como con el cerebro afuera, cara de calavera y los ojos saltones.

—Yo no sé cómo son los marcianos pero sí sé cómo cogen —se rió el Otrobeto mientras apoyaba su mano sobre el hombro del Bubi. Ahí fue cuando se armó la podrida.

Cuando terminamos de cagarnos a palos los tipitos seguían ahí.

No hacían mucho, a decir verdad. Juntaban piedritas en una bolsa. Juntaban yuyos en otra bolsa. Medían el viento con unos aparatos. Medían distancias con otros aparatos. A veces uno de ellos llamaba a los otros, sostenía con un tentáculo un aparatito mientras los otros juntaban sus cabezas, o la parte del cuerpo que hacía de cabeza, se abrazaban con los tentáculos, es decir, se tentaculeaban y estiraban la trompa o hacían castañetear el pico por un rato, hasta que el que sostenía el aparato apretaba un botón y se separaban riendo, o al menos haciendo ese ruido que a mí me parecía que era que se reían. Según el Bubi era que cantaban y Policarpo decía que estaban invocando a sus dioses. Cuando le preguntábamos cómo era que lo sabía, él nos decía que lo sabía porque nuestro dios le había dicho que era así y él no dudaba de la palabra de nuestro dios y si nosotros dudábamos que nuestro dios que probásemos que los tipitos no estaban invocando a sus dioses y que, de paso, nos arrepintiéramos porque nos íbamos a ir derecho al infierno. «¿Desde cuándo tenemos dios?» preguntaba yo y Policarpo respondía «Desde hace treinta y dos viernes, cuando nuestro dios se me presentó en la Loma del Amanecer y me dijo que si no lo adorábamos nos iba a matar a todos» y entonces el Bubi se calentaba «Que ese dios tuyo venga a decírmelo a la cara a ver si es macho» y el Gordo César trataba de conciliar «Hay que estar abierto a todas las opiniones» y Diosdapán decía «Dios debe de existir, porque si no existiera yo me llamaría ‘Dapán’ y como yo no me llamo ‘Dapán’ Dios existe», «Y es exquisito con perejil» agregaba Otrobeto vaya uno a saber por qué y allí otra vez nos agarrábamos a las piñas.

No sé si tenemos o no un dios y si este dios existe, pero seguro sé que nos gusta agarrarnos a las piñas.

La cosa es que observamos a los tipitos durante unos cuantos días y después los matamos, como ya conté, así que no lo cuento de nuevo.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —pregunté yo mientras pateaba los cadáveres de los tipitos para ver si seguían vivos.

—Podríamos comerlos —dijo el Gordo César, que lo único que piensa es en morfar, y todos lo cargamos diciéndole que él lo único que piensa es en morfar.

—¡Vos lo único en lo que pensás es en morfar, gordo bufarra morfón que se la come! —dijimos todos al unísono, aunque unos lo hicimos antes que los otros por lo que el unísono nos quedó bastante polifónico.

—Al menos yo me la como y no dejo que me la metan en el orto como hacen ustedes, putos de mierda —contesta el Gordo César y ahí nos volvemos a cagar a trompadas. Por suerte no nos avivamos que teníamos a mano las pistolas láser de los tipitos que si no no quedaba ni uno de nosotros en pie, yo no estaría contándoles ahora esta historia y ustedes no sabrían un carajo acerca de los tipitos, de cómo los matamos y todo eso.

Después sí nos avivamos pero cómo estábamos calmados no usamos las pistolas contra nosotros sino que nos entretuvimos disparándole a unos chimangos que andaban por ahí. No fue muy buena idea que digamos, ahora que lo pienso, pero tampoco fue culpa nuestra, si vamos al caso. O sea, todo el mundo te advierte de que no hay que gastar pólvora en chimangos pero nadie te dice que tampoco hay que gastar la batería de las pistolas láser en ellos, y así al rato nos quedamos con unos pedazos de fierro inútiles. Bah, algo de utilidad aún tenían, porque si la usabas como cachiporra dolía bastante, es más, podía romperle la cabeza a alguien si estabas de suerte, como le pasó al Otrobeto cuando le surtió un pistolazo en la zabiola al primo de Mechu y lo dejó con los sesos al aire. En realidad, se lo merecía porque hacía rato que el primo de Mechu lo venía jodiendo al Otrobeto con el tema de que la Fanny lo engañaba con el Tocho de Pillaunaliebre, ese día lo agarró cruzado (y afortunado) al Otrobeto y ¡zas! se quedó sin un cacho de cráneo y con los ojos como de pescado. Pero esto pasó mucho después de que matáramos a los tipitos y no tiene nada que ver así que no cuento más.

La cosa es que se nos gastaron las baterías de las pistolas láser y no sabíamos cómo recargarlas, y aunque supiéramos tampoco hubiera servido de mucho porque acá electricidad no hay desde que se murió el Emilio, que era el que se ocupaba de pedalear todo el día en la bici conectada al generador. El viejo Venancio dice que alguno de nosotros debería dejarse de joder y hacerse cargo pero la verdad es que ninguno de nosotros sabe andar en bicicleta y aunque la del generador está atornillada al piso nos caemos igual. O sea, que desde hace veintitrés años que andamos alumbrándonos a vela o, si tenemos suerte de volcar un camión cisterna en la ruta, con kerosén o nafta o lo que sea que transporta. Eso sí, tenemos que tener la suerte de que vuelque sin explotar y que lo que transporta no sea leche o mierda, como la vez que nos confundimos y volcamos un camión atmosférico. No fue nada lindo y los soretes no iluminaban mucho que digamos.

—Me voy a ver qué hay en el plato volador —dice Policarpo mientras los demás andamos recogiendo pedazos de chimangos calcinados o tratando de que el Gordo César no se manduque a un tipito ahí mismo y por eso no le damos bola. Y también por eso es que nos asustamos un montón cuando, un rato después, el plato volador despega con Policarpo adentro y se va para el espacio exterior.

—Mierda —dice el Bubi después de un rato, cuando se nos pasa el aturdimiento y estamos lavando los pantalones cagados en el río—. ¡Quién diría que el pelotudo ese iba a saber manejar una nave espacial!

—Lo que pasa es que a vos te da bronca que otros hagan cosas inteligentes y te quiten el puesto —dice el Cholo y ahí otra vez se arma la podrida.

Y después no pasó mucho más. El Gordo César finalmente se comió uno de los tipitos y todavía sigue vomitando, el Otrobeto le partió la cabeza al primo de Mechu, el Bubi anda diciendo que mejor que el Cholo no se descuide porque se la va a dar y ya van cuatro días (cinco si contamos que el viernes la Bochi se equivocó y por unas horas puso la bandera del domingo) desde que Policarpo se fue al espacio y todavía no regresa. Yo cada tanto voy al prado del Jabón de Tocador a ver si vuelve. Por las dudas, hasta le rezo a nuestro dios, o al menos al dios que Policarpo decía que es nuestro, para que el tipo venga pronto, sano y salvo. Es que la Nelly me anda mirando con cariño y yo ya no estoy para esos trotes.

 

 


Animal curioso este Saurio. Nació en 1965 en Buenos Aires. Dice estar preocupado por su futura muerte, lo que estimula en él la necesidad de aprovechar el poco tiempo que le queda dedicándose a cuanta arte, ciencia o religián se le cruza en el camino. Dos novelas escritas, El vacío del bostezo y La indiferencia de los peces, dos libros de poemas y uno de humor, Un libro al pedo son el resultado de llenar esos huecos que le deja la vida mientras espera su último suspiro. Mientras sostiene varios sitios de Internet, entre ellos: La Idea Fija (donde entre otras muchas cosas desarrolla su historieta Los cartoneros del espacio) y El Maravilloso Mundo de Saurio.

Hemos publicado en Axxón sus ficciones: NO ME PIDAS UN MILAGRO, LAS FRONTERAS SE HAN HECHO PARA SER CRUZADAS, BACH HA MUERTO, ¿QUÉ ES EL “SECRETARIADO CUÁNTICO”?, ¿QUÉ ES EL DOLFISMO ORTODOXO?, EL CAMINO DE WEESCOSA, LA PSICOSTASIA ENTRE LOS GRIEGOS, ¿DÓNDE QUEDARON LOS BUENOS MODALES?, ¿QUÉ ES LO QUE ESTÁ CONSTRUYENDO?, SER DE LUCES, (NO ALIMENTEN A LA) OSTRA, en co-autoría con Inmaculada Rumbau, PULPIFIXIÓN, NO ES PALABRAS, PELIGROS DE LOS REFRANES II, PELIGROS DE LOS REFRANES I, VAMOS AL BOSQUE, NENA, PIG BANG, LA CADENA DE LA FELICIDAD, DESDE ESTAS HERMOSAS PLAYAS TE RECORDAMOS CON CARIÑO Y DESEAMOS QUE ESTUVIESES AQUÍ CON NOSOTROS, VUELVO EN SIETE MINUTOS, EL FIN, LOS MEDIOS Y LA PROPIEDAD TRANSITIVA, ESA MALDITA MARIPOSA Y A CANILLA REGALADA NO HAY QUE MIRARLE EL CUERITO.

Hemos publicado en Axxón sus artículos: ¿DÓNDE NADIE HA IDO ANTES? y NO ES LO MISMO SER OSCURO QUE ESTAR PINTADO DE NEGRO.

Hemos publicado en Axxón su traducción de LA INTELECTUALIDAD LIBERAL, de Luke Jackson.


Este cuento se vincula temáticamente con BACH HA MUERTO, de Saurio, MÚSICA INCIDENTAL PARA HELECHO Y CUARENTA COMENSALES, de Federico Caivano y Facundo Córdoba, y LA ASOMBROSA HISTORIA DE ENRIQUE Y EL HORROR TENTACULAR DE VENUS, de Víctor Conde.


Axxón 269

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Surrealismo, Humor : Contacto : Argentina : Argentino).

Una Respuesta a “«Los tipitos», Saurio”
  1. Fernando Cots dice:

    Saurio:

    Como siempre, genial.
    Y esta vez con un delirio mayor, como nunca.
    Un gran abrazo.-

  2.  
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