Revista Axxón » «¡ARGENTINOS, A VENCER! – 29 – Grandes cosas», Juan Simeran - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

 

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. 29 .

Grandes cosas

 

 

Archimbaldo comprueba, en el playón de la Unidad Disciplinaria, que en el tiempo que estuvo detenido le han robado su auto. Con las llaves en la mano se queda pasmado mirando el espacio vacío donde lo había dejado. Sabe que no tiene a quién quejarse —todo es un desbande y un caos—, comprende que quizá éste sea un cambio pequeño en comparación con los que tendrá su vida a partir de ahora. Pero no puede evitar estar contento. A pesar de haber estado en prisión sólo unos pocos días, «siempre es mejor estar libre, aunque algún turro se haya llevado el auto y aunque hayamos perdido la guerra», piensa.

Sale fuera de la base, la desorganización es tal que ni siquiera hay consignas en la entrada. Se siente raro vestido de civil, con la ropa con la que quiso impactar a Marita y llevarla a la costa. «Mejor, el turro de Zuñiga no se llevó un mango. Le voy a ejecutar el pagaré a ese hijo de puta. ¿Se habrá logrado rajar el infeliz, nomás, con el pibe?».

La mañana es espléndida en el bosque de Pereyra Iraola. Frente a la base hay una estación de tren donde venden sándwiches en un quiosco. Está hambriento, y en definitiva tomar el tren parece ser su única opción. Cruza las vías, las mismas que cruzara de cadete para hacer las maniobras en esa base. Revisa su billetera, tiene algunos patriotas, los suficientes para el viaje y comer algo.

—Linda, ¿qué tenés para comer?

—Nada.

—¿Cómo nada? Si acá veo los sándwiches, los panchos…

—No le vendo a milicos hijos de puta —dice la joven, y lo mira desafiante.

Archimbaldo siente brotar una cólera infinita en su pecho, siente deseos de mandar detener a esa insolente y hacerla chupar para que sus amigotes se diviertan un par de noches.

Se calma. Respira hondo. Bien conoce la situación de quedarse sin fichas.

«Las cosas son como son. ¿Tendría esta chinita más poder que yo? ¿Más fichas que yo? ¿Sería esta mocosa banca, y yo punto?», piensa a toda máquina.

Decide empezar a adaptarse en ese mismo instante. Jugar el juego, nunca hubo otra opción.

—Totalmente de acuerdo, linda. Soy civil, ¿no ves mi ropa? Yo tampoco les vendería nada a esos… milicos… hijos de puta —se sonroja y tose, a su pesar.

—Le pido disculpas, señor. Me confundió el corte de pelo, la cara… qué se yo. ¿Quiere un sándwich de milanesa?

—Afirm… Dale. ¿Sabés cuándo viene el tren que va a 24 de Marzo?

—A Constitución, señor. Cambió el nombre de la estación. Y pasa en diez minutos.

Archimbaldo mastica trabajosamente el sándwich. «Así que Constitución…». Traga la milanesa, dura a la par que la noticia, una más indigesta que otra.

Siente dos deseos: ver a Marita y darle el parte de novedades a su padre. «¡Qué cara va a poner el viejo de mierda!» piensa, divertido.

Comiendo el sándwich en esa estación desierta, descubre que jamás tuvo vocación castrense. Que le importa un bledo la derrota. Que no es su derrota.

Que sus únicos deseos siguen siendo jugar una buena mesa de póquer… y ver a Marita.

El tren se acerca bufando. No pudo comprar boleto: la máquina expendedora no funciona y la boletería está cerrada. Sube igual.

Ingresa en el tren y no lo puede creer. Ese mismo tren que recuerda limpio y sobrio de sus tiempos de cadete es un cascajo, no tiene un solo asiento, los vidrios están rotos y el techo tiene agujeros de óxido. El ácido olor a orines golpea su nariz. Unos bultos oscuros se mueven, desparramados en los rincones. «Deben ser cirujas», piensa asqueado.

Repentinamente siente miedo. Algunos pasajeros lo miran feo. Recién ahí empieza a comprender del todo la nueva situación. «Menos mal que me vine vestido de civil. Si estoy con el uniforme me linchan». Decide acentuar su aspecto civil y se despeina, intentando desarmar el peinado rígido de gomina. Mete las manos en la abertura llena de grasa donde alguna vez hubo una puerta y ahora hay un agujero, y se mancha el pantalón. Se saca la camisa afuera, por debajo de la tricota, y le rompe un pedazo.Arruga el cuello de su camisa, desabrocha el último botón. Se pisa un zapato con otro.

Otro atildado, que viaja en el mismo vagón, comienza a hacer lo mismo que él.

 

 

Huye de la estación Constitución para tomar un taxi.

—Lléveme a la avenida 2 de Abril —ordena en forma mecánica.

—¿A la Avenida Figueroa Alcorta, dijo el señor?

Respira hondo. Al fin y al cabo, ese nombre tiene también el inconfundible gusto de los nombres de su niñez.

—Son lo mismo ¿no?

El taxista lo mira por el espejo.

—¿Y si son lo mismo para qué le cambiaron el nombre?

—Qué se yo —intenta bromear—,tampoco Figueroa Alcorta suena igual que Che Guevara.

—Che Guevara le pusieron a Divisa Punzó, que antes era Salguero.

—¿A Salguero? ¿Entonces vivo en Figueroa Alcorta esquina Che Guevara?

—¿No lo sabe? ¿Adónde estuvo, debajo de una baldosa?

—No, preso. Me largaron hoy —dice Archimbaldo, entendiendo que su prisión es una carta buena en el nuevo mazo: momentos después el taxista no le cobra el viaje y hasta ofrece prestarle dinero.

No era broma. En la esquina, carteles puestos a mano —»pero no tardarán en hacer los nuevos», pensó— informan que Archimbaldo vive ahora en la esquina de Figueroa Alcorta y Che Guevara.

Entra en su casa silbando. No tiene trabajo, no tiene futuro, y debe reinventar su pasado, pero está contento. «¿El personal doméstico habrá huido? ¿Y las joyas, las que iba a vender?».

Se dirige a la habitación de servicio: está vacía. «No quedó nadie».

Inmediatamente descuelga el óleo de Vuelta de Obligado, la caja de seguridad está abierta. «Entonces, ese día me espiaban. Se llevaron todas las joyas».

El hecho de encontrarse en la pobreza más absoluta lo deja indiferente. Ya se las arreglará. Peor estuvo. Ahora tiene que hacer cosas más importantes.

—¿Y, muerto? ¿Qué me contursi? ¡Esquinita Che Guevara tenemos!

El retrato está de espaldas, muestra la nuca de pelo cortísimo.

Archimbaldo ríe:

—¿Lo pusieron en penitencia, muerto? ¿Ya no lo saludan en el cementerio? ¿Es mala palabra? ¿El que le da la mano se contagia de lepra?

El retrato, a pesar de estar de espaldas, balbucea palabras en voz baja:

—No pudieron estar a la altura de la historia… generación de maricones… de afeminados… tendrían que haber resistido… la plata para armas se la gastaron en putas… ni gimnasia hacían…

Archimbaldo le grita:

—¡Dese la vuelta, so maricón, y enfrénteme! ¿Cuántas veces le dije que esa guerra era una locura? ¡Dé la cara, cobarde de mierda!

El retrato sigue de espaldas. Archimbaldo siente un sonido extraño y no lo puede creer: su padre llora.

—¡Llore, cobarde! ¡Llore!

—M’ijito, si usted quisiera hacerme un favor… un último favor —balbucea su padre.

—¿Un favor? ¿Un favor, hijo de mil putas? ¿Usted me hizo alguna vez un favor a mí? ¿A madre usted le hizo alguna vez un favor, putañero del carajo?

—M’ijito, tenga piedad de su padre… piedad hijito… por favor, suicídeme… que tenga aunque sea un solo suicidio la derrota… si total yo ya estoy muerto…

Archimbaldo se para en seco. Le pareció no haber oído bien.

Habla más tranquilo.

—¿Qué es lo que quiere? ¿Qué haga qué cosa?

—Suicídeme, m’ijo, rompa el retrato. Le juro por lo más sagrado que no lo molesto más…

—¿Y ahora, qué se le dio por suicidarse, después de estar muerto tantos años?

—Es que no soporto vivir en la esquina Che Guevara. Y tampoco aguanto tener un hijo pobre. Suicídeme, tenga compasión de un pobre hombre sin honor…

Marita sale de la habitación. Archimbaldo se queda helado.

Se consideraba abandonado por todos y por todo.

—¿Qué era todo ese lío? ¿Con quién hablabas? ¿Dónde estuviste tantos días?

Archimbaldo mira el retrato de su padre, éste sigue gimoteando de espaldas, indiferente al ingreso de Marita.

Mira a la mujer. «Algo está como fuera de foco en su mirada, algo… algo anda mal».

—¿Te devolvieron a tu hijo?

—Sí, ayer llegó el padre de la costa, pero se queda con él un par de días más. Yo no tenía luz, ni agua, ni gas en mi casa y me vine para acá. Estuve sola, sin saber dónde estabas… le hablaba al retrato de tu padre. Los domésticos te robaron todo, cuando entré la casa era un desastre.

Marita habla el idioma lento y tartajoso de los ansiolíticos. Si el Valium oliera, hedería a Valium.

—¿Le hablabas al retrato de mi padre? ¿Sabés que siempre quise tirarlo a ese retrato, que nunca me gustó?

—Tiralo entonces.

Archimbaldo no puede creer lo fácil que son las cosas cuando se hacen. Toma el retrato, abre la ventana y lo tira. «Hoy estoy para grandes cosas».

Marita no logra abrir del todo los ojos. Tiene los parpados pesados, hinchados. Sus movimientos son torpes.

—Marita, estuve preso. Por una boludez, vos sabés cómo somos… cómo son… cómo eran los milicos. Me encanó Estrella. Perdimos la guerra, Marita. Ni pienso volver a pisar el ministerio. Van a empezar a rodar cabezas y sabés que ando flojo de papeles.

—No te preocupes, ya me ofrecieron trabajo.

Archimbaldo se queda pasmado.

—Zylberstein me llamó, necesita una administrativa. Le dije que sí y empiezo mañana.

—¿Ese ruso de mierda? Es decir… excelente. Muy buena idea. Me parece fantástico. ¿Y no tendrá algo para mí ese ru… el señor Zylberstein? La verdad, me robaron hasta el auto, en el banco apenas tengo…

—No te preocupes. Nos vamos a arreglar.

«¿Estoy loco o está hablando en plural?», piensa agradablemente sorprendido. Se acerca a Marita como si la viera por primera vez.

Y la ve por primera vez.

Dopada, despeinada, sin bañarse: le gusta más que nunca.

«Hoy estoy para grandes cosas», vuelve a pensar.

La toma y la lleva con cierta violencia a su habitación. Marita lo abraza, gime, le arranca la ropa. Archimbaldo la muerde, la aprisiona, le rompe la camisa. Marita le clava las uñas en la espalda. Archimbaldo entra en ella como la quilla de una barca en un mar embravecido.

«Así que era esto. Es como navegar».

 

 


Dice Juan Simerán:

«Mi biografía es lastimosamente breve: tengo 3 novelas publicadas, 2 en España y una en argentina (las tres de ciencia ficción). Soy argentino y viví varios años en Israel. Hoy día vivo tanto en Boedo como en el campo. En caso de ser estrictamente imprescindible, intentaré rellenar con estopa de buena calidad los agujeros biográficos.»

La novela que dice haber publicado en Argentina no es más ni menos que esta ¡Argentinos a Vencer! que acabamos de terminar apenas unas lineas más arriba. Fue escrita en algo más de un año (entre junio de 2010 y julio de 2011), y editada por primera vez en abril de 2012 por Fan Ediciones, dentro de su serie «Narrativa Fantástica Argentina».

Juan ya ha publicado en Axxón su cuento EL ALETEO DEL ESCARABAJO.


Esta novela se vincula temáticamente con PRIMERA LÍNEA, de Carlos Gardini; DUC IN ALTUM y OPERACIÓN TORO SENTADO, de Sebastián Masana; HOMBRES Y PIEDRAS, de Alejandro Alonso y SEGUNDO TEATRO DE OPERACIONES: LA CHARLY CONTRA LA LENON Y LA MACÁRNI, de Ricardo Giorno.


Axxón 275

Novela de autor latinoamericano (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Ucronía, Distopía : Argentina : Argentino).

Una Respuesta a “«¡ARGENTINOS, A VENCER! – 29 – Grandes cosas», Juan Simeran”
  1. Juan D. dice:

    Fabuloso relato. Uno no se despega del monitor.

  2.  
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