Revista Axxón » «Rasmussen 18», Mike Jansen - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 



 

 

Países Bajos  PAÍSES BAJOS

La demora en Rasmussen 5 fue de cerca de una semana. Los turistas a bordo del Striving Zaramaster no estaban particularmente inquietos. El mundo a sus pies, claramente visible desde la cubierta de observación, era un verdadero paraíso y había un servicio diario de transbordadores que permitía que grupos de pasajeros visitaran los continentes y celebraran con la población local.

Ampliación

Ilustración: Pedro Bel

Jason Rearfell se había hartado de todo eso después de los primeros viajes, así que mataba el tiempo leyendo las caras siempre cambiantes de las revistas animadas que cubrían las mesas de uno de los salones, cual mariposas multicolores agitando las alas. Encontró un artículo que resumía la historia de los muchos planetas visitados por la Striving Zaramaster.

La recorrida del crucero de lujo por los mundos del Cinturón Esmeralda empezó en Rasmussen 1, el primer planeta habitable que el explorador Palle Rasmussen descubrió como parte de una serie de planetas similares a la Tierra, con atmósferas y ecosistemas adecuados para humanos.

Rasmussen encontró el Cinturón en un pequeño cúmulo estelar, que no tenía más de cien estrellas pero eran cercanas entre sí y la mayoría eran del tipo G del Sol, con altas probabilidades de poseer mundos en la zona verde. Y Rasmussen los encontró, un total de diecisiete.

Lamentablemente Rasmussen desapareció en el viaje de regreso a la Tierra. Sus mensajes, por suerte, llegaron a través del conducto cuántico, un efecto del impulsor estelar que le permitió a Rasmussen cubrir distancias extremas en un tiempo muy corto. Más adelante la parte del espacio en la que desapareció fue declarada área prohibida.

Cuando llegó el día de la partida, los turistas se agruparon en el balcón ubicado sobre el pozo cuántico. El impulsor estelar usaba efectos sobre el tiempo y el espacio, fluctuaciones en oleada muy similares a los océanos terrestres. Le permitía a la nave surcar las olas cuánticas.

Otro efecto del arranque del impulsor era el flujo que rodeaba al motor, lo que causaba que el suelo y las paredes del pozo fueran sólidos y al mismo tiempo fluidos, y la probabilidad de que ocurrieran cosas raras se incrementaba en varios órdenes de magnitud, especialmente a los objetos que estuvieran cerca del suelo. Objetos como cortaplumas, perlas, cortezas, monedas, papeles y cualquier cosa que la gente llevara consigo y que sospecharan que podían resultar afectadas de forma interesante dentro de los poderosos campos cuánticos. La mitad de las veces el intento de montarse a la ola fallaba, por supuesto, porque era totalmente impredecible. Jason observó atentamente a sus compañeros de viaje mientras preparaba su cortaplumas para dejarlo caer al piso de abajo.

Una aguda llamada de sirena resonó por toda la nave y los pasajeros lanzaron sus objetos sobre la baranda. La realidad se alteró con una sacudida nauseante y sobre ellos el enorme techo de observación les mostró al planeta acuático Rasmussen 6, que el descubridor había encontrado sólo días después de haber encontrado el paradisíaco Rasmussen 5.

Muchos pasajeros admiraron su nueva vista y se movieron a los salones de observación para tener una vista completa de sus alrededores. Una parte numerosa de ellos, sin embargo, descendieron por las escaleras hacia el pozo, para ver qué les había deparado el destino a los objetos que habían descartado.

Jason Rearfell los siguió al pie de las escaleras y se paró sobre el piso cuántico, una placa de metal de unos treinta centímetros que separaba el impulsor del resto de la nave. Aún así, la influencia del dispositivo era tan grande que afectaba especialmente los objetos pequeños que quedaban atrapados en sus campos fluctuantes, causando resultados extraños. Cayeron monedas al suelo sobre el canto y quedaron paradas, unos trozos de papel quedaron plegados en obras de arte origami de formas notables, una bolita de vidrio se transformó en una escultura de Lichtenberg y una naranja se convirtió en una fruta roja y larga con espinas de un verde brillante.

El cronista de la nave registró todo cuidadosamente para los investigadores que vinieran después. Algún día alugien encontraría, de algún modo, un patrón en las transformaciones del campo cuántico.

Jason recuperó lo que había quedado de su cortaplumas. Levantó el bulto metálico y notó que pesaba mucho, mucho más de lo que esperaba. Incluso le requirió un esfuerzo importante levantarlo del suelo.

—Esto parece interesante —dijo el cronista de la nave.

—Podría decirse —dijo Jason—. Estimo que este montoncito pesa unos cinco kilos, hasta donde puede estimarse eso en esta gravedad artificial.

El cronista examinó el bulto con un escáner de bolsillo y subió los datos al cerebro central de la nave.

—Ciertamente interesante —dijo—. El cerebro dice que es un trans doscientos, uno de los más estables.

—¿Vale algo? —preguntó Jason.

—Hay coleccionistas a los que les gustan estas cosas —respondió el cronista—. A propósito, no conozco a ninguno. Igual creo que es un lindo recuerdo.

—Quizá esto dará algún resultado en las Naves de la Madre Océano —dijo Jason, pensando en su próxima excursión a las ciudades flotantes del planeta que tenía a sus pies. Miró hacia arriba y a través del techo de observación vio el borde de sombra del planeta deslizarse sobre una de las ciudades, que empezó a brillar como una criatura de muchos brazos.

El cronista se despidió y Jason hizo girar en las manos el pesado cortaplumas, haciéndose preguntas, esperando. Una voz suave interrumpió sus pensamientos. Levantó la mirada y vio el rostro de un hombre de mediana edad. Le recordaba a alguien a Jeson, pero su mente no estaba trabajando a toda máquina.

—Disculpe, no escuché.

El hombre negó con la cabeza.

—Está bien —dijo con voz suave.

Parecía que los ojos le temblaban mientras miraba a ambos lados. Jason notó un rostro delgado, cabello castaño, sienes canosas, ojos hundidos de color marrón con ojeras oscuras y azuladas, y arrugas en todo el rostro. Usaba una túnica arcaica azul oscuro, casi como un uniforme.

—Me preguntaba dónde… dónde estamos, pero vi el Sexto Mundo por la ventana, así que ahora lo sé.

—Ah, sí, Rasmussen 6 —dijo Jason—, el planeta Océano. Dicen que las ciudades sumergidas son impresionantes. Y las construyeron sobre las ruinas de razas que vivieron allí hace mucho tiempo. ¿Se imagina la escala de tiempo?

—No lo sabía —dijo el otro hombre—. En mi época estaba feliz con que un planeta tuviera bastante oxígeno, agua y plantas verdes. Al menos estaría algo seguro de que permitiría la vida humana.

—Ajá, ¿usted fue un descubridor? ¿Un Buscador de Planetas? —preguntó Jason. ¿Este era el hombre que estaba esperando?—. Es una profesión moribunda. Pero usted me resulta conocido, ¿puede que nos hayamos visto antes? Me llamo Jason Rearfell, mucho gusto.

—La verdad, no lo sé —dijo el hombre—. Me llamo Rasmussen.

—Ya veo. Debe ser un familiar —dijo Jason—. Se le parece algo.

Rasmussen lo miró, con los ojos entrecerrados.

—Podría decirse, sí. —Miró alrededor y pareció nervioso—. ¿Podemos ir a un lugar más tranquilo?

Jason volvió a mirarlo. Su aspecto no es el que esperaba, ¡pero es él!

—La cúpula de observación en el lado espacial de la nave normalmente está vacía.

Una sonrisa leve adornó el rostro de Rasmussen.

—No me sorprende. Por naturaleza los humanos estamos incómodos en la oscuridad. El espacio infinito allá afuera, su ausencia de luz, nos da terror.

Jason caminó por delante.

—Así parece. Eso hace más especial el hecho de que los descubridores de antaño se atrevieran a aventurarse en el espacio en sus bañaderas.

Ach, la cuenta regresiva de cada salto cuántico era siempre emocionante, especialmente en los primeros años cuando había que calibrar la configuración después de cada salto o intento de salto. A menos que uno disfrutara de ser una capa de un átomo de altura desperdigada a través de los años luz —dijo Rasmussen.

—Lo cuenta como si lo hubiera vivido, señor Rasmussen —dijo Jason—. Si no hubiera leído en las revistas animadas que Palle Rasmussen desapareció en la Zona Prohibida hace más de 200 años, sospecharía que usted es él.

Rasmussen se puso tenso.

—¿Zona Prohibida? ¿Doscientos años? ¿Está seguro?

—Lo leí hace unos días, así que sí, bastante seguro —respondió Jason.

—¿Y qué pasa si realmente soy Rasmussen? ¿Qué? —preguntó Rasmussen. Se sentó en el bar de la cúpula de observación. De atrás del mostrador surgía un brillo suave que le bañaba el rostro en una luz fantasmagórica.

Jason se sentó a su lado y se llevó las manos al regazo. El extraño hombre lo divertía y le interesaba, y decidió seguirle la corriente. Cualquier información podía resultarle útil.

—Le preguntaría qué aventuras vivió en este tiempo, desde que desapareció en la Zona Prohibida. Apuesto que tiene historias interesantes que contar.

Rasmussen pidió un vaso de cerveza en el bar automático. Dio un largo trago del líquido dorado y chasqueó los labios.

—Delicioso. La Zona Prohibida, como usted la llama, está justo en el centro del cúmulo. Desde allí no se emite ninguna luz ni pasa luz alguna a trevés de él, así que después de que encontré el Planeta Diecisiete, decidí volver a la Tierra a través de la Zona Prohibida, que en ese momento no estaba Prohibida.

—¿Pero pasó algo?

—No, todo salió bien. Hay mucha materia oscura en el área y a veces parecía que mi nave transitaba una sopa espesa. Salvo eso encontré las porquerías habituales del espacio: rocas, hielo, nubes de gas, nada especial.

—Pero debe haber pasado algo, ¿no? —preguntó Jason. Las dudas que tenía sobre la autenticidad de este Rasmussen retrocedían lentamente. Quizá sea el verdadero Rasmussen después de todo.

Rasmussen guardó silencio algún tiempo, mirando a la oscuridad de afuera.

—La Zona Prohibida, como usted la llama, está llena de materia y energía oscuras. Sin embargo, son un mero subproducto del estado cuántico del universo en ese punto en particular.

—No soy científico, señor Rasmussen. Sé que los impulsores estelares usan tecnología cuántica, pero mi conocimiento llega hasta allí —dijo Jason.

—Está bien, deje que le explique —respondió Rasmussen—. El mismo efecto empleado por la tecnología de nuestro impulsor estelar se produce naturalmente en el universo. Pero, mientras que nosotros creamos una onda temporal de efectos cuánticos y la navegamos, esto es como un lago en una marea, estático, con influencias del exterior, pero siempre en el borde de nuestra realidad consensuada. Es el lugar donde lo impensable se vuelve viable y los cimientos de nuestro universo se vuelven fluidos como agua que corre.

—¿Como los efectos del pozo cuántico cuando lanzamos objetos pequeños hacia abajo para ver cómo cambian? —preguntó Jason.

—Un estado continuo de flujo que emite cambios y que puede convertir, y convierte, todos los deseos en realidad cuando uno se acerca. Después de todo, nuestra observación influye sobre el estado de la materia. —Rasmussen sacudió la cabeza. —Es como mirar en el corazón de una estrella oscura que conoce nuestros sueños más profundos, escondidos, oscuros y viles. Y los vuelve realidad… —Cerró los ojos y se frotó la frente con la mano—. Las cosas que he visto. Lo que he vivido…

—Suena a que es un lugar intrigante —dijo Jason—. Puedo imaginar que si uno está allí, puede no querer irse jamás.

—Usted sólo ve las posibilidades y piensa que puede aprovecharlas de forma positiva —dijo Rasmussen—. Y ese sería el mayor error: usted cree que la humanidad está sola en el universo.

Jason miró a Rasmussen.

—¿Me está diciendo que encontró extraterrestres?

Rasmussen suspiró.

—Sí. Y no.

—Suena confuso —dijo Jason.

—Los efectos de una permanencia prolongada dentro de un pozo cuántico —dijo Rasmussen sonriendo—. Ya sé. No, sentí que no estaba solo. Algo estaba allí conmigo, dentro del corazón de esa estrella oscura, que me mostró, me hizo experimentar, que hay mucho más de lo que alguna vez podría haber imaginado.

Jason sonrió con suficiencia.

—Si nunca lo vio, ¿cómo puede saber si era humano o no? Estoy bastante seguro de que la mayoría de los humanos tienen pensamientos que preferirían no revelarle al universo.

—Eso sería muy preocupante —dijo Rasmussen—. Un humano que pudiera crear realidades como las que he visto, sólo guiándose por su observación. Sería la mayor amenaza posible para la humanidad.

—¿Consideró acaso que esa puede haber sido una expresión de su mente subconsciente? ¿Quién puede decir la reacción que la materia exótica puede tener ante esos pensamientos profundos? Ni siquiera sabemos aún cómo se transforman los objetos que los turistas arrojan al fondo del pozo cuántico —dijo Jason—. Yo no excluiría el subconsciente.

Rasmussen se puso pálido.

—Mi subconsciente podría estarme mostrando una imagen de un crucero de lujo, cuando en realidad estoy en mi nave espacial dentro de la Zona Prohibida.

Jason frunció el ceño.

—Pensé que habíamos dejado claro que usted no era Palle Rasmussen en persona. Casi te tengo donde yo quiero, viejo.

Rasmussen miró alrededor, obviamente nervioso.

—Debo irme. Ya no puedo estar seguro de nada. Ni siquiera de si realmente estoy aquí o no.

—A mí usted me parece bastante real —dijo Jason, pero Rasmussen ya se había ido de la cúpula de observación. Un minuto más tarde sonó una alarma indicando que habían lanzado una de las cápsulas de rescate.

Jason sonrió y se tomó otra cerveza. Su juego con Rasmussen se estaba volviendo más grande y más complejo. En algún momento sólo había podido ejercer una influencia leve, pero ahora estaba llegando a entender al hombre detrás del hombre a tal grado que podía comunicarse directamente con él.

Recordaba bien su llegada al pozo de la estrella oscura, y su hallazgo del módulo de exploración de Rasmussen que contenía el cuerpo durmiente del buscador de planetas, macilento, pero vivo gracias al cerebro de la nave. En su primera noche allí, abrió los ojos y la mente. Vio el corazón de la estrella oscura y las posibilidades que ponía a su disposición, que le asustaban pero también lo llenaban de una euforia mezquina. Ahora entendía, muy bien, por qué Rasmussen se detuvo con el número diecisiete. El dieciocho era su logro supremo. Y Rasmussen era la forma de Jason para acceder a ese logro: el explorador había estado soñando durante docenas de años con las incontables realidades del lago en la marea, completamente acostumbrado para entonces al flujo del espacio local. Jason quería poseer esas habilidades. ¿Quién querría descubrir planetas cuando tenía una multitud de universos a su disposición?

Tomó el último trago de su cerveza y cuando estaba por salir de la cúpula de observación notó una sombra en la oscuridad eterna. Por un brevísimo momento pensó que había visto el rostro del cronista de la nave, pero cuando parpadeó, la imagen se había ido. La duda le duró menos de un segundo.

Se encogió de hombros y sonrió, pensando en los próximos escenarios que representaría para enloquecer del todo a Rasmussen, lo que le permitiría robar el conocimiento y la experiencia del viejo sobre el corazón de la estrella más oscura.


Mike Jansen nació y vive en los Países Bajos, y ha publicado textos de variada extensión en antologías y varias revistas en su país natal y en Bélgica, incluyendo Cerberus, Manifesto Bravado, Wonderwaan, Ator Mondis y Babel-SF, y antologías publicadas por Verschijnsel: Ragnarok y Zwarte Zielen («Almas negras»), entre otras.

Se domicilia en la ciudad de Hilversum, cerca de Amsterdam. Ha ganado los premios King Kong a mejor nuevo autor y mejor autor en 1991 y 1992 respectivamente, así como una mención de honor por un trabajo presentado para la competencia de lanzamiento de la revista australiana Altair en 1998.

Otras publicaciones suyas pueden encontrarse en http://www.meznir.info.

Ha publicado en Axxón; en Ficciones: INSTRUCCIÓN PARA DECONSTRUCCIÓN (nº 291), LAS CATACUMBAS (nº 298), HASTA QUE LLEGUE UNA LUZ ROJA (nº 299).

Deja una Respuesta