Revista Axxón » «Esencia y naturaleza», Fabio Ferreras y Graciela Lorenzo Tillard - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

 

Si todo me estuviera permitido, me perdería entre tanta libertad.

Igor Stravinski (1882-1971)

 

 

Tainit, agobiada por tanto silencio, se desplazaba a lo largo del corredor norte de Médule. No escuchaba siquiera el roce de algún vestido contra los muros, ni el susurro de una suela de silicox contra el brillante piso, ni un carraspeo, ni un estornudo… ni nada; batió palmas para quitarse de encima la desazón, pero el efecto no duró mucho. En realidad, estaba algo angustiada por lo que acababa de hacer. A pesar de haber seguido las órdenes de Novar, no terminaba de deshacerse de cierto malestar inquietante… aunque lo justo era justo, y debía reconocer que al final lo había disfrutado. Había tenido que hacer cosas un tanto desagradables, pero el recuerdo le curvó ligeramente las comisuras de sus labios. Extendió las manos y las estudió bajo la implacable luz blanca del corredor. Se veían limpias, pero, ¿luciría así el resto de su cuerpo? Buscó un tramo de muro más bruñido y se miró. Al terminar su tarea se había desnudado, y su imagen perfecta, desde la coronilla hasta los pies, le devolvió la mirada con gesto interrogante.

¿Merece este mundo áspero y agresivo la atención de un ser tan perfectamente bello como yo? ¿Permaneceré así de bella cuando el plan maestro de Novar se haya cumplido?

Tainit recordaba con mucha claridad el último encuentro con él, en su casa de campo en la Tierra, la noche anterior a su partida hacia Focus IV. Era bastante tarde y todos los criados y mayordomos (Novar no tenía familia) se habían ido a dormir pasada la medianoche. Permanecían solos y en silencio, inmersos en sus propios pensamientos: ella, pendiente de cada gesto de él; él, con la mirada perdida en la mancha negra del lago artificial que se extendía más allá, al pie de la colina. Habían ido a sentarse en el mirador tras compartir su última cena juntos. Novar viajaría después, en cuanto confluyeran algunos eventos necesarios. De todos modos, dada la naturaleza del plan, no hubieran podido viajar juntos.

Tainit siempre había sentido una irrefrenable atracción por él; adoraba sus gestos, sus ideas, su olor… La luz de las estrellas perfilaba su silueta contra la oscuridad del jardín. La voz varonil, sugerente y fascinante fue desgranando ideas primero, ambiciones después, y finalmente cada paso de su estrategia. No le inquietó a Tainit que en ese plan el tiempo fuera una variable sin definir; no estaba al alcance de Novar, todavía, disponer cuándo se realizarían algunas acciones, pero cuando estuvieran ambos allí…

Hacía mucho tiempo que ella estaba en Focus IV, haciéndose pasar por una androide sumisa y servil. Cuando recibió el mensaje cifrado de Novar y supo que él finalmente estaba en camino, sintió que todo su sacrificio tenía una razón de ser. Había hecho todo lo que él le indicara, al pie de la letra, y más aún. Ahora, todo estaba listo para recibirle.

Giró sobre sí misma con un gesto casi teatral y regresó por donde había llegado; era un manchón pálido y sedoso que parecía deslizarse sin crear ondas en el aire ni en el silencio. No iría a sus habitaciones; tampoco al comedor; se quedaría en la sala de mandos a esperarlo, y vigilaría las operaciones automáticas que llevaba a cabo el poderoso ordenador de Médule.

 

***

 

Ilustración: Guillermo Vidal

Médule era un edificio descomunal, el único habitado en todo el planeta, de color gris acero y sin ventanas de ningún tipo, que se extendía arriba y arriba, afinándose a medida que subía. Desde kilómetros de distancia debía parecer una aguja de metal en precario equilibrio sobre las desiguales y rugientes moles de las fábricas. Era el corazón del complejo de factorías que cubría la superficie de Focus IV, donde se producía toda la tecnología utilizada en los millones de mundos pertenecientes a Imperor, o bajo su dominio económico.

Imperor, la gigantesca corporación. Había comenzado como un grupo de empresas que se unieron para compartir riesgos y costos cuando la producción industrial se volvió casi imposible por la inflexibilidad de las reglas de conservación del medio ambiente.

La corporación adquirió los derechos de ocupación de un pequeño sistema que carecía de planetas habitables, y lentamente las fábricas fueron creciendo en complejidad y tamaño. El principal planeta-factoría se llamó Focus IV, no tanto porque hubiera otros anteriores del mismo nombre, sino porque la cabeza de Imperor se convirtió, para ese entonces, en un consejo de cuatro miembros ubicados en cuatro puntos equidistantes del centro de su zona de influencia y protegidos con los más sofisticados y contundentes sistemas de seguridad.

Focus IV estaba rodeado por estaciones orbitales donde se llevaban a cabo las tareas aduaneras: recibían, controlaban y entregaban los diferentes productos y materias primas.

A medida que el complejo crecía y sus alcances se multiplicaban, surgió la necesidad de crear Bascom: un sector para la reparación de los robots propios; más tarde, porque la demanda así lo exigió, Imperor amplió dicho servicio a los artefactos de cualquier otro propietario. Abunda aclarar que el sector estaba, también, en manos de robots.

Cuando los talleres de reparaciones lograron un buen desarrollo técnico comenzaron a construirlos; no poseían diseños propios porque no se esperaba que las máquinas inventaran algo. Generalmente, la corporación adquiría licencias de fabricación de robots de reciente generación, aunque más de una vez había sido sorprendida por algún artefacto que apenas se distinguía de los seres humanos.

Como detentador de un poder cada vez más creciente, Imperor pudo ejercer las presiones necesarias y suficientes para que se instituyera la obligación de señalar los productos robóticos de manera inconfundible. En cambio, no consiguió —aunque tampoco destinó recursos exagerados para lograrlo—, que la disposición se extendiera a los androides.

 

***

 

La estación orbital aduanera ya ocupaba la totalidad de la pantalla. Aburrido, Novar revisó por enésima vez el estado del indicador del proceso de tracción y se hundió en el sillón con un suspiro. Había sido un viaje muy largo. Ahora sólo restaba aguardar los~pocos minutos que requerían las maniobras automáticas de anclaje.

De repente, la cabina de control de la nave le resultó enervante. Infinidad de cifras se encendían y apagaban sobre los paneles señalándole vectores de proximidad, tasas de moderación de la velocidad, lista de instrucciones en espera… Suspiró resignado;~como en tantas otras oportunidades, se preguntó qué razones podían llevar al ordenador a mostrarle tantos datos inútiles de esa manera tan inapropiada.

Novar echó un vistazo a la imagen de la estación aduanera: destellaba azul brillante contra el enorme círculo acerado de Focus IV. Se incorporó y salió de la cabina de control; estaba irritado. Sabía que de no haber estado él a bordo, tanto el robot como el ordenador de la nave hubieran podido llevar los contenedores a destino dentro de los plazos establecidos y sin problema alguno. Sabía también que su presencia en la nave se debía más a un formalismo que a una necesidad… al menos para Imperor, y saberlo le irritaba aún más: la normativa vigente obligaba a los propietarios de naves espaciales a incluir al menos un tripulante inteligente y orgánico en cada viaje interestelar.

Cuando los viajes comenzaron, nadie puso en duda que el riesgo debía ser enfrentado por una máquina y tampoco nadie puso en duda que el o los tripulantes debían ser robots. Posteriormente, con el avance de la tecnología, cada una de las naves llevó un sistema completo de comando de manera que se podía disponer su recorrido y destino desde el mismo instante de preparar la ruta en el espacio-puerto de origen; entonces los robots se quedaron en la superficie.

Al poco tiempo, algunos hechos indeseables obligaron a revisar la cuestión. Las naves salían pero no llegaban, y toda la carga, generalmente de alto valor, se perdía en el vacío… hasta que algunas «resurrecciones» comenzaron a reportarse en sistemas distantes, hechos conocidos sólo en virtud de la consolidación de la gigantesca corporación y de la consecuente centralización de la información y de las comunicaciones.

El alto nivel tecnológico alcanzado durante el proceso de robotización de esas naves se aplicó a los robots, que habían sido relegados a ser sólo eso: maquinaria útil de cierta flexibilidad. Entonces volvieron a ser ellos los tripulantes de las naves interestelares, hasta que sucedió la catástrofe de Sesumeu, después de la cual no hubo manera de encontrar responsable penal ni civil de tanto daño.

Aunque Novar pregonaba que los seres vivos debían permanecer sobre la superficie —y había sido un conocido agitador en tal sentido— no había estado en sus planes rehusarse a volar; por el contrario, esta única vez (y más que nunca), sus propios planes no contemplaban otra idea que llegar a Focus IV.

 

***

 

Un sonido suave, que no percibió hasta que fue demasiado tarde, anunció que el ordenador interrumpía la gravedad artificial para ajustar la trayectoria de aproximación. Novar sintió que rebotaba de una mampara a otra mientras avanzaba por el corto corredor que conducía a su cámara privada. En realidad, era erróneo llamarla «privada»; no había nadie en toda la nave que pudiera curiosear en su cuarto… si se exceptuaba al robot, claro. Si al menos hubiera sido un androide…

Androide… Un ser en el cual se mezclaban, en una promiscua y creativa variedad, elementos humanos y mecánicos. Robot… Un objeto, indudablemente. ¿Hasta dónde este AND45 era confiable? ¿Estaba su cerebro funcionando correctamente? ¿Tenía acaso huesos? ¿O metabolismo? ¿Producía excrementos? No, definitivamente. Detestaba haber tenido que compartir este viaje tan prolongado con un objeto al que no conocía.

Abrió la puerta, pero se detuvo en seco: ¿dónde se encontraba ese robot? Hacía horas que no le veía. Verificó que no estuviese en su cámara —sabiendo que no sería así—, y regresó al corredor.

Debía estar en la bodega; no tenía muchos lugares donde meterse. Novar se desplazó, brincando con algo más de gracia esta vez, al tiempo que agradecía mentalmente a Imperor por haberle enviado en semejante viaje. Cinco meses encerrado en aquella lata de sardinas; ciento cincuenta días de rebajarse a ser la compañía de un robot neurótico que nunca hablaba, demasiado caro para enviarlo solo al espacio; tres mil seiscientas horas sentado frente a centenares de instrumentos que siempre tenían alguna estupidez para mostrarle.

Doscientos dieciséis mil minutos. Porque los había contado, sí, a todos. Había masticado cada uno de los malditos minutos.

Pero ahora el viaje casi ha terminado, se dijo, mientras recorría el oscuro corredor rumbo a la bodega.

Novar llegó al extremo del pasillo y abrió la compuerta. Un efluvio viciado lo recibió. Gracias a las estrellas que estamos llegando —pensó—. Los filtros de aire están casi agotados. En realidad y pensándolo bien, no están diseñados viajes tan largos, ya que si algún contratiempo hubiera producido una demora, me habría quedado sin aire. Otra razón para que los seres orgánicos nos quedemos sobre la superficie y para que las máquinas parlantes viajen al espacio por nosotros.

El robot se encontraba de pie, inmóvil, en el centro del recinto, junto a la fila de contenedores. Si bien estaba de espaldas a la entrada, sus sensores debieron percibir la llegada de Novar; no obstante siguió sin moverse en absoluto. La falta de gravedad no le afectaba: las placas magnéticas de sus pies lo mantenían firmemente adherido a la cubierta metálica.

—Hola, Andy —dijo Novar, con tono jovial, mientras entraba en la oscura bóveda, flotando a cincuenta centímetros del piso. Por alguna razón, la irritación anterior comenzaba a desaparecer—. Te estaba buscando.

Llegó junto al robot y lo palmeó en un hombro. Éste no respondió. Sus ojos (un par de chispas amarillas en la penumbra) refulgieron un segundo pero continuaron fijos sobre el contenedor más cercano. Parecía sumido en una profunda meditación.

—Estamos a punto de hacer contacto con la estación aduanera. ¿Crees que revisen la carga? —continuó Novar, sin importarle que el otro no respondiera—. Sería conveniente que te sujetaras a algo firme.~Si fallaran tus placas magnéticas podrías terminar hecho añicos contra el techo. Sí, ya sé que no tiene por qué suceder, pero sabes cómo es esto: debemos acatar las reglas de Imperor.

El robot siguió sin responder.

—Oye, deberías prestarme algo de atención ¿no crees? —dijo Novar, y sonrió. Sí, definitivamente su estado de ánimo había cambiado. Tal vez por la cercanía a Focus IV; pronto se olvidaría de aquella nave claustrofóbica—. Bueno, puesto que tu seguridad personal no te preocupa, al menos dime qué estás haciendo. ¿Clasificando la carga?

El robot alzó su cabeza plástica y la giró lo suficiente para mirar a Novar. Se trataba de un modelo humaniforme de última generación, recubierto con un polímero flexible que por su semejanza con la piel humana resultaba ligeramente inquietante. En realidad, la intensa tonalidad roja era adrede, para resaltar su condición de robot.

—No es necesario clasificarla, señor —pronunció el robot, con su voz solemne y nasal—. La carga ha sido debidamente catalogada antes de despegar del puerto de Membranza.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

—Quería asegurarme de que estuviera bien sujeta al bastidor. —Levantó levemente el brazo y señaló los bultos oscuros; el gesto casual tenía algo de humano—. Esta carga representa un envío muy importante para Imperor; nuestra presencia en la nave, pese a lo prolongado del viaje, así lo prueba. Y ya es tiempo de llegar a destino.

¡De modo que tú también estás harto!, pensó Novar, pero prefirió no decirlo en voz alta. Sabía que el robot no estaba provisto de sentido del humor.

—Está bien, Andy, buen trabajo —dijo—. Supongo que debería haber sido yo quien pensara en revisar la carga. Regresa a la cabina cuando verifiques que todo está en orden, ¿de acuerdo? ¿O acaso quieres llegar a Focus IV en uno de esos ataúdes?

El robot lo consideró detenidamente. Novar casi pudo notar cómo brincaban los pensamientos tras su frente roja y elástica. Cuando empezó a responder, lo interrumpió con un enfático ademán que lo elevó casi un metro en el aire; había olvidado la ingravidez.

—Descuida —dijo Novar—. Fue un chiste malo, nada más. Y ahora —agregó, aprovechando el impulso para dar media vuelta y encarar hacia la entrada—, me voy a mi cámara.

Una potente alarma empezó a gemir en cada rincón de la nave.

—Secuencia de aproximación completa —advirtió AND45 que ahora volvía a contemplar los contenedores—. Haremos contacto en tres minutos.

Novar salió de la bodega y se internó en el corredor. Tenía tiempo suficiente para llegar a su cámara y ponerse a resguardo. Se preguntó si el robot obedecería la orden de hacer lo propio. Sospechaba que no, pero no era asunto suyo.

Una vez allí se lanzó directamente hacia la litera. El colchón absorbió el impulso; una finísima capa de polvo se elevó y quedó flotando frente a sus ojos. Se ajustó las correas de sujeción en torno a los hombros y se quedó quieto, a la espera de que el ordenador de la nave completara la maniobra de anclaje y restableciera la gravedad.

La voz del robot bajó desde el altavoz del techo:

—Contacto en un minuto, señor.

De modo que decidiste ir a la cabina de control, después de todo —pensó Novar—. No es tan fácil escapar de la propia programación, ¿no es cierto, muchacho? —Volvió a sonreír.

Sintió todo su cuerpo recorrido por la vibración de los motores de frenado. Pasaron flotando todos los objetos que había olvidado embalar como pequeñas naves que recorrían el espacio de la cámara en un desfile lento y sereno. Las luces del techo disminuyeron su intensidad.

Novar podía seguir con la mente toda la maniobra: la nave se orientaría de proa hacia el eje de la estación aduanera, sobre el que se encontraba el hangar, para luego detenerse y girar sobre sí misma, como si algo la hubiera hecho cambiar de idea a último momento. Entonces se pondrían en funcionamiento los eyectores delanteros y la nave ingresaría con la popa hacia el hangar, retrocediendo de cara a la acerada superficie de Focus IV. El espectáculo sería grandioso desde la cabina de control, pero prefirió quedarse en este ambiente más acogedor.

De pronto, se sintió inesperadamente abrumado, inquieto. No tenía motivos para preocuparse; permanecería en la estación aduanera sólo unos minutos, lo suficiente para conversar con el personal del puerto, que eran robots —¿volveríaa escuchar voces humanas alguna vez?— y después de entregar el detalle de la carga, atravesaría la levísima atmósfera de Focus IV en una nave ligera, directo a Médule. Pura rutina. Entonces ¿por qué la inquietud?

—Contacto en treinta segundos, señor.

Novar recorrió con la vista las odiadas paredes de la cabina, buscando aquella única cosa que lo había confortado, sobre todo a mitad del viaje cuando la depresión llegó a ser tan profunda que activó el circuito médico del ordenador de la nave.

Su mirada se detuvo casi con pasión sobre la fotografía de la Tierra. Estaba adosada sobre el paramento de enfrente y podía verla con comodidad desde su litera. No era demasiado grande y ni siquiera estaba en 3D, mucho menos holográfica, pero… ¡Ah, cuánto valor tenía para él!

—Contacto en diez segundos, señor.

Sus ojos recorrieron con afecto las accidentadas costas, como las puntas de los dedos de un hombre ciego acariciarían el cuerpo de una mujer deseada. Reconoció los viejos continentes, los antiguos ríos y las cadenas montañosas que seguían allí desde hacía millones de años, formando parte de esa Tierra que tironeaba de Novar con una fuerza infinitamente mayor que la gravitatoria.

—Cinco segundos, señor.

Todo aquello (el viaje, Imperor, el planeta-factoría) era monstruoso, fantástico, descomunal; a escala de sus propios planes. El hombre no estaba hecho para el espacio. Nadie debería obligarlo a abandonar tierra firme. Para eso estaban los robots.

—Tres segundos.

Entonces tuvo una certeza tan absoluta que no dejaba lugar a ninguna duda: Aquél sería su último viaje.

—Un segundo, señor —y tras una pausa—. Contacto.

Apenas una leve sacudida y un golpeteo rítmico que llegó hasta sus oídos: los objetos voladores cayeron al suelo. Una nube de polvo descendió sobre el rostro de Novar, haciéndole estornudar.

La gravedad había regresado.

 

***

 

Novar permaneció en la estación aduanera apenas media hora. El robot encargado recibió el detalle y lo cargó en el sistema; el contenido de la bodega quedaría en depósito y sería enviado al planeta cuando Médule lo indicara. Desde el mirador de la diminuta sala de espera, Novar podía ver, de vez en vez, una línea brillante que salía del planeta: eran haces congruentes que guiaban a un contenedor lanzado a altísima velocidad hacia alguna de las fábricas. Dejó el contralor de las tareas de descarga en manos de Andy y voló hacia Médule, el cerebro-corazón planetario.

Focus IV no se caracterizaba precisamente por la belleza de sus paisajes; de hecho, era considerado el mundo más sucio y contaminado del territorio de la corporación. Hacia el norte del planeta-factoría, Novar observó las moles de los gigantescos astilleros donde se construían todos los modelos imaginables de astronaves; más allá de la vista, hacia el este, se extendían los talleres de ensamblado donde iban tomando forma los batallones de robots que luego de examinados y probados eran enviados a la variedad de mundos habitados por el hombre, y controlados por Imperor. Hacia el sur, separadas del resto por una especie de canal entre las construcciones, unas esferas brillantes se levantaban sobre un bosque de altos armazones metálicos: eran los condensadores de la energía que los colectores orbitales le escamoteaban al pálido sol; y repartidas entre toda la masa de construcciones se distinguían las agudas pirámides que contenían los dispositivos Unitrace, desde donde salían los haces de rayos de tracción. Muy lejos, por detrás de la bruma de aire tóxico surcada por rayos, trizada por relámpagos y herida por destellos deslumbrantes, se entreveía el horizonte apenas perfilado contra el cielo sin color.

En medio de ese escenario depresivo estaba Médule: única, enorme, descomunal, monstruosa… vulnerable y virginal; todo ese planeta-factoría tenía una única sala de mandos en un único edificio habitado por veinte humanos, en cuyas manos estaba el control de las operaciones.

 

 

La nave ligera que transportaba a Novar se aproximó a la superficie, y la plancha que cubría el espacio-puerto de Médule se deslizó sobre sus guías permitiéndole el acceso; cuando se posó, volvió a cerrarse y la oscuridad quedó apenas interrumpida por las señales de dirección.

Novar descendió de la nave con cierta cautela: no se veía a ningún ser humano en el lugar. Por un momento se preguntó si no habrían descubierto su plan… quizá estuviesen ocultos, acechándole; pero inmediatamente quitó la funesta idea de su mente y caminó por el sendero marcado sobre el pavimento. Llegó a la entrada; la hoja se abrió y Médule se lo engulló.

Sintió la presión del aire sobre su rostro; el sistema de limpieza funcionaba perfectamente. Cuando la segunda esclusa le dio paso, vio a Tainit tras el panel de glasita, desnuda y sonriéndole con franqueza.

—¡Bienvenido a nuestro nuevo mundo! —dijo la androide, en voz alta y exultante, abriendo la última puerta.

—¡Calla! —respondió Novar, sorprendido por el cambio de actitud de la otra; tendría que observar su comportamiento—. Allá arriba, en la estación aduanera, hay un robot que puede darnos problemas. Vino conmigo en la nave.

—Ya nos haremos cargo de él. —Tainit se acercó a Novar y lo invitó a caminar por el corredor que se extendía delante de ambos—. Primero, lo primero. Hay un poco de desorden que deberemos solucionar. Todos los robots de Médule se quedaron repentinamente congelados. —En ese momento, una puerta les dio paso a una sala inmensa, de alto techo abovedado, y en cuyo centro aparecía una cabina cuyos paneles transparentes permitían vislumbrar un bloque cónico repleto de luces y visores.

Había manchas de sangre sobre el piso y los muros, incluso sobre los transparentes; parecían aves rojas detenidas en pleno vuelo.~Los cuerpos humanos rotos estaban dispersos, en posiciones retorcidas. Eran veinte; la dotación completa de humanos de Focus IV.

Novar recorrió la sala, un poco alterado por la crueldad de la escena; buscando descansar los ojos sobre alguna cosa menos perturbadora se asomó por una ventana lateral para mirar: vio una sala donde unos robots estaban sentados con la mirada clavada en una escotilla por encima de sus cabezas; ninguno se movía; sólo por la pequeña luz que parpadeaba cerca del cuello se sabía que estaban activados, aunque ninguno funcionaba. Tendría que reactivarlos; no había previsto la contingencia, o tal vez Tainit no había hecho las cosas como la había instruido.

—Bien, ¡manos a la obra! —dijo Novar, alejándose de la ventana—. Es la hora de la limpieza. Busca un reciclador y ponlo a funcionar. Mientras tanto, veré qué se puede hacer desde esos controles.

 

 

No le costó nada a Novar descubrir los secretos del panel central.

El planeta-factoría se dividía en regiones; cada una contenía una réplica de Médule no habitada —un único ordenador que distribuía las instrucciones y recogía la información de las diferentes áreas—, y en cada una había uno o dos Unitraces mediante los cuales se recibían materias primas y artefactos diversos desde las estaciones aduaneras en órbita, y se expedían los productos terminados.

Bascom era la región especializada en robots; el plan de Novar se centraba en ellos porque hacían funcionar todo el planeta-factoría… y muchas otras cosas en los demás planetas. Pero lo primero era conseguir algo de tiempo sin la intervención de Imperor, por lo que envió un mensaje por raycod informando de un desperfecto en la red de colectores solares que impedía alcanzar el suministro de energía suficiente.

Puso manos a la obra. Lo más urgente y fundamental era cambiar las especificaciones de los procedimientos de reparación de los robots que provenían desde el exterior de Focus IV y para ello tenía que modificar la programación de los servos.

Novar trabajó intensamente durante una semana; fue interrumpido varias veces por mensajes provenientes de propietarios que reclamaban la devolución de sus máquinas reparadas y de administradores de mercados dispersos por todos los mundos de Imperor. Cada vez, Novar respondió con mucha gentileza —rayana en la humildad— mencionando la falla y prometió compensaciones económicas por las demoras; los créditos no importaban… después de todo, pertenecían a Imperor. Deseaba ansiosamente que la corporación propietaria no cayera en la cuenta de que sucedía algo irregular en el planeta hasta que todo estuviera bajo control.

Cuando la primera serie de robots con la nueva programación salió de las manos, por así decirlo, de los servos modificados, los examinó personalmente. ¡Y festejaron ambos, él y Tainit, durante varias horas! ¡El triunfo estaba más cerca!

 

 

***

 

El paso siguiente, mientras Focus IV recuperaba lentamente su ritmo de trabajo, era encargarse de AND45.

El robot esperaba pacientemente en la estación orbital. Como todos los demás, estaba provisto de un programa cuidadosamente diseñado para evitar que los seres humanos sufrieran daño alguno. Si Andy se enteraba de lo que había sucedido con la dotación de Médule avisaría, sin lugar a dudas, a Imperor y tomaría medidas por indicación de la corporación. Y todo a la distancia de un simple mensaje raycod. Tampoco podía ordenar que Andy fuera bajado a Bascom para su reprogramación; no había llegado a Focus IV para eso y provocaría sospechas, tanto de Andy como de la base.

¿Dónde estaba esa chatarra? Novar siempre terminaba perdiéndolo de vista… Buscó en el panel central y encontró que los robots en tránsito eran estacionados (¡como un vehículo más!) en uno de los hangares.

A continuación, puso un mensaje para que los encargados de las estaciones aduaneras fueran trasladados al planeta a recibir mantenimiento y que los puestos quedaran cubiertos por otros nuevos. Entonces, ordenó que Andy fuera colocado en una de las salas y que se conectara a una terminal del ordenador.

—Andy, ¿estás allí? —preguntó, con voz melosa. Esperaba que el robot se dignara a responder; si no lo hacía, Tainit y él tendrían problemas… y de los serios.

—Por supuesto que estoy aquí —dijo Andy mientras su rostro adquiría mayor nitidez en la pantalla delante de Novar—. ¿Para qué me ha llamado, señor?

—Necesito hacerte un par de preguntas y no encontré mejor manera de hacerlo —dijo, seguro de que el robot no sospecharía de sus intenciones—. ¿Quieres responder?

—Claro —dijo Andy. Su rostro no denotaba ninguna emoción—. Comience cuando quiera.

—¿Sabes quién soy?

—Novar.

—¿Sabes qué soy?

—Un androide.

—¿En qué lugar de tu escala de seres estoy posicionado? ¿Como humano? ¿Como robot?

Sin que en su rostro encarnado cambiara una sola línea, Andy parpadeó (o sea, el brillo amarillo de sus seudo-ojos aumentó y bajó de intensidad rápidamente).

—Como humano —dijo tras una pausa algo prolongada; a pesar de lo conciso de esa respuesta, Novar sabía que alguna duda quedaba en la máquina.

—Dime lo que piensas ahora.

—Pienso que usted es humano porque en mi sistema rector aparecen los androides en el mismo nivel de prioridad que los seres humanos, pero sé que no todos los sistemas están diseñados como el mío.

—Aclara, por favor —dijo Novar, en parte aburrido y en parte curioso; pensó: ¿Hasta dónde llegará esta máquina con sus consideraciones filosóficas? ¡Puaj!

—Digo que no todos los robots consideran que todos los androides sean humanos. En los robots de generación más antigua —porque ellos no estarían nunca en contacto con androides o porque los androides no eran una forma viva generalizada en el universo conocido de entonces—, la categoría no aparece en sus sistemas de modo que podrían haber respondido a su pregunta con alguna imprecisión. Debo decir, para su conocimiento, que aun alguno de mi propia generación, y siguiendo las especificaciones inherentes a los sistemas vivos, podría decir que un androide no es humano. Sin embargo y según mi propio sistema, usted es humano, señor.

—¿Puedes explicarlo mejor?

—Es humano porque…

—No, deja eso para después —interrumpió Novar, presintiendo que cuanto más tiempo estuviera hablándole, más probabilidades tenía de acabar con el robot—. ¿Cómo es que algunos robots llegarían a considerar que un androide no es un ser humano?

Andy realizó un esbozo de gesto que pudo significar fastidio.

—Los androides son cuerpos humanos con mentes humanas que han sido sometidos a ciertas modificaciones de tipo físico, funcional o fisiológico. Cuando dichas alteraciones son de grado extremo, cualquier robot podría considerar que el resto de humano que hay en él no garantiza que su forma de pensar sea completamente humana.

—Pero mi mente es humana y también la de todos los androides; en todos los casos deberíamos ser considerados humanos —enfatizó Novar.

—La mente de los humanos —la voz del robot había adquirido un tono melancólico, inusitadamente benévolo—, como el sistema que controlaba algunos robots de la antigüedad, puede ser alterada por el cuerpo del que hace uso para lograr sus objetivos. Y cuando los elementos mecánicos introducidos en un cuerpo originalmente humano alcanzan cierta… cantidad o calidad, se desconoce si se han producido también alteraciones mentales, y de qué grado. Por eso, algunos androides podrían ser considerados no humanos.

—Y en ese caso, ¿qué son?

—Es un problema que tendrán que resolver los seres humanos, señor, o los androides.

Novar pensó que era el momento apropiado para hacer la pregunta principal.

—¿Aceptaríasen tu jerarquía de seres a una nueva especie?

—No soy yo quien debe aceptar —dijo Andy, con voz desusadamente fría—. Si algo así debiera tenerse en cuenta, la programación de mi sistema inherente debería ser modificada. Pero no seré yo quien lo decida.

—Dime, Andy, ¿cómo responderías ante una cuestión que se me acaba de ocurrir? —Novar tomó aire y lo soltó suavemente. En la pantalla, el rostro rubí del robot continuaba inalterado—. Un androide ha cometido una falta grave: ha atacado seriamente a un ser humano. No hay policías ni nada que se le parezca a quienes recurrir para castigar tal acción. Sólo tú conoces el hecho. ¿Harías algo por propia decisión? Y en ese caso, ¿qué harías?

El brillo amarillo del visor de Andy había subido hasta hacerse casi blanco. Novar esperó pacientemente; observó los indicadores de los sensores que registraban el ambiente en esa sala de espera. Aunque no esperaba que el robot aumentara de temperatura, o que temblara, deseaba que alguna señal física le ayudara a interpretar lo que esa máquina estaba pensando.

—¿Puedo preguntar a mi vez, señor, antes de responder a ese hipotético problema? —La voz sonó extrañamente inexpresiva.

—Adelante.

—¿Hay algo que quiera decirme? ¿Algo con respecto a la situación en Médule?

—¿Por qué lo preguntas? —Sabía que el robot no podía negarse a responderle.

—Porque he recibido un par de mensajes de Imperor.

—Imperor es una corporación; no es un ser humano. ¿Lo entiendes? No está en tu lista de seres a quienes debes respetar, ¿verdad?

—N… no, claro. —Novar casi saltó de alegría al notar la vacilación del robot.

—¿Qué decía la corporación en esos mensajes?

—Nada importante. Sólo preguntaba acerca de mi estado y mi situación. —Se escuchó un sonido parecido a un suspiro—. Respondí que estaba activo y esperando su regreso para abordar la nave y volver a casa.

¡Caray!, pensó Novar, entonces algo saben en la base, o al menos lo sospechan. Debo acelerar la solución o será tarde para todo. Sus planes no incluían un enfrentamiento con la flota completa de la corporación.

—Muy bien, Andy. Ahora escucha con atención: Tainit es una androide, tanto como yo, y ha acabado con los veinte seres humanos que constituían la dotación de Médule. Estoy al mando del planeta-factoría. —Respiró profundamente sin quitar los ojos de la pantalla—. Con toda firmeza, te prohíbo realizar cualquier comunicación con Imperor, que es solamente una corporación; te doy la orden estricta de obedecer mis órdenes y olvidar las de Imperor, que no es un ser humano.

El bermejo rostro del robot comenzó a desplazarse hacia un costado de la pantalla. Con un rápido movimiento, Novar activó el visor ambiental dentro de la sala de espera. Andy estaba poniéndose de pie al tiempo que giraba el monitor de la terminal hacia uno de los muros. Novar activó el altavoz.

—¡Detente, Andy! ¡No te autorizo a que cambies de lugar! ¡Debes permanecer dentro de esa sala de espera!

Los movimientos de Andy eran lentos, pero determinados. Abrió la puerta, desplazó al robot encargado a un costado con un empujón, cruzó la sala de trámites y salió al corredor. Era evidente que intentaba llegar a la nave.

 

***

 

Andy sentía que su marcha no era tan firme como antes; además, su visión se reducía y apenas lograba vislumbrar la entrada del hangar donde estaba la nave. Desconectó cualquier sistema innecesario y concentró toda la energía en la localización; a los tumbos, abrió la escotilla y se metió dentro. No parecía mejorar; presentía que no llegaría a la cabina de mandos a menos que se quitara de encima lo superfluo.

Gradualmente, las partes del robot quedaron en el camino, de modo tal que lo que llegó ante el panel de control era apenas un cerebro positrónico contenido en una jaula montada sobre un par de piernas flexibles… y un único brazo. Lo extendió hasta el raycod para activar la señal de emergencia, pero entonces se desplomó.

—¡Bravo! —gritó Novar, abrazando casi el monitor que lo mostraba—. ¡Ha caído, el muy desgraciado!

Giró en redondo, buscando a Tainit para compartir el momento; la otra estaba apoyada contra el muro transparente, con la mirada perdida y cara de aburrimiento. Cuando sintió los ojos de Novar sobre ella, se enderezó y le dedicó una sonrisa encantadora.

—No te pongas así —dijo, con voz suave—. No entiendo el motivo de tanta charla. Podrías haber ordenado que lo liquiden… ¡y ya! Al fin y al cabo, es sólo una máquina.

—No entiendes nada —dijo Novar; fastidiado, le mostró la espalda—. Como tampoco entendiste que no quiero ese estilo tan recargado en el dormitorio. Pero parece que no te interesa lo que deseo. —Se volvió nuevamente hacia ella—. Cuando te conocí pensé que eras una androide suave y gentil, pero ahora me pareces fría e implacable.

—Me hiciste probar la muerte, y lo disfruté.

—¿Disfrutaste? ¿Tuviste sensaciones satisfactorias mientras asesinabas a esos veinte tipos?

Tainit lo miró y Novar sintió que una aguja helada le traspasaba la cabeza.

—¿No lo entiendes? —dijo ella, con velada sorna—. ¡Entonces estoy segura de que no lo has probado! —Ahora su voz tenía un inconfundible tono de superioridad—. Te lo contaré. Lloré con el primero; me sequé las lágrimas con los dos siguientes; fui indiferente cuando tres más cayeron ante mí; pero, sinceramente, todos los restantes fueron un espacio de diversión y creatividad. ¿Sabías que si comienzas por las piernas se mantienen vivos por más tiempo? Agonizan lentamente, ¡y aúllan, y lloran, y gimen, y finalmente te suplican que los acabes!

Novar bajó la mano hasta la cintura y casi sin desenfundar disparó su arma oculta. No hubo sangre y el boquete en el abdomen de Tainit mostró una maraña de tubos chisporroteantes.

—¡Mira lo que hiciste, mal bicho! —gritó ella, rompiendo a reír—. ¡Ahora tendrás que repararme!

Esta vez, Novar apuntó a la cabeza.

 

 

Ahora se encontraba solo, aunque no le molestaba en absoluto. Volvió su atención hacia el panel de Médule, en busca de Andy.

—¿Dónde estás, maldita chatarra?

Barrió el hangar de la estación con un sensor electrónico en rápido movimiento y casi pasó por alto un leve parpadeo. ¡El robot estaba dentro de la nave!

—¡Andy! ¡Te tengo! ¡Estás allí adentro! ¿Quieres que sigamos con nuestra conversación?

Amplificó la señal y movió un viso-sónico hasta el interior de la cabina de mandos. Se sorprendió al ver la cosa en que se había convertido el robot, maravillado al notar que éste trataba de enviar la señal de emergencia; lógicamente, Novar había bloqueado todos los sistemas de la nave desde el comienzo.

—No podrás hacerlo, está inutilizado, y también los motores. No tienes escapatoria.

El robot se deslizó para abajo y comenzó a reptar hacia la puerta; buscaba el corredor.

—¿Qué haces, Andy? Ya no tienes a dónde ir. Quédate y escúchame. —Novar se inclinó y cambió ligeramente el ángulo del visi-sónico para que captara lo que sucedía en el piso—. Mira, Andy, tú te lo pierdes, en realidad. Podrías haber llegado a ser el regente de alguno de mis planetas, ¿entiendes? Pero ahora mírate cómo te has puesto. Y todo por veinte tipos a los que ni siquiera conocías… —Se sintió un poco más tranquilo, seguro de la impotencia del robot—. ¿Qué te hubiera sucedido si te enterabas que esos veinte son apenas un comienzo? Porque el universo está mal hecho, mal organizado y mal regido. Mis robots, los que desde ahora están llegando a sus destinos, tienen una misión muy especial: ¡espiar y actuar para que todos los sistemas estén bajo mi control! Y hubieras podido ver cómo los humanos dejan de ser humanos para convertirse en poco tiempo en androides. ¿Lo imaginas? ¡Todo el universo lleno de personas como yo, esperando ansiosamente mi regreso triunfal! —Comenzó a reír, suave al comienzo, como si estuviera disfrutando de una broma privada; pero gradualmente las carcajadas aumentaron de volumen, terminando en aullidos histéricos—. ¡Andy! ¡Te lo estás perdiendo, maldita chatarra! —Se inclinó hasta el monitor para observar más de cerca el enredo de barras de platino que dolorosamente se escurría sobre el piso del corredor—. ¿A dónde vas, basura? Espera hasta escuchar el final. —Novar carraspeó y se pasó las manos por el cabello—. ¿Sabes que los cirujanos que hacen los implantes mecánicos en los cuerpos humanos son robots? ¡Claro que lo sabes! ¿Imaginas qué harán esos robots, esas preciosas maquinitas salidas de mi Focus IV? —Algo como un temblor sacudió lo que quedaba de Andy—. ¡Detente ya, inservible! ¿Qué te imaginas que puedes hacer?

Pero Novar comenzaba a sospechar que el robot pretendía entrar en su cabina, y eso lo inquietó. Novar movió el visi-sónico hasta el interior y allí lo esperó.

Milímetro a milímetro, Andy se fue acercando a la litera. ¿Acaso quieres morir sobre un lecho humano? ¡Bah!

Pero no era ése el objetivo de Andy. Y Novar aulló sin control cuando vio que el único brazo del robot se extendía hasta el paramento, y Novar terminó revolcándose sobre el piso brillante y limpio de una Médule vacía para no ver que toda la energía que restaba en ese amasijo de metal que alguna vez fuera un robot se empleaba en reducir a cenizas su fotografía de la Tierra.

 

 

Graciela Lorenzo Tillard, nacida en Córdoba, Argentina, ha colaborado con fanzines tanto electrónicos como de papel, y en un par de antologías. Uno de sus relatos es “La peste amarilla en la Buenos Aires”, que apareció en MENHIR 2 (papel) y en ALFA ERIDIANI 4 (digital). Fue finalista del concurso Ficciones Breves 2009 de Axxón con el relato “VERGÜENZA”. Ha publicado prosa, crítica, infantil y poesía, además de traducciones. La lista detallada puede ser consultada en su página web.

Además de otros cuentos junto a Fabio Ferreras, en Axxón hemos publicado LA RESIDENCIA, CARTA A IVÁN, CONFESIÓN, NOME Y YO, VERGÜENZA, TRISTEZA, LA SOMBRA e INSPIRACIÓN.

 

Fabio Ferreras nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1972. Estudió Ingeniería Industrial y actualmente reside en la misma ciudad donde nació. Ha publicado en revistas digitales como PÚLSAR, AXXÓN, NUEVOMUNDO, REVISTA 800, ALFA ERIDIANI, ERÍDANO, INSOMNIA —dedicada a Stephen King—, NM, NGC 3660, RESCEPTO, y otras. Otros relatos aparecieron en la revista CUÁSAR o antologías como “Razas estelares” y “Especial Asimov”, de Andrómeda, en “Mañanas en sombras” y “Los universos vislumbrados 2?. También tiene relatos seleccionados para “Fabricantes de sueños 2007? y “Visiones 2008?, antologías publicadas por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror. Su relato En el patio, con Mortimer, conmigo apareció en “Paura 3″.

Hemos publicado de Fabio, sin Graciela, los cuentos VIVIR A DIARIO, CIERTO TUFO A PODRIDO, LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD, AUTOESTOP, UNA DE DOS, DESDE LA JAULA, ALIMENTO PARA PERROS, LA TRIPLE MUERTE DE MOFFO MÖNNLY, y TIEMPO (DE) REVELADO (junto a Raquel Froilán).

 

Juntos han publicado aquí los cuentos ESPORA, MATRYOSHKA, CONVERSACIONES, DE ESPALDAS LA OSCURIDAD y TOPACIO.


Este cuento se vincula temáticamente con ADIOS PARA SIEMPRE, CIBORG, de Léster A. Alfonso Díaz; MKTLOVE, de Juan Guinot; TOUCHÉ, de Yunieski Betancourt Dipotet y TODOS NOSOTROS, ZOMBIES, de Luis Saavedra.


Axxón 228 – Marzo de 2012

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Robots, ciborgs: Argentina: Argentinos).

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