Revista Axxón » «Diario de los confines», Guillermo Osvaldo García - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

 


Ilustración: Tut

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Obscenamente inmensas, semejantes a enigmas extravagantes y amorfos, las efigies se sucedían a cada lado de la grisácea calzada de piedra hasta donde alcanzaba la vista. Los pasos —nuestros pasos— resonaban ínfimos y vacilantes en el corazón de aquellas inconcebibles construcciones arcaicas. Así, desalentados quizá por la omnipresencia de esas malsanas arquitecturas, o por el anómalo desconcierto de encontrarnos casi a tientas en medio de ellas, desistimos en seguida de seguir avanzando.

Por mi parte, me aboqué al estudio de una especie de lápida rectangular colocada a modo de trampa sobre una de las explanadas laterales. Su extensión áspera y porosa, aunque concisa, había llamado mi atención porque estaba infestada de signos inextricables, sorpresivamente semejantes a los de la escritura cuneiforme. En los ya lejanos días de la universidad —no me olvido—, habíamos luchado a brazo partido con exactas reproducciones de las tablillas sumerias (años después tuve oportunidad de examinar, e incluso manipular, las originales), pero esto era, a pesar de las similitudes, algo muchísimo más abstruso.

Fotografié esos caracteres en planos detallados de diez líneas cada uno a fin de inspeccionarlos luego con detenimiento.

 

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A media tarde (una mera expresión cuyo significado es enteramente arbitrario: nuestro sol, acá, es una luminaria desdeñable y frágil), en un alto en el camino de regreso, amplié las reproducciones en la pantalla portátil enlazada al computador central. Activé el programa de reconocimiento y, al punto, di con una serie de caracteres que me recordaron los de una vetusta palabra sumeria: «Dilmun». Y luego, líneas más abajo, identifiqué, apenas alterados, los signos para «An-unak». No pude reprimir un escalofrío.

 

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Ya en la nave. No puedo apartar mis ojos de las transcripciones. El capitán, ensimismado, analiza coordenadas en el mapa estelar. El resto, cada uno en lo suyo, está disperso a lo largo y ancho de la sala central de mandos.

Vuelvo a mis escritos. He aquí una traducción, provisoria, de un pasaje tomado al azar: «Nosotros, los Amos del Tiempo; Nosotros, los Hijos de An; Nosotros, los Señores de [¿Nabiru?] (…)» [Sigue una línea incomprensible] «retornaremos cuando (…) los pies de los esclavos [¿sean posados? ¿huellen?] (…) [Ilegible] y las puertas abiertas (…)».

 

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A las 22.10, hora terrestre de Greenwich (acá, probablemente, sea de madrugada), formamos un semicírculo en torno a Van Klapp, el Capitán. Nos miró serio uno a uno antes de comenzar a hablar: —Nos encontramos fuera de nuestra ruta, en un planeta hasta ahora desconocido… pienso que Sedna, pero los cálculos de su trayectoria en relación a la dirección que nos habíamos trazado no me dan ni por aproximación. De hallarnos efectivamente en Sedna, tampoco me explico cómo ni por qué el piloto robot nos arrojó aquí. Como si el planeta se hubiera interpuesto en el curso de nuestro camino…

Otálora, el físico cuántico, terció desconfiado: —O que una mano negra, desde la Tierra, haya alterado nuestro rumbo. Que sepamos, los planetas errantes no existen.

Todos permanecimos en silencio, hasta que Biza, el especialista en mitologías comparadas, murmuró: —Sedna… una deidad infernal de los esquimales… Creo recordar que los humanos entrometidos no eran muy de su agrado. —Y agregó sonriendo—: No me gustaría encontrarme con ella cara a cara. Y menos en este cacho de piedra oscura flotando tan lejos de casa.

 

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Un segundo grupo, mejor equipado, salió a la mañana siguiente. Quienes permanecimos en la nave seguimos su marcha por medio de imágenes transmitidas en directo.

Ya en la explanada de los megalitos, a unos tres kilómetros de nuestra posición, los expedicionarios arribaron al pie de una elevadísima pirámide escalonada (de lejos, o desde el espacio, cualquiera la hubiese confundido con una montaña). Una carga explosiva de mediana intensidad fue suficiente para derrumbar una de las majestuosas compuertas plagadas de inauditos altorrelieves (si bien las imágenes de a momentos perdían nitidez, esas figuras, a mi modo de ver, entrelazaban de manera erizada y constante perfiles tentaculares y bulbosos).

A medida que se disipaba el polvo rojo, apreciamos una rampa de dimensiones titánicas inclinada hacia las espesas tinieblas del interior del zigurat. Los hombres encendieron sus potentes linternas e iniciaron el descenso. A los pocos instantes, sin embargo, un repulsivo ulular emanó del inescrutable fondo. Luego creció poco a poco hasta tornarse ensordecedor. En ese punto, la transmisión visual fue interrumpida por una vorágine de apéndices luminosos. No así la auditiva: el bramido de procedencia misteriosa se mezcló con los desgarradores alaridos de los cosmonautas.

Salimos con celeridad hacia a las ruinas. Al llegar, nos aguardaba el espanto: los despojos de los cuerpos espantosamente mutilados de nuestros compañeros se dispersaban en un radio de decenas de metros alrededor de aquella nefasta entrada. Osipp, el ingeniero, era el único que aún vivía. Antes de morir, articuló palabras ininteligibles.

 

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Los temblores se suceden, regulares, bajo un cielo cada vez más enrojecido. De un momento a otro, el capitán intentará un despegue a todas luces absurdo. La gravedad, contra cualquier previsión física, continúa aumentando y nuestros cuerpos apenas pueden moverse. La estructura metálica de la nave emite perturbadores quejidos. Otálora, desorientado, carece de explicaciones. Repite, con sus últimas fuerzas, que estamos «en medio de una singularidad». «Singularidad»: otra forma elegante que la ciencia esgrime cuando se trata de significar el horror de lo incierto.

En cuanto a mí, he dado —creo— con una traducción de las inscripciones de la piedra, que juzgo, modestia aparte, aceptable. A pesar de todo, a pesar de lo inútil de este intento, la consigno a modo de justificación, advertencia y testamento:

 

«Nosotros, Los Amos del Tiempo;

Nosotros, Hijos del Abzu, Señor del Abismo;

Nosotros, Hijos de Lakhmu y Lakhamu, los Dioses Fangosos;

Nosotros, Hijos de Anshar y Kishar, Padre y Madre del Cielo y la Tierra;

Nosotros, Hijos de An, Señor de la Casa del Cielo, Señor de la Estrella [Dingir];

Nosotros, los Amos, los Vigilantes, los Señores del Consejo [de los dioses],

Los Señores de la Vida y la Aniquilación,

Hemos de retornar cuando Nibiru sea hollado por los pies de los esclavos

Y las Puertas de la Prisión Eterna destruidas.

Hemos de retornar.

Y el reinado de Kur, la Serpiente Antigua, será (…) [¿restablecido?].

Desde los Confines del Mundo,

Allí donde Utu fue cegado,

Allí donde nuestro Sueño al fin (…) [ilegible]

Nuestro poder inmenso…»

 

Nota del Editor

A las autoridades de la Corporación Rand con referencia específica al Proyecto Confines / Oort – Kuiper.

 

Estimados Señores:

 

Hemos localizado los restos de la desaparecida Nave Adliden I en la cuadrícula 4b67 del objeto transneptuniano 90377-Sedna. El casco de la misma presenta inusuales deformaciones producto —quizá— de un intento de despegue bajo los efectos de una extraordinaria fuerza gravitatoria, hasta ahora inexplicable. El interior se halla vacío. Reitero: no hay rastros de la tripulación ni de ninguna otra presencia no humana. Por lo demás, las cámaras de video registran la actividad de los expedicionarios hasta el segundo día del arribo. Luego, solo interferencias y extraños sonidos de procedencia desconocida que nuestros lingüistas todavía no atinan a traducir.

Las anotaciones fragmentarias que les remito, junto con la presente, constituyen el único indicio de lo sucedido en la nave.

Asimismo, y con referencia a las insólitas aserciones contenidas en el citado documento, cumplo en informar que ya he dado las órdenes pertinentes para que se constituya una expedición de diez hombres con la finalidad de relevar la totalidad del cuadrante. Estimo que estará lista para salir a las 02.45, hora terrestre de Greenwich.

Sin otro particular, saludo a Uds. con mi consideración más distinguida.

 

Comandante Erwin Öpik, a cargo de la Nave de Exploración Adliden II.

22 de octubre del año terrestre 2087.

 

 


Guillermo Osvaldo García nació en Banfield, Provincia de Buenos Aires, en 1966. Estudió Licenciatura en Letras en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, donde actualmente se desempeña como docente en las cátedras de Literatura Latinoamericana I y II. Ha publicado narrativa, poesía y ensayo en diversos medios.

Ya hemos publicado en Axxón su cuento FRANCOTIRADORES.


Este cuento se vincula temáticamente con VOLVER A CALAFORRA, de Yoss.


Axxón 269

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Exploración espacial, Contacto, Mitos : Argentina : Argentino).

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