Revista Axxón » «El aleteo del escarabajo», Juan Simeran - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

 

I

 


Ilustración: Pedro Belushi

No, no y no. Diez veces, cien veces no.

No puedo contemplar con indiferencia la desaparición de Atón. Me corrijo: el momentáneo velo que oscurece la faz de Atón. Porque es inadmisible que Atón desaparezca, así como no desaparece el mar aunque uno esté en el desierto, y algo como el mar parezca producto de algún sueño de amapola; una idea impracticable, una estampa descabellada.

La chusma de Tebas, esos brutos engreídos, han vuelto a hacer lo único que saben: ser cada día más ricos, encharcarse en la sangre de guerras absurdas (como si los nubios pudieran hacerle alguna fuerza al poder de Homerheb, que prefiere una mala guerra a una buena paz); y fornicar como hipopótamos en celo. Tenderos, guerreros y sacerdotes: todos han corrido bajo el cobijo de Amón-Ra. Hipócritas, hipócritas, hipócritas. Bien que les hicimos morder el polvo de la derrota, bien que en el momento de mayor esplendor de Atón hasta ordenamos liberar a sus esclavos —aunque sé que no se cumplió esa orden, aunque sé que no era el momento, pero cuándo es el momento de algo, cómo leer los signos invisibles escritos en el papiro del tiempo—. Pero los esclavos sabían, nuestros espías nos informaban que había otro brillo en sus miradas, y quién sabe, si Akhenatón hubiera resistido un par de años más, quién sabe… no hubiera quedado un solo esclavo en todo el territorio del Alto y Bajo Egipto. Una nación de hombres libres, el sueño de mi señor Akhenatón. Una nación de iguales, regidos por un solo Dios. Un sueño grandioso… o una gran estupidez, una locura. Los vahos del jugo de cebada enturbian mi razón, me hacen dudar, y no sé si éramos la expresión sublime del aliento vital de Atón o una lamentable caterva de imbéciles.

 

 

II

 

Pero Akhenatón, mi Señor, no resistió. Vaya si no resistió, vaya si tuvimos que huir de Tell-Amarna con el rabo entre las patas. Ahora, en pleno ensombrecimiento del rostro de Atón, tenemos que soportar ver cómo se destruyen sistemáticamente todos los rastros de la existencia de Ahhenatón. Con saña pesada, con el odio alegre de los que hasta hace poco nos temían. Toda mención a su nombre; reducida a polvo en mis esculturas. Prohibido hasta en las tabernas, so pena de muerte difamante. Sólo se permite llamarlo de la forma que ellos dictaminaron: el impuro, el loco, el afeminado, el hereje. Y ese odio, también se dirige al dios Atón: destruir todo vestigio de los regios rayos del disco solar hasta que no quede piedra sobre piedra en Tell-Amarna. Fundir el bronce de mis esculturas más logradas para laminar toscos brazaletes para sus prostitutas.

 

 

III

 

Tell-Amarna, esa ciudad que construí de la nada, cuando decidimos abandonar Tebas, podrida hasta los cimientos en concuspiscencia. Esa ciudad que soñé en papiros y ví levantarse como un milagro, columna por columna, damero por damero. Tell-Amarna, la ciudad que amé con amor que nunca prodigué a ninguna mujer y ni siquiera a mis hijos. Esa ciudad que ahora, según me informan los poquísimos leales que aún nos quedan, es sólo escombros sobre escombros, ciudad fantasma, ciudad cadáver, ciudad que jamás existió porque los que hemos sido testigos de su esplendor nos solazamos en las tristes pantomimas del olvido. Amnesia oficial, la única forma de que mi cabeza permanezca pegada a su tronco, aunque ya no sepa bien cuál es la ventaja, porque vivir en el olvido es peor que la muerte.

 

 

IV

 

Y ni las tumbas han respetado, ni el sagradísimo receptáculo donde abordamos el viaje al Reino de Osiris.

 

 

V

 

Ya los hittitas no se atreverán a atacar a Mittani. Porque Amón-Ra, el Dios de los carros y de la furia, Amón-Ra, con su consorte de dioses menores para todos los gustos, vuelve a conducir los destinos de Egipto bajo el puño de Homerheb, ese traidor, que jura lealtad a Tuth-Ank-Amón como le juró lealtad a mi Señor y mañana vaya uno a saber a quién le jurará lealtad. Homerheb, el leal a sí mismo, a su poder, al placer de aplastar naciones a su antojo.

Mientras tanto el nuevo Faraón, ese vástago traidor de Tuth-Ank-Amón reparte latigazos sobre cuanta espalda se le ofrezca. Las cabezas adornan las picas que flanquean los caminos que bordean el Nilo Sagrado en dirección a los Grandes Lagos. Sangre, guerra, contingentes de esclavos de Aza y Kush encadenados bajo los escupitajos lanzados por los ciudadanos de pro. Falanges con olor a hierro, risotadas soldaderiles, pedazos de hímenes mezclados con semen blancuzco en los muslos de púberes trémulas como gacelas.

 

 

VI

 

Ya nadie me encarga estatuas, tumbas ni edificios. No hay un solo comerciante, guerrero o sacerdote ni en Tebas, Menfis o Heliópolis que requiera de mis sevicios. Yo, que llegué a tener miles de trabajadores contratados para la construcción de Tell-Amarna. Yo, que llegué a ser el más célebre escultor del Alto y Bajo Egipto. Aún más: el más célebre escultor desde Sidón a Ofir, pues mi fama excedía nuestras fronteras. Yo, que cambié el estilo de la ortodoxia, porque ya no nos servía para expresar los nuevos tiempos. Yo, que tuve que imaginar a Atón, que era invisible; miro mis manos y me parecen más vacías que nunca, sólo buenas para rascarme a mis anchas. Esta mano que supo manejar con seguridad el pincel sobre el papiro, esta mano en la que jamás tembló el cincel para darle vida a las más bellas esculturas… sólo puede sostener temblorosa la jarra de jugo de cebada que tomo una y otra vez, para que el mareo confunda mi entendimiento.

 

 

VII

 

El Gran Sacerdote de Amon-Ra, Tutu, esa pérfida bola de grasa lustrosa, ha vuelto a instaurar el viejo estilo, y los mediocres que sólo buscan ponerle un poco de aceite a su pan han corrido a aceptar los encargues de estos tiempos oscuros. Mis dos ayudantes más aventajados, cuyos nombres ni quiero recordar pero recuerdo, vaya si recuerdo: Toth-més y Sinhué, no dan abasto con los encargues, y enriquecen a ojos vista. Sinhué especialmente, el más circunspecto, ya famoso por la belleza de sus concubinas, su harén, sus eunucos… y fuí yo quien los sacó de sus casillas de caña en el fango de Gosen… pero basta ya. Basta, basta, basta. No necesito de ningún encargue, que esculpan o escriban los otros, los de nuestra ralea ya no tenemos nada para expresar. Si me mantengo en plan más o menos austero (y nunca necesité de séquito ni de manjares ni mucho menos un harén), lo necesario no me ha de faltar. Mi tiempo bien lo puedo utilizar para recordar la época del reinado de Akhenatón mi Señor, y bien empleado va a estar. Aunque sea el último egipcio en recordar eso, aunque el reinado de Akhenatón exista, finalmente, en el espacio que se ubica dentro de las paredes de hueso de mi cráneo.

 

 

VIII

 

Aquì, en mi isla (Akhenatón era espléndido en sus retribuciones), a veces me dejo inundar por la melancolía y asaltan mi mente recuerdos de cuando era sólo un aprendiz, hambriento de gloria. Capaz de pasar toda una tarde contemplando un bajorrelieve, intentando captar todo destello, persiguiendo la reverberación del último rayo del sol lamiendo el cobre, viendo la luz jugar con la materia, que pareciera vivir su mundo secreto de sangre y nervios. Man, el escultor-jefe de Amenhotep III, me enseñó los secretos de la ortodoxia, sin apartarse un ápice. Jamás, en los veinte años que duró mi noviciado, se me explicó por qué la ortodoxia era como era. Nunca se me ocurrió preguntarlo y ni falta que hacía.

Cuántas veces, viendo los resultados del nuevo estilo que creé, pensaba en cómo mi maestro se horrorizaría y los destruiría, como destruía cualquier trabajo que se desviara tan sólo una línea de su rigidez estilística.

 

 

IX

 

Y Tell Amarna pensábamos sería la cuna de la nueva civilización del culto a Atón… el único, el incorpóreo, el que yo hice representar, torpemente lo reconozco —¿pero cómo representar lo irrepresentable?—, como la energía que emerge de los rayos del Sol. El principio sagrado, masculino y femenino, indivisible, eterno y omnipresente… pero sigo y sigo y sigo y sigo hablando de un Dios derrotado.

Soy un hombre derrotado que recuerda un Dios derrotado y un Faraón derrotado, y quizá ese Dios esté al igual que yo mareado por los vapores del jugo de cebada. Horus ha remontado el vuelo del atardecer y la sombra de sus largas alas ha tapado los rayos de Atón.

 

 

X

 

Consumí mi juventud en los trabajos de construcción de Tell-Amarna casi sin darme cuenta, preocupado por los suministros de piedras de Ammon, el oro de Ofir, los cedros de Sidonia, el hierro de Cush. Trabajaba de sol a sol y no me cansaba, Egipto renacía como Jepris, siempre igual y siempre distinto a sí mismo. Y era algo hermoso y terrible, porque toda hermosura es real cuando es terrible.

Mis huesos están fatigados, y no tengo el consuelo de contemplar mi obra. De las columnas sólo quedan escombros, rodando en los pisos de mármol, o la arena que empieza a ganar terreno sobre los dameros donde trabajaban los Escribas, los Aprovisionadores, los Ministros.

Y el viento del desierto es el único canto que se escucha en Tell Amarna. Su aullido lúgubre y ciego quizá mueva alguna arpa abandonada, y haga vibrar la cuerda que pulsó alguna cortesana para cantar los himnos que componía Akhenatón en los atardeceres, cuando del Oriente avanzaba la oscuridad, y rompían las aguas los chapoteares de los hipopótamos.

 

 

XI

 

Y hablando de chapoteares… sé que hay movimientos extraños en las riberas de mi isla…sé que me vigilan. Los mil ojos de Homerheb, los soplones que Homerheb despliega en todo el Delta, e incluso desde los lejanos Grandes Lagos al Sur hasta las mil islas de Minos allende el mar, al Norte.


Ilustración: Lea Lou

Horemheb… ese pedazo de ladrillo, ese sucio saco de sangre bastarda, siempre cacareando su fidelidad a la Familia Imperial, al Estado y a la Patria, ese guerrero duro que me aseguraba las caravanas de aprovisionamiento de materiales, ese a quien yo daba órdenes… ese hombre desea verme muerto.

Soy el testigo privilegiado de su deslealtad. Estos incendios que están sucediendo en mi isla tienen su marca, así también hostigaba a los antiguos sacerdotes y comerciantes, cundo el enemigo era Tebas y cuando soñábamos con dejarla sin un solo esclavo.

Lo conozco: sospecha que en algún lugar escondo documentos. Por eso no me mata.

Documentos que supone son espadas que cuelgan sobre su grueso cogote de toro. Documentos que podrán ser usados en su contra cuando su sombra sea demasiado grande y empequeñezca la del mismísimo Faraón. Si supiera la naturaleza de los documentos que efectivamente escondo, sus carcajadas retumbarían hasta en la Casa Celeste de Isis.

Sus esbirros patrullan mi isla, de noche, incendiando. ¿Y a quién he de invocar protección?. Atón ha decidido replegarse sobre sì mismo, al igual que las aguas del Nilo cuando son apenas un débil riacho que anuncia sequía, desolación y muerte.

 

 

XII

 

He de actuar rápido si no quiero lamentarme por mi estupidez cuando sea demasiado tarde. Los vapores del jugo de cebada se disipan y recupero energía y lucidez. No todo está perdido.

 

 

XIII

 

He de sacar los rollos de aquí, los cientos de papiros que me traía la consorte Tiy, los cánticos de Akhenatón, los que no dábamos abasto para pasar a la piedra. Los que transcribían los escribas en los atardeceres de Karnak. Los que cantaba Akhenatón a solas en el Santosanctórum y que se escuchaban tras el muro septentrional. Cientos de himnos, largos papiros que son el único legado del Hereje, del Impuro, del Afeminado, del Loco… de mi querido, queridísimo amigo y Señor.

Pero siento que este es un problema que me supera, siento que mis huesos no poseen la fuerza que hace falta para sostener el peso de decidir dónde irá el legado de Akhenatón. Hasta que pase este tiempo de oscuridad y Atón decida volver a señorear sobre el imperio egipcio.

 

 

XIV

 

No me importa que el fuego mancille mi carne, el cìrculo se cierra cada vez más y cuando no tengan ya qué quemar quemarán mi residencia. Pero mi espíritu es eterno —igual que el espíritu del último de los menestrales—, y lo primero que me preguntará Akhenatón mi Señor cuando me reencuentre con él en el Reino de Osiris es qué destino le dí a sus cánticos. Y no me perdonará una mala decisión.

Sacarlos de acá, sí, pero cómo.

Ninguna embarcación que salga de mi isla pasaría inadvertida a los cientos de ojos de Horemheb… habría que volverse invisible. Habría que ser tan pequeño como un grillo o tan insignificante como un esclavo. Y mis esclavos están abandonando la isla en canoas de cañas mal atadas, con menos pavor a los cocodrilos que al fuego. Esclavos a quienes hace rato mantengo en la ociosidad , para quienes es cada vez más evidente la decadencia de su amo, Bek, el escultor sin trabajo, el ayer todopoderoso y hoy borrachín. Prefieren refugiarse en los bosquecillos de las riberas, como fugitivos, a morir calcinados en esos incendios que ni ellos se tragan sean casuales.

 

 

XV

 

Hay unos esclavos que ni recuerdo cómo se llaman, provenientes de un ignoto pueblo, de maravillosa destreza con el cobre, la piedra, el hierro, quienes vinieron no se sabe de dónde cuando construíamos Tell-Amarna, corridos por la sequía. Hice de ellos Oficiales Artesanos a pesar de su sangre impura, pues las urgencias y la cantidad de trabajo nos hacían privilegiar la capacidad y la habilidad sobre la pureza de la sangre.

Estos oficiales no me prodigan la burlona mirada que el infeliz dirige al amo derrotado, y parecen resignados a compartir mi infortunio o quizá exista en su espíritu una chispa de noción de dignidad. Han demostrado inteligencia y jamás se equivocaban al tallar nuestros signos, pues han aprendido la escritura de nuestro idioma a la perfección. Más de una vez los ví intercambiando pequeños papiros con unos extraños signos, que supongo serán su propia escritura.

 

 

XVII

 

¡Su propia escritura! ¿Serán capaces de traducir los himnos de Akhenatón, y sacarlos de acá en una escritura que sea un galimatías para los Guardianes de Amón-Ra? Podrían… podrían aducir que esos escritos son listas… o la memoria de sus ancestros, o los contratos de vasallaje de sus tierras. Podrían argumentar que son sus Textos Sagrados, transmitidos por los padres de los padres de sus padres. Un plan descabellado va tomando forma en mi espíritu. ¿Descabellado? ¿Es que acaso tengo alguna opción mejor? Cualquier cosa es mejor que presentarme para toda la eternidad ante mi Señor para decirle que su legado reposa bajo tierra sin que ningún hombre sepa dónde hallarlo.

 

 

XVIII

 

Mis hijos están descartados para esta tarea. Han mamado las comodidades de una vida de lujos, y lo único que les interesa es sorprender por las noches a alguna esclava impúber para refocilarse como bestias.

 

 

IXX

 

Rezaré al amanecer para que la Divina Energía me inspire, y mandaré llamar al que parece el jefe, ese tal Ar-rum. En pocas horas, sabré si ese extraño pueblo de quienes apenas sé que son buenos artesanos podrá cargar en sus espaldas la misión de transmitir el legado de Akhenatón.

 

 

XX

 

El croar de los sapos y la compañía de Sirio serán mis Generales y Ministros, en el momento en que traspase el legado del verdadero espíritu de Egipto, el legado del Hereje. Porque quién puede leer los signos escritos en el papiro del tiempo, quién puede saber qué consecuencia podrá tener hasta el más mínimo de sus actos, quién puede adivinar si el futuro será cambiado por el terrible vendaval de la historia o por el más tenue aleteo de un escarabajo.

 

 


Dice Juan Simerán:

«Mi biografía es lastimosamente breve: tengo 3 novelas publicadas, 2 en España y una en argentina (las tres de ciencia ficción). Soy argentino y viví varios años en Israel. Hoy día vivo tanto en Boedo como en el campo. En caso de ser estrictamente imprescindible, intentaré rellenar con estopa de buena calidad los agujeros biográficos.

»Ah: las fuentes más importantes en la que me baso para el cuento es la novela ‘Akhenatón’, de Naguib Mahfouz, y el ensayo especulativo ‘Moisés y la religión monoteísta’ de Sigmund Freud.»

Esta es su primera publicación en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con DOS MILENIOS… MÁS O MENOS, de Ángel Torres Quesada, SALMO 104, de Marcelo Dos Santos (Divulgación).


Axxón 270

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Ficción Especulativa : Ucronía, Religión : Argentina : Argentino).

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