Revista Axxón » «Oniromante – NUEVE: A quién echamos de menos», Víctor Conde - página principal

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NUEVE

A quién echamos de menos

 

No supo bien cómo, pero el motel acabó atrayéndola con la fuerza de un imán lleno de ventanas cegadas por persianas bizcas y trozos de cemento descantillados.

El edificio parecía un día más viejo que ayer, lo cual era lógico pero no obvio. Las persianas de las ventanas de la recepción estaban bajadas, pero por sus agujeros caían suficientes alfileres de luz como para dejar en evidencia el desgaste del mobiliario: los sucios mostradores, los archivadores vapuleados, la lámpara cansada, unos violines sin cuerdas que la fulminaron con la mirada desde las paredes… En otros tiempos todo eso se consideró elegante. Como el fracaso. Hubo momentos en su historia (en la historia de todos) en los que fracasar con el viento a favor se consideraba una proeza.

Ladyé dejó una cicatriz zigzagueante en el polvo del mostrador. Observó el pequeño montón de detrito acumulado bajo la uña; si lo miraba desde un ángulo especial, hasta tenía forma. Era como dos niños reducidos a lo esencial por el carboncillo de un artista, componiendo un hueco con forma. Eso mismo eran los supervivientes del Foro Melancolía, gránulos de mugre social que se apretujaban bajo el primer alero y se contaban historias que a veces, sólo a veces, se hacían realidad.

Un ruido la sobresaltó. Otra persona se había parado en el umbral y estaba mirando hacia dentro con los ojos aún cargados de la luminiscencia de fuera.

Era Lambda.

—¿Ladyé? —La estaba mirando directamente, pero seguro que no veía más que una silueta oscura.

—Soy yo. Hola. —Se sorprendió al verla allí, fuera de su espacio natural.

—¿Tienes algún cliente?

La Soñadora miró con tristeza el amonto de suciedad de la uña. Lo limpió contra su pantalón.

—No…Creo que no los voy a tener por un tiempo. Voy a tomarme unas vacaciones.

—¡Sabia decisión! —Lambda examinó con repulsión el entorno—. Puag. ¿No deberías echarle un repaso a este suelo de vez en cuando?

—Nunca tengo tiempo. O mejor dicho —admitió—, nunca me he preocupado. A los clientes no les molesta, así que…

—¿Has visto a Slad últimamente?

—No desde el otro día, ¿por qué?

Lambda se arrebujó en su abrigo de rayón color manteca. Fuera, en la calle, feroces agujas de lluvia hacían de heraldos para la tormenta que se avecinaba.

—Me preocupa. Él nunca falta a primera hora de la mañana, por si puede reservar la mesa esa que tanto os gusta. Pero hoy… ¿sabes la hora que es? —Señaló la marca del reloj de su muñeca. Hacía años que no se lo ponía, pero lucía la huella de la correa como una pulsera ulcerada—. Todavía no ha venido. Y anoche se marchó antes de las tres, cosa rara en él.

Ladyé estuvo de acuerdo. En el croquis de la vida de Slad esos eran hechos muy poco frecuentes, e incluso peligrosos. Cada vez que el viejo se saltaba la rutina, y no es que ocurriera a menudo, aparecía por el bar a una hora extraña, extempórea, con cara de haber perdido un tiempo del que no disponía. Incluso su conversación era errática, la de un actor al que le hubiesen arrancado hojas enteras del libreto para dejarle sólo frases a medias: «…Y me aposenté a cuatro espacios de… donde no quedaba rota sino la rama del… extraviamos por lo menos este [ininteligible]…»

En esos días Slad era más Slad que nunca.

—¿Has enviado a alguien a buscarlo? —preguntó Ladyé, inquieta. Los callejones eran peligrosos, y a veces los conejos arrestaban a gente al azar, sólo por hacer un poco de estadística.

—Dicen que lo vieron anoche con Visnú. Estaban bastante cargados, y se marcharon a eso de las dos y veinte.

—Bueno, son amigos desde hace mucho. A lo mejor lo llevó hasta el motel pestilente donde normalmente se aloja…

Lambda negó con la cabeza.

—Les he llamado, pero no han visto al viejo en toda la noche. Estoy preocupada.

Ladyé le dio un golpecito amable en el hombro.

—Tranquila. Estoy segura de que él y Visnú aparecerán tarde o temprano por el bar. Todos los mesías acaban encontrando su montaña.

—Eso era otra cosa que quería comentarte… —Lambda se cerró los últimos tres botones del abrigo. Por la puerta, además de luz, también se filtraba un cierzo helado que le estaba poniendo los pelos de punta. En el Foro, con su maravilloso y nunca del todo valorado sistema de calefacción, estas cosas no pasaban—. Visnú y Slad perdieron la mesa a eso de la medianoche. Se fueron al lavabo en pareja, supongo que para ayudarse el uno al otro a sacársela sin hacerse daño con la cremallera, y cuando volvieron había otra gente sentada.

—Lógico.

—Lógico. Pues acabaron rezongando en la barra y riéndose de algo llamado «el Oneiros». —Ladyé frunció el ceño, pero la dejó continuar—. Escuché parte de lo que decían; a ese volumen y tan lejos del altavoz es inevitable. Visnú, que no parecía aún tan borracho como Slad, le hacía preguntas sobre su oficio.

—¿El de Slad? —se extrañó la Soñadora—. ¿Arquitecto de castillos de artificio?

—Sí… Pero eso no es lo más raro. Estaba muy interesado en conocer detalles sobre el lanzamiento de los fuegos. —Enumeró con los dedos—: Cuánto peso soportaban los campos de fuerza, si los hologramas eran practicables, la velocidad de salida del cohete… cosas así. Conociendo como conozco a la fauna de mi bar, te digo que esos dos están tramando algo.

El labio de Ladyé se curvó hacia dentro, como atraído por la lengua.

En efecto, la fauna del Foro no hablaría tan en serio de esos asuntos si no pensaran utilizar la información en su provecho. ¿Pero Visnú? ¿Qué estaba tramando? ¿Y para qué demonios necesitaba al bueno de Slad?

Se los imaginó inclinados sobre sus vasos, a punto de caerse dentro, tejiendo planes absurdos y conspirando contra nadie en particular y contra todos a la vez.

¿Acaso Visnú estaba intentando revivir su sufrimiento?

No, no era tan mala persona. Podía ser estúpido, mojigato e irracional cuando le convenía, pero no se burlaría así de otro bohemio, a menos que…

A menos que…

Mierda.

Su labio se desenrolló otra vez de golpe.

—¿Mencionaron algo sobre un encargo, un sueño para un cliente especial? —Se temió lo peor. El pensamiento no lineal de Visnú, como el de los mejores Soñadores, era como la prosa de un escriba loco, tambaleándose al filo de una página para caer por mera casualidad en la siguiente—. ¿Algo sobre un piloto y una saltadora?

—Ssssí… algo de eso había. —Lambda hizo memoria—. Pero no entraron en detalles. De hecho, callaban cada vez que me acercaba, ¡como si les estuviera espiando! Visnú mencionó algo sobre el lanzamiento de las navesluz de mañana, y Slad dijo, muy orgulloso, que lo habían contratado para que se encargara de los fuegos artificiales de la ceremonia. Estaba emocionado, el pobre viejo.

—¡Sígueme! —urgió la Soñadora, calándose su propio abrigo.

Lambda obedeció, confusa.

—¿Adónde quieres que vaya?

—¡A buscarlos! ¡Tenemos que encontrar a ese loco de Visnú antes de que cometa una estupidez!

—No puedo acompañarte —dijo Lambda, con pesar—. Tengo que abrir el negocio.

Ladyé sintió. Lo comprendía, claro.

—De acuerdo. Me encargaré yo.

Lambda la tomó de la mano.

—Pequeña, dime, ¿qué está pasando?

Ladyé sintió un escalofrío, y no es que la lluvia tuviera nada que ver. Las palabras que había pronunciado Visnú en el hangar («un artista hace lo que sea por su arte, incluso poner su propia vida en peligro y escribir su destino con sangre») se le antojaron demasiado reales.

—Creo que Visnú también tiene un plan para cumplir el encargo de ese piloto chalado —contestó—. Y mucho temo que se hará daño si lo pone en práctica.

 

 


 

[SIGUIENTE]

 

 


Axxón 274

Novela corta de autor europeo (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Viaje espacial, Implantes neuronales, Sueños : España : Español).

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