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Archivo de la Categoría “233”

Ficción Breve (sesenta y ocho)

El poder de un relato “fuerte” está relacionado con la capacidad que tenga el autor de atrapar a los lectores en un mundo que, por extraño y artificial que parezca, forma parte de su mundo interior. Solo se puede hablar (o escribir) significativamente sobre aquello que nos obsesiona, nos fascina o nos repele, pero que, de una manera u otra, nos ha producido un fuerte impacto emocional. Aunque la repetición es un pecado que no se le perdona fácilmente a ningún autor, no es nada sencillo librarnos de nuestras obsesiones: a la hora de escribir, nos escribimos a nosotros mismos. ¿Por qué prefiero este género, este tema, esta forma de contar, esta palabra en particular y no otra? La mayoría de estas elecciones se hacen a un nivel profundo, en forma automática y lejos de cualquier control racional. En el mejor de los casos, son las huellas de la personalidad del autor; mínimas pero claramente perceptibles en el conjunto de sus obras.

Las obsesiones de un autor van cambiando lentamente a lo largo del tiempo, igual que las de cualquier ser humano. Mientras tanto lo importante es lo que logre hacer con ellas y, muchas veces, a pesar de ellas.

 

Silvia Angiola.

 

 

CUESTIONES IMPORTANTES SOBRE EL OSTRACISMO – Héctor Ranea
ARGENTINA

 

En casa le tocaba esa tarea a mamá. En otras familias más tradicionales lo hacía la tía más joven. Sobre todo porque resultaba penosa cuando la familia era grande; pero en casa, mamá podía con todo. Y nos hacía sentir seguros. La cuestión no era trivial, requería de mucha concentración y de buena vista, sobre todo cuando había niños en la casa. En verano era todavía más complicado, pero no porque en invierno no fuera penoso.

Todos los primeros martes 13 de cada año, mamá tomaba la caja que desde el miércoles 14 del anterior había servido para la guarda de los restos y la quemaba, pero no así nomás: ahí es donde intervenía toda la sabiduría transmitida sólo a las mujeres, que era su condena. Para colmo, por algún arcano se había elegido ese día, tan nefasto, nada menos que para ejecutar esa tarea asquerosa.

Mamá cuidaba todos los detalles, porque si bien la quema se realizaba con las primeras horas del alba del martes, todos los demás días debía realizarse la inmunda (pero escrupulosa) recolección y eso también estaba a su cargo.

Por esa razón, tal vez, nos ordenaba que advirtiéramos cuándo nos bañaríamos o, mejor, que nos bañásemos los días oficializados para ello. A los varones nos tocaba los jueves, a las niñas, los sábados. Los mayores se bañaban día por medio, alternando mujeres y varones. Se bañaban solos y, por ende, era más riesgoso, porque podían olvidarse de realizar las operaciones estipuladas.

Cada uno debía realizar la rutina sobre sí mismo. No había tutela, salvo con los infantes para enseñarles cómo hacerlo con propiedad, seguridad y rapidez. Era opcional la recolección por parte de cada uno: los mayores parecían olvidarse, pero nunca dejaban todo desparramado y mamá sólo recolectaba sus residuos. Nunca supimos bien cómo hacía esa operación porque ocurría durante las horas de la siesta. Y no valía equivocarse y tratar de hacer trampa. Mamá pasaba a la hora señalada, recolectaba las cosas en silencio (dicen los grandes que contando) y salía; a partir de entonces no se podía acercarle nada. Ya quedaría sellado el destino para quien se equivocase.

Tampoco nos era permitido presenciar la ceremonia del martes 13, aunque por la ansiedad más de uno debe haberla espiado pero después nadie contaba nada. Decían haberse olvidado de todo, cosa posible ya que, entre otras manipulaciones, la de la memoria era habitual entre las personas que participaban en el rito.

De más está decir que toda vez que nos tocaba acometer la faena estábamos como poseídos, sobre todo porque entre varios varones que éramos entonces, todo se podía mezclar; además, con el revoloteo de los más chicos, que no entendían bien de qué se trataba, los fragmentos más pequeños se perdían más fácil y no era un dato menor que después había que recolectarlos identificándolos, por lo cual los más prolijos tratábamos de que todo saliera en un solo golpe pero con suavidad, para ir recogiéndolos de a uno por vez.

Las historias de quienes habían fallado o aquellos cuyas madres o tías no hacían las cosas como correspondían eran terribles, en verdad. No había noche en que alguno de nosotros no se despertara llorando creyéndose víctima de algún olvido, equivocación o desastre similar. Unas pesadillas particularmente atroces eran las de verano, ya que éramos más y eso aumentaba las probabilidades de equivocarse pues, entre otras cosas, estábamos distraídos con las parientes venidas de lejos. Sobre todo durante la adolescencia.

¿Por qué considero ahora que era un castigo para las mujeres? Pues bien, sucede que las calamidades ocurridas a la familia por fallas en la ejecución de los pasos los martes 13, los olvidos, las pérdidas de material, todo lo que involucrara ese tipo de cuestiones era adjudicado a la mujer encargada de eliminar los residuos. Y si bien cada uno era responsable de proveer los elementos, nunca se resolvía con precisión quién o qué había sucedido y entonces se condenaba a la mujer. La condena, claro, no era física, de esa manera no habría quedado quién hiciera ese trabajo. Más bien se la condenaba a una especie de ostracismo que duraba más o menos toda la vida, dependiendo de la gravedad de la catástrofe.

Mamá era bastante silenciosa, no hablaba más que lo estrictamente necesario, lo que me hacía suponer que tenía sobre ella varias condenas, pero demostraba que nos quería mucho y nosotros a ella, aunque poco podíamos hacer porque éramos sólo niños, sus hijos. Y ni siquiera podíamos ayudarla esos temibles martes 13.

Por aquel entonces ocurrió una desgracia muy grave. Después de conocido el hecho no vimos más a mamá.

Un verano, vinieron a buscarlo a mi hermano mayor. Eran hombres muy violentos. Tiraron la puerta, lo ataron a papá y a mamá la encerraron en el baño. Una de mis primas lejanas lloró mucho, gritó y por años siguió llorándolo. Le pegaron mucho a mi hermano y a la prima algo le hicieron pues la dejaron muy ensangrentada en el piso de la cocina. Nunca más volvimos a ver a mi hermano. Según me enteré después estaba (y estará) desaparecido. En aquel entonces yo pensaba que eso quería decir que se había desvanecido del mundo, pero era peor.

Algunos parientes culparon a mi madre porque —decían— el último martes 13 había encendido la hoguera olvidando algo del método tradicional. Mi madre nunca habló mientras continuó con nosotros. Al irse de casa abrazó a cada uno de nosotros, incluido mi padre, y nos dijo que nadie tenía la culpa, salvo esos hombres que arrebataron a su hijo. Que el hecho de que esa vez no hubiéramos cumplido estrictamente las normas no tenía nada que ver con ese horror. Que a ella se le pudiera haber olvidado algún trámite en la quema del cofre tampoco era importante.

Nunca encontró a su hijo, mi hermano.

 

 

Héctor Ranea es un poeta, escritor y científico argentino (Salta, 1950). Profesor Titular de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, en Tandil, donde reside, e Investigador del CONICET. Su especialidad es la Fotónica: láseres y tecnologías de la luz. Publicó, entre otros títulos, aproximadamente 50 trabajos científicos en revistas de circulación internacional, un libro de poesía: «Profundo corazón de la marea» en Último Reino (2000), un libro de divulgación científica: «Los cazadores de la unificación perdida» en Colihue (1993), y varios libros en colaboración: dos con ensayos de crítica de Arte premiados por la Fundación Feinsilber (1989 y 1999), y dos en antologías de narrativa compiladas por Sergio Gaut vel Hartman: «Grageas 2» del Centro Cultural de Cooperación (Ediciones «Desde la gente» IMFC) (2010) y «Ficciones en diez tiempos» de Andrómeda (2011). Colabora activamente en la selección de publicaciones para los blogs de Heliconia: Químicamente impuro, Breves no tan breves, Ráfagas y parpadeos y el de poesía: Poemia. El fuego de Heliconia. Tiene una extensa obra inédita, algunos trabajos en preparación y mucha obra dispersa en varios blogs y páginas de la Red Global.

«Cuestiones importantes sobre el ostracismo» fue publicado en el blog Breves no tan Breves.

Hemos publicado en Axxón TESEO LIBERADO y VAPOR EN LAS CALLES DURANTE LA NOCHE, SIRENAS SIN DOLOR.

 

 

CAFÉ SPECULA – Pé de J. Pauner
MÉXICO

 

Se quedó tendida en la cama, mirando el techo. Pensando. Temía enfrentar esa ausencia otra vez. Por fin se levantó, fue al baño, a esa zona de intermundos, ese Templo de Ausencias donde conjuraba temores. Intentó contemplar su rostro, reconocer alguna arruga, alguna nueva cana… pero no: en el espejo no había nadie.

Salió a través de humo, autos, el ruido de la ciudad que produce astillas penetrando en el oído. Letreros luminosos barrieron su cuerpo. No miró el cartel al lado de la puerta. Entró. Ahí estaba ella. La misma mesa de siempre. Echó un vistazo rápido a los clientes. Un hombre ocupaba otra mesa: su gemelo, travestido, lo miraba desde la silla de enfrente. Ella miró a ella. El mismo rostro, las mismas y conocidas arrugas, alguna cana nueva. Y también el exceso de maquillaje que nunca se atrevería a usar.

—¿Qué quieres que sienta esta noche? ¿Cuántos clientes deseas que consiga? —ella dio una cifra brutal y habló de juguetes sexuales también. Luego se ruborizó. Bajó la vista, la otra contestó—: Será un placer, querida mía… mañana te esperaré con ansias para contártelo todo.

Salió. Se detuvo. La mirada se le deslizó hasta dar con el cartel al lado de la puerta: Bienvenido a Café Specula: el lugar donde serás lo que nunca te atreverías a ser. Garantizamos la mejor convivencia entre alter egos.

Echó a andar entre humo, letreros, ruido… dispuesta a hundirse en su anodina vida cotidiana hasta la visita al mismo café de los deseos realizados al día siguiente.

 

 

LOS OBEDIENTES – Pé de J. Pauner
MÉXICO

 

Cada noche, Ismael entraba en los sueños de sus hijos, se los encontraba paseando por ciudades desconocidas y les decía:

—¡Vamos, hijo! ¿Qué haces aquí? Despierta y vuelve a casa.

A la mañana siguiente, muy puntuales, todos despertaban en sus respectivas camas.

 

 

Ilustró: Guillermo Vidal

 

 

¿BARBA QUÉ…? – Pé de J. Pauner
MÉXICO

En la isla era común que desaparecieran las mujeres. Los hombres, aunque bien parecidos y trabajadores, lo atribuían a lo mejor parecidos que eran los pescadores de las otras islas. El único al que no le importaba nada este hecho era al abuelo de Nikos K. a quien no se le conocía mujer desde que enviudara, años atrás. Todos consideraban que había dejado de interesarse en ellas y que hasta se había vuelto misántropo. El día que el viejo murió los acreedores llegaron a la puerta de su casa, abrieron y empezaron a requisar las pertenencias. En eso estaban cuando una almohada se rasgó y vació su contenido por el suelo. Yo tengo para mí, calladamente, que al abuelo de Nikos K. sí le interesaron, siempre, las mujeres, porque la almohada estaba rellena con cabelleras femeninas que también encontraron rellenando el colchón.

 

 

Pé de J. Pauner es un narrador, ensayista, crítico de cine y biólogo mexicano que ha hecho activismo y performance. Ha publicado novela erótica y ha sido antalogado en latinoamérica, Australia y España. En el género de la Ciencia Ficción ha publicado el ensayo «Las cinco grandes utopías del Siglo XX» en la web española Alfa Eridiani.

En Axxón ya ha publicado, además de varias Ficciones Breves, los cuentos EL HOMBRE EQUIVOCADO, EL UMBRAL EN LA PLAYA y EL OTRO MESÍAS.

ÉRAMOS UN MILLÓN DE ANIMALITOS CIEGOS – Daniel Frini
ARGENTINA

 

Entraron a mi hogar destruyendo todo.

El primero en morir fue papá, al tratar de impedir que tomaran a mi madre; el más grande de los salvajes, el que a todas luces era el jefe del grupo, le asestó un tremendo golpe con su garrote, que deshizo su cabeza.

Mi hermano mayor me tomó entre sus brazos y quiso sacarme de la Gran Sala, alejándonos de casa. Nunca supe de dónde vino el ataque. Se le doblaron las piernas y caímos. Cuando vi sus ojos vidriosos escudriñando el vacío comprendí que estaba muerto. Grité con todas mis fuerzas, en una mezcla de impotencia y locura.

Ese fue mi último acto consciente. Nunca más volví a ver a mi familia.

Los salvajes me encerraron en una caja pequeña, en completa oscuridad. Me alimentaban una vez por día y nunca me dejaron salir. El olor y la pesadez del aire eran insoportables.

No sé cuánto duró esa agonía. Perdía el conocimiento de continuo. En mis escasos momentos de lucidez notaba, a veces, una negrura total y otras, hilos tenues de luz que iluminaban mis manos sangrantes e infectadas, como el resto de mi cuerpo. Y en todo momento, el movimiento bamboleante me mostraba que íbamos andando hacia un destino que desconocía.

En el delirio de la fiebre oía desgarradores gemidos y hasta lo que, supuse, eran palabras que decían mis seguros compañeros de marcha y agonía. No reconocí sus lenguajes.

Cierto día, el bullicio del exterior se hizo atronador. En algún momento abrieron la puerta de mi caja y dos salvajes me sacaron, arrastrándome, de ella. La claridad cegadora inundó mis ojos. Cuando, después de un tiempo, pude adaptar mi vista a la luz, comprendí que estaba en una jaula. Con gran esfuerzo, me puse en cuclillas y pude apreciar la inmensidad del espanto.

Estábamos en una habitación muy grande, más grande que cualquiera que hubiese visto antes. Dispuestas a ambos lados de un pasillo; las jaulas, similares a aquella en la que ahora me encontraba, algunas más grandes, otras menores; estaban unas encima de las otras. En su interior, infinidad de seres de los que habitaron mi tierra. Desde los grandiosos Caballos-con-Trompa, hasta los hermosos Seres-que-Surcan-los-Cielos.

Mi jaula ocupaba uno de los lugares más altos, casi a la altura de una ventana circular. Haciendo un esfuerzo y poniéndome en puntas de pie, podía ver por ella un paisaje desolado: una gran extensión de arena, con algunos arbustos esparcidos aquí y allá; una llanura chata apenas cortada por una montaña solitaria, a lo lejos, detrás del horizonte.

En la jaula vecina habían colocado a una hembra de mi raza, a la que jamás había visto antes. La cubría de vergüenza su desnudez obligada, y aunque la supuse hermosa, su rostro con sangre seca, sus ojos rojos de llanto y su cuerpo tan maltratado, quizá como el mío; me empujaron a la pena y a la necesidad de consolarla. Le hablé con suavidad, pero ni siquiera me miró. Perdí la cuenta del tiempo que pasamos allí.

No había ningún tipo de separación entre las jaulas de arriba y las de abajo, de modo tal que el excremento y la orina de las superiores caían de una a otra hasta llegar al piso. Muchos de los cautivos que estaban en las jaulas inferiores murieron. Cada día, una vez, los salvajes entraban a la Gran Habitación y retiraban los muertos, ponían a nuevos prisioneros, recién llegados, en otras jaulas y nos daban escaso alimento.

Nos castigaban sin motivo. Creo que mi compañera enloqueció. Lloraba y llamaba sin descanso a su hijo.

Finalmente, una mañana en que vi el cielo oscurecido por las nubes, se abrió la puerta de la Gran Habitación y entraron todos los salvajes. A su cabeza, uno de ellos, de pelo blanco y cara surcada por arrugas viejas, al que nunca habíamos visto; alzó su mano. Se hizo el silencio y con voz atronadora habló con palabras que no entendí, pero que aún escucho en mis oídos como a una maldición, como el motivo y razón de la muerte de mi mundo. Él dijo: «¡Animales! Mi nombre es Noé».

Afuera se desató la tormenta. Llovió durante cuarenta días y cuarenta noches.

 

Ilustró: Guillermo Vidal

 

Daniel Frini nació en Berrotarán (Córdoba, Argentina) en 1963. Es Ingeniero Mecánico Electricista. Fue redactor y columnista en revistas humorísticas del interior del país. En 2000 publicó el libro «Poemas de Adriana». Colabora en varios blogs («Químicamente Impuro»; «Ráfagas, Parpadeos»; «Breves no tan Breves»; «La Sonriente Cocina de Peloncha»; «Cuentos y Más»; «Educared-TamTam»; «La Oveja Negra»; «Antología Literaria», «Poemia», «La nave de los locos»; «BEM On Line», «Cuentos inverosímiles», «El Diario de Transilvania», «Ficcionario» ), en publicaciones digitales («Axxón», «Terrorzine» de Sâo Paulo, Brasil, y «miNatura» de La Habana, Cuba); y diversas revistas y periódicos en papel.

En 2009 ganó el 1er Premio de la Segunda Convocatoria de Microcuentos «El Dinosaurio» (Colombia) —en el que obtuvo, también, el 3er puesto—, el 1er Premio en el género «Cuento» del IV certamen de Cuento Breve y Poesía Cosme Sebastián Reniero (Avellaneda, Santa Fe, Argentina), el Premio Internacional de Monólogo Teatral Hiperbreve para Niñas y Niños «Garzón Céspedes 2009» (Madrid / México D. F.) y el Premio «La Oveja Negra» de microrrelatos 2009 (Buenos Aires, Argentina; habiendo sido Finalista del mes de Marzo para este concurso anual). Fue finalista, además, de la Convocatoria Axxón de Ficciones Breves 2009. Su cuento «Éramos un millón de animalitos ciegos» fue seleccionado por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror para integrar la antología «Visiones 2009». En 2010, su cuento «La última operación de cerebro» fue publicado en «Borumballa 2010», antología realizada por los organizadores de ENCONTES, Festival de Narració Oral d’Altea (Alicante, España).

Su poema «Si vos estás» fue incluido en la «Antología Poética XX Aniversario» de la editorial «3+1» (Buenos Aires, Argentina). Su cuento «El Secreto» fue seleccionado para integrar la antología «Grageas 2, más de cien cuentos breves hispanoamericanos, en el año del Bicentenario» del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (Buenos Aires, Argentina). Participó, con su relato corto «Contrabando», de la convocatoria «Festejos del Bicentenario» del portal «Cuentos y más». Fue designado pre-jurado del 1er Concurso Internacional de Relato Corto «El arte de fluir». Fue designado Jurado de la Tercera Convocatoria de Minicuentos «El Dinosaurio» (Colombia). Es Coordinador del Taller Literario Virtual «Máquinas y Monos» de la revista digital «Axxón». Es Corresponsal en Argentina de la Revista Literaria brasileña «Lit!».

 

 

MERECIDAS VACACIONES – Andrea Saga
MÉXICO

 

Hoy fui por primera vez al festejo anual de la cosecha. Estoy feliz porque la siega fue abundante: tres piernas, un corazón, cuatro riñones y una glándula mamaria —copa C pedido especial para una víctima de cáncer—, así como la nariz extra que cultivé con tanto esmero para el niño quemado. Ha sido una operación difícil, el médico me recomendó descansar unos meses antes de volver a apuntarme voluntario. Decidí aprovecharlos para pasar unas merecidas vacaciones en la ciudad orbital. Me han dicho que la vista de las lunas es fantástica desde allá. Hacen precio especial a los regeneradores totales.

 

 

Andrea Saga (Nuevo León, México, 1974) es Licenciada en Diseño Gráfico y escritora. Ha colaborado en revistas como Urbanario, No. 10, edición especial de ciencia ficción, y dos antologías de género fantástico junto con otros compañeros de los talleres literarios a los que asiste. Su primer proyecto literario, Destinos escritos, es una saga dividida en cinco libros: Potenkiah, la piedra de la muerte, La caída de Eloah, Aeviniah: la Piedra de la vida, Cenizas sobre Midas y Angshök: el hijo de las sombras. La primera parte de esta pentalogía fue supervisada de manera personal —gracias a su calidad literaria— por Susana Fernández Scadron, profesora de formación a distancia en el taller de escritura creativa Clara Obligado y lectora de la Editorial Plaza y Janés. En el año 2009 empezó un trabajo de corrección del mismo libro con Mariana García Luna, que concluyó un año después. Actualmente forma parte de la lista de autores representados por la agencia literaria Letras Propias de Barcelona.

 

Ilustró: Guillermo Vidal

 

TALIÓN – Ariel S. Tenorio
ARGENTINA

 

Yo, a pesar de cargar con este impedimento, este ojo solitario y vil, he desarrollado un don que muchos creerían milagroso. Me considero maldito, puesto que aunque consigo ver las cosas de una manera única, absoluta e intuitiva, diez veces más claro que cualquiera, desprecio casi todo lo que percibo.

Pero no siempre fui así, antes de que todo pasara tuve una vida normal, con ciertas dificultades pero normal al fin y al cabo. Una familia, una casa, un trabajo. Hace tanto tiempo ya que casi pareciera tratarse de otra persona. Y en cambio, esto que soy ahora es el resultado de muchas malas decisiones y mucha mala suerte, cosas que no pude dejar atrás y que se confabularon para colapsar en mi contra, como un camión cisterna fuera de control, pero sobre todo, esto que soy es el resultado de una maldad poderosa, ajena a mí y planificada al detalle, con paciencia y método. Refinada y cruel, como toda obra de arte consagrada a la venganza.

Esta noche estoy aquí para remediar algo de eso. Por lo menos, equilibrar un poco la balanza. Mis dioses están conmigo y la ocasión es perfecta.

En la habitación del hotel el calor es tan sofocante que me recuerda a una jungla tropical. Incluso con la ventana abierta, las cortinas permanecen en línea recta como pesados telones. La noche gira sobre sí misma, lentamente, irradiando un halo de locura espectral, manteniendo una presión sanguinaria sobre todo lo que toca.

Allá abajo, el vagabundo que duerme en el banco de la plaza parece un cadáver. Los papeles que lo cubren, las briznas de césped, las hojas de los árboles, parecen esculpidos en mármol.

Dentro de la habitación, sobre el tórax del hombre que duerme, titila el reflejo de neón del hotel. El pecho sube y baja acompasado con esa luz monótona. Bien mirada, la simbiosis de la respiración y la luz del cartel es perfecta, es como un tango, o un animal al acecho, o las dos cosas juntas. En el ángulo de la ventana donde cuelga la pequeña hoz de luna, asoma un avión de pasajeros en trayectoria recta, negro como un cuervo, que cruza despacio, en silencio, como nadando en el vaho sofocante de tanto cemento y hormigón recalentado. Parece que el calor acolchonase los sonidos, dejando una mala imitación del silencio, una asfixia subterránea que trepa por las paredes y cubre los muebles con una capa grasosa y nauseabunda.

Perdido en las breas profundas del sueño, el hombre hace una mueca que puede interpretarse como de alegría o de terror. Gotitas de sudor se juntan en su frente y su expresión no es plácida.

Mientras se debate, pronuncia algunas palabras, triturándolas como si estuviera masticando huesos de pájaro. Luego, abre los ojos sobresaltado. Se incorpora sobre los codos y se queda observándome.

 

Me despierto en mitad de la noche. En el sillón donde dejé mi ropa hay una sombra confusa. Hay alguien sentado allí que me mira fijamente.

Por puro instinto, me aplasto contra el respaldo y suelto una exclamación de sorpresa. El intruso se inclina hacia adelante y su cara se contrapone apenas en la penumbra. Le falta un ojo. La nariz es una cavidad oscura y repulsiva y además, está sonriendo.

Me habla en un tono suave, sus palabras fluyen con naturalidad, son palabras elegantes y están cargadas de sentido.

Lo reconozco al instante. Lo reconozco por su voz y por sus palabras, y siento deseos de regresar a mi pesadilla. Se llama Demetrio y yo soy el responsable de haberle arrebatado su humanidad.

Desesperado por ganar tiempo, le formulo una pregunta. Luego, aventuro una posible explicación a sucesos recientes, pero a mis propios oídos no logro sonar muy convincente. Trago saliva. Agrego nuevos datos: nombres, lugares y fechas. Sé que son palabras inútiles.

Demetrio no me interrumpe, se rasca el cráneo con unos dedos flacos y sucios. Y mientras mis palabras se atropellan, su mirada de cíclope se hace cada vez más insoportable.

No hay posibilidades de negociar mi situación. Las cartas están echadas. Eso es lo que me da a entender.

Mi voz se quiebra en una última pregunta. Sé que luego de eso solo quedarán las súplicas.

En ese momento siento lástima por mí mismo. Hubiera dado lo que fuera por no mostrarme tan vulnerable, tan entregado a la voluntad de ese monstruo.

Como si me hubiera leído la mente, Demetrio mete una mano en sus ropas y saca un revólver. Casi con desgano, el agujero del cañón apunta hacia mi estómago. Es una nueve milímetros negra y ominosa como una sentencia.

Y entonces Demetrio me hace una propuesta y todo mi mundo cambia en un parpadeo.

Se trata de una pequeña apuesta.

Me explica detalladamente lo que quiere que haga.

Intento responder, pero tengo la garganta seca. No consigo articular ni una palabra.

Como por arte de magia, un lápiz es depositado suavemente en mi mano.

Al principio solo puedo verlo. Quedarme ahí, observándolo como si fuera un insecto exótico. Un objeto caído de otro planeta. Un pequeño Dios malévolo cargado de consecuencias. Es un Staedtler Noris amarillo y negro de punta dura. Un pequeño y delgado HB que con la intermitencia del cartel de neón parece latir en mi palma sudorosa.

Muy a mi pesar, me pongo a llorar. Las lágrimas brotan calientes y gruesas y ruedan por mis mejillas. Afuera, en alguna parte, un perro comienza a ladrar y luego se detiene bruscamente.

Demetrio me da palabras de aliento. Suena paternal y no parece estar disfrutando de la situación.

En mi mente, lo insulto y lo maldigo con una rabia negra.

Cuando tomo la decisión de aceptar su apuesta, una repentina calma desciende sobre mí. De alguna manera he salvado mi vida. Lo demás, procuro alejarlo de mi cabeza.

Cierro el puño en torno al lápiz y lo sostengo enfrente de mi rostro.

Luego lo introduzco lenta pero firmemente en mi ojo izquierdo.

No es tan difícil como había pensado.

El dolor describe un arco, se hace agudo y luego decrece. Siento un ardor espontáneo, pero pasa rápido, después, solo siento agua. Mi ojo está hecho de agua. Una pequeña membrana, muy delgada, que contiene agua. El agua de todos los mares. Los cielos, el sol y las estrellas. Rojo, negro y amarillo girando y fundiéndose entre chispas doradas. Un caleidoscopio de tinta y sangre y fuego.

El lápiz queda clavado en su lugar.

Abro el ojo sano y miro a Demetrio que a su vez me mira con expresión absorta.

Es un empate.

Ahora somos dos tuertos que se contemplan en silencio y los minutos se convierten en una eternidad. Compartimos algo que queda en secreto y que no es expresado con palabras.

Finalmente rompo el silencio. Le pido que se vaya. Que cumpla con el trato y que me deje en paz.

Demetrio se trepa a la ventana y me mira inquisitivamente, bajo la luz del neón, parece un pajarraco enfermo. Me guiña su ojo sano de manera patética y desaparece.

Me quedo un rato sentado en la cama, con el lápiz todavía clavado en el ojo.

Mis pensamientos son como remolinos, jirones húmedos, espectros aullantes.

En este negocio, cosas como esta pasan todo el tiempo.

En este negocio, uno siempre conoce a alguien que conoce a alguien. Y uno sabe lo que ese alguien estaría dispuesto a hacer por una cifra, digamos, sustanciosa.

Demetrio se había convertido en un monstruo. Pero no siempre había sido así. También había tenido una vida. Y de esa vida todavía quedaban reminiscencias. Una ex esposa y una hija. Una preciosa nena de unos ocho o nueve años que vivía con su madre en las afueras de la ciudad. Y yo no tenía nada que perder. No ahora que era mi turno.

El precio del sicario no significaría un problema.

El Prestamista podía adelantarme esa cantidad. Siempre le había respondido en tiempo y forma, gracias a Dios.

Porque las deudas de juego había que pagarlas.

Me puse a sonreír en el medio del cuarto sofocante.

Claro que sí. De una manera u otra, las deudas de juego había que pagarlas.

 

 

Ariel S. Tenorio, argentino, nació el 2 de agosto de 1975. Se ha dedicado a la creación de relatos cortos de ficción y poesía. Actualmente vive en General Pacheco, provincia de Buenos Aires. Es miembro fundador del grupo literario pro-horror «The Wax». Ha recibido una Mención de Honor en el 16º certamen de poesía y narrativa 2007 de la Editorial Zona. Es lector desde hace años de la revista Axxón y ha colaborado con sus textos en numerosas oportunidades.

 

Ilustró: Guillermo Vidal

 

NÉMESIS – Jorge Lineya
COLOMBIA

 

A mi amiga, Silvia Angiola.

 

El asesino sabe que Dios lo perdonará. Él sólo hace lo que debe y la misericordia del Creador, según lo consignan las Escrituras, es infinita: por eso cuando le dispara al transeúnte con tranquilidad, se persigna y da las gracias, porque hoy como siempre logró matar sin que nada ni nadie se lo impidiera.

Desde que había empezado a sentir esa comezón desesperante en su espalda y a ver esa costra blanquecina y reseca saliéndole en la piel de sus omóplatos, se dio cuenta que lo que estaba a punto de ocurrirle era un milagro: alas. Las alas que con tanta insistencia y fe él había pedido en sus oraciones diarias: un par de plumosas y enormes alas blancas iguales a esas que lucen las imágenes de los arcángeles que ornan las iglesias. Y no la simple psoriasis que le había diagnosticado apresuradamente su médico de cabecera.

Hoy después del crimen, su vida chapotea en la normalidad de la rutina, salvo por el inusitado detalle de que sus pies, de manera intempestiva, se elevan unos centímetros del piso cuando va caminando, haciéndole mover las piernas en el aire como si empujara los pedales de una bicicleta invisible, desafiando torpemente el equilibrio y a punto de caerse de bruces al suelo. Algo que lo emociona sólo a él, el único que lo nota, pero para presenciar este portento ni requiere, ni necesita de más testigos.

Cuando tenga sus extremidades de pájaro grande lo verán perderse en el cielo después de cada trabajo sin que logren perseguirlo ni sus culpas, porque en este mundo no hay quien dude de las decisiones que se toman allá arriba. Nadie que él conozca, al menos.

 

 

Jorge Lineya es autor de una novela y varias obras inéditas de narrativa y de poesía. Nació en Santiago de Cali, Colombia, el 20 de septiembre de 1964. Participó en algunos concursos en España vía Internet en 2004. Tiene formación universitaria en Ciencias Jurídicas ya que estudió en su país Derecho y Ciencias Políticas, carrera que no concluyó debido a un acontecimiento personal que lo obligó a retirarse. Es padre de tres hijas.

 

 

Axxón 233 – agosto de 2012
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).