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Archivo de la Categoría “307”



 

 

Argentina  ARGENTINA
12 de septiembre de 2024.

Tengo que escribir esto ahora, antes de que aparezcan los primeros síntomas, porque no sé cuánto tiempo toma el proceso completo. Nadie sabe. Los primeros casos sospechosos aparecieron en abril, aunque no lo dijeron, y los primeros muertos, o no muertos, se descontrolaron al final de mayo. Tampoco lo dijeron, pero no hizo falta. El olor de los cadáveres en las calles aturde desde mediados de junio. Yo no vi ningún cadáver todavía; llevo encerrada desde que vi el primer zombi arrancarse el rostro a la mitad de la calle el 29 de mayo y no fue lejos de casa. Me volví en seguida aunque no me quedaba tanta comida. El zombi no sé qué hizo. Sé que no me vio. Supongo que habrá seguido arrancándose la cara si no encontró a nadie más para comer. Cuando tienen hambre y se enojan hacen eso. Es lo que comentaban en la radio hasta el martes, cuando cesaron todas las transmisiones y se interrumpieron todas las redes sociales. La Federal también dejó ya de salir a controlar los ataques de los no muertos. No escuché más ráfagas de ametralladoras. Dicen que fue la última mutación del Coronavirus, pero yo creo que eso es una pavada, una de las tantas cosas que se dicen. Los enfermos no reportan nada sobre ninguna afección de tipo pulmonar. Aunque, en realidad, los enfermos no reportan nada de nada. Están dementes por completo. Yo no hice ni pensé cosas raras todavía, pero claro, me acaban de arañar. Apenas me limpié la sangre del brazo volví a poner el vidrio en la ventana de la puerta. Qué suerte que tenía otro vidrio. Yo siempre tengo repuestos para todo, especialmente vidrios. Me da miedo el granizo. Me da miedo que entren el frío, el agua, el polvo. Fue mi culpa. Escuché llorar afuera; un llanto de niño. Eran las cinco de la mañana y estaba muy oscuro. Pensé que el niño estaría solo. Nada más abrí el postigo de la puerta y me asomé a mirar. Fue una suerte que tenga reflejos rápidos, pero el zombi me agarró la mano cuando cerraba la ventana de un golpe. No vi mucho; vi la piel gris y me dio asco porque la carne de la mano estaba fría y blanda y las uñas eran negras. No sé qué fue del niño. No lo escuché más. Supongo que el niño estaba solo, pero no el zombi. Me alegro de que nadie me molestara mientras volvía a poner el vidrio. Y me alegro de haberlo vuelto a colocar. Los zombies no son pacientes; el que me arañó se fue apenas vio que no podía romper la reja, pero yo todavía no vi ningún cadáver. Ni a nadie vivo, desde que me encerré. Y no quiero volver a verlo. No quiero ver la cara del niño cuando vuelva a pararse frente a la puerta. La policía ya no sale a las calles.

13 de septiembre

Ampliación

Ilustración: Pedro Bel

Pasaron veinticuatro horas desde el ataque. Llevo desde esta mañana tratando de adivinar cuándo se me detendrá el corazón. No sé si pasará. Como se difundía tanta información en tantos estados diferentes de la investigación, nadie llegó a saber en concreto si uno puede morir simplemente por contraer el virus, o cuánto tiempo después revive después de que el zombi ataca. Cuánto tiempo tiene que pasar. Hasta que cesaron las transmisiones informativas, de casos como el mío no escuché ninguno. Es decir, no sé qué pasa si uno no queda incapacitado o muerto a consecuencia del ataque. Si uno sobrevive, pero con el virus. ¿Uno se termina muriendo antes de volverse poco a poco un demente caníbal, o nada más cambia, se transforma? No es como en las películas. Realmente, nadie sabe. Yo me pregunto si me iré a morir por esto. No me importaría. Pero sé que no quiero revivir con esto. No quiero ser una demente caníbal. Si me mato ahora, teniendo el virus, ¿iré a revivir? ¿Cómo reviviré? ¿Recordaré? ¿Comenzará el proceso de inmediato? Tengo que ir anotando todo esto y dejarlo bien a la vista si decido algo. Yo sé que no pueden estar todos muertos o enfermos. Alguien como yo, pero alguien que no se haya asomado a la calle a mirar, tiene que haber sobrevivido y estar sano. Alguien podrá esperar a que afuera todo sea más seguro. Alguien encontrará esto antes de que todos mueran y quizás sea de ayuda. Tengo una responsabilidad. Así, no habré vivido en vano. Al menos seré recordada. Podrían ponerle mi nombre a algún tratamiento. Arriba en el lavadero tengo hilo de nylon del más fuerte, del que uso para atar las plantas a los vástagos. No resultará difícil de trenzar, y no cuesta nada ir haciéndolo. Es un pasatiempo como cualquier otro mientras trato de escuchar algo, averiguar algo. Mientras espero. No oigo nada en la calle. A lo sumo gritos, a lo lejos. Podría ir a buscar el hilo ahora. Son las cinco de la mañana. El brazo me duele de una manera horrible y el arañazo se ve rojo y blanco, hinchado, y quema. Por suerte es el brazo izquierdo.

14 de septiembre

Han pasado ya cuarenta horas desde el ataque. No sé qué pensar de mi muerte. Fui al lavadero, me subí a una silla, pasé el lazo de hilo por la vara de hierro que recorre el techo, junto a la puerta, después me lo pasé por la cabeza, pateé la silla y ahí quedé. Me colgué. Estuve esperando a que algo sucediera luego de que se me cortara la respiración, hasta que me cansé, y entonces me puse a forcejear tratando de zafarme de la trenza de hilo. Me costó mucho trabajo. Quedé bastante lastimada, porque siendo que no me dejé nada cerca para socorrerme por si me arrepentía, estaba indefensa colgando ahí en el lavadero y sólo se me ocurrió ponerme a patalear, ocasionándome unos tirones terribles en el cuello. Por fortuna el lazo terminó cortándose y caí al suelo; estuve a punto de rodar por las escaleras. Tengo que reconocerlo, me dio miedo, porque tuve tiempo. Esperaba que fuera más rápido, para no pensar. Pero parece que tiempo voy a tener más que suficiente. Al menos hasta que me vuelva una demente caníbal. Mi corazón no late. Tengo un surco profundo bajo el mentón y en los ángulos posteriores de la mandíbula, y una oreja casi desprendida de la cabeza, pero no sangro. Tampoco siento dolor. Ni siquiera en el brazo, que ya no arde. Es obvio que el proceso ha iniciado y ya no tengo posibilidad de esperar otra cosa que convertirme en uno de esos monstruos de allá afuera. Pero al menos la transformación no es inmediata, evidentemente. Así que tengo que seguir escribiendo. Ahora cenaré. Nunca me había gustado comer carne, pero tengo que admitirlo, esta noche siento una profunda necesidad de comer hígado, hígado muy jugoso, del que había comprado hacía tanto tiempo que ya no lo recordaba. No es necesario reprimir tal impulso, sólo documentarlo. Luego, buscaré todos los repuestos de llaves de la casa que tengo, iré a la terraza y los arrojaré lo más lejos que pueda, hacia la calle. Dado que no se conoce la duración total del proceso, es posible que mañana no esté en condiciones de hacerlo. No debo volver a salir de la casa. Tal vez quede alguien sano fuera. Dejaré mi escrito bien encarpetado sobre la mesa despejada y le pondré una carátula, para que lo encuentren con facilidad. Los zombies no lo tocarán; sólo llamará la atención de una persona sin contagiar.

15 de septiembre

Han pasado setenta y cinco horas desde el ataque. Lo que sucedió hoy podría ser muy importante. Trataré de consignar de manera fehaciente toda la información relevante. El niño estaba esta mañana de nuevo frente a mi puerta, llorando. Me ha despertado y he tenido que levantarme a mirar, pero solamente me acerqué al postigo y traté de ver para afuera. Sin embargo, no conseguí divisar nada. Las lámparas de la calle estaban apagadas y el exterior se presentaba muy oscuro, por lo que era imposible distinguir al niño. Seguramente estaba solo y asustado por ese amenazante, tenebroso y frío exterior. Yo sólo lo oía llorar, cada vez más fuerte, y empecé a sentir una gran angustia. También comencé a sentir un hambre terrible. Quería abrir la puerta y hacer entrar al niño para que estuviera a salvo de los zombies. También quería sentir el dulce perfume de su cabello y de su tierna piel. Quería palpar la suavidad de sus mejillas rosadas, rosadas de sangre caliente. Quería contemplar la carne firme de los pequeños músculos, tan sedosos. Tuve que correr escaleras arriba, encerrarme en mi habitación, poner música. Si seguía oyéndolo, me volvería loca más pronto, no podría anotar más nada, no dejaría ninguna evidencia para que los científicos estudiaran. Pero si no calmaba mi necesidad de carne, de carne cruda, de inmediato, también me volvería loca. Me quedaba mucho hígado. Comí casi un kilo que conseguí descongelar con agua caliente, aunque no pude esperar a que se ablandara del todo y la mitad estaba dura aún, pero no me dolió el estómago. Tampoco percibí ningún sabor, u olor. Ni de la comida, ni de mi piel, aunque veo que se ha vuelto gris y creo que está un poco blanda. Mis labios se ven azules, algo negros en realidad. Supongo que es porque estoy muerta. Me pregunto si terminaré desapareciendo así, como un montón de tiras de carne desparramadas en el suelo. Ojalá sea después de que pierda el juicio. No intentaré suicidarme de nuevo. En primer lugar, y de manera muy egoísta quizás, deseo evitarme sufrimientos inútiles; tal vez no consiga morir de todas formas. Pero además, porque así quizás dejaría de registrar algo importante para los científicos. Creo que eso es muy importante. Ojalá que allá afuera haya alguien como yo, que esté haciendo lo mismo que yo, así tal vez los médicos podrán luego comparar nuestras notas.

16 de septiembre

Han pasado noventa y seis horas desde el ataque. El niño sigue viniendo a llorar frente a mi puerta. Se sienta en el escalón, llora y llora y no se detiene. Algo va a pasarle allí afuera, con los zombies. No sé cómo es que ha sobrevivido solo tanto tiempo. Ya ni siquiera escucho gritos a lo lejos, y aunque no conservo la capacidad de oler la podredumbre sé que la calle debe estar pavimentada de cadáveres. Yo no deseo verlos, pero quiero salir a buscar al niño. Debe estar completamente aterrado. El niño pequeño, con sus carnes firmes, su sangre tibia y seguramente muy dulce, sus mejillas, sus pequeños brazos y piernas plenos de músculos vigorosos. Pobrecito. Tengo muchas herramientas en casa, y desde que mi esposo falleció me he acostumbrado a hacer todo tipo de tareas. Sé cambiar una cerradura. Tengo muchos destornilladores, y tenazas, y piezas para diferentes trabajos. La caja de herramientas está muy a mano; apenas anoche he ido a buscarla con la idea de hacer algunas reparaciones para pasar el tiempo. El niño sigue cerca. Aunque se ha marchado y no puedo saber con certeza dónde está, seguramente no es lejos porque lo oigo con mucha claridad y no parece estar moviéndose de su sitio. Creo que bajaré ahora y quitaré la cerradura. Si nos movemos rápido, podré traer al niño y colocaremos la cerradura de vuelta antes de que los zombies nos vean. Comeremos hígado. Todavía me queda un poco. Seguramente al niño también le gustará el hígado muy jugoso. El hígado es muy sabroso, sobre todo cuando tiene mucha sangre.

Rosario, 17 de septiembre de 2024, DIARIO ROSARIO Y SU REGIÓN, NOTICIAS POLICIALES.

Un extraño incidente fue protagonizado la madrugada de ayer por vecinos de esta localidad. Pedro Otero, un obrero de la construcción que salía de su hogar con su hijo de cinco años para llevarlo a pasar el día a casa de su abuela, fue atacado por una vecina aparentemente en estado de enajenación mental. Eladia Ramírez, de sesenta y dos años, se abalanzó sobre el niño, lo mordió, y cuando fue apartada por el señor Otero lo atacó a su vez tratando de morderlo también, como resultado de lo cual el hombre se vio forzado a tomar un martillo que llevaba en su bolso para rechazarla, produciéndose en el acto su desafortunado deceso. El señor Otero declaró a la policía que hace este trayecto a diario con su hijo a casa de su suegra y que anteriormente había hablado muchas veces con la señora Ramírez, siendo ésta siempre muy amable, lo cual confirman otros vecinos, pero que hacía un tiempo que no la había visto. Si bien no se registró ninguna denuncia, los vecinos señalan un posible intento de asalto de días atrás en el domicilio de Ramírez, luego de escuchar algunos gritos de madrugada y encontrar vidrios rotos en la vereda, lo cual resultaba anormal dada la pulcritud habitual de la mujer. El estado del cuerpo de la señora al momento de ser retirada del lugar hacía pensar según el médico forense, Dr. Javier Marinelli, en algún proceso infeccioso avanzado que pudiera estar sobrellevando dadas las terribles lesiones en su brazo izquierdo, que quizás pudieron comenzar con una cortada durante el supuesto asalto o, debido a las características de las lesiones, el arañazo de algún animalito si la señora tenía una mascota, aunque esto no es del conocimiento de los vecinos ni fue encontrada ninguna mascota en el domicilio. También tenía cortadas en el cuello cuyo origen no es posible arriesgar hasta realizarse la autopsia. Asimismo, el forense declaró que le resultaba imposible creer que la mujer hubiera protagonizado los acontecimientos narrados, debido al estado de deterioro que presentaba su cuerpo. “De no haberla encontrado en estas circunstancias, yo hubiera dicho que esta señora llevaba muerta por lo menos dos días”, aseguró. Se espera que un manuscrito hallado sobre la mesa de la cocina de la mujer, al cual habría titulado “Proceso de deterioro por infección de nuevo virus”, arroje alguna luz sobre los acontecimientos que involucraron a esta desafortunada mujer.


Carina Longo es profesora de Lengua y Literatura en Rosario desde 2007 y, aunque siempre escribió, nunca se atrevió a publicar hasta que decidió comunicarse con Axxón. Sus géneros preferidos son la ciencia ficción y el terror, y nos cuenta que acaba de terminar su primera novela.