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ARGENTINA

 

 

Esa tarde Alina estaba realmente cansada, el trabajo en la mina era agotador, y por más que estuviese enfundada en su traje aislante, los -230º C hacían estragos en su ánimo si no en su cuerpo. Pero antes de que pudiese abrir la puerta, Chinia ya estaba allí, para cambiar su humor con su gran sonrisa, esos ojos que tanto recordaban a uno de sus papás y esa nariz idéntica a la del otro —aunque debía admitir que la boca era un calco de la suya—. Alina se agachó y besó en la frente a su pequeña hija: «¿Dónde están tus tres papis, eh?»

Ella señaló hacia adentro, en respuesta, y corrió hacia GR-20. El robot tomó a la niña en sus brazos y recibió a Alina con un beso apasionado: «Gregor y Daniel están en el salón, intentando enseñarle a jugar ajedrez por octava vez a Brtttyx».

Alina arrojó el bolso sobre un sillón, volvió a besar a su hija trinitaria y a su esposo robot, y fue con ellos al encuentro de su otro vástago (el adoptado, el hijo del corazón) y del resto de su familia. Cuando vio al salteriano jugando y riendo con sus otros dos padres, se le llenaron los ojos de lágrimas. Aún recordaba cómo lo habían hallado, aterrado, tiritando y medio muerto de hambre, en el basurero de Colonial 3, luego de que un grupo de intolerantes antialienígenos hubiese rapado sus antenas y sus cilios de fotopercepción. Ahora era hermoso verlo allí, esforzándose con los alfiles y la dama, intentando no pensar multitemporalmente al menos por un instante, y complacer a su familia. Chinia se refugió entre las pinzas de su hermano y manoteó una torre.

Gregor, siempre impetuoso, vio primero a Alina, soltó la cintura de Daniel y corrió a abrazarla: «¡Te hubiéramos ido a buscar, hoy teníamos un turno menos! ¿Por qué no nos dijiste que saldrías antes?» Daniel, aplomado, con el garbo que da el abolengo de ser octava generación de clones, se aproximó, mucho menos efusivo pero igual de cálido. Esperó a que Brtttyx saludara a su madre y, pasando una mano por los hombros de GR-20, se integró al abrazo de la otra pareja, mientras preguntaba: «OK. Pero, ¿quién de los cuatro cocinará la cena hoy?»

 

 


Dra. Teresa P. Mira de Echeverría

Una de las principales características de la ciencia ficción es que constantemente está corriendo los límites de lo que solemos llamar «realidad» (si es que tal cosa existe) o, al menos, de lo consuetudinario, del «estado de las cosas» (en el sentido comteano-positivista). En una palabra: de lo dado por sentado.

Hace poco, mi amigo (y es un orgullo poder decirlo) Daniel «Axxonita» Vázquez, me pidió que escribiera una suerte de columna sobre ciencia ficción.[*] Ante mi pregunta por el contenido de la misma, él me respondió: «Elegí el tema que quieras, pero… ¿qué te parece «los modelos de familia dentro de la ciencia ficción»?»

Conociéndome, sé que esa elección no fue al azar, porque tal vez el tema de las relaciones «humanas» sea uno de los que más me atraen. Por supuesto, lo primero que vino a mi mente fueron genialidades como «Si todos los hombres fueran hermanos, ¿dejarías que alguno se casara con tu hermana?» de Theodore Sturgeon (1967), o la increíble Octavia Butler, y no sólo en «Hijo de la sangre» (o la saga Xenogénesis) sino sobre todo por obras como Fledgling (que aquí podría traducirse por algo así como «Pichoncito«, tal como sugirió mi buen amigo Max Yofre) donde toca el tema del vampirismo desde la perspectiva tanto de la supervivencia como de la conformación de una suerte de núcleo familiar múltiple. Y, por supuesto, los que me conocen saben que no puedo obviar a uno de mis ídolos del género y quien más ampliamente ha abordado, quizás, esta temática: Philip José Farmer (lo sé, ustedes estarán pensando en decenas de ejemplos más, y yo también —cómo ignorar a Robert Heinlein y su impresionante autogestación o a Ian Watson «empotrado» en modelos alucinantes; las complejidades político-familiares de Frank Herbert o el impecable ejercicio de Arthur Clarke en Regreso a Titán o en la serie Rama. A Larry Niven, y su particular manera de sorprender, o las mitológicas poesías de Roger Zelazny; la prefamilia de Ted Chiang en «La historia de tu vida» o los brillos magníficos de las creaciones de Robert Silverberg; la delicada y brutal armonía de Ursula K. Le Guin o el asombro a flor de piel de China Miéville; por no citar al genial, genial, genial pensamiento de Samuel Delany—, pero tomémoslos sólo a modo de ejemplo, ¿sí?).

 

Sin embargo, veamos primero el otro aspecto del asunto, y asumamos el rol —un poco al modo del gigante Philip K. Dick— de «filósofos ficcionalizadores».

Allá por finales de la década del 40 del siglo XX, Claude Lévi-Strauss, filósofo y antropólogo, se preguntaba acerca de algo que todos daban por sentado: el tabú del incesto, piedra de toque de todo sistema de parentesco y, por ende, de toda idea de familia.

Se preguntó cómo funcionaba y por qué era tan disímil de una cultura a otra. Por qué, por ejemplo, en muchas tribus, para un muchacho es posible casarse con la hija del hermano de la madre, pero está terminantemente prohibido que se case con la hija del hermano del padre, pese a que ambas son sus primas hermanas…

No era una «razón natural», obviamente, pero la lógica del asunto debía estar en alguna parte: ¿por qué una prima cruzada, sí, y una paralela, no?

Como en todo enfoque original, lo que Lévi-Strauss hizo fue realizar una suerte de «giro copernicano» y pensar el incesto no desde la perspectiva de la puerta prohibida, sino de las que dejaba abiertas; es decir, enfocándolo como una prescripción encubierta o implícita: Si en este grupo no puedes obtener satisfacción, eso implica que en los otros, los no prohibidos, sí.

De esta suerte, la prohibición del incesto, regla cero de la conformación de la familia, no respondía a cuestiones biológicas, o naturales, o sobrenaturales; sino simplemente a un sistema de ordenamiento social (patrilineal en el caso particular del ejemplo): establecer lazos exogámicos de prestación y contraprestación (de intercambio de mujeres, ergo de engendradoras) entre distintos grupos mantiene la cohesión social.

La clave sería quiénes somos nosotros (endo) y quiénes los otros aceptados —o no tan «otros» — (exo). Y por dónde pasa esa división.

Estamos acostumbrados, como decía David Hume, a dar por sentadas tantas cosas que consideramos «lógicas», «necesarias» o «naturales», que no nos damos cuenta de que únicamente son «habituales». La familia occidental moderna es una de ellas. Vivimos en un medioambiente en el cual esa organización es la más común y, por ende, la damos por sentada.

Ampliando la mirada, la familia no es simplemente una unidad procreativa o social, sino algo mucho más complejo. La familia impone sobre lo natural (la perpetuación de la especie) una forma cultural (las leyes que rigen la consecución de ese proceso), llevándolo un paso más allá, «humanizándolo».

Y las diferentes culturas enfocan esto desde ópticas —gracias a Dios— muy diversas. No hablo sólo de monogamia, endo/exogamia, poligamia (poliginia o poliandria), etc., sino de formas más complejas o sublimadas (en términos psicológicos).

El mismo objetivo procreativo puede mutar hasta adoptar múltiples versiones (socialmente hablando, el peso de la adopción en muchas culturas, supera incluso al propio peso de la sangre; tómese, por ejemplo, al Imperio Romano). Una familia puede «procrear» desde un sentido amplio, «fructificando» desde diversas perspectivas. No olvidemos que la interpretación, la hermenéutica (e incluso le exégesis en el ámbito sagrado), son las herramientas primeras de la comprensión.

Entonces, la unión de una familia puede incluir otras formas de parentesco (tanto de alianzas como filiatorias) que contemplen bases heterosexuales, homosexuales, pansexuales o asexuales. Lo mismo ocurre con el número, con la procedencia social, con las características morfológicas, etc. (los tabúes pueden ser muy extraños).

Desde el estructuralismo lévi-straussiano las diversas formas responden a una expresión de posibles estados de un sistema. Por ejemplo, si arrojo dos monedas ¿cuáles son los posibles resultados de su combinatoria? Claramente cuatro: cara-cara, cruz-cruz, cara-cruz y cruz-cara (y sí, a mí me gustaría incluir el canto o desdoblar el universo, pero esa es otra historia). De este modo, para Lévi-Strauss serían posibles tantas formas de familias como posibilidades ofreciera el sistema de parentesco. Algunas con expresión histórica (léase: alguna vez existentes) y otras potenciales (léase: jamás actualizadas o no actualizadas aún), pero todas igualmente válidas.

Podríamos así hallarnos frente a una familia compuesta por un varón, una mujer y sus hijos; o una casa grupal que reuniera a todos los varones, mientras cada fratria femenina se asocia para criar a los hijos en común; o un grupo de hermanas tomando por esposo al mismo hombre… todos estos ejemplos son concretos y reales.

 

Y ahora viene el turno de la ciencia ficción: «¿Cuántos posibles modelos familiares hay?»

Y la respuesta sería, obviamente: «¿Cuántos se pueden imaginar?»

Judith Merril, en la introducción de una de sus fabulosas antologías (SF12, del año 1969 —¡Ah,la New Wave!—), titulada: «Pez fuera del agua, hombre a un lado de sí mismo», citaba un comercial en el que se veía un pez dorado flotando entre líneas azules y verdes, con la siguiente leyenda al pie: «No sabemos quién descubrió el agua, pero es casi seguro que no fue un pez».

El medioambiente directo ciega.

Theodore Sturgeon se propone, en el cuento anteriormente citado, llevarnos de la mano de su conmocionado personaje, hasta la vereda de enfrente de nosotros mismos. Y lo hace a través de una propuesta convulsionante, de una «Visión Peligrosa» (tal como lo antologizaría Harlan Ellison en su ya legendaria obra) respecto de la sociedad a partir de la cual se emite la propuesta: el incesto consensuado.

Esta forma brutal de extrañamiento está destinada a abrir los ojos ante lo dado-por-sentado y reconocer la existencia de «lo verdaderamente otro» y su idéntica posibilidad/derecho de existencia.

La visión de Sturgeon —que esgrime razones biológicas, psicológicas, sociales y éticas a raudales— conmociona, pero fuerza a admitir la pluralidad, la divergencia, en una palabra, la relatividad de lo propio y la libertad como derecho. Su personaje, como posiblemente el 99% de sus lectores, no comulga con esta sociedad endogámica; pero el triunfo del autor se alza, no en la adopción de una práctica distinta, sino en su reconocimiento, en su tolerancia y, sobre todo, en el ejercicio de su comprensión: por un momento viví esa sociedad completamente ajena a la mía como propia, traté de entenderla… ¡Y el Universo no colapsó! Y esto da por resultado una expansión maravillosa de nuestros horizontes de comprensibilidad y de la riqueza de la variedad de todo cuanto nos rodea.

Luego de leer este cuento, no es que nos lancemos alegremente a la vida incestuosa, pero volvemos de ese viaje a aquel planeta secreto con nuestra perspectiva ampliada: nos hemos permitido ver el universo a través de los ojos de otro, y eso es fabuloso.

¿Consecuencias? Obviamente, volveremos a nuestra propia mirada, pero ya no será la misma, ya no seremos los mismos. Nuestra conciencia, realmente, se habrá ampliado.

Desde un punto de vista solidario, pero atacando desde dentro el sistema «dado por sentado», Philip José Farmer analizó y desmenuzó los vericuetos de los lineamientos básicos de una familia tradicional occidental. En el conjunto de relatos que componen Relaciones extrañas, empuja, cual un Ludwig Wittgenstein, los límites de lo conocido hasta dar vuelta la trama de nuestras relaciones tradicionales, tal como podría hacerse con un guante. Y en Los amantes (por nombrar una de sus obras más conocidas) muestra el choque efectivo de esas culturas, llevando la noción de «otro» más allá de las fronteras de lo humano, pero no de las de «persona» —algo que, en un elegante y muy logrado homenaje, repite con sesgos propios Gardner Dozois, autor al que admiro mucho, en la hermosísima Strangers—. Lo cotidiano como asfixiante se abre a lo extraño, que es liberador pero, al mismo tiempo, imposible de conocer en todo su alcance. Lo cual no obsta para que los sentimientos que cimentan esa relación, esa nueva forma social, sean capaces de trascender tales diferencias.

Octavia Butler llevó el concepto de familia al de amor transformador, por un lado, y al de amor más allá de la posesión, por el otro.

La familia butleriana es práctica, se basa siempre en la supervivencia; pero aquello que está en juego en esa supervivencia no es simplemente lo vital, sino lo esencial, lo íntimamente constituyente.

Desde Xenogénesis a Fledgling, pasando por «Hijo de sangre» (1984), la familia es un sitio a la vez de supervivencia y de transmutación. Vista como una forma de interdependencia entre un «nosotros» y unos «otros», la solución no implica la mera coexistencia o tolerancia, sino la mutua aceptación: para ser uno, ambos deben transformarse, en parte, en el otro.

La pequeña vampira preadolescente de Fledgling no tiene a su disposición un rebaño de humanos sino una familia multifuncional basada en relaciones recíprocas de amor, donde la libertad es la piedra filosofal: punto de partida y meta a alcanzar. Un vórtice en torno a un uno, que se despliega en un todos.

En la otra punta, Alejandro Jodorowsky analizó más de una vez (Metabarones y Tecnopadres) unas relaciones que se complejizan hasta el punto del autoincesto —como el de Aghora, el metabarón padre-madre— que es también autorrealización.

Pero es claro que el tema que subyace, desde una perspectiva esencialmente humana (aunque no antropocéntrica sino «espiritual», si se quiere), más allá de lo social, biológico, cultural o psicológico, es el motor último de este modelo de familia —al menos desde lo ideal—: el amor.

Sturgeon fue más allá y mucho más lejos de esas dimensiones cuando escribió un libro que, por decisión propia, sólo debía publicarse de forma póstuma: Cuerpodivino. Allí, en esta verdadera obra de arte, realiza la extrapolación final del eros-agape, arremolinados y mezclados tal y como sucede en el ser humano (tal y como, en el final del Banquete, Platón ubicara junto al apolíneo, cuasi marmóreo y etéreo Sócrates, esa fabulosa irrupción dionisíaca de un Alcibíades ebrio y enamorado, no sólo del coloso de la filosofía, sino del sileno de carne y pasión que lo ha seducido; porque su deseo existencial reclama ambas dimensiones). Lo divino como base unitiva de todo en todos.

La superación de un infierno basado en la compartimentalización, clasificación, exclusión y restricción, de lo que no tiene medida ni límite. La sexualidad como comunión.

 

Y acá volvemos al tema de los modelos de familia.

En la ciencia ficción los modelos no son convencionales, pero no porque la ciencia ficción se aleje de la realidad, sino porque justamente, es una lente de aumento sobre ella.

Por supuesto, para poder aumentar, dicha lente debe deformar, exagerar, pero no por mor de desnaturalizar, sino para poner en evidencia (alguna vez, que Uhura estuviese en el puente de mando de la Enterprise fue tan «escandaloso» como la magnífica ¿Adivina quién viene a cenar? de Stanley Kramer. Hoy muchos de nosotros saltamos de alegría ante su relación con Spock, o ante el epítome de la relación entre dos seres en-tanto-personas —más allá del género, número, clase y en este caso, especie— en la figura del Capitán Jack Harkness y Ianto Jones de la serie Torchwood, un spin-off del clásico Dr. Who).

Pero de algo «pecan» estas visiones, y es que no se conforman con lo que hay, sino que buscan explorar el ideal: la familia como el sitio en el cual un ser humano no solamente surja al mundo, sino que se realice en su máxima riqueza y profundidad. El sitio al que valga la pena volver cada tarde, luego de los -230º C del trabajo. El lugar donde nos entiendan y cobijen o, al menos, intenten hacerlo como una necesidad vital.

Puede que sea un grupo de hermosas muchachas Orión de piel verde el que nos reciba en la puerta, o un trío de saltamontes vegarianos, o nuestro propio clon; pero es un sitio donde ser libremente, ampliamente y hasta las últimas consecuencias. Donde ser uno mismo sea moneda corriente.

Un sitio en el que, en definitiva, se nos ame y amemos…

…O incluso, para usted, puede ser algo muy distinto de todo esto, algo por completo diferente, inconcebible para esta columnista…

¡Ah, hogar, extraño hogar! ¿Qué sucedería con mi hermana si todos los hombres fueran hermanos…?

Pues, sencillamente, que la dejaría casarse con quién, quiénes o qué quisiera… Después de todo, ¿quién soy yo para decirle cómo formar su propia familia?

 

 


NOTAS

 

* De más está decir que, a la sorpresa, se sumó un gran orgullo por poder participar en esta publicación a la que quiero y la cual —como algunos de ustedes sabrá— fue condición de posibilidad de la formación de mi propia familia (gracias, Guillermo).

Y además, ¿quién de los que se dedican a la investigación de la ciencia ficción no sueña secretamente con una columna al estilo de las del Buen Doctor o, mejor aún, con la calidad (que no pretendo alcanzar) del admiradísimo Pablo Capanna?

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Teresa Pilar Mira de Echeverría nació en 1971 en la provincia de Bs. As., Argentina.

Es Doctora en filosofía. Dicta cursos en distintas Universidades (Gnoseología, Filosofía de la Naturaleza y Filosofía contemporánea) y en Fundaciones, vinculando sus cátedras con su investigación en CF.

Estudia e investiga sobre la interrelación entre filosofía, mitología y ciencia ficción (siendo éste el tema de su tesis doctoral).

Ha dictado conferencias sobre este tópico en simposios Internacionales de Filosofía, y ha realizado distintas charlas y exposiciones al respecto desde hace varios años. También ha publicado artículos sobre el tema en las revistas El hilo de Ariadna, NM, Signos Universitarios Virtual y Cuásar, entre otras. El artículo: «La trama del vacío —O una única visión triple según Spinrad, Delany, Malzberg—»obtuvo el 2do accésit en la categoría «Ensayo» en el III Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas (2010); y su ensayo «Los símbolos de lo Sagrado en la mitología contemporánea: Cuatro visiones de una divinidad exógena, según Dick, Zelazny, Farmer y Herbert» fue finalista en el Fourth Annual Jamie Bishop Award (International Association of the Fantastic in the Arts – IAFA) del 2009.

También ha publicado cuentos de Ciencia Ficción en las revistas especializadas: Axxón, NM, Próxima y Opera Galáctica.

Es Directora del CENTRO DE CIENCIA FICCIÓN Y FILOSOFÍA del Departamento de Investigación perteneciente a la Fundación Vocación Humana.

Se declara apasionada de la New Wave, especialmente de los autores: Frank Herbert, Philip K. Dick, Philip José Farmer, Samuel Delany, Roger Zelazny y Octavia Butler.

Y admiradora de China Miéville.

Hemos publicado en Axxón: INTERCAMBIO JUSTO, DEXTRÓGIRO y PÚLSAR


Este artículo se vincula temáticamente con FAMILIA DEL 21, de Moisés Cabello Alemán; CAMA FAMILIAR, de Kit Reed y CUANDO DEJES DE LLORAR, de Hugo Perrone.


Axxón 233 – agosto de 2012

Artículo de autora latinoamericana (Artículo : Sociedad : Familia : Argentina : Argentina).