Extraído del Editorial de Axxón 16, enero de 1990
Empieza un nuevo año. Para los puristas, también la década. En pocos años más nos encontraremos —los que estemos— con el dilema de decidir si festejamos el comienzo de un nuevo milenio un año antes o un año después. Pero bueno, año más o año menos el nuevo milenio habrá de llegar y nos encontrará —a los que estemos— rodeados de tecnología, con muchos más desarrollos técnicos que los que se haya atrevido a pronosticar nadie, pero aún encerrados en nuestro planeta, sin haber encarado la famosa exploración del espacio que nos "vendieron" hasta en Disneylandia, y para peor con signos visibles de que estamos envenenando poco a poco esta nave de doce mil kilómetros de diámetro que nuestros ancestros llamaron la "Pachamama". No me atrevo a mencionar el peor de los males, aquel que renace cada vez que alguien quiere trazar una línea donde otro no quiere y hoy ronda el Golfo Pérsico. Esperemos que la atmósfera de sorpresas que nos ha deparado el final de la década(*) se mantenga y nos traiga la mayor de ellas: que el Hombre ha dejado el garrote para tomar los instrumentos del progreso, del arte, de la vida.
Tal vez alguien se sorprenda por el tono de este primer párrafo. Como muchos lectores habrán notado, los que hacemos Axxón no somos derrotistas ni pesimistas. Claro que tampoco somos ciegos, ni sordos, ni despreocupados. Y mucho menos simplistas. En los últimos días del mes pasado —los últimos del año y, para muchos, de la década— habrán escuchado miles de palabras de buenos deseos, centenares de frases hermosas respaldadas por música, imágenes y papel de lujo, muchas de ellas sacadas de un libro de fórmulas tipo "Las Cien Mejores Frases de Buenos Deseos". Los empresarios habrá regalado un pan dulce y una sidra a sus empleados, o tal vez una cena de camaradería donde se degustaron los manjares más inalcanzables. No estamos diciendo algo nuevo, esto pasa siempre. En Navidad nos conmueven tantas cosas... Se pide ayuda para los niños sin familia, para los pobres, para los enfermos. Los canales de TV se ocupan de realimentar esta actitud. Rescatan el famoso "Un cuento de Navidad" y se regodean en los finales felices. Entretanto se pasan cintas regrabadas una y otra vez con el mismo mensaje lleno de palabras pero vacío de verdaderas intenciones, nadie, ninguno de los que realmente pueden, mueve un dedo para evitar los males que de verdad nos aquejan. Es más fácil decirles a los demás que se amen unos a los otros. Que dejen el odio a un lado. Que se dejen inundar por un espíritu, ese famoso espíritu de la Navidad, que parece hecho para el rebaño pero no para los lobos. Sólo falta decirnos a nosotros, los corderos, los que salimos todos los días de casa para ir a trabajar, los que soportamos ofensas que nadie puede soportar porque no tenemos otra opción, los que debemos explicar a nuestros niños, muchas más veces de lo que deseamos, que no les podemos comprar aquello que nos piden, que bajemos los brazos. Sí, que nos rindamos. Que pongamos "la otra mejilla".
Siempre creí que la teoría de "la otra mejilla" es una hermosa teoría, que sólo funciona cuando todos la ponen. Basta que haya uno dispuesto el primer golpe para que ya haya un beneficiado, un premiado en medio de la injusticia. Es una teoría muy linda, y muy teórica, que no puede funcionar entre primates —porque esos somos como especie, una banda de depredadores con garrote—, ni entre "avivados".
Porque mientras haya "avivados" entre nosotros seguirán habiendo golpeados. Y beneficiados.
Eduardo J. Carletti
(*) Es una referencia que era obvia en ese momento: la caída del Muro de Berlín y la transformación de la Unión Soviética.