La sonda Magallanes envió perfectas imágenes de radar procedentes del planeta Venus. Esas fotos ayudaron a arrancar, velo a velo, su asombrosa morfología. Unos años después de las primeras imágenes, se posee un atlas espléndido de su enigmático paisaje.
La Administración Nacional sobre Aeronáutica y Espacio (NASA) ha publicado mapas globales. Vemos en ellos cráteres de impacto distorsionados por la espesa atmósfera venusiana, volcanes con aspecto de tortas, redes intrincadas de fracturas, amén de un canal misterioso de lava que serpentea a lo largo de 6.800 kilómetros de superficie. Los expertos, repartidos en grupos de trabajo, desentrañan la interconexión y el significado de esos fenómenos inesperados del relieve.
La velocidad del viento que sopla en superficie no supera el valor de algunos kilómetros por hora, aunque alrededor de ciertos cráteres su acción quede puesta de manifiesto. La huella de esa acción eólica apunta hacia el ecuador. Esa es la dirección predominante de la circulación atmosférica. El polvo de la atmósfera podría haberse convertido en un poderoso agente erosivo, o bien haberse incrustado en rocas abrasadoras de la superficie (475 grados Celsius). No es desdeñable la erosión química, de cuyo estudio se ocupa Raymond E. Ardvison, de la Universidad de Washington.
El planeta está tachonado de cráteres inmensos, que no muestran señales de haber sufrido notables transformaciones. Fijémonos en el de Cunitz, de 50 kilómetros de diámetro, cuyo nombre honra la memoria de la matemática María Cunitz. (Todos los nombres geográficos de Venus son de mujeres famosas o heroínas de la mitología.) La sonda Magallanes ha descubierto unos 850 cráteres, muchos menos que los hallados en la Luna o en Marte. ¿Débese ello a que los micromeoteoritos se desintegran en la atmósfera y los cráteres mayores han quedado sepultados por flujos de lava?
Uno de los accidentes geográficos más espectaculares de Venus es Gula, diosa de la mitología asiria. Abarca una extensión de cientos de kilómetros por sólo tres de altura. En un comienzo se creyó que Gula podía ser un volcán activo, pero cuando la sonda obtuvo imágenes más detalladas se percibió el cráter de impacto y fracciones de materia expelida encima del flujo de lava que ceñía a Gula y a Sif, volcán gemelo.
Los puntos encumbrados, pensemos en la cima de Gula, destacan por su brillo en las imágenes del radar de la sonda. Esa luminosidad pueden ocasionarla sulfuros de hierro u óxidos de hierro, eficientes reflectores del radar amén de verosímil material que remata los picos. Por eso llama la atención que el monte Maat, la segunda cumbre de Venus, aparezca oscura. Opinan unos que esa materia obscura de la cima es lava joven, que no ha sufrido el proceso de meteorización necesario para dejar en evidencia los materiales reflectores al radar. Según estas hipótesis, el monte Maat sería más joven que otros volcanes venusianos, aunque la meteorización procede con tanta lentitud que la lava podría ser antigua.
Se ha avanzando la hipótesis según la cual hace unos 500 millones de años se produjo un descomunal episodio de vulcanismo que modeló por entero la superficie del planeta. Otros opinan que la actividad volcánica no ha cesado nunca de conformar la piel de Venus, planeta que carece, a diferencia de la Tierra, de un proceso de tectónica de placas.
La topografía de Venus parece dominada por procesos de surgencia de materiales del interior y de hundimiento de capas superficiales. Las surgencias producen coronas, fracturas circulares. Lo que parecen surcos, en los límites de algunas coronas, podrían ser zonas donde la corteza se introduce en el manto del planeta. El mapa del hemisferio septentrional, centrado en el polo norte, nos ofrece regiones altas y brillantes, como Maxwell y Afrodita, zonas que podrían haberse formado a medida que materia fría se iba sumergiendo en el manto del planeta, plegando en el camino la corteza suprayacente. Maxwell posee pendientes muy empinadas, fenómeno sorprendente si no nos olvidamos de las rocas calientes y deformables de la superficie del planeta.
Imágenes de radar tomadas por la sonda Magallanes. Se distingue el cráter Cunitz (arriba, antes del texto) y un mapa casi completo del hemisferio norte del planeta (aquí arriba, izquierda). A la derecha, un panorama, incluyendo el cráter Cunitz. Fotos: NASA/JPL.