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ZAPPING 0077, 29-04-2002


Argentina, país surrealista (Pasa en la vida, 4)

El reciente feriado bancario en la Argentina, aumentó la sensación de sus sufridos habitantes de vivir en un universo surrealista. Para muestra bastan estos ejemplos:
[N.del E.] (a los extranjeros, recomiendo verla)

La mayoría de los bancos se valieron ayer de diferentes trucos para pagarles a los jubilados sin tener que abrir sus puertas y, así, evitar eventuales incautaciones de fondos por recursos de amparo contra el corralito. Cada banco encontró su fórmula: algunos pagaron en sucursales que estaban vacías y en venta, otros en clubes y sociedades de fomento barriales. También se pagó haberes en parroquias, sucursales de correo y en una panadería...

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Temprano, el gerente de la sucursal del Banco Provincia del barrio de Belgrano se cruzó hasta la parroquia Inmaculada Concepción —a la que se conoce como "La Redonda" y está en Echeverría y Vuelta de Obligado— para pedir una gauchada: si podían pagar los haberes en la iglesia. "Les presté la secretaría parroquial —dijo el sacerdote Rafael Díaz Morán— porque somos vecinos y porque no podía negarme".

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Otro gerente de una sucursal del Provincia —la que está en Boedo y Estados Unidos— encontró otra solución para no abrir las puertas. Fue a la panadería que tiene en la esquina y le pidió prestado, al dueño, el garaje y unas mesas y sillas.

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Los que se habían sorprendido con la noticia de que algunos jubilados habían cobrado el miércoles sus haberes en una panadería de Boedo, ayer seguramente ampliaron sus sensaciones: un grupo de 50 jubilados cobró, por ejemplo, en una calesita de Ezeiza.

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En la zona sur del conurbano se pagaron haberes a jubilados, pensionados y planes sociales en un teatro de Burzaco, en la Casa de la Cultura de Adrogué, en la cancha de Racing, en Avellaneda, y en una sucursal del Correo Argentino de Temperley. En Mar del Plata, un grupo de jubilados —al igual que el miércoles— tuvo que ir a cobrar al cine Ambassador, que montó ventanillas provisorias al lado de la boletería.

(De Clarín, de los días 25 y 26 de abril de 2002)

 

Desde María Elena Walsh, con la canción del Reino del Revés, hasta Ana María Shúa, se ha explotado este costado literario, pero cuando releí estos fragmentos de Julio Cortázar, me dije: Pasa en la vida...

La foto salió movida

Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fósforos, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del teléfono llena de música, y el ropero lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos de sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que este cronopio se aflige horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo esta algo ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se confirman y estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para qué. Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té, que mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza de té sea un hormiguero o un libro de Samuel Smiles.

Correos y telecomunicaciones

Una vez que un pariente de lo más lejano llegó a ministro, nos arreglamos para que nombrase a buena parte de la familia en la sucursal de Correos de la calle Serrano. Duró poco, eso sí. De los tres días que estuvimos, dos los pasamos atendiendo al público con una celeridad extraordinaria que nos valió la sorprendida visita de un inspector del Correo Central y un suelto laudatorio en La Razón. Al tercer día estábamos seguros de nuestra popularidad, pues la gente ya venía de otros barrios a despachar su correspondencia y a hacer giros a Purmamarca y a otros lugares igualmente absurdos. Entonces mi tío el mayor dio piedra libre, y la familia empezó a atender con arreglo a sus principios y predilecciones. En la ventanilla de franqueo, mi hermana la segunda obsequiaba un globo de colores a cada comprador de estampillas. La primera en recibir su globo fue una señora gorda que se quedó como clavada, con el globo en la mano y la estampilla de un peso ya humedecida que se le iba enroscando poco a poco en el dedo. Un joven melenudo se negó de plano a recibir su globo, y mi hermana lo amonestó severamente mientras en la cola de la ventanilla empezaban a suscitarse opiniones encontradas. Al lado, varios provincianos empeñados en girar insensatamente parte de sus salarios a los familiares lejanos, recibían con algún asombro vasitos de grapa y de cuando en cuando una empanada de carne, todo esto a cargo de mi padre que además les recitaba a gritos los mejores consejos del viejo Vizcacha. Entre tanto mis hermanos, a cargo de la ventanilla de encomiendas, las untaban con alquitrán y las metían en un balde lleno de plumas. Luego las presentaban al estupefacto expedidor y le hacían notar con cuánta alegría serían recibidos los paquetes así mejorados. «Sin piolín a la vista», decían. «Sin el lacre tan vulgar, y con el nombre del destinatario que parece que va metido debajo del ala de un cisne, fíjese». No todos se mostraban encantados, hay que ser sincero. Cuando los mirones y la policía invadieron el local, mi madre cerró el acto de la manera más hermosa, haciendo volar sobre el público una multitud de flechitas de colores fabricadas con los formularios de los telegramas, giros y cartas certificadas. Cantamos el himno nacional y nos retiramos en buen orden; vi llorar a una nena que había quedado tercera en la cola de franqueo y sabía que ya era tarde para que le dieran un globo.

(De "Historias de cronopios y de famas", de Julio Cortázar.)

Alejandro Alonso, 2002



            


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