Club Gricel, de Luis Astolfi, por Carlos Ferro

Dentro del género fantástico (permítaseme hablar de este género como si existiera, al fin y al cabo, en esta sección aceptamos un montón de premisas fantásticas) encuentran albergue y cobijo multitud de subgéneros, tratamientos y temáticas. Así, si asimiláramos el Universo de la Fantasía a un universo físico, al estilo de "La historia sin fin" de Michael Ende, podríamos apreciar en él multitud de comarcas, dominios y regiones. Los límites de estas regiones serían difusos y difíciles de advertir, al punto de cuestionarse su existencia. Como todo límite, sería útil únicamente desde una perspectiva académica o legal, y alejado de la realidad cotidiana de los habitantes de Fantasía.

Una de las cuestiones limítrofes más discutidas y discutibles es, sin duda, en qué punto se pasa de la Fantasía al Terror o al Horror. Y saco a colación este tema porque la temática del cuento que tenemos hoy es una de las que juega en ese límite.

Hoy tenemos un cuento de fantasmas. Las historias de fantasmas son muy antiguas y muy poderosas. Tocan algo muy profundo en el hombre, que es la Muerte y su negación o aceptación. Yo sospecho que al hombre primitivo, al formarse los primeros trazos de intelecto y hacer los primeros esfuerzos de comprender el mundo, le debe haber costado enormemente entender la muerte. Como animal integrado al mundo, la muerte es un hecho más. Hay un ciclo de vida en todas las cosas, el animal vive y experimenta ese ciclo y no tiene ningún problema con eso (o eso parece). Pero al adquirir una conciencia de la identidad propia, una corriente de pensamientos que soy yo mismo, autoreferenciada, la muerte se vuelve una frontera y un interrogante. Veo al hombre primitivo (y no sólo a él) que ve un compañero muerto, y que sabe que ayer estaba vivo y se movía, y tenía un pensamiento similar al suyo, y ahora ya no más. Eso es muy difícil de entender, y más difícil aún, pensar que a uno mismo le va a suceder también.

Por esto, es fácil ver que los primeros ritos que surgen, las primeras manifestaciones de un pensamiento espiritual, están guiados por la muerte. Los ritos y monumentos funerarios son los más antiguos que tenemos. Las manifestaciones más antiguas del hombre están ligadas a sitios de entierro de restos, de cadáveres. Y lo más antiguo que conocemos como religión, es el culto a los muertos.

Y aquí ya se perfila la idea del fantasma. Porque si hay un culto a los muertos, es porque se supone una vida del muerto (valga la contradicción). Se supone que sigue existiendo, de alguna forma, y por eso el culto. Se supone que el muerto nos ve, nos escucha y siente el homenaje o la adoración. Si no, haríamos como los animales y dejaríamos a los muertos tirados donde caen. Además de las razones sanitarias, hay una razón para no hacerlo, que es pensar que al muerto le cambia algo el que lo enterremos siguiendo algún rito. Esto indica que creemos en su fantasma, en su prolongación de la existencia más allá de ese cuerpo que sabemos muerto.

Sobre esta prolongación de la existencia se articulan miles de hipótesis, desde la fantasía, la religión, la ciencia, la literatura o la pseudociencia.

No sabemos qué pensaría realmente el hombre primitivo al respecto. Yo me imagino que sería común, en las fogatas de campamento o de la caverna, contar cuentos de aparecidos. Porque es algo tan ligado al deseo y la no-aceptación de la muerte, que es casi inevitable. Si ustedes perdieron un ser querido alguna vez, ya sabrán que es habitual la sensación de que sigue estando ahí. Es inevitable que, si uno se descuida un poquito, confunda esa sensación con una realidad. Y me imagino a ese hombre primitivo, que no entiende muy bien esta cosa de la muerte, o que se le olvida, diciendo: —Ayer me crucé con Gmnoork al lado del arroyo. Se estaba haciendo de noche, un frío de la gran siete, aulló un bloooffen y él me hizo un gesto con la mano. Y cuando le recuerdan que está muerto, recompone su historia y dice: sí, cuando miré de nuevo no estaba más. Y esto ya es un cuento de fantasmas.

Lógicamente, de ahí en adelante, evolucionamos mucho. Ya los bloooffen se mantienen lejos de las casas. Y las historias también cambiaron.

Los griegos, con su tendencia a la extrapolación, hicieron a los dioses iguales a los humanos. Y a los fantasmas, también. Imaginaron los Campos Elíseos, en un lugar subterráneo sin contacto con el mundo de los vivos (más allá de las habituales y honrosas excepciones, como visitas de personajes famosos) pero que por lo demás, era igual a lo que querían tener en la Tierra.

Los nórdicos imaginaron el paraíso del guerrero, el Valhalla, para los que murieran en combate. Ahí, todos los días habría un combate y la única diferencia es que si te morís, al día siguiente volvés a levantarte para la pelea. Y claro, la comida y las mujeres son mejores. Los musulmanes tienen un paraíso y ¿cuál es el detalle que salta enseguida? Las huríes.

En estos casos se ve la cortedad de miras de la gente, que no puede pensar un más allá que sea muy distinto del más acá, porque queda fuera de su comprensión.

La Iglesia fue un paso más lejos: en su vocación de abstracción, el paraíso es totalmente diferente y no se sabe bien cómo. Esto parece mucho más lógico y razonable. La Dicha es eterna, y parece consistir sólo en la contemplación y la compañía de Dios. Esto excluiría a los fantasmas como participantes de la vida de los hombres, ya que ese reino es totalmente distinto e incomprensible. Por supuesto, también hacemos excepciones con los santos, las apariciones de la Virgen y todo eso, que son otra vertiente de las historias de fantasmas.

En cuanto a lo literario, desde la Biblia y Las Mil y una Noches en adelante, encontramos fantasmas y aparecidos en todas las literaturas. Una corriente muy importante para nosotros, por nuestra influencia europea, es la literatura gótica de horror, con fantasmas clásicos. Como aquel fantasma cargado de cadenas que recorre los castillos haciendo ruido por las noches, que ya satirizara Oscar Wilde pero que era un cliché de mil historias. Tenemos las Rimas y Leyendas de Bécquer, tenemos multitud de historias inglesas de fantasmas...

En nuestros días, la pseudociencia y la ciencia le han dado más vueltas de tuerca al asunto, tratando de pesar y medir el alma, de fotografiarla, de medir "energías" o fluidos. Los espiritistas del siglo XIX y principios del XX configuraron grandes movimientos, con enorme influencia en las clases altas y en la literatura. Quién no ha oído hablar de la Golden Dawn, de Madame Blavatsky, de Frazer y su Rama Dorada, y otros tantos nombres... Pero aún sin eso, en el imaginario la visión se ha cambiado y se ha retocado infinitas veces. Para muestra, basta el botón de los Cazafantasmas.

Lo primitivo y básico del problema de la Muerte es lo que hace que los cuentos de fantasmas, aún hoy, toquen una fibra nuestra muy íntima y sigan teniendo vigencia.

Y hay cuentos de fantasmas desde perspectivas muy distintas y disímiles, porque el tema admite muchos tratamientos. Hay cuentos que parecen de fantasmas, pero son desmitificadores: son policiales en los que al final se desvela que no había tal fantasma. Algunos son más cercanos al horror, al terror o incluso al gore. Depende de la "personalidad" que tenga el fantasma. Otros tienen un enfoque más clásico, y son de corte fantástico, casi realista. De este tipo es el cuento que hoy nos ocupa.

Este cuento trata de algo muy asociado a los argentinos, pero sobre todo a los porteños: el Tango. Yo no sé casi nada de tango, a pesar de vivir en Buenos Aires desde hace unos cuantos años. Pero el Tango es parte de la mitología y de la cultura de esta ciudad. Se escucha por las calles, se ha puesto de moda y entre los jóvenes es muy común que se aprenda a bailarlo. Yo mismo tengo amigos que han ido a aprender (y ya no son los mismos, es cierto). En este cuento, el tango es un elemento fundamental y el autor parece saber mucho más que yo del tema, así que dejaré que opine otra gente. Pero me gustó como lo trata, como habla del tango: lo hace en términos que yo puedo entender. Este es uno de los elementos que me dicen que el cuento está muy bien escrito. Invita al lector a seguirlo, a acompañarlo en la historia.

Esta historia que adquiere rápidamente cierto tono policial o detectivesco, porque hay un misterio (del que no puedo hablar, para no arruinarles el cuento [Nota del Editor: en principio este comentario iba, como es habitual, delante del cuento, pero por razones de suspenso preferí ponerlo a continuación]). Y en definitiva, es un cuento de fantasmas. También es un cuento de extranjeros, porque es interesante la mirada del extranjero aquí. No es un local, sino un observador distinto y alejado, el que nos cuenta esta historia.

En fin, sin más comentarios los dejo con las palabras y la historia de Astolfi, y los invito a seguirlo al Club Gricel, donde pueden recibir un toque de magia, de fantasía, de lo inesperado y que su vida cambie para siempre.