23/Oct/03
No hace falta decir que los galones de Robert Wilson (ganador de los premios Philip K. Dick y Aurora por su novela Mysterium y nominado a media docena de grandes premios del género) me predisponía positivamente ante la perspectiva de leer este libro. Sin embargo, mi deseo de leer Los cronolitos comenzó en el mismo momento en que leí el nombre de la novela. El nombre es un hallazgo. Pasaron algunos años, y ahora me di el gusto. El comienzo de Los cronolitos (novela finalista de los premios Aurora y Hugo, y ganadora del John W. Campbell Memorial Award) hace acordar a Las Islas del Infierno, de Ángel Torres Quesada (volumen que da inicio a una trilogía). En el libro de Torres Quesada, varias porciones de territorio "exótico" (las susodichas "islas") irrumpían en distintos lugares del mundo al mismo tiempo, en tanto que el territorio original que ocupaba ese lugar desaparecía de esta realidad. En la novela de Wilson, lo que irrumpe en el la realidad (un presente que transcurre en el año 2021) son los cronolitos: obeliscos gigantescos construidos para conmemorar unas batallas que todavía no sucedieron. De hecho, cuando aparece el primero de estos monumentos en Tailandia, todavía faltaban veinte años para la batalla que lo originó. El protagonista es un programador (Scott Warden) con alma de hippie que había arrastrado a su familia a una playa marginal de Tailandia, donde vivían como expatriados. Scott es uno de los primeros testigos de la "aparición" del cronolito, y ese hecho cambia su vida drásticamente. En este punto, la novela podría inclinarse por seguir caminos más o menos predecibles. No sería la primera novelita sobre paradojas temporales ni la última. Wilson logra superar con ventaja esa barrera, gracias a la profundidad de los personajes y el ritmo. En el primero de estos aspectos, la habilidad de Wilson se emparenta con lo mejor de Stephen King. Sin embargo, a Wilson lo asiste lo segundo: escribe sin adornos, sin "grasa" que sobre ni grandes pretensiones, en un estilo ágil que permite leerlo de un tirón. Una vez plateado el meollo de la cuestión, la novela fluye. Parte del ritmo está dada por un recurso simple: los capítulos están compuesto por varios segmentos que, en el peor de los casos, no duran más que un par de páginas. Estas escenas son lo suficientemente extensas como para que el relato avance, pero lo suficientemente cortas como para que el lector se anime a seguir leyendo. El autor decide dónde el lector hará la pausa en la lectura. Esa fluidez también permite que los personajes ganen en carnadura, pero sin extensos flashbacks o antecedentes estrambóticos. Es también dentro de ese avance (y no en pesados discursos aclaratorios) donde se van poniendo de manifiesto algunas de las ideas científicas o pseudocientíficas con las que juega el autor y nos hace jugar a nosotros. La más provocadora es la de la "turbulencia tau": un efecto temporal que hace pensar que, desde el punto de vista de los personajes, las casualidades no existen. El autor sólo explica lo necesario como para que el lector común encuentre cierto grado de consistencia en el universo descripto. Los que busquen "divulgación" se sentirán defraudados. Además de fluir, la novela también salta: es una obra en tres actos. Transcurre en distintos momentos de la vida de Scott, siempre con la ominosa sombra de los cronolitos (a veces virtual, a veces real) asediándolo y condicionando la realidad. Estos saltos permiten apreciar las transformaciones sociales, políticas, económicas y ecológicas que sirven de escenario a la historia, como así también las riquezas psicológicas de los personajes. Tal vez, después de tan interesante desarrollo, el final tenga la desventaja de ser apenas "correcto". Pero la sensación que deja es de levedad, no por la falta de densidad argumental sino más bien porque la novela, terminada la última página, te deja ir con una sonrisa de felicidad. La edición de La Factoría de Ideas está bastante cuidada. En el ámbito de la traducción, algunas frases suenan raras, como si el régimen verbal elegido por el traductor no fuera correcto. No he leído el original, de modo que resulta difícil asegurarlo. Resulta curioso que, con algunas diferencias significativas, esta novela me dejó el mismo buen sabor que otra novela (escrita por un canadiense): El cálculo de Dios de Robert Sawyer. Wilson nació en California, pero desde los nueve años vive en Canadá. Con antecedentes como Darwinia, Nómadas y Mysterium, Wilson es una clara señal para que estemos atentos a la literatura de ese otro gran país del Norte. Alejandro Alonso para Axxón y Garrafex News. Agradecemos a La Factoría de Ideas por habernos facilitado el ejemplar de la novela. Más información:Los Cronolitos Nómadas |