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La nutrigenómica o nutrigenética: una dieta más que personalizada
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En el futuro, al entrar a un supermercado o a un restaurante, un chip nos informará sobre cuáles son los alimentos de la estantería o de la carta que nos convienen
más para no engordar o evitar otras enfermedades.
Nuestra especie presenta escasa variación genética: el ADN de los seres humanos es idéntico en el 99,9 por ciento. El 0,1 por ciento restante es una cifra
crucial, un porcentaje que ya emigró del frío mundo de las estadísticas para terminar siendo la diferencia a resaltar y explotar.
No resulta extraño pues que se la indague desesperadamente para dar no sólo con la especificidad de lo humano sino con aquella huella o firma que hace a cada
individuo único e irrepetible y lo levante por encima del común de sus cohabitantes. Ahora, en un grito de individualismo, consiste en ser percibido por un rasgo
reconocible, un componente genético especial. Y sabiendo que es allí donde se arriman las futuras ganancias, la industria seguidora de
los últimos y brillantes logros de la técnica enfilan sus cañones para no perder la marcha.
Está la farmacogenética, aquella rama novata y productiva que atrae miradas por su persecución desbocada de la droga perfecta (o
medicamentos a la carta), destinada ya no para la masa anónima de consumidores y pacientes sino para la persona distinguible por un nombre y apellido,
un DNI, un código genético único, irrepetible, intransferible.
Sin embargo, mientras la farmacogenética tarda en colarse en el vocabulario de farmacéuticos y encargados de drugstores, otra neodisciplina retumba cada vez
con más fuerza en los oídos de los nutricionistas y reclama ser escuchada: la nutrigenómica (o nutrigenética).
Estudio de la intrincada interacción entre alimentos y genes, promotora de dietas a la carta para ralentizar el envejecimiento y prevenir y mitigar
enfermedades, nació hace poco más de cinco años como ecogenética nutricional con una hipótesis axiomática (y evolutiva): la existencia de conexiones
dinámicas entre las predilecciones culinarias, los genes, las dietas de los antepasados y los ambientes que estos anónimos seres humanos de antaño habitaron
durante miles de años.
"Nosotros somos lo que comieron nuestros antepasados y también somos lo que tuvieron que regurgitar", repite una y otra vez el etnobotánico devenido
gastrónomo evolucionista Gary Paul Nabhan en su libro Por qué a algunos les gusta el picante: alimentos, genes y diversidad cultural.
La interacción e importancia del cruce entre gen-alimento-cultura sería, para una serie de científicos encabezada por Nabhan, mucho más importante de lo que
Darwin se pudo alguna vez imaginar. En primer lugar, porque en cierta forma destacan que los alimentos tendrían la capacidad de inducir mutaciones en las
poblaciones corroborando el fuerte feedback existente entre interior y exterior, genes y ambiente: así el genoma no es visto como un plano estático sino como un
conjunto dinámico y variable, lo cual contradice en gran medida al padre de la biología que sin hablar de genes ni genomas, por supuesto pensaba que los
cambios en las poblaciones siempre tardaban períodos muy largos y no unas pocas generaciones.
Sin resoluciones definitivas, los primeros atisbos de respuesta suponen que los nutrientes interactúan directamente con los genes de una manera particular.
Mientras en ciertas personas algunos alimentos aceleran la edificación de un escudo protector frente a determinadas enfermedades, en otras pueden llegar a
hacer justamente lo contrario. Todo descansaría en la configuración, en la variación, carga o dotación genética, como si se tratase de una mochila o lastre a
arrastrar y aguantar.
Los nutrigenetistas más auspiciosos hablan de una revolución nutricional, salto monumental en la salud o cambios cruciales en los hábitos de los consumidores
que en lugar de deambular por los supermercados a la deriva, eligiendo azarosamente alimentos según el gusto de su paladar, fundamentarán sus compras en la
dieta confeccionada por el nutrigenetista para él (o ella) nada
más.
Es el Viejo Continente el que lleva ventaja en nutrigenómica. Antes que Estados Unidos, antes que Japón, la Comunidad Europea cuenta ya con una
red bien armada de 22 centros de investigación que intercambian información del tema. Se llama NUGO (por European Nutrigenomics Organization,
Organización Europea de Nutrigenómica) y cuenta con un colchón de 18 millones de euros para desarrollar productos y ahondar en los estudios nutrigenéticos.
En un futuro no muy lejano, junto a la tarjeta de donante y la de la Seguridad Social llevaremos una acreditación genética con un chip que, al entrar
en un restaurante o hacer una compra, nos informará sobre cuáles son los alimentos de la estantería o de la carta que nos convienen más para no engordar o
evitar otras enfermedades (diabetes, disfunciones cardiovasculares o incluso cáncer)", vaticinan en el ensayo El futuro de la nutrigenómica: del
laboratorio al comedor los futurólogos del Instituto para el Futu de Palo Alto, Estados Unidos.
Fuente: Página/12. Aportado por Francisco Costantini
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