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Dice el saber popular que morimos como vivimos. Y que la soledad nos muestra su grotesca cara en los momentos en que más débiles nos sentimos. Esto sucede con el protagonista de esta interesante historia.
Si quieren contactarse con el autor pueden hacerlo al: jackm@pt.lu

Enfermedad
Jacques Molitor
EE.UU.

¡Ah!, los caminos de la vida, los pequeños juegos que al destino le gusta jugar. Un momento el mundo se está abriendo ante uno, mostrándole sus glorias como un pescadero despliega sus acuáticas mercancias ante uno... y, momentos después, todo lo que uno puede hacer es llamar al demonio para que salve lo que haya quedado para salvar. Así cambió el mundo un día, cuando la oportunidad estaba floreciendo para que el mundo inferior me mostrase lo que tenía reservado para mí. Caí enfermo.
     Terriblemente enfermo...
     Yaciendo en un hospital aislado, el alcance de mi situación se hizo claro para mí. Mis amigos no me visitaron, ¿tenía alguno? No recuerdo... al menos mi madre vino... sí, ella estaba tan triste.
     —Madre... Tengo tanto frío, estoy tan asustado...
     —¡Hijo! 
     —... tengo miedo de morir...
     —No digas eso...
     —...y que nadie se dé cuenta.
     —Oh, no... no lo digas, no...
     Estaba llorando como un bebé. Eso me reconfortaba en cierta manera. La única persona que sabría de mi muerte estaba de pie junto a mí, sosteniendo mi mano.

Ayer tuve otro visitante, no, cuatro. Una experiencia muy extraña, realmente. De repente estaban ahí, y aún no sé como entraron.
     —Yo soy la alegoría de la Edad  —dijo uno. Tenía una voz gastada, como alguien que fuera demasiado joven para morir pero demasiado viejo como para llevar adelante una vida—. He venido a mostrarte el umbral, a decirte que el tiempo de la decadencia está próximo.
     Otro levantó su aterradora mano y dijo:
     —Yo soy la alegoría de la Infección. Y he venido a traerte la enfermedad que tu forma de vida ha elegido.
     Éste se veía aún peor que el primero, quien ahora entró también en mi campo de visión, mostrando una cabeza de inmensas proporciones en la que tenía un reloj... un reloj de arena. Extrañamente, la arena estaba toda en la parte inferior. Y hablan de metáforas...
     El segundo tenía dos cuerpos separados: en su lado derecho se veía como un ángel, con un fluido centelleante que pasaba a través de el como rayos de sol. Me recordó una de esas cosas "que brillan en la oscuridad" que tanto me gustaban. Su otro lado me llenó de horror. Era exactamente lo opuesto a la belleza que llevaba a su lado... carne podrida, sus músculos expuestos y colgantes, demasiado débiles como para producir movimientos...
     La Exhibición de la Atrocidad.
     Para ese momento, una sensación de escozor había llenado mi cuerpo, cuando la tercera criatura alzó su voz.
     —Yo soy la alegoría de la Muerte —dijo—. He venido para llevarte hacia abajo, ante nuestro señor.
     Sentí una leve sensación de pánico... ¿Muerte? ¿Señor? ¿Estaba soñando todo esto?... Ciertamente yo nunca había visto bestias como ésas... Oh, Dios, esta se veía aún más aterradora que las otras. Era sorprendentemente pequeña, pero parecía flotar, sus piernas vueltas hacia adentro, apuntando hacia alguna clase de zona genital. Por qué necesitaban algo así, yo no lo sabía... seguramente no para procrear (el sólo pensar en una raza compuesta de seres como esos me hacía estremecer), sino para obtener placer de ello, supuse. Yo debería haberlo sabido, ya que había usado mi pene no para tener niños sino para tener sexo.
     —Yo soy la alegoría de la Sexualidad  —escupió la cuarta criatura. Su boca tenía la forma de una vulva y, bastante extrañamente, un pene en constante vibración actuaba como su lengua, al parecer, consumando algo que podríamos llamar un coito, mientras hablaba—. He venido a llevarte a los límites de las sensaciones.
     De acuerdo con mi naturaleza, no me sentí tan incómodo con esta criatura como con las demás, pero aún así era jodidamente espeluznante.
     Después de haber hablado, cada criatura me miró fijamente por un minuto o más, pero después simplemente se desvanecieron, contrariamente a todo lo que yo esperaba y a todo lo que habían dicho.
     Los días interminables que se arrastraban en el sanatorio fueron amortiguando todas las emociones.
     Pero luego, ya desvanecida toda esperanza de salvación, el cuarteto regresó. Sin ningún preaviso, ellos se adentraron nuevamente en mi vida, o al menos en lo que quedaba de ella.
     Una luz... un pasillo... ¡allí! ¡Ellos estaban allí! Los cuatro jinetes del Apocalipsis, o eso me parecía a mí... pequeños arrebatos tanto de placer como de miedo estaban corriendo a través de mí.
     —Ven, criatura, ven. Este mundo no tiene lo que tú quieres. Tu carne te ha traicionado. La infidelidad de esta dimensión es absolutamente triste. Pronto habrás cumplido nuestras cuatro promesas... —dijo uno de ellos, con una voz majestuosamente retumbante.
     —La Edad... ha sido alcanzada.
     —La Infección... se ha esparcido.
     —La Sexualidad... ha madurado lo suficiente.
     —La Muerte...
     Sin acobardarme, abrí la gaveta de mi cómoda.
     —...ha... 
     El cuchillo, rasgando a la vez el brazo y las venas, pronto cayó al suelo, resonando como la campana de una catedral en mis oídos.
     —...ocurrido. Buen niño, bueno...

Traducido por Martín Brunás y Mónica Torres, 2001

Axxón número 110 - Enero de 2002