REALITY SHOW

José Carlos Canalda

España

Juan García escondía, tras su anodino nombre, un considerable poder. No era el suyo un poderío político, económico, religioso, periodístico ni deportivo, sino televisivo... Porque era él quien cortaba el bacalao en los más importantes programas eufemísticamente denominados reality shows y, más coloquialmente, telebasura.

A pesar de ello, era un perfecto desconocido para todos los millones de telespectadores que seguían embobados las bazofias que caían bajo su responsabilidad: No las presentaba, ni las dirigía, y su nombre ni tan siquiera aparecía en los títulos de crédito de los programas; algo lógico, puesto que su misión era la de seleccionar a los concursantes y participantes que luego exhibirían impúdicamente su intimidad y sus miserias humanas frente a medio país cuanto menos. Y aquí era el rey, por lo que bien podía decirse que al menos nueve de cada diez ciudadanos corrientes que tenían su momento de gloria en televisión pasaban por sus manos, y si alguno se le escapaba era debido a que, pese a la implacable dictadura de los índices de audiencia, algunas cadenas se empeñaban, tan romántica como inútilmente, en mantener en antena algún concurso cultural de esos que sólo veían cuatro gatos...

Pero a Juan García, al igual que a los propietarios de la productora para la que trabajaba, no le interesaba lo más mínimo la calidad sino exclusivamente la cantidad, que a fin de cuentas era lo que se traducía en dinero. Y por supuesto, carecía por completo de escrúpulos. ¿Que la gente quería mierda? Pues mierda les daba, para satisfacción suya y de ellos. Al fin y al cabo, el hecho de que muchos millones de moscas pudieran o no estar equivocadas era algo que le resultaba por completo irrelevante; lo único que le importaba era el hecho de que esos muchos millones de moscas consumían una ingente cantidad de mierda, y él estaba dispuesto a venderles cuanta necesitaran... Porque él había hecho suya la cínica frase con la que Vespasiano, el pragmático emperador romano, rechazó los escrúpulos de su hijo Tito asegurándole, al tiempo que le ponía bajo la nariz uno de los sestercios recaudados en los urinarios públicos de Roma, que el dinero nunca olía independientemente de cual hubiera sido su origen.

Por su despacho habían pasado multitud de personajes y personajillos de toda laya, parte de los cuales, generalmente aquellos más morbosos, habían sido seleccionados para participar en alguno de los innumerables programas basura que plagaban la parrilla televisiva, siempre diferentes y siempre idénticos entre sí... Y haciendo buena la máxima periodística que recomendaba evitar que la realidad estropeara un buen reportaje, siempre que estimaba que alguno de aquellos strippers de la intimidad no alcanzaba el nivel de escándalo requerido no tenía el menor empacho en convertirlo en un improvisado actor supliendo con imaginación aquello que la vida no le había otorgado. El fin, en definitiva, siempre justificaba para él los medios, sobre todo cuando este fin significaba un mayor beneficio económico.

Huelga decir que, con estos antecedentes, su especialidad eran los bichos raros, reales o fingidos, tanto más apetecibles cuanto más se desviaran de la normalidad, sin importarle demasiado que fueran atletas sexuales, coleccionistas de imposibilidades, monstruos de la naturaleza o cultivadores de la abyección cotidiana; todos ellos servían para sus fines, que no eran otros que los de exaltar el morbo y, a ser posible —aunque esto resultaba cada vez más difícil— escandalizar a las mentes bien pensadas que, pese a todo, todavía continuaban existiendo aunque fueran una especie en serio peligro de extinción.

Claro está que también se veía obligado a rechazar a toda una pléyade de infelices que, convencidos de que sus patéticas habilidades les abrirían las puertas del olimpo mediático, lograban llegar hasta sus dominios salvando los filtros previos de sus competentes subordinados, los cuales conseguían evitarle, no obstante, tener que bregar con la mayor parte de ellos; era desagradable, por supuesto, pero suponía una de las servidumbres de su trabajo que, como buen profesional, se veía obligado a aceptar.

Pero hoy estaba furioso con ellos, puesto que se les había colado el insignificante hombrecillo que, sentado frente a él, pretendía convencerlo de su singularidad... Cuando saltaba a la vista que no podía existir un ser más vulgar en toda la faz de la Tierra. Le iban a oír, se dijo, pero mientras tanto se vería obligado a soportar, bien a su pesar, a ese imbécil empeñado en exhibir vete a saber qué presunta habilidad que no fuera la de aburrir hasta a las ovejas...

—Entonces, señor...

—Discúlpeme, todavía no le he dicho mi nombre. En realidad resulta intraducible a su idioma, así que será mejor que me llama Xrñpqs.

—Bien, señor... —torció el gesto reprimiendo a duras penas su desagrado— Equisreñepecús —era lo más parecido que le resultaba posible pronunciar—. ¿Cuál es su habilidad? Porque supongo que sabrá que a nuestro programa tan sólo acceden personas originales, cuando no excepcionales... Y la competencia es dura.

—Lo sé; soy seguidor y admirador del mismo desde su estreno en pantalla. —Fingida o real, la coba no le iba a servir de nada frente al fogueado ejecutivo—. Por ello estoy convencido de que nadie, ni antes ni después que yo, podrá competir conmigo.

—Pues dígame en qué consiste su habilidad. —La impaciencia comenzaba a hacer mella en él—. Pero le ruego que sea breve, pues hay mucha gente esperando.

—Es sencillo —respondió el hombrecillo—. Soy marciano.

—¿Marciano? —la sorpresa de Juan García era auténtica—. ¿Usted? —remachó, mirándole de arriba abajo—. Pues lamento decirle que no tiene el menor aspecto de ello...

—Lo sé —musitó compungido el aspirante a estrella—. Supongo que las cosas hubieran resultado más sencillas de haberme presentado con antenas, pies palmeados, piel verde y una trompetilla por nariz... Por desgracia los marcianos no somos así, lo siento.

—Ni así ni de ninguna otra manera —la amabilidad prefabricada se había disipado, sustituida por una creciente irritación ante la certeza de encontrarse frente a un torpe chiflado que le estaba haciendo perder miserablemente su precioso tiempo—. ¡Hasta los niños saben que en Marte no existe el menor atisbo de vida, y mucho menos marcianos! ¿Ha oído hablar usted de las sondas espaciales de la NASA? Se han paseado por allí como Pedro por su casa, sin encontrar siquiera el más minúsculo bichito...

—Cierto, pero usted está hablando de este Marte; yo provengo de otro situado en un universo paralelo.

—¡Ah, acabáramos! —Estaba claro que su interlocutor era el típico excéntrico amante de los encuentros en la tercera fase y zarandajas similares; lástima que el tema estuviera tan pasado de moda, porque años atrás podría haber conseguido tan buena audiencia como otros charlatanes similares—. Eso lo explica todo.

—Me alegra que lo comprenda —respondió con alivio el lunático, sin percibir aparentemente la patente sorna del comentario—. Así me resultará más fácil explicárselo.

—Supongo que en ese universo paralelo Marte será perfectamente habitable, y en la Tierra seguirán reinando los dinosaurios... —Ya que tenía que aguantarlo, se dijo, al menos intentaría burlarse un poco antes de desembarazarse de él.

—Se equivoca usted en la segunda afirmación. En la Tierra de mi universo los dinosaurios también fueron reemplazados por los mamíferos, pero el hombre jamás llegó a aparecer en ella.

—Bueno, al menos eso habrá evitado la extinción de animales como el moa, el dodo o el lobo marsupial... —Comenzaba a divertirle la chifladura del tipejo—. Lo que me sorprende es que los marcianos sean tan parecidos a nosotros; de hecho, yo hubiera sido incapaz de descubrir su origen de no habérmelo revelado usted.

—En realidad no somos así como usted me ve, sino muy diferentes físicamente a ustedes; de hecho, somos completamente distintos. Pero las normas que regulan los viajes interuniversales son muy estrictas en lo referente a este punto: debemos adoptar el aspecto de los aborígenes sometidos a estudio, con objeto de poder mezclarnos con ellos sin causar sospechas que pudieran provocar que fuéramos descubiertos.

—¡Ah, ya! —fingió—. Y dígame, ¿cuáles son los motivos de su visita? ¿Espiarnos con vistas a preparar una invasión de nuestro planeta? —Ciertamente le resultaba muy molesto sentirse calificado de aborigen—. Supongo que con su tecnología infinitamente superior a la nuestra les resultaría sumamente sencillo conquistarnos...

—¡Oh, no! Pierda cuidado. —Las explicaciones del hombrecillo parecían sinceras, tan sinceras como podrían ser proviniendo de un loco—. Nuestras intenciones son pacíficas. Tan sólo deseamos ampliar nuestros conocimientos sobre otras culturas sin hacerles el menor daño.

—Sí, es lógico. —Fingió asentir siguiéndole la corriente—. Pero lo que no acabo de entender es la razón por la que desea proclamar públicamente su verdadera naturaleza; a tenor de lo que me ha dicho, cabría suponer que tuviera buenas razones para permanecer oculto.

—Y así hubiera sido en condiciones normales —suspiró el presunto marciano rebulléndose intranquilo en su asiento, cual niño pillado en falta—. Pero... verá. Yo soy solamente lo que ustedes llamarían un becario, y mi financiación digamos que deja bastante que desear. Por esta razón me he visto obligado a intentar ganar algún dinero. En mi planeta esto no hubiera sido necesario dado que la economía está basada en la energía social concomitante, pero aquí... Bien, necesito euros para terminar mi curso de doctorado, y se me ocurrió que ésta podría ser una buena manera de conseguirlos.

—Evidentemente. —Por prudencia prefirió renunciar a preguntarle qué demonios era eso de la energía social concomitante—. Y si por mí fuera no habría inconveniente, pero por desgracia... Me temo que existe un problema.

—¿Qué problema? —Una expresión de alarma se encendió bruscamente en el rostro del hombrecillo.

—Muy sencillo. Tenga en cuenta que el grueso de nuestros espectadores no suelen ser demasiado... ¿cómo diría? intelectuales, y necesitarían una demostración palpable de su naturaleza marciana. Si su aspecto físico hubiera resultado ser suficientemente convincente bastaría con haberle mostrado a las cámaras aunque usted no tuviera ni antenas ni color verde, pero así... Habría que buscar alguna prueba fehaciente capaz de convencer hasta al más escéptico. No tendría por qué ser demasiado espectacular, bastaría con una pequeña muestra de levitación, telepatía, teletransportación... O, si lo prefiere, podría mostrar algún objeto de tecnología marciana tal como una pistola de rayos desintegradores, un transmutador de materia o cualquier otra minucia por el estilo; nada importante y que no resultara complicado para usted.

—¡Oh, no! Eso no puede ser. —La desolación de Xrñpqs era patente—. Tenemos terminantemente prohibido hacer nada de lo que usted dice. Tendrán que creer en mi palabra.

—Pues lamento decirle que, de no ser así, será de todo punto imposible que usted participe en nuestro programa. Ya conoce su título: Real como la vida misma. Eso lo dice todo. —La compunción del ejecutivo estaba tan bien fingida que parecía real—. Y ciertamente le aseguro que lamentaría infinito no poder contar con usted en el programa; me ha caído simpático. Por esta razón, me gustaría ayudarle. ¿No podría hacer algún pequeño milagrito, algo que se saliera de lo común, para probar sus afirmaciones?

—No sé, lo que me pide es muy difícil... Claro que podría hacerlo, bastaría con kmelear un psifronte redocalmular, o bien podría erosipear un clorutrino simpatoso... Pero es ilegal hacerlo fuera de Marte. Hasta un simple glopunt podría acarrearme problemas. A no ser que... —de repente se le iluminó el semblante antes de caer de nuevo en el desánimo—. No, esto sería demasiado fuerte. No me atrevo.

—¿Por qué no me lo explica? —invitó—. Quizá esa idea no sea tan descabellada como usted piensa.

Media hora más tarde al presunto marciano le era entregado un sustancioso cheque a cambio de su participación en el programa. Juan García estaba cada vez más convencido de que el pobre hombre estaba como una regadera, pero había llegado a la conclusión de que podría servir de contrapunto cómico a la fauna habitual que pululaba por el mismo; un bufón nunca venía demasiado mal, y últimamente andaban bastante escasos de ellos. Por supuesto el pobre hombre acabaría cayendo en el más espantoso de los ridículos, pero eso era algo que a él no le importaba lo más mínimo. Además, ¿no había cobrado? Pues que realizara su trabajo, que para eso le pagaban.


—Y hoy traemos para ustedes, en exclusiva mundial, a un personaje excepcional... Bueno, en nuestro programa, como bien saben ustedes, todos los invitados lo son. Pero no todos los días podemos contar con alguien llegado de tan lejos, de fuera de nuestro planeta. Señores, con ustedes ¡Míster Xrñpqs, procedente de Marte!

La introducción del empalagoso presentador fue rubricada por la parafernalia típica del programa: Música estridente capaz de volver loco a cualquiera, juegos de luces de discoteca barata y redoble final de tambor al más puro estilo circense, todo ello rematado con un apoteósico —y sobado, puesto que era más viejo que la televisión misma— enfoque del personaje anunciado mientras el resto del estudio se sumía en la sombra. Al pobre individuo le habían caracterizado como si de un Flash Gordon de opereta se tratara, ataviado con un traje plateado que remedaba a los de los astronautas de ciencia ficción de serie B y maquillado con un peinado a lo Mr. Spock que hacía resaltar el tono decididamente verdoso que le habían dado a su tez. El patético resultado, a mitad de camino entre lo kisch y lo decididamente hortera, satisfacía no obstante, como bien sabían los astutos redactores, los escasamente sofisticados gustos de los telespectadores.

Cumpliendo con el ritual típico del programa, los aleccionados espectadores que asistían en directo dieron la bienvenida al marciano con un estruendoso recital de aullidos, silbidos, pateos e incluso algún que otro insulto, todo ello entremezclado, claro está, con la necesaria dosis de aplausos también de cla. Por supuesto, todo era normal y estaba previamente ensayado.

Una vez amainado el temporal, el presentador retomó las riendas del programa procediendo a relatar un currículo de Xrñpqs convenientemente aderezado por los guionistas en aras de acrecentar su interés humano. A continuación llegó el turno de los despellejadores oficiales del programa, los cuales sometieron a la pobre víctima a un interrogatorio en tercer grado del que no faltaron preguntas tales como si existían homosexuales en Marte o si era posible mantener relaciones íntimas con seres de otros planetas... Asimismo todo amañado, por supuesto.

El último punto del elaborado guión consistía en un reto lanzado por una viborilla de la prensa rosa, cuya misión consistía en manifestar su escepticismo y rematar la faena exigiendo a su antagonista una demostración irrebatible de sus afirmaciones. En este caso, claro está, a Xrñpqs se le pidió que probara su condición de marciano.

—Y bien, señor Xrñpqs, usted nos ha contado una historia muy bonita... Que yo no me creo. Ante mí lo único que veo es a una persona vulgar —el hiriente adjetivo no había sido elegido al azar— disfrazada de payaso. Yo le exijo que nos demuestre, aquí y ahora y con las cámaras de testigo, que usted no nos está mintiendo y procede realmente del planeta Marte. Si no lo hace, le pondré una denuncia en el juzgado por intento de estafa a los españoles. ¿Está dispuesto a seguir adelante, o prefiere retirarse ahora que todavía está a tiempo?

Por supuesto todo era puro teatro, pero añadía un toque de dramatismo barato muy del gusto de los guionistas del programa; incluso tenían preparado a un gancho que, camuflado entre los espectadores, saltaría en su momento al escenario intentando agredir al marciano por mentiroso, algo que por supuesto evitaría el fornido vigilante jurado —también de atrezzo— encargado de impedir este tipo de incidentes.

Xrñpqs parpadeó con timidez ante la fuerte luz que le deslumbraba, carraspeó un par de veces y dijo finalmente con un hilo de voz:

—Estoy dispuesto a demostrar que digo la verdad.

Una vez calmada la barahúnda que se organizó en el estudio, a indicación del avisado presentador continuó:


Ilustración:
Mauricio-José Schwarz

—Soy perfectamente capaz de hacer desaparecer a la Tierra, a todo este universo. Y voy a hacerlo, en castigo a su incredulidad.

Nueva jarana, todavía más fuerte que la anterior. Los productores deberían estar frotándose las manos ante el éxito de audiencia y a Juan García, que asistía al programa detrás de las cámaras, le satisfacía comprobar que su intuición había vuelto a estar acertada.

—¡Silencio! ¡Silencio, por favor! —el presentador hacía esfuerzos, tan denodados como fingidos, para calmar a la rugiente masa—. El señor Xrñpqs ha afirmado que va a hacer desaparecer ¡a todo el planeta! Señores, éste es el mayor reto al que nos hemos enfrentado en toda la vida del programa. ¡Qué digo! El mayor reto de toda la historia de la televisión. No se lo pierdan, pero antes... Unos instantes de publicidad y enseguida estaremos de nuevo con ustedes.

Los instantes de publicidad fueron, claro está, quince minutos largos. Cuando finalmente la barahúnda de coches maravillosos, cuerpos diez y detergentes que lavan más blanco remitió por puro agotamiento, en las pantallas de los televisores volvió a aparecer el chillón decorado en el que media docena de chicas, ataviadas con una indumentaria presuntamente futurista y llamativamente escasa, bailaban al son de una estruendosa música discotequera.

—Bienvenidos de nuevo a su programa favorito —saludó el presentador dando rienda suelta a su verborrea—. Les recuerdo que míster Xrñpqs ha aceptado el reto y va a intentar hacer desaparecer a todo el planeta, ustedes por supuesto incluidos. ¿Lo conseguirá? Míster Xrñpqs, ¿sería usted tan amable de explicarnos cómo lo va a conseguir?

—Yo... —tartamudeó el hombrecillo, cuya palidez quedaba resaltada por el fantasmagórico maquillaje que le cubría la cara—. Es fácil. En realidad ustedes no existen, nada de este universo existe. Todo ustedes son ficticios, los creé yo con el poder del pensamiento y sólo existen en el interior de mi mente, por lo cual si lo deseo puedo hacerlos desaparecer sin más que olvidándolos.

Nuevo escándalo, por supuesto. Los responsables de las cadenas rivales debían de estar subiéndose por las paredes. Cuando pudo volver a hablar, añadió:

—No es cierto lo que les dije acerca de los universos paralelos; no existen, ni han existido nunca. El único universo real es el mío, en el cual en la Tierra jamás prendió la chispa de la inteligencia. Pero los marcianos somos una raza perezosa, y nada odiamos más que abandonar nuestro acogedor planeta. Por esta razón, en lugar de visitar otros mundos nos los inventamos en nuestra mente, introduciéndonos en ellos para participar de forma activa en los mismos... Hasta que nos cansamos. Entonces empezamos otra partida.

»Ustedes, todos ustedes, todo lo que conocen, son una mera creación mía, solamente existen en mi imaginación. —Un silencio sepulcral se había cernido sobre el plató—. Y basta con que yo lo desee para que desaparezcan como si nunca hubieran existido... Porque realmente nunca han existido.

—¡Eso es mentira! —gritó de repente el falso espectador bajando a saltos de su asiento—. ¡Embaucador! ¡Te voy a partir la cara para que aprendas a no reírte de nosotros!

—Ustedes lo han querido —suspiró el marciano con displicencia—. Hasta nunca.

Y el mundo se borró de un plumazo.


—Xrñpqs, me parece que esta vez te has pasado.

—¿Por qué? Ya me estaba hartando de ese mundo tan estúpido, y de todos modos de alguna manera tenía que darle carpetazo, digo yo... Se me estaba acabando el tiempo.

—Sí, ¿pero tan a lo bruto? ¿No podías haber ideado una catástrofe cósmica, una guerra nuclear, una extinción masiva de la vida sobre el planeta?

—Eso está ya muy visto. Para obtener una buena puntuación estaba claro que tenía que buscar un final original.

—Original sí, pero no excéntrico... No sé, mucho me temo que el jurado no te vaya a seleccionar como finalista.

—¡Mira quién habló! Tú sí que no tienes la menor posibilidad con esas ridículas criaturas de energía pura incapaces de convencer a nadie...

Enzarzados en la discusión los dos marcianos, unos seres ameboides que reptaban plácidamente por el rojizo suelo del planeta, abandonaron con marcha pausada el recinto en el que acababan de competir telepáticamente con sus congéneres imaginando mundos inexistentes que posteriormente eran evaluados y premiados por un jurado instituido al efecto. No tenían prisa alguna por conocer el veredicto; los marcianos eran unos seres longevos y perezosos cuya única ocupación eran estas olimpíadas mentales, puesto que desde hacía eones su avanzadísima tecnología había resuelto todas sus necesidades materiales.

Mientras tanto, allá en lo alto, en un firmamento tachonado de estrellas, brillaban pálidamente las dos pequeñas lunas del planeta, eclipsadas por el rutilante fulgor de un astro de bellos tonos azulados.



JOSÉ CARLOS CANALDA

José Carlos Canalda (Alcalá de Henares, España, 1958) es doctor en Ciencias Químicas por la Universidad de Alcalá de Henares, y trabaja en un instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (C.S.I.C.) en Madrid. Aficionado a la ciencia ficción desde muy joven, cultiva tanto la vertiente del ensayo como los relatos. En este primer apartado, es autor del libro Luchadores del Espacio. Una colección mítica de la ciencia ficción española (Pulp Ediciones, 2001) y ha colaborado en La ciencia ficción española (Robel, 2002, premio Ignotus 2003) y en las revistas Solaris, Valis y Pulp Magazine (premio Ignotus 2002), sin descuidar tampoco las páginas web Sitio de Ciencia Ficción , Página de las Novelas de a Duro , BEM , Stardust o Cyberdark . En lo que respecta a los relatos, tiene publicadas obras tanto en papel (Pulp Magazine, Asimov, Artifex, Antologías de relatos de El Melocotón Mecánico, Menhir) como en formato electrónico (Sitio de Ciencia Ficción, BEM, Qliphoth, Alfa Erídani, Púlsar, La Plaga, Tau Zero y Revista Ochocientos). No es la primera vez que lo tenemos en Axxón. Su relato "Érase una vez” apareció en el nro. 138 de Axxón, en la sección UFICCIÓN. Últimamente colaboró en "Memoria de la novela popular, homenaje a la colección Luchadores del Espacio" (Universidad de Valencia, 2004). Su cuento corto "Cuando las estrellas brillen de nuevo" ha sido nominado para los premios Ignotus de este año".


Axxón 142 - Septiembre de 2004