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El Gaucho de los Anillos

La yunta e’ torres
Capítulo 1

Cuánto ha no se ve flamear
este gauchesco estandarte,
porque no es un fácil arte
juntar de un verso las rimas;
pero al fin ya se aproxima
la ansiada segunda parte.

Quedamos la última vez
que el Sam y el Frodo, los dos,
sin decirle a nadie adiós
pa’ Mordor pusieron rumbo,
y los otros a los tumbos
andaban llamandolós.

Un rastro buscaba el Trancos
que se pudiera seguir.
Una loma entró a subir
y cuando arriba llegó,
la trompa e’ línea escuchó
que tocaba el Boromir.

Ahí nomás apretó el paso,
el alma miñangos hecha,
apurao por la sospecha
de lo que había pasao;
pronto lo encontró tirao
y medio adornao con flechas.

“Se vinieron unos orcos”,
pudo sacar del garguero,
“y los maulas les pusieron
a los gurises maneas.
Yo les quise dar pelea
y me aujerearon el cuero.”

“¡Y todo por culpa mía!
¡La embarré hasta la berija!
Lo mesmo que lagartija
sin cola pegó un espiante
el Frodo, porque quise antes
manotiarle la sortija.”

“¡Andá a defender la patria
y no te me echés pa’trás!
¡Güena suerte, montaraz!”
Y en el medio e’ los rastrojos,
cerró el Boromir los ojos
pa’ no abrirlos nunca más.

El Trancos se quedó un rato
al lado ’el fiambre entuavía,
rezó unos avemarías
por el alma del finao
y lo soltó al entripao
que aguantar ya no podía:

“¡Caracho! ¿Por qué se tiene
que morir la güena gente?
¡Era un criollo tan valiente
que si se golvió ladrón,
jue nomás por tentación
de la sortija indecente!”

Endijpué de un rato el elfo
y el enanito llegaron,
y turulatos quedaron
con el Boromir tan quieto.
Ahí nomás se persinaron
pa’ enseñarle su respeto.

Y como vieron los tres
que pa’ darle sepultura
la tierra estaba muy dura
y tapada de cascotes,
lo mandaron en un bote
al río con amargura.

A lo mejor más abajo
un güen gaucho lo encontraba
y una fosa le cavaba
pa’ acostarlo a descansar.
Mucho después se contaba
que el bote llegó hasta el mar.

Un tape e’ los del malón
hallaron entre unos yuyos,
que el Boromir con orgullo
sin ponerse colorao
al hoyo había mandao
antes de encontrar el suyo.

Tenía puesto un poncho negro
con aujeros en la tela;
como picada e’ viruela
era la cara deforme.
Pa’ ser un orco era enorme,
y más fiero que su abuela.

“La pucha que era julero
el bicho”, dijo el enano,
“que al más bravo e’ los paisanos
del miedo lo despeluza.
¡Si hasta parece una cruza
de un orco con un crestiano!”

Dijo el baquiano: “No vide
cosa igual ni estando en tranca.
¡Y miren! Tiene en el anca
marcada el pelafustán
a fuego la mano blanca
del malandra Sarumán.”

“Los petisos a la fija
se los llevan a Isengar.
De dirlos allá a buscar
hay que tirarnos el lance,
porque del Frodo cuidar
ya está juera e’ nuestro alcance.”

“No nos quedemos sentaos”,
dijo y dentró a dirigirlos.
“Se va a hacer robo seguirlos,
porque cuando anda en tropel
sabe dejar el infiel
un rastro pa’ repartirlo.”

Y cuando por un casual
topaban con un escollo,
una charca o un arroyo
ande la huella estraviaban,
pronto el Trancos la encontraba
y continuaban los criollos.

No se paraban por nada
pa’ los chiquitos salvar,
y casi sin descansar
iban corre que te corre
con rumbo a la oscura torre
que quedaba en Isengar.


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“La comunidá del anillo”


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