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El Gaucho de los Anillos

La yunta e’ torres
Capítulo 3

El Meriadoc y el Pipino
pa’ disgustos no ganaban:
al lomo se los cargaban
como bolsas de arpillera
los orcos, que a la carrera
de guapo se los llevaban.

Los cosos fieros andaban
rumbo a lo del Sarumán.
Le metían mucho afán
porque detrás, en sus fletes,
venían unos jinetes
de los pagos de Rohán.

Cuando vieron la partida
pronto apretaron el paso
y les tiraban flechazos
a los milicos montaos,
y los petisos, maneaos,
temblaban del jabonazo.

Pararon a descansar
cuando el blanco quedó lejos,
y ahí los capitanejos
en el medio ’el descampao
se juntaron en consejo
a puro grito pelao.

Opinó uno: “Vamos lerdo,
huinca nos anda siguiendo,
y priegunto, yo no entiendo
por qué no cueriar cautivos.”
Le dijo otro: “Llevar vivos
igual que patrón diciendo.”

El primero dentró a rairse:
“¡Mirenló al cara e’ bizcocho
siguiendoló al viejo chocho!”
Y se largó una reyerta
ande con la panza abierta
terminaron más de ocho.

Le ganó el cara e’ bizcocho
al que se burló insolente,
y le mandó a la otra gente:
“¿Alguien más con gana e’ risa?
Yo pa’ dar otra paliza
no teniendo inconveniente.”

“Sabiendo tuitos ustedes
yo cumplo cuando amenazo.
Haciendomé tuitos caso
y al que se retobe, ¡guay!
que nosotro’ lo’ urujay
no dudamo’ pa’l lanzazo.”

Con miedo y en voz bajita
discutió la multitú
y seguir al jefe Uglú
decidió la orcada en pleno,
porque vieron que era güeno
pa’ quitarles la salú.

“¡Ya no seguimo’ juyendo!
Al huinca esperarlo acá
y hasta fleco e’ chiripá
cortandolé cuando venga.”
Contestaron a la arenga
al grito: “¡Ioká-ioká!”

Y a la vez todos los orcos
empezaron una danza
con mucho batir de lanzas
y alaridos de alegría.
¡Pucha, qué miedo metía
toda aquella mezcolanza!

Endemientras el Pipino,
que chiflaba distraído,
con un cuchillo perdido
en el medio ’el entrevero
se puso a cortar el cuero
que lo tenía oprimido.

“Tamos fritos”, dijo el Merry
en los soldados pensando.
“Cuando vienen degollando
pa’ cargarse algún malón,
no prieguntan cuántos son
sinó que vayan pasando.”

“Pa’ cuando vean qué somos
vamo’ a estar sin chinchulín.”
Cuando llegaron al fin
y se largó el mar de gritos,
un orco a los dos chiquitos
los agarró de la crin.

“Llevandomelós conmigo”,
iba diciendo muy fresco.
“Cuando vea qué le ofrezco,
patrón ponerse contento.
¡Yo al Gran Ojo lo obedezco,
no a ningún brujo mugriento!”

Y muy tarde se dio cuenta,
arrastrando a los petisos
y riendosé del mestizo,
que le salió mal el truco,
cuando un tiro de trabuco
lo desparramó en el piso.

Ansina echao el Pipino,
aplastao junto al despojo,
se sacó los tientos flojos
y lo desmanió al pariente,
y se jueron, muy prudentes,
gatiando entre los abrojos.

“Fijate vos”, dijo el Merry,
“si es tenerla regalada
que sin haber hecho nada
zafamo’ ’el embrollo aquél”,
señalando ande al infiel
sobaba la milicada.

“La verdá”, contestó el otro,
“que salvamos el rosquete,
pero va a ser tuito al cuete
si nos llegan a encontrar.
Pa’ aquel monte hay que enfilar
aunque nos falte machete.”

Ansina, bien despacito,
arrastrandosé en los yuyos,
se alejaron del barullo
que se vía bien fulero,
y en el monte se escondieron
que les hablaba en murmullos.


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