LA MUJER DE NADIE

Libia Brenda Castro

México

Oh I am what I am,
I'll do what I want,
but I can't hide:
I won't go, I won't sleep,
I can't breathe, until you're resting here with me.
I won't leave, I can't hide,
I cannot be, until you're resting here with me.


Dido/No Angel


Ella esperaba en silencio, mientras su marido iba a predicar descalzo. Al final de la jornada lavaba sus pies con lágrimas, perfumándolos luego con esencias orientales y secándolos con sus cabellos azules. Había dunas en su llanto y en los ojos obscuros de su amado, quien fuera muerto por los filisteos, en un gran trozo de madera con forma griega. Pero no lo mataron los griegos, lo mataron sus hermanos.

Magdalena debía partir y pregonar, hablar con su hermano Lázaro, el Inmortal; con los discípulos, los estúpidos. Hablar con los hombres, de oídos sordos y miembros colgantes. Se puso el pañuelo sobre la cabeza y el cielo estrellado, miró qué salía de su techo y echaba a andar.

—¡Escúchenme, hijos de Israel! —gritó al llegar a la primera aldea—, soy la puta que los llama para que acudan a mí. Me pagaban con dinero, como si eso fuera suficiente, pero nunca pensaron en mi alma. Ahora han olvidado que el reino de los cielos descendió sobre sus cabezas.

Así gritó Magdalena, pero nadie la escuchó: estaban muy ocupados mirando televisión.

Ella acudió a la cadena transmisora más importante de la ciudad y echó a los camarógrafos; se sentó en un escabel e inició su discurso, que verían miles.

—Escúchenme, ustedes me hicieron lo que soy, ahora se niegan a mirarme y se han quedado sordos.

Y todas las televisiones mostraban su hermoso rostro, su cabello ondulado, su cuerpo joven, pero ningún sonido salía de los altavoces; algunos se quedaron frente a la pantalla, admirando la carne, otros más se distrajeron, cambiaron de canal o apagaron la tele, otros simplemente golpearon el aparato, intentando devolverle el sonido.


"Los fariseos vendrán todos a visitar mi burdel y yo los recibiré en mi casa". Así piensa Magdalena ahora, mientras cubre su cara con afeites brillantes y sus labios con carmín Maybelline.

Un DJ con un pez dibujado sobre el torso desnudo, mezcla cánticos de iglesia con tambores de tribu y sonidos electrónicos salidos de un viejo sintetizador. La casa se llena de invitados; la coca flota en nubes blancas como las del paraíso y todos bailan en éxtasis. Antes de salir en su papel de anfitriona, Magdalena se mira en el espejo, se compone el cabello gris y se encuentra con dos brasas en vez de ojos.

Echa a llorar, arruinando todo su maquillaje, pues extraña a Jesús.


Lázaro está cansado y mira por la ventana, harto de escuchar música estridente. Cuando tocan a la puerta se levanta, presuroso, a recibir la visita que le honra. Abre y ve a la terrible mujer, encolerizada.

—¡Por Dios, Magdalena! ¿No ves que soy un inmortal honorable y tu visita me compromete...?

—Eres como todos los hombres, Lázaro, te asusta recibir a la mujer adúltera bajo tu techo, pero la deseas, querrías tomarme y olvidarte que fuiste mi hermano y hermano de Jesús, mi marido...

—¡Insensata! Jesús nunca tuvo mujer.

Magdalena suelta unas carcajadas y luego guarda silencio, triste. El Señor no tuvo nunca mujer: sólo tuvo un receptáculo. Lo usó, pero no era importante para su gran labor.

—Tú debieras tratarme con más cuidado, Lázaro, no creas acaso que no sé cómo posabas con lujuria tu mirada sobre mí, cuando Él caminaba por todo el desierto, poseído por la furia de su Padre. Yo le era fiel, sí, le era fiel y aunque no lo hubiera sido, tú eras mi hermano.

Lázaro baja la cabeza, avergonzado, y se afloja el nudo de la corbata. Tiene una gran empresa que fabrica ataúdes, apenas puede con el estrés.

—Tienes razón Magda, hermana. Siéntate a mi izquierda, vamos a pedir algo de tomar, que refresque nuestras cabezas bajo el verano, mientras vemos una película porno, en mi pantalla de cincuenta pulgadas.


Magdalena sacude la cabeza y se desespera, nadie entiende que debe volver..., que debe morir para renacer otra vez virgen. Casarse, echar frutos como el olivo, como las datileras. "Bendito es el fruto de tu vientre..." Así bendicen a la mujer que hubiera sido su suegra. Debe encontrar el sitio exacto para ser, al fin, lapidada. Los hombres la rechazan con sus voces pero la llaman con los ojos, con sus manos y sus penes enhiestos.


La segunda vez que ella aparece en televisión, se escucha su voz, pero nada se ve. Los monitores aparecen llenos de estática. Ella clama por el cielo y por la piedad de los hombres. Enuncia que las mujeres han sido relegadas; transformadas en máquinas domésticas y fábricas de hijos, para recibir el semen y las embestidas de los maridos. Imbéciles, dejan que sus mentes duerman y sus cuerpos se conviertan en jarras vacías. Todos oyen su voz y algunas se levantan de sus asientos y salen a las calles, buscando algo nuevo qué hacer pues están cansadas. Ella está cansada también y tiene la voz enronquecida.


Al amanecer del día sexto de la primera semana, ella camina hacia el oriente, para ver salir el sol antes que nadie. Sus pupilas están quemadas.

Es negra y sus cabellos rojos son un campo sembrado de amapolas.

Camina para alcanzar el sol que la abrasará, convirtiéndola en tanta sal como cabe en un mar Muerto. No guarda el Sabbath, puesto que camina sin descanso, desecándose al viento y, mirando al anciano incandescente, pregunta en su interior dónde han dejado a su amado esposo. Recuerda cuando cantaban, en un enorme auditorio, delante de cientos de personas. Un excelente show de porno-live, cantando, al son de tambores y flautas, canciones de amor:

"Levántate, amada mía,

hermosa mía y vente.

Porque mira, ha pasado ya el invierno,

han cesado las lluvias y se han ido"

Así cantaba su amado, el amor de su vida, a su oído, con la voz ronca de deseo, mientras la penetraba anhelante al son de las luces en el escenario y los ritmos estridentes. El público aplaudía, feliz. Todos estaban bañados en sudor.

Ahora ella camina, sola, reseca del vientre y de los ojos, porque nada de humedades le quedan ya. Se ha secado como un pequeño arroyo sin lluvias y se ha vuelto amarga. Magda amarga, la perra del Señor. Y ahora recuerda, mientras anda, un fragmento del cantar, que entona en una invocación:

"En mi lecho, por las noches, he buscado

al amor de mi alma.

Busquéle y no le hallé.

Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad.

Por las calles y las plazas

buscaré al amor de mi alma."


Ahora llega a la cadena con emisión satelital. Podrá llegar a los últimos confines que cuenten con servicio de Pago Por Evento, camina entre los micrófonos, las salas y las cámaras, que la siguen como si tuviesen voluntad propia. Se para en medio de un gran salón, decorado con gobelinos elegantes, alza los brazos y la cara. Antes de que hable, el celular que cuelga de su cinto vibra y ella contesta. Del otro lado de la línea suena la voz de su hermano, el dueño de la compañía funeraria, quien la conmina a la tranquilidad.

—Hermana Magda, abandona tu intento de pregón. Ha llegado a verme un hombre barbado de ojos obscuros; dice que es discípulo de aquél que ha sido muerto. Trae una laptop y, en su disco duro, un archivo único. Asegura que es la historia de mi hermano, pero no sabe si todo lo que está escrito es verdad. Vino a pedir ayuda.

—¿Por qué me interrumpes ahora? ¿No ves televisión por cable? Estaba a punto de lanzar mi mensaje final.

—Magda, cepilla tus cabellos de oro y vístete con un traje sastre; necesito que vengas con urgencia a mi oficina. Este hombre tiene documentos muy importantes.

—Iré cuando tenga que ir, Lázaro. La misión que tengo es también importante. Más tarde acudiré a tu sala de juntas, pero no esperes ver en mí una ejecutiva. Soy la gran ramera y así han de llamarme.

Dicho esto, ella apaga el teléfono, agita sus cabellos rubios y levanta de nuevo los brazos. Las cámaras se encienden; en los monitores de todo el mundo aparece su imagen. Grita mensajes apocalípticos y quienes miran la transmisión quedan pasmados ante la furia que despide. El sonido y la imagen son nítidos, pero hay una película superpuesta en las pantallas. Detrás de ella parece haber una gran explosión de muchos automóviles, un hombre de camiseta ensangrentada dispara contra un helicóptero y caen trozos de metal alrededor.


En un rascacielos que domina el panorama de la urbe, hay una habitación alfombrada, fluorescentes colgando del techo. Doce sillas forman una U alrededor de una gran mesa; en la cabecera hay un sillón que nadie ocupa; una diadema hecha con alambre de púas pende del respaldo; el asiento está destinado a un muerto, por lo que está lleno de telarañas. Entran dos hombres y una mujer; una computadora portátil es transportada envuelta en una funda blanca. Ella va altiva; ellos, desconfiados.

El cabello de Magdalena, negro azabache, cae sobre su espalda. Sus ojos muestran cansancio y bajo ellos hay ojeras. El hombre barbado se presenta y Lázaro carraspea, nervioso. Teme que su negocio adquiera mala fama por frecuentarlo personas non gratas.

—Hermanos, tengo este archivo .doc; me gustaría que lo revisaran y me dieran su opinión. Aquél del que se habla estuvo también con ustedes, díganme lo que piensan acerca de esto.

Lázaro contesta, hablando con mucha propiedad, como corresponde a un empresario.

—Mira, hermano Juan Marcos Lucas, llamado Mateo, tengo que decirte que no es bueno que llegues aquí como un jipi. En estos tiempos no se puede andar con ese aspecto descuidado. Pero te disculpo, porque entiendo que hay para los hombres cosas más importantes que el shampoo. Me gustaría ver ese archivo del que hablas, después de hacer un respaldo en cd. Podemos usar un cañón proyector, para leer en letras enormes lo que te ha sido dictado. Luego pensaremos en su divulgación.

Ella los observa, sin comprender cómo pueden haber olvidado su amistad, se tratan casi como extraños. Se asquea y se impacienta, tamborileando con uñas laqueadas sobre el barniz de la mesa. El hombre de traje vuelve a carraspear y el otro enciende la computadora.

Las luces se apagan y aparece el resplandor de la proyección. El texto es largo y tiene versiones diferentes; se menciona al mártir, su vida y obra, sus milagros. Pero la historia está cambiada, son mentiras. Magdalena es un fantasma, un personaje secundario, útil sólo para ejemplificar la infinita piedad del hombre crucificado y la redención. Ella siente ganas de vomitar, se levanta y se va. Cuando baja a la estación del metro, su cara tiene surcos que dejan un rastro húmedo. Extraña a su amado y todavía no halla el modo de reunirse con él.


Después de cerrar definitivamente el burdel y el bar adjunto y despedir a los empleados que vendían su carne, se abriga nuevamente bajo una capa, cubre su cabello anaranjado con un pañuelo enorme y echa a andar. Llega después de un rato a la gran fiesta de sus hermanos y Pedro, con un manojo de llaves en la mano, le abre paso entre la multitud de invitados, que ríen y bailan. Magdalena pregunta el motivo de tanta alharaca y el portero la mira, extrañado.

—Cómo, hermana, ¿no sabes que el archivo presentado ante Lázaro es ahora un Gran Libro? Se dice que reúne todos los Libros en él, fue vendido y ahora la compañía editorial más grande del mundo posee los derechos. Puedes conseguir una edición de bolsillo ahí mismo; el llamado Mateo te autografiará el ejemplar, si te formas después de la repartición de los panes y los peces.


Ilustración: Dino Masiero Sauber

La fiesta es estruendosa y concurrida; todos visten sus mejores galas y se emborrachan a la salud del nuevo Evangelista, quien llegó en limusina. Magdalena quiere alcanzar el micrófono, se debate ondeando su pelo castaño y se abre paso a empujones. Sube al escenario y entona un canto; después, empieza a golpear la guitarra contra el suelo.

—Abrid, insensatos, abrid las puertas para que entre en vosotros la voz del Señor. Soy la puta de Jerusalén, la puta de Cristo que recibió en su vientre el semen quemante del Hijo. No lo entienden, nadie lo sabe mejor que yo, mi vientre era estéril y por eso era prostituta, todos los hombres de Magdala me utilizaban, yo era solamente el instrumento de su masturbación. Ahora les pido ayuda. No acude nadie, no reconocen a la mujer con la que yacieron ilegalmente. No reconocen a aquella que servía para aliviar sus noches de fiebre y sus soledades de cama. Ahora necesito regresar...

La multitud intenta, al principio, corear esa extraña canción de death metal, pero prefieren algo más moderno, así que la abuchean e intentan bajarla del escenario. Lázaro lo mira todo desde su confortable estudio, a través de doce monitores. No le preocupa la suerte de la mujer herética; sabe que, al final, recibirá lo que debe.


El Libro con varias versiones diferentes, de Juan Marcos Lucas, llamado Mateo, fue un hit de ventas. La página de Internet recibía millones de visitas de nuevos conversos. La gran fiesta fue recordada, durante muchos años, como la noche en que una mujer, de colores cambiantes y ojos de fuego, gritó frente al público y las cámaras de televisión y realizó el mejor performance de la historia, cantando extrañas poesías y desnudándose frente a la horda enloquecida, que terminó por arrojarle objetos hasta matarla. Cuando llamaron a la empresa funeraria de su hermano, éste recibió la noticia con gran calma, que se descompuso cuando le dijeron que no preparara ningún ataúd, puesto que la mujer llamada Magdalena, había subido a los cielos, con el cuerpo desnudo cubierto de sangre y licor y una expresión pacífica en el rostro.



Libia Brenda Castro nació en la Ciudad de Puebla, México, en 1974. Ha publicado en las revistas Asimov, Azoth, Fractal, Sub, además de haber sido incluida en las antologías: Cuentos compactos, El hombre en las dos puertas, Ginecoides y en el Especial Philip K. Dick de Andrómeda.


Axxón 155 - octubre de 2005
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Realismo Conjetural: Religión: México: Mexicana).