UNA CITA AFORTUNADA

Cesar Mauricio Heredia

Colombia

Pablo corría por la calle sin importarle que los automóviles pasaran a centímetros de su cuerpo y que los conductores le gritaran improperios por las ventanillas. Era tal la cantidad de gente que se aglutinaba en la acera que no tenía otra opción para llegar a tiempo al restaurante. Rita ya debía estar sentada en la barra, pero no tenía dinero en su cuenta para pagar un taxi. La noche anterior, después de llamar para invitarla a salir y de que ella hubiera aceptado, se había sentido tan eufórico que, sin darse cuenta, empezó a tararear una canción de moda. Cuando tuvo conciencia de lo que acababa de hacer, los computadores del Registro de Derechos de Autor ya habían revisado sus archivos y detectado que Pablo no tenía licencia para reproducir esa canción; de inmediato fueron descontados los veinte mil pesos que costaba una reproducción recreativa individual de su cuenta personal, por lo que le quedaba lo justo para invitar a Rita a una cena. Hoy sería sólo eso. Cuando le volvieran a pagar la invitaría a algo mejor, pero no podía desaprovechar que hubiera aceptado salir con él esa noche.

Además, había gastado un buen dinero para prepagar algunos poemas de Neruda que pensaba utilizar con ella, y si no lo hacía perdería el dinero, pues la vigencia del derecho de utilización vencía esa semana.

El restaurante no era muy lujoso, pero sí bastante acogedor. Por fortuna para él, Rita no había llegado, lo que Pablo aprovechó para mirar los precios de las canciones que podían ser escuchadas en cada mesa; la comida tenía precios muy cómodos, pero sólo podían mantenerlos si no tenían música ambiental para todo el recinto. Se decidió por un par de baladas románticas que estaban rebajadas, pues ya tenían varios años de antigüedad. Prefirió esperar a Rita en la barra, pues detestaba encerrarse solo en los cubículos que rodeaban cada mesa. La instalación de éstos era un requisito esencial para poder ofrecer el servicio de música individual, pues sólo la mesa que pagaba podía disfrutar de ella.

Pidió un trago y empezó a recitar mentalmente los versos que tenía preparados. Rita llegó casi al instante y Pablo quedó sin aliento. Tenía puesta una falda negra cubierta con flores de varios colores que le llegaba a los tobillos, y una chaquetilla de gamuza que dejaba ver la camiseta estampada con un cuadro de Botero. Él no podía creer lo que veía. Estaba muy hermosa, pero lo que dejó atónito a Pablo era que Rita hubiera elegido esa camiseta para salir con él. Usarla en la calle le debía estar costando una fortuna.

La besó con timidez en la mejilla y la condujo a la mesa que tenían reservada para ellos. Rita notó de inmediato que Pablo había apartado un privado. "Que lindo", pensó. Estuvo tentada de pagar un par de canciones, pero se dio cuenta lo nervioso que él estaba y prefirió dejar que se hiciera cargo de los detalles.

Pablo le ayudó a sentarse, hizo lo mismo, y oprimió un botón azul ubicado en el brazo de su silla. Por un segundo se quedó mirando el micrófono instalado justo al lado del botón. Era igual a los que se podían encontrar en cada sala o habitación de la ciudad. Si pudiera taparlo por un segundo, si pudiera evitar que su voz quedara registrada diciendo algunos versos a Rita, le sobraría dinero suficiente para pedir un vino que hiciera aún más especial la noche. La idea lo abandonó al instante; sabía que interferir los sistemas de control era un delito grave. No tenía idea de cuánto tiempo podía pasar en la cárcel, pero no estaba dispuesto a averiguarlo, menos ahora que iba a decirle a Rita que la amaba.

El mesero les tomó el pedido y los dejó solos de nuevo. Pablo estaba emocionado; sentía una opresión que le subía por el pecho y le apretaba la garganta cada vez que le decía algo a Rita, pero la actitud desenvuelta de ella fue calmando poco a poco su ansiedad y le dio la confianza necesaria para deslizar el brazo por la mesa y tomar su mano. Ella no la retiró.

Pablo se sentía cada vez más seguro. A pesar de que estaba muy atento a la conversación, una parte de su mente repasaba los poemas y buscaba el momento preciso para declamarlos.

Pero la comida llegó y él no podía encontrar el instante justo, aquel en el que las palabras de Neruda encajarían a la perfección y llenarían de magia el momento. Comían, charlaban y el tiempo pasaba, pero le era imposible encauzar la conversación hacia donde él quería: decirle que la amaba.

Y entonces sucedió.

—Es una noche fría, el saco que tengo es muy delgado —dijo ella frotándose los hombros.

Este era el momento que había esperado toda la noche:


"De noche, amada, amarra tu corazón al mío

y que ellos en el sueño derroten las tinieblas

como un doble tambor combatiendo en el bosque

contra el espeso muro de las hojas mojadas."


Rita bajó la mirada y sus mejillas se pusieron rojas. Pablo sintió que el corazón le iba a saltar del pecho. "¡No!, ¿qué hice?" pensó "No le gustó lo que le dije. Yo sabía, sabía que no debía ponerme a decirle poesía, no es mi fuerte. ¿Será qué lo hice muy mal? ¿Y ahora? Acabo de usar cuatro versos, compré el derecho para dieciocho líneas. ¿Para qué me gasté ese dinero prepagando esos versos estúpidos? Podría haber pagado otro par de canciones y el vino que quería. ¿Y ahora qué hago con esos malditos versos ya pagos?"

Pablo apretaba los dientes con furia y miraba su plato con comida aún. Tenía los brazos sobre la mesa y sintió que una mano se cerraba sobre la suya. Miró a Rita y vio que ella sonreía.

—Pablo, es lo más hermoso que me han dicho. Gracias.

Fue como si descargara un bulto de su espalda. El calor que sentía en la cara (que seguro estaba roja) cedió, dando paso a una sonrisa que no se borraría en casi toda la noche.

—Es de Neruda —dijo él, recordando la obligación de citar al autor para evitar una pequeña multa.

Rita le devolvió la sonrisa y miró sus manos enlazadas. —Creo que necesitamos las dos manos para terminar la comida ¿no?

Pablo las miró también y soltó una carcajada. Dio un pequeño apretón y la soltó para presionar uno de los botones de la silla. De inmediato empezó a sonar una de las canciones que había ordenado. Rita sonrió de nuevo y siguió mirándolo con picardía mientras comían.


Siguieron hablando de muchas cosas, saltando de un tema a otro, pero algo distinto se sentía en sus palabras. Ambos lo notaban. Luego de un rato terminaron de comer y sólo les quedaba un poco de bebida. Pablo pidió la cuenta al mesero, que en ese momento recogía los platos vacíos.

Rita siguió con la mirada al mesero mientras salía del cubículo. Al voltear sintió un cosquilleo en la cara, en los labios. Pablo la besó y ella respondió con deseo. El beso fue eterno para los dos. El primer beso, un momento que se extiende en el tiempo de los amantes y que parece interminable, aun días después de que ha ocurrido.

Pablo separó sus bocas con dulzura y acercó la suya al oído de Rita:


"Mientras que yo te beso, su rumor

nos da el árbol que mece el sol el oro

que el sol le da al huir, fugaz tesoro

de un árbol que es el árbol de mi amor"


"Cuatro versos mas", pensó. "Me quedan ocho por citar, pero serán suficientes. Ya sé con cuales terminar". Ella lo miró a los ojos y lo besó de nuevo. Luego recostó su cabeza en el hombro de Pablo, que la abrazó y acarició con ternura su cabeza.

El mesero regresó y puso la cuenta en la mesa. Pablo no esperó un segundo, sacó su tarjeta multipago y la dejó encima del papel. El hombre la tomó y salió de nuevo.

Era el momento de usar los últimos versos prepagos que le quedaban:


Si no fuera porque tus ojos tienen color de luna,

de día con arcilla, con trabajo, con fuego,

y aprisionada tienes la agilidad del aire,

si no fuera porque eres una semana de ámbar,

si no fuera porque eres el momento amarillo

en que el otoño sube por las enredaderas

y eres aún el pan que la luna fragante

elabora paseando su harina por el cielo,

oh, bienamada, yo no te amaría!


Los ojos de Rita se aguaron. —Yo también te amo Pablo. Te amo desde hace mucho tiempo.

—Todos son de Neruda —dijo con una expresión de resignación, al tiempo que miraba de reojo el micrófono en la silla. Ella le tomó la cara y le hizo entender con la mirada que entendía por que lo decía, que no importaba. Se besaron de nuevo.

Pablo estiró el brazo y activó la última canción que le quedaba, con eso, más lo de la comida, se acababa el saldo de su cuenta. Un minuto después el mesero interrumpió el momento mágico.

—Disculpe señor. Lamento incomodarlo, pero su tarjeta no tiene saldo suficiente —dijo al tiempo que extrajo un papel de un pequeño aparato que traía.


Ilustración: Federico Bertea

Pablo se puso rojo de vergüenza. Las palabras del mesero fueron como una bofetada. No se atrevió a mirar la cara de Rita.

—¿Cómo? Eso no puede ser. Yo hice bien mis cálculos ¡Debe ser una equivocación!

—No, señor. Verifíquelo usted mismo.

Pablo agarró el papel que el mesero le ofrecía y lo leyó. Ahí estaban registrados los versos de Neruda que había pagado el día anterior y la canción que se le había escapado en la noche; estaba la reproducción de las canciones durante la velada y el precio de la comida. Pero había algo más:

Reproducción oral de obra. Autor: Juan Ramón Jiménez. Cantidad: cuatro versos.

Valor: $ 20.000

Multa por omisión de cita.

Valor: $ 5.000

Entonces lo entendió todo. Se había confundido. En vez de recitar uno de los sonetos de Neruda había utilizado unos versos de Juan Ramón Jiménez que también había aprendido, pero que en su momento había decidido no comprar. Se había equivocado y ahora no tenía cómo pagar toda la cuenta.

Sintió que el mundo se le venía encima.

—Pablo... si quieres, yo puedo ayudarte...

—No, Rita, no —dijo con tristeza—. Esta noche tenía que ser perfecta, pero yo lo eché todo a perder. ¿Por qué? ¿Por qué tengo que pagar para decirte lo que siento? Yo no soy bueno con la poesía, nunca he podido escribir un poema decente, pero sé que a ti te gusta y quería decirte lo que siento de esa forma. Pero no soy un poeta, apenas soy un ingeniero de sistemas con un empleo mediocre. Metí la pata y cité uno que no había pagado. Soy un perdedor.

—Eso no es cierto —dijo ella, y le tomó la mano.

El aparato que tenía el mesero en la mano emitió un sonido e imprimió otro recibo. El hombre lo leyó y miró asombrado a Pablo.

—Señor, creo que el inconveniente ya está solucionado —dijo con el recibo en la mano. Pablo lo tomó y lo leyó rápidamente. Al momento su expresión cambió y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, pero no dijo nada. No despegaba los ojos del papel.

Rita no entendía nada.

—¿Qué pasa, Pablo? Dime.

Pablo le extendió el papel. Ella lo tomó y empezó a leerlo.

—Alguien acaba de hacer una cita de mi tesis de grado en una conferencia. ¡Pero no sólo eso! Al parecer, algunas personas sacaron copias de la Tesis completa. ¡Mira! ¡Ocho registros de fotocopiado completo! Me imagino que lo hicieron personas que asistían al lugar. ¡Por Dios, Rita! Es la primera vez que utilizan una obra mía. ¡Voy a empezar a ser conocido! ¡Mira, acabo de ganar doscientos mil pesos y tal vez es sólo el comienzo!

Rita lo miró con emoción en los ojos. Él la tomó de la cintura con firmeza, la abrazó y la besó. Ambos reían mientras seguían abrazados. De allí en adelante, el dinero no dejaría de entrar de vez en cuando. Tal vez escribiera de nuevo, no importaba sobre qué. Ya se le ocurría algo, pero no podía desaprovechar la oportunidad ahora que su nombre empezaría a ser citado. Rita también sabía lo que eso significaba, y se sintió muy feliz por él.

—Amigo —le dijo Pablo al camarero—, ¿por que no nos trae una botella de vino blanco y el catálogo de música? Creo que esta velada será más larga de lo que esperaba.



Cesar Mauricio Heredia Quecan nació el 24 de marzo de 1978 en Bogotá, Colombia, donde ha vivido toda su vida. Es abogado de la Universidad Javeriana y se ha especializado en Derecho Comercial. Ha sido un lector voraz desde su infancia de los más diversos géneros, pero siempre, por razones que no puede explicar con claridad, fue amante de la ciencia ficción. Cursó un Taller de cuentos en la Universidad Central y un Diplomado de Novela Corta. Varios de sus cuentos de ciencia ficción han sido publicados en la revista Código de la Facultad de Derecho de la Universidad Javeriana. Otros no han visto la luz, cree él, por tocar temas polémicos como el incesto o el desprecio a los niños.


Axxón 155 - octubre de 2005
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Costumbres del futuro: Colombia: Colombiano).