ME HUMILLO ANTE TI, SEÑOR

Eduardo Gallego & Guillem Sánchez

España

Me humillo ante Ti, Señor.

Confío en ser digno ante Tus Ojos, y que en Tu Infinita Misericordia hayas perdonado todos mis pecados.

Me abruma la vergüenza cuando recuerdo mi vida pasada. Estaba sumido en la molicie y la concupiscencia. Sólo existía el placer inmediato, el sexo desenfrenado y la comida. Ay, cuán equivocado estaba.

Dios mío, apiádate de tu humilde siervo. Tienes pruebas de mi sincero arrepentimiento. He renunciado al mundo y a sus pompas. Bien sabes lo que me costó, Dios mío.

Desearía poseer el don del verbo florido para comunicar a los demás el supremo momento de la Revelación, cuando la Verdad se desplegó ante mis ojos en toda su pureza perfecta, rasgados los velos que la ocultaban. Mas es imposible expresar en palabras aquel inefable momento. Malditas sean mis carencias, que sólo permiten que brinde a los demás un pálido reflejo de Tu Gloria. Señor, no dejes que Te falle.

Miro a mi alrededor y sólo veo pecado. Camino, y únicamente hallo incomprensión. Mis prédicas son barridas por el viento. A veces, cada vez más a menudo, me fallan las fuerzas y deseo abandonar, volver a la inconsciencia anterior, a la vida fácil, sin responsabilidades. Sólo mi amor por Ti es capaz de mantenerme en la brecha, pero ¿por cuánto tiempo más?

Dios mío, ¿por qué no te muestras ante los demás? ¿Por qué no das una prueba de Tu Poder, y les arrancas sus anteojeras? Los ateos se postrarían de hinojos y te alabarían, mientras que la maldad desaparecería del mundo. Todos seríamos felices, imperaría la Virtud, no habría más luchas, ni más dolor, ni anhelos insatisfechos. Pero Tú permaneces mudo, mi Dios, y yo me siento cada vez más solo, más abandonado.

Por favor, Señor, muestra el Camino a este tu siervo. Apiádate de mí.

¿Dónde estás, Dios?


Un momento. ¿Qué es esa luz, esos extraños sonidos que brotan del éter?

¿Eres Tú, Dios? ¿Mis oraciones han llegado a Tus Oídos, y he hallado gracia ante Ti? Perdona mi desfallecimiento, mis dudas, Señor. Nunca más renegaré de Ti. Eres Principio y Fin de todas las cosas, el Faro que guiará nuestros actos. Ahora todos creerán.

Nunca imaginé que tamaña felicidad fuera posible. La muerte ya no me asusta, porque hoy contemplaré la Faz de Dios, y Él me hablará, y someterá a los incrédulos.

¿Qué aspecto tendrás, Señor? ¿Serás como nosotros, o Tu Forma no podrá describirse con palabras? ¿Nos aterrorizarás, como humildes mortales que somos, o nos considerarás dignos de compartir Tu Gloria? Ahora, en el momento de la verdad, el miedo me atenaza. Dame fuerzas para soportar la prueba, Dios mío.

Los demás se han quedado parados, en suspenso. El desconcierto invade sus párvulas mentes, hasta la fecha ciegas a Tu Divinidad. No saben qué hacer. Necesitan un guía. No los defraudaré. Hazme partícipe de Tu Voluntad, Señor.

Las luces se apagan y encienden, y los sonidos fluyen. De alguna manera, Señor, nos indicas que caminemos hacia delante, que traspasemos la Frontera. Un negro espanto se ha abatido sobre los demás. En el pasado, cada vez que uno de nosotros llegaba a la Frontera caía fulminado, retorciéndose de dolor. Así aprendimos que no deseabas que abandonáramos el Hogar. ¿Habrás levantado Tu Prohibición? Me tiemblan las piernas, pero mi fe me sostendrá. Avanzaré hacia la Frontera sin miedo, y el Mal no me tocará, porque creo en Dios.

He pasado, y los demás me siguen. Caminamos por un túnel de luz, cuyo final aún no se adivina, pero que sin duda nos conducirá hasta el Paraíso. Algunos titubean aún, pobres ilusos. Cuando tratan de retroceder por el túnel, Tu Poder hace que caigan al suelo aullando y regresen al grupo cabizbajos. Está claro Tu deseo de que no volvamos al Hogar. Debemos avanzar hacia un Mundo nuevo. Tu Mundo, Señor.

Para dar ánimos a los demás, entono alabanzas de Tu Gloria. Ahora me siguen sin rechistar. Confían en mí, porque Tú marchas a mi lado.

Hemos llegado a un recinto grande, todo blanco. ¿Es la antesala del Paraíso? Los demás gimotean, y hacen que me avergüence de ellos. Yo sé que ningún peligro nos acecha, porque el Señor ama a Sus criaturas. Aguardamos Tu Señal.

Miro hacia lo alto, y quedo sobrecogido, a punto de desmayarme. Hay como una ventana cubierta por una película de luz, tras la que se intuye una figura. ¿Eres Tú, el Señor, mi Dios? No puedo moverme de puro gozo. ¡Nos has honrado con Tu presencia! Musito una plegaria de agradecimiento. Por fin todo nos será revelado, y viviremos en el mejor de los mundos posibles.

Permaneces inmóvil, mi Dios, como si nos estudiaras. Confío en que seamos dignos de Ti. ¿Qué sucederá ahora? ¿Bajarás con nosotros, o enviarás a un coro de seres angélicos que nos lleven hasta Tus Pies? Parece que mueves un brazo, Señor. ¿Nos estás dando Tu Bendición? Cuánto honor para tus humildes súbditos. En verdad, no lo merecemos.

Estoy dispuesto para presentarme ante Ti, Señor. Hágase Tu Voluntad.


—Más de cincuenta mil créditos, a tomar por... Qué desastre.

El cristal se tornó opaco, para evitar que el fulgor de los haces de plasma cegara a los operarios. El hombre se apartó del cristal ignífugo que separaba la sala de control del foso crematorio. Parecía abatido. Se desabrochó la bata de laboratorio y la colgó en un perchero. Éste se fue dando saltitos camino del reciclador.

—Podría ser peor —la mujer puso una mano en el hombro de su colega, tratando de animarlo—. Tomamos las medidas preventivas antes de que la epidemia entrara en fase exponencial. Sólo hemos tenido que sacrificar a los del Cebadero Sur.

—Valiente consuelo —el hombre suspiró—. Sí, ya sé que las ayudas del Gobierno nos permitirán superar la crisis, pero... —señaló al crematorio, donde los haces de plasma habían reducido a cenizas a sus ocupantes—. Te tiras media vida para que el negocio empiece a rendir, y de repente, ¡zas! Todo se evapora. Se calcina, mejor dicho. Hacen falta décadas de perseverancia y una fortísima inversión para que un gandulfo llegue a ser productivo, y en un momento tienes que cargarte a treinta de ellos. Y todo por culpa de un ejemplar enfermo, maldita sea.


Ilustración: Héctor Chinchayán

—Con la glosopeda gandulfera no se juega, por mucho que nos duela. Es tremendamente contagiosa, así que debemos atajarla de raíz.

—Pero parecían tan sanos...

—Por fuera sí, pero las mollejas se atrofian y resulta imposible su comercialización. Además, luego es mucho peor. Se apoltronan, pierden el pelo, aparecen llagas en boca y pies y finalmente mueren. Sacrificar unos cuantos es el precio a pagar por la salvación del resto. Menos mal que aquel ejemplar empezó a mostrar síntomas prematuros, y llamamos a los de Sanidad Animal.

—Jodido virus... ¿Dónde lo atraparía?

—A saber. La enfermedad es así de caprichosa: surge de forma espontánea, sin causa aparente. Hay quien opina que todos los gandulfos tienen el genoma del virus agazapado en sus células, esperando a que algún factor desconocido lo active. Es una lotería, y nos ha tocado el gordo; qué se le va a hacer, amigo mío.

—Ya lo sé, pero no puedo evitar sentirme mal. La verdad es que el pobre animal me daba pena. Los gandulfos son unos bichos lujuriosos, y éste había abandonado todo interés en el sexo, tanto propio como ajeno. Ni siquiera intentaba sodomizar a sus cuidadores, señal de que había perdido la alegría de vivir. Sin duda, el virus le estaba ya royendo el cerebro.

—Te recuerdo que los gandulfos carecen de sistema nervioso.

—Era una forma de hablar, mujer. No me extraña que el animal despertara las sospechas de sus cuidadores. Parecía más reservado, demasiado tranquilo. ¿Viste cómo acudió al crematorio sin alborotar lo más mínimo? Sus congéneres se olieron lo que estábamos preparando, y al principio trataban de huir. Él, en cambio, iba delante de todos, ronroneando... No sé, diría que marchaba contento.

La mujer soltó una carcajada.

—Eso se llama antropomorfismo. ¿O era antropocentrismo? Da igual. El caso es que estás atribuyendo facultades humanas a un animal, alienígena por añadidura. Los gandulfos no tienen sentimientos, y tampoco piensan. Ni siquiera experimentan dolor cuando los viviseccionamos para extraerles las mollejas. Si no fuera por lo que valen, a ver quién iba a aguantar a unos bichos de hábitos tan asquerosos...

El hombre echó un último vistazo al crematorio. Se habían abierto unas rejillas en paredes y suelo, por donde fueron aspiradas las cenizas hasta dejarlo todo blanco y reluciente.

—Tienes razón. Tendría que haberme dedicado al cultivo de algas, levaduras o cualesquiera otras criaturas que no te hagan sentir culpable cuando las liquidas.

—No te las des de virtuoso. A ti lo único que te ha dolido es el dinero perdido...

Y así, discutiendo amigablemente, apagaron las luces y abandonaron la sala de control.


Ya hemos dicho que Eduardo Gallego Arjona (Cartagena, 1962) y Guillem Sánchez i Gómez (Mataró, 1963) forman uno de los dúos de trabajo más activos en el campo de la ciencia ficción. Publican juntos desde 1994, cuando aparecieron sus novelas cortas "Dario" y "Nina". Sus historias se enmarcan en un universo ficticio, el UniCorp o Universo Corporativo. Entre su producción se destaca "Dar de comer al sediento", finalista del premio UPC 1996 y ganador del Ignotus 1998, "Fortaleza de invicta castidad", ganador del Ignotus 2002, y las novelas largas La embajada, Asedro y "Pacificadores", publicadas por Ediciones Silente. En Bem on Line se puede leer "Me pareció ver un lindo gatito", ganador del Premio Alberto Magno 1997 y en la revista Asimov Ciencia Ficción N° 19 apareció recientemente "Requiescat in pace".


Axxón 157 - diciembre de 2005
Cuento de autores europeos (Cuentos: Fantasía: Fantástico: Ciencia Ficción: Criaturas: España: Españoles).