DIVULGACIÓN: Espantosas investigaciones

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El horror: nosotros mismos


por Marcelo Dos Santos (especial para Axxón)
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ADVERTENCIA: Algunas imágenes de este artículo pueden perturbar a los niños o a los adultos sensibles


Macabros experimentos

Desde que el Tercer Reich lanzó la denominada Einsatz Reinhard ("Operación Reinhard" por el SS-Obergruppenführer Reinhard Heydrich), nombre en código para la Solución Final al Problema Judío, forma eufemística de denominar el exterminio total de ese pueblo en los hornos crematorios de los campos de concentración nazis, hubo carta blanca para todo.

Heydrich decidió la aniquilación de todos los sobrevivientes en concomitancia con el SS-Obersturmbahnführer Adolf Eichmann, quien después se viniera a vivir a la Argentina y fuera secuestrado, juzgado en Israel, condenado a muerte, ejecutado, cremado y sus cenizas esparcidas en el mar fuera de las aguas territoriales hebreas.


Reinhard Heydrich

Entre las actividades a las que la aprobación de la Einsatz Reinhard dio luz verde, se encontraba la experimentación médica y la investigación sobre seres humanos vivos, típicamente prisioneros de los campos de concentración que, de cualquier modo, iban a terminar muertos. Tal el siniestro razonamiento de los verdugos, que de inmediato comenzaron a buscar creativas y degeneradas formas de tortura disfrazadas de ciencia.

La experimentación médica nazi sobre seres humanos vivos fue conducida por varios de los más monstruosos criminales que el mundo haya parido jamás: los médicos Horst Schumann, Carl Clauberg, Eduard Wirths, Ernst Holzlohner, Sigmund Rascher, Hans Eppinger, Hubertus Strughold y el más célebre de todos, el infame Josef Mengele. Esta lista no es exhaustiva.

Los experimentos fueron llevados a cabo en los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau (por Mengele, Clauberg y Rascher), Dachau (Mengele, Rascher, Eppinger, Strughold), Ravensbrück (Clauberg), Sachenhausen, Natzweiler, Büchenwald y otros. Esta lista tampoco es exhaustiva.


Adolf Eichmann

Para culminar de perturbar al amable lector, transcribimos más abajo algunos de los así llamados "experimentos" que se realizaban en estos sitios. Si usted es impresionable, le recomendamos que se saltee la sección.


Frío y otros espantos

Rascher y Holzlohner comenzaron, en 1941, a torturar prisioneros de Dachau y Auschwitz provocándoles hipotermia, por orden del Comando Supremo de la Luftwaffe (Fuerza Aérea), ya que estas monstruosidades se efectuaban bajo la excusa de "aprender a ayudar" a los soldados alemanes congelados en el Frente Ruso o a pilotos eyectados a gran altitud.

Los "estudios" consistían en sumergir a los prisioneros en tanque de agua con hielo durante tres horas o a encadenarlos, desnudos, a un poste a la intemperie con temperaturas ambientes inferiores a 0°C durante varias horas. Después, se intentaban diferentes métodos de calentar a los sujetos congelados, evaluando los distintos grados de eficiencia de cada uno de ellos.


Rascher (izquierda, primer plano) sumerge en agua helada a un prisionero vestido con uniforme de la Luftwaffe

Con respecto a los métodos para enfriar un cuerpo humano, la inmersión en agua helada demostró ser el mejor y más rápido, lo que Rascher pudo probar monitoreando en forma permanente la temperatura central del individuo. Esto se hacía introduciendo un gran anillo metálico en el ano de la víctima, el cual contenía un termómetro. El anillo se dilataba mediante unos tornillos para que no pudiera ser expulsado. El sujeto estaba desnudo o a veces vestido con un uniforme verdadero de la aviación para mayor realismo del experimento.

Las víctimas fueron en su mayoría prisioneros rusos, gitanos o judíos, que, como se comprende, rara vez sobrevivían a este tratamiento. Los pocos que lo lograron sufrieron amputaciones, desfiguraciones y otras graves lesiones permanentes.


Dachau: gitano sometido a un experimento de Rascher

Pocos meses más tarde, a principios de 1942, Rascher y Strughold se dedicaron a experimentar con descompresión, en el mismo marco de ayudar a sus pilotos eyectados. Se introducía a los prisioneros en una cámara hipobárica de la que se extraía el aire para equipararla a las condiciones que se hallan a 20.000 metros de altitud. Se utilizaron en esta aberración 200 prisioneros. De ellos, 80 murieron por la descompresión. De los 120 sobrevivientes, a 80 se los ejecutó al cabo del acto, mientras que a los restantes 40 se les trepanó el cráneo sin anestesia y se les realizó vivisección del cerebro para evaluar las consecuencias de la exposición a la baja presión atmosférica.

La sed desesperante también fue parte de las torturas que sufrieron los infelices prisioneros. Hans Eppinger quería saber cuáles eran las consecuencias de beber agua de mar y si esta podía reemplazar al agua potable en condiciones de emergencia. Por este motivo, tomó numerosos prisioneros de Dachau y, entre julio y septiembre de 1944 se los dejó sin comer, dándoles sólo agua salada para beber. La mayoría murió por deshidratación. Los restantes fueron ajusticiados.


Dachau: víctima de los experimentos con agua salada

Los médicos de Büchenwald fueron más creativos: desde noviembre de 1943 hasta enero de 1944 decidieron desarrollar armas incendiarias más eficientes. Para ello, debían estudiar cuáles eran más nocivas para el ser humano. Así, desarmaban bombas incendiarias de aviación, retiraban su contenido de fósforo blanco, y lo rociaban, encendido, sobre pobres prisioneros atados, que así murieron de devastadoras quemaduras entre inimaginables sufrimientos.


Los pioneros japoneses

La experimentación con sujetos humanos sobre este tipo de horrores no fue original de la Alemania Nazi: sus pioneros fueron los japoneses, que operaron sobre prisioneros chinos durante la Segunda Guerra Sinojaponesa.

El comandante Shiro Ishii estableció en 1932 la espantosa Unidad 731 en la conquistada provincia china de Manchuria (el estado títere del Manchukuo). La "Gestapo Japonesa", la tristemente célebre Kempeitai o Policía Militar, entregó a Ishii 600 prisioneros por año, los que, sumados a otros muchos (entre los que se incluyeron prisioneros rusos, americanos, mongoles, coreanos, chinos, europeos e incluso numerosos delincuentes comunes japoneses) totalizaron más de 10.000 víctimas de estos experimentos.


Shiro Ishii

La Unidad 731 estaba geográficamente muy extendida, ya que tenía subsidiarias en Singapur, Qiqihar, Guangzhou, Hailar, Beijing, Songo, Nankín, Changchun, Thailandia y en diversas partes de Manchuria.
Los jefes de los asesinos de la 731 fueron, además del mencionado Ishii, el teniente coronel Ryoichi Naito y los médicos Masaji Kitano, Ken Yuasa, Kitagawa Masataka, Yasuji Kaneko y Yoshio Shinozuka, cuyos increíbles destinos personales nos ocuparemos de describir más abajo.
Los "experimentos insignia" de estos demoníacos científicos fueron las armas químicas y biológicas. No era infrecuente ver prisioneros atados a un poste mientras sus atormentadores probaban en ellos bombas explosivas, químicas o cargadas de gérmenes letales.

Es célebre el período de bombardeos que sufrió la población civil manchú. Las bombas que les arrojaban habían sido desarrolladas por la Unidad 731, y, en vez de una carga explosiva, llevaban dentro millones de pulgas infectadas con la bacteria de la peste bubónica, Yersinia pestis. Como los japoneses vieron que la detonación de una bomba convencional mataba a las pulgas, Ishii desarrolló en 1938 bombas no explosivas construidas en porcelana, las que, arrojadas por aviones volando a baja altitud, dejaban en libertad a los insectos para que cumplieran con su horrible misión. Estos bombardeos no concluyeron con la Guerra Sinojaponesa, sino que continuaron durante toda la Segunda Guerra Mundial.


Experimento de Ishii: impacto directo de una de sus bombas de porcelana sobre una mujer viva

Las pulgas eran producidas en criaderos experimentales, infectadas con la peste, cargadas en las bombas y distribuidas. De este modo se efectuaron espantosos genocidios en Manchuria, Ningbo, Hunan y Changde. Como método alternativo, los aviadores podían pulverizar el aire directamente con bacterias vivas.

Otros "criaderos" de pulgas eran los prisioneros en sí mismos. Se los infestaba deliberadamente con pulgas bubónicas, las que se recogían amorosamente cuando su huésped moría. Las ropas de los prisioneros se lanzaban desde aviones sobre la población civil china (la pulga busca de inmediato un huésped vivo), así como pulgas vivas y suministros supuestamente sanos pero que contenían o la bacteria o insectos infectados. Todas esta prácticas, en conjunto, acabaron con las vidas de más de 400.000 civiles chinos.

Los japoneses también experimentaron con otras enfermedades letales. Se les decía a los prisioneros que se los iba a "vacunar", pero en realidad se los infectaba con gérmenes de gonorrea, ántrax, sífilis, malaria, fiebre tifoidea, cólera, viruela, disentería, botulismo, tifus o tularemia para estudiar sus efectos sin la "interferencia" de un tratamiento. Muchos de estos agentes infecciosos eran montados en alimentos y lanzados sobre áreas que sufrían hambrunas, así como comida envenenada. Ishii llegó a lanzar cargas enteras de caramelos y dulces infectados sobre escuelas llenas de niños hambrientos. Luego, con sus colaboradores, se vestían con trajes aislantes y se apersonaban en el lugar para disfrutar viendo las agonías de sus pequeñas víctimas.


Médico japonés examinando a una víctima de la Unidad 731

La experimentación biológica no estaba limitada a los humanos: también se usó a los prisioneros para testear la efectividad de diversas enfermedades que luego fueron utilizadas sobre los equinos de la caballería enemiga y contra el ganado de la población manchú en general.

Las armas químicas (cianógeno, gas mostaza, yperita y lewisita) se probaban sobre prisioneros atados en el interior de una cámara de gas.


Vivisección

Otra especialidad japonesa que los alemanes recogieron y perfeccionaron: Ishii y los suyos desarrollaron en esta horrenda práctica una habilidad tal, que a los propios nazis les costó mucho superarlos.

Los prisioneros eran vivisecados sin anestesia, particularmente luego de inyectarles diversos agentes infecciosos. La excusa era estudiar los efectos de la enfermedad dobre los diversos órganos. Se tomaban hombres, mujeres, ancianos y niños, se los infectaba, se esperaba hasta que la enfermedad avanzaba, se los ataba a una mesa de disección y, en frío y sin ningún paliativo del dolor, se les retiraban los órganos. Ishii lo hacía así porque temía que si se ejecutaba antes a los sujetos, una descomposición incipiente de los órganos pudiese afectar los resultados experimentales.

Los médicos solían violar a las prisioneras diariamente. Las que quedaban embarazadas, se cuidaban hasta que estuvieran en diversas etapas de la gestación. Luego se las vivisectaba, se les extraía el embrión o el feto vivo, y también a estos se les practicaba la vivisección.

Se hacían amputaciones sin anestesia por tres razones. Primero, para estudiar los efectos de la pérdida de sangre. Segundo, se congelaban los miembros de los prisioneros, se permitía que los atacara la gangrena, y luego se los amputaba para estudiar sus efectos. En tercer lugar, increíblemente, se amputaban los dos brazos o las dos piernas de los sujetos y se reimplantaban en el lado opuesto, para ver si podía lograrse que el cuerpo los aceptara.

A las víctimas se les retiraba el estómago para ver si podían sobrevivir con el esófajo suturado directamente al intestino, y además se estudiaban los efectos de la extracción del cerebro, los pulmones y el hígado.

Yuasa declaró en 2007: "Durante mi primera vivisección estuve asustado. La segunda fue mucho más fácil, y pronto estuve deseando practicar la tercera". Más de 1.000 cirujanos japoneses se dedicaron a efectuar vivisecciones a tiempo completo mientras duró la ocupación japonesa de regiones chinas.


Aberraciones a prueba de incrédulos

Por más que uno haga, resulta humanamente imposible creer y ni siquiera imaginar las aberraciones que perpetraron los japoneses contra la población civil china.

Para experimentar con armas, probaban lanzallamas sobre sujetos desnudos atados a un poste, y colocaban granadas a distintas distancias de prisioneros inmovilizados en diferentes posiciones, para ver los efectos concretos de las deflagraciones en diversas situaciones.

Colgaban gente cabeza abajo para observar cuánto tardaba en morir asfixiada, le inyectaban agua de mar para averiguar si se podía usar como sustituto de la solución salina, se les inyectaba aire en las arterias para estudiar la embolia, se inyectaba orina de caballo en sus riñones y sangre de diversos animales en las venas, se los quemaba con distintos tipos de fuego para estudiar la relación entre la temperatura y el tiempo de sobrevida, se los irradiaba con rayos X para deducir la dosis letal, se los dejaba sin agua ni comida para estudiar el tiempo de sobrevida y la causa clínica de la muerte, se los colocaba en cámaras hiperbáricas para saber cómo los mataba la presión, se los exponía a la congelación y se los centrifugaba para observar cuántas revoluciones por minuto se necesitaban para provocar la muerte.


Un prisionero muere en la cámara hiperbárica de Dachau

La actividad de la Unidad 731 y sus satélites continuó hasta la invasión soviética del Manchukuo en agosto del 45, pocos días antes del fin de la guerra. Ishii y sus adláteres huyeron al Japón, donde se los proveyó de veneno para el caso de ser capturados, ya que estaban "obligados a llevarse sus secretos a la tumba".

La mayoría de los médicos de la 731, sin embargo, cayeron en manos de los norteamericanos, pero, increíblemente, en vez de juzgarlos y ejecutarlos por crímenes contra la Humanidad, el comandante de las fuerzas de ocupación del Japón, Douglas MacArthur, razonó en forma muy distinta. No podía permitir que la documentación sobre las actividades de la unidad (muy particularmente aquella referida a las armas químicas y biológicas) cayera en manos de sus futuros enemigos rusos, por lo que negoció con Ishii la inmunidad y el indulto para todos los implicados, a cambio de que le entregaran los datos que habían descubierto. En todas las actas del Tribunal de Crímenes de Guerra celebrado en Tokyo hay sólo una mención a un "suero venenoso", pero el juez lo desestimó, como es lógico, por falta de pruebas.

Algunos científicos de la 731, que, empero, fueron capturados por el Ejército Rojo, sí fueron juzgados y enviados a trabajos forzados en Siberia por períodos de entre 5 y 25 años.

A los demás no les pasó nada: Kitano fundó la mayor empresa farmacéutica japonesa de la posguerra y el siniestro Ishii terminó trabajando en Estados Unidos como desarrollador de armas biológicas en una base de Maryland para las Fuerzas Armadas norteamericanas.



Si bien el número de víctimas directas de los experimentos apenas supera las 10.000 personas, los datos obtenidos en estas investigaciones, aplicados a la guerra química y biológica real contra la población civil china, produjo una cantidad de bajas de alrededor de 600.000 personas. Es evidente que a los nazis les costaría bastante esfuerzo romper este récord.


"Medicina experimental"

La experimentación nazi con armas químicas se llevó a cabo en Sachenhausen y Natzweiler, con la excusa de aprender a tratar las quemaduras y lesiones producidas por las armas químicas enemigas (aunque los Aliados jamás las utilizaron durante la Segunda Guerra Mundial). Se tomaron más de 1.000 prisioneros de esos y otros campos y se los expuso al efecto del gas mostaza y otros vesicantes, dando como resultado la muerte de más de la mitad de ellos como consecuencia de las llagas y las extensas quemaduras producidas por el gas.

Otro millar de infortunados seres humanos fue asesinado en Dachau mientras Eppinger y Rascher buscaban una vacuna contra la malaria. Se seleccionaban prisioneros sanos, se los encerraba en cámaras selladas y se los exponía a la picadura de mosquitos infectados, o simplemente se les inyectaban los plasmodia vivos. Luego, se dejaba progresar a la enfermedad, y se intentaba tratarla con diversos métodos que, como el lector imaginará, siempre fracasaban.


Büchenwald: cabeza cortada durante un experimento

La gangrena inducida fue tan común entre las víctimas de los nazis como las de la dictadura fascista japonesa. Entre 1942 y 1943, Carl Clauberg desarrolló un programa experimental con prisioneros de Ravensbrück para encontrar forma de luchar contra bacterias anaerobias y aerobias y virus. Se producían graves heridas en los miembros, y se creaba un ambiente libre de oxígeno mediante la ligadura de las arterias por encima y por debajo de la herida. Luego se inyectaban en la misma microbios patógenos (típicamente estreptococos, virus del tétanos y Clostridium, la mortífera bacteria responsable de la gangrena gaseosa). Se trataba de favorecer la infección insertando en la herida vidrio molido sucio, astillas de leña recogidas del suelo y diversos tipos de basura, aplicando luego varias drogas para estimar su grado de efectividad. No hace falta que expliquemos cuáles eran las expectativas de los desafortunados "pacientes".


Víctima de los experimentos con Clostridium

Los venenos no estaban ausentes de estos macabros protocolos de investigación. En Büchenwald se dedicaron dos años completos a investigar sus efectos sobre los prisioneros, particularmente para hallar la dosis letal y algún antídoto. Se envenenaba subrepticiamente la comida o el agua o, para ahorrar alimento, se sumergían balas en distintos venenos y se disparaba a los prisioneros en los miembros para que no murieran por la herida. Las víctimas tenían dos posibles destinos: o bien eran apuñaladas de inmediato para realizarles la autopsia, o bien eran sometidas a largas sesiones de tortura "convencional" para ser luego asesinadas en la cámara de gas.


"Naves insignia" de los carniceros alemanes

Así como las especialidades de los asesinos japoneses fueron la vivisección y la experimentación con peste, los nazis tuvieron también las suyas.

En marzo de 1941, Mengele comisionó a Clauberg y Schumann para descubrir un método rápido, fácil, simple y barato para esterilizar gigantescas masas humanas, todo en el marco de la Operación Reinhardt o Solución Final al Problema Judío.

Las víctimas generalmente provenían de Auschwitz y Ravensbrück, aunque no faltaron sujetos de otros campos.

Primero, se determinaba la capacidad genésica de la víctima. A los hombres se los ataba en cuatro patas, y se obtenía una muestra de esperma por el sencillo expediente de introducirles un gran madero en el recto, aplastando la próstata y provocando una eyaculación por compresión. Los escasos sobrevivientes refieren que es completamente imposible describir el dolor que esto produce. A las mujeres se les practicaba una biopsia de ovario sin anestesia. Luego se analizaban los tejidos, para probar si eran fértiles o no antes del experimento. Si no lo eran, se los ejecutaba de inmediato y se buscaban más.


Sujetos experimentales: Auschwitz

Se probaron novedosas técnicas de cirugía experimental sin anestesia para ver cuántas castraciones podían efectuarse por hora, pero la velocidad de los procedimientos no dejó conformes a Schumann, Clauberg y Mengele. Aunque fuera sin anestesia ni campo estéril, las castraciones en frío y por la fuerza eran lentas, exigían cirujanos capacitados que se necesitaban en el frente ruso, y por lo general, la brutalidad del procedimiento era tal que los pacientes quedaban gravemente enfermos y sufrían graves hemorragias e infecciones normalmente letales. Esta no era la idea: Himmler, Heydrich y Eichmann pretendían que las masas de prisioneros esterilizados trabajaran como mano de obra esclava en las instalaciones militares de Theresienstadt o en las fábricas civiles de I.G. Farben, Rheinmetall, General Motors o Ford, por lo que no podían aceptar tasas de letalidad del 85% o más. Había que buscar otra forma.


Pequeña víctima de Mengele. Obsérvese el tatuaje en el brazo

Así, los satánicos profesionales comenzaron a experimentar con drogas, particularmente grandes dosis de yodo o bromuro, que llevaban a la impotencia de los varones y a la esterilidad de las mujeres. Muchos recibieron sobredosis de nitrato de plata, un antiséptico común que, en grandes cantidades, esteriliza a la víctima y le produce argiria, una enfermedad desfigurante en la cual su piel se vuelve de color azul grisáceo. Pero las víctimas del nitrato también se quedaban ciegas, y en las mujeres provocaba una hemorragia uterina casi siempre mortal, grandes dolores abdominales y un veloz cáncer de útero que las mataban en breve lapso, lo que invalidaba también a esta sustancia como método de esterilización a gran escala.


Experimento en el campo de concentración de Büchenwald

Finalmente, los nazis se decantaron por la radiación. Como las grandes dosis de rayos X son esterilizantes, comenzaron a estudiar las dosis correctas. Se les decía a los pacientes que debían llenar un formulario, tarea que les tomaba 3 minutos. Lo que los presos no sabían es que los nazis habían instalado un poderoso generador de rayos a ambos lados de cada asiento, que en ese lapso los irradiaba de modo irremediable. Los primeros miles de víctimas murieron de graves quemaduras radiactivas, cáncer, leucemia y enfermedad de radiación entre increíbles sufrimientos. Poco a poco, los salvajes médicos aprendieron a calcular mejor las dosis, y con este procedimiento (que cumplía todas las condiciones requeridas) esterilizaron a medio millón de personas aproximadamente.


Víctima de experimentos de esterilización con radiación

La otra investigación "de bandera" en los campos nazis es la tristemente célebre experimentación sobre gemelos, ideada y conducida por el feroz Josef Mengele, conocido por sus prisioneros como "El Ángel de la Muerte". Bastaba una mirada suya para que el detenido se enfrentara con el peor destino imaginable. De hecho, muchos sobornaban a los guardias para que los ahorcaran con cualquier excusa, suerte mil veces preferible a terminar en el laboratorio del sádico doctor.


Josef Mengele, en una de las ocho únicas
fotografías que permitió que le tomaran en su vida

Mengele era un ferviente creyente de las doctrinas de Rosenberg acerca de la antropología racial nazi, la paleontología y arqueología de la "raza superior" y un filósofo nazi en toda regla. Ya en Auschwitz, decidió experimentar con niños gemelos idénticos para probar distintas hipótesis raciales.

Consiguió 1.500 pares de gemelos presos, y comenzó a ejecutar sobre ellos indecibles atrocidades: les inyectaba distintas sustancias químicas en los ojos para ver si podía cambiarles el color, intentó demostrar que los huesos humanos podían ser manipulados a voluntad, alterándoles la forma mediante crueles fracturas (esto se hacía con particular maldad sobre las "mandíbulas judías), y se entretenía suturando juntos a pares de hermanitos para averiguar si podían fabricarse "siameses artificiales".

Mengele examinaba minuciosamente a los gemelos, y hacía tomar escrupulosas medidas físicas. El médico encargado de las mediciones (generalmente un prisionero) no podía olvidar nada, so pena de graves castigos.


Los "niños de Mengele": dos pares de gemelos (Auschwitz)

Durante los primeros días, a la mayoría se la dejaba vivir. Luego, una cierta cantidad de parejas de gemelos eran asesinados mediante una inyección de fenol o cloroformo en el corazón, teniendo mucho cuidado de que murieran exactamente en el mismo momento. Luego se los disecaba.

A fines de 1943, dos gemelos húngaros fueron enviados a Auschwitz y enviados al laboratorio de Mengele junto con otras dos parejas. Se trataba de dos muchachos magiares de 18 años, atléticos y bien parecidos. El médico encargado de ellos declara: "Tenían mucho vello corporal, y se los dejamos durante las primeras semanas". Los exámenes y mediciones de sus cabezas duraron muchos días. Luego, se los radiografió en forma completa. La siguiente parte del experimento fue introducirles a la fuerza unos tubos en la nariz, descendiendo por la tráquea hasta los pulmones. Se los ventiló con gas hasta que comenzaron a toser y expectorar, y el esputo fue recogido para ulteriores análisis.


Sujetos experimentales de Auschwitz

Tras esta barbaridad, fueron fotografiados durante varios días, a fin de averiguar el patrón de crecimiento de su vello corporal. Se los obligaba a permanecer durante horas de pie y con los brazos levantados, mientras se les fotografiaban las axilas. A continuación se los sumergió en agua hirviendo, a fin de aflojar los bulbos pilosos, y se les extrajo el vello con pinzas para salvarlas raíces. Este tratamiento se repitió muchas veces.

Se les precticaron enemas con un producto químico que les provocó grandes dolores, se los ató a una mesa de disección, se les dilataron los anos y se les prolapsó el intestino hacia fuera, para someterlos a un examen gastrointestinal bajo, todo él sin anestesia. Los muchachos gritaban tanto que Mengele pidió que se los amordazara. Al día siguiente se les practicó un análisis urogenital: se les introdujeron pinzas por el pene para tomar muestras de los testículos y la próstata, subiendo por uretra, vejiga y uréteres para tomar muestras de los riñones. Durante los dos días siguientes se los penetró con grandes maderos para tomar muestras forzadas de semen.


Pequeño al que Mengele le extrajo todos los ganglios
linfáticos de la axila, siendo obligado a mostrar la cicatriz

Todo esto duró tres semanas, al cabo de las cuales se sacrificó a los hermanos con sendas inyecciones cardíacas, se les practicó la disección, y los restos fueron enviados al Instituto de Investigación Biológica, Racial y Evolutiva de Berlín para proseguir los estudios.

Con otras parejas se procedía de modo diferente: por ejemplo, se les quitaba la sangre a cada uno y se le transfundía al otro para ver sus efectos (si no eran gemelos idénticos, ya los imaginará el lector). A otros se les extraían 10cc de sangre por día de las venas del brazo, excepto a las parejas muy pequeñas, a quienes se les quitaba directamente de las arterias del cuello.


Las gemelas Renate y Rene Gutmann,
asesinadas por Mengele en un experimento

Se les aplicaban inyecciones raquídeas sin anestesia, frecuentemente conteniendo tiphus o tuberculosis. La enfermedad casi siempre se inoculaba a uno de los gemelos y al otro no. Se la dejaba progresar y luego se asesinaba a ambos para ver las diferencias anatomopatológicas en la autopsia.

La cirugía experimental o simplemente por sadismo era moneda corriente allí. Uno de los extremadamente infrecuentes sobrevivientes del pabellón de Mengele declara: "Un día se llevaron a mi gemelo, Tibi, para ciertos experimentos especiales. Mengele lo operó varias veces. En una de esas oportunidades, lo operó de la médula espinal para dejarlo paralítico. Luego, le arrancó el pene y los testículos. Lo operó cuatro veces, y luego, mi hermano nunca más apareció. No puedo explicar lo que sentí. Me habían quitado a mi padre, a mi madre, a mis dos hermanos mayores y ahora Mengele se llevaba a mi hermano gemelo".

Las autopsias, disecciones y vivisecciones eran efectuadas por el médico patólogo (prisionero) Miklos Nyiszli.

De los 3.000 niños y jóvenes implicados en los experimentos de Mengele, sólo unos 200 lograron sobrevivir.


¿Final del horror?

Trataremos brevemente aquí el destino personal de los responsables de todas estas aberraciones.

Heinrich Himmler, jefe de las tenebrosas SS y responsable de la muerte de 6 millones de judíos, 4 millones de "gentes inferiores" (polacos, comunistas, homosexuales, discapacitados, enfermos y dementes) y de medio millón de gitanos, organizador y cabeza de la Operación Reinhard, intentó escapar por la frontera danesa tras la caída de Berlín a manos de los rusos, vestido de paisano y con papeles falsos de perfecta factura. Sin embargo, un oficial británico muy experimentado, que sabía que un hombre de baja condición difícilmente podía poseer salvoconductos tan bien logrados, se interesó por Himmler y mandó detenerlo. Fue arrestado en Bremer el 22 de mayo de 1945 por el mayor Sidney Excell y encarcelado. Leyendas no confirmadas informan que, o bien sobornó a un guardia para que le permitiera suicidarse, o mordió una cápsula de cianuro de potasio escondida en un diente postizo. Fue enterrado en una tumba sin nombre en un cementerio alemán, la cual nunca podrá ser identificada.

Reinhard Heydrich, organizador de la operación que llevaba su nombre, se encontraba en Praga como gobernador de la Checoslovaquia ocupada. Era tan soberbio y confiado que paseaba por las calles en un auto abierto y sin custodia. El 27 de mayo de 1942, dos partisanos checos entrenados por los ingleses arrojaron contra él una mina antitanque modificada, que le produjo graves heridas en el diafragma, bazo y pulmones. Fue operado, pero la falta de higiene le produjo una septicemia que lo dejó en coma y lo mató el 4 de junio del mismo año.

Adolf Eichmann, el administrador ejecutivo de la masacre, logró escapar, vino a la Argentina y vivió tranquilamente en Buenos Aires —trabajando como técnico en la Mercedes Benz bajo el nombre falso de Ricardo Klement— hasta el 11 de mayo de 1960, día en que fue secuestrado por una misión conjunta de la Agencia de Seguridad Israelí (Shabak) y la Agencia Nacional de Inteligencia (Mossad) del mismo país. Como se dijo antes, fue trasladado secretamente a Jerusalén, donde fue juzgado y hallado culpable de crímenes contra la Humanidad. El siniestro personaje fue ahorcado el 31 de mayo de 1962 en Ravla, cremado y echado al mar. Cabe destacar que es el único ser humano jamás ejecutado en Israel, un país que abomina de la pena de muerte.

Josef Mengele sobrevivió también a la guerra y, siguiendo el ejemplo de Eichmann, viajó a la Argentina desde la ciudad italiana de Génova. Como médico, se dedicó a hacer abortos (que en la Argentina son ilegales) e incluso fue procesado por la muerte de una paciente. Luego compró una empresa farmacéutica y se mudó a Vicente López, un suburbio bonaerense de clase alta. Cuando Israel raptó a Eichmann, Mengele comprendió que Argentina ya no era segura y huyó al Paraguay, gobernado a la sazón por el dictador Alfredo Stroessner (en realidad Alfredo Strößner), hijo de alemanes y simpatizante de la causa nazi. Mengele pasó luego a Brasil, donde vivió como administrador de campos hasta 1979, cuando sufrió un ataque cardíaco mientras nadaba en un río y murió ahogado.

Horst Schumann fue capturado por los americanos en 1945 y liberado 9 meses más tarde. Escapó al África portando un pasaporte japonés y se escondió en Egipto, Sudán y Ghana, país que finalmente lo extraditó a Alemania en 1966. En 1970 fue sometido a juicio, tras el cual se lo dejó en libertad una vez más debido a su delicado estado de salud. Murió el 5 de mayo de 1983 de muerte natural.

Carl Clauberg, de quien se ha demostrado que violó a 300 prisioneras dejándolas embarazadas para experimentar con sus fetos, y que inyectó ácido en el útero e irradió a muchos miles más, fue capturado en 1945 por el Ejército Rojo. Juzgado en Rusia, se lo condenó a 23 años pero cumplió sólo 7, saliendo libre por medio de un protocolo de intercambio de prisioneros entre los aliados. Denunciado por las sobrevivientes de sus aberraciones, Clauberg fue recapturado en 1955 y murió de un infarto mientras esperaba un nuevo juicio. Solía decir a las mujeres atadas a las que dejaba preñadas: "Agradezcan que lo que les arrancaré del vientre será un hijo mío, porque a muchas otras les coloco semen de animales y les permito que den a luz un monstruo".


Carl Clauberg

Eduard Wirths, que fotografiaba los cuellos de los úteros a las prisioneras y luego se los amputaba sin anestesia, fue capturado por el ejército británico y se suicidó en prisión el 20 de septiembre de 1945.

El infame Sigmund Rascher, que, además de lo que hemos apuntado, inventó la cápsula de cianuro con que se suicidaron muchos jerarcas nazis, fue arrestado en 1945 por un delito completamente diferente a los abusos que cometió en los campos: adopción ilegal de un niño ajeno. Confirmada su identidad, fue ahorcado junto con su esposa en las ruinas del campo de concentración de Dachau el 26 de abril de 1945.

Hans Eppinger se suicidó en la cárcel al serle informado que se lo juzgaría en Nüremberg. Más allá de ello, hay varias enfermedades que recuerdan su nombre, lo cual es una vergüenza para la nomenclatura médica (por ejemplo el Síndrome de Eppinger), dados los experimentos de Eppinger sobre malaria y congelación efectuados en Dachau. Los médicos debieran aprender de los astrónomos, que le quitaron el nombre del malvado médico al cráter Eppinger de la Luna (anteriormente llamado Euclides D) y de la Fundación Falk, que tenía un premio llamado Eppinger y dejó de otorgarlo cuando se supo a qué se dedicaba en realidad este monstruo.

El frío e inconmovible Hubertus Strughold, por su parte, que torturaba hasta la muerte a los prisioneros sumergiéndolos en agua helada, sobrevivió a la caída nazi, fue nombrado profesor en el Universidad de Heidelberg, emigró a los Estados Unidos y se convirtió en Jefe del Departamento de Medicina del Espacio de la Escuela de Medicina Aeroespacial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Diseñó el traje espacial de los astronautas norteamericanos y fue el fundador de la Academia de Medicina Espacial. Fue nombrado Científico Jefe de la División Médica Aeroespacial y se bautizó con su nombre a la Biblioteca Central de Aeromedicina. Sin embargo, los norteamericanos, al conocerse los crímenes, torturas y asesinatos que Strughold cometió en Dachau, rebautizaron la biblioteca la biblioteca que había sido nombrada con su nombre, lo quitaron del Mural de Historia de la Medicina de la Universidad de Ohio y del Salón de la Fama del Espacio. Existen todavía, sin embargo, algunos premios y festivales que siguen llevando su nombre. Strughold murió en 1987, a los 99 años de edad.


El Experimento Milgram

Pero el ejemplo de los nazis y japoneses es seguido y cultivado, aún hoy en día, por numerosos delincuentes que se hacen llamar científicos. Ya hemos explicado en otro artículo las actividades y torturas llevadas a cabo por un psicólogo sádico sobre jóvenes estudiantes de la Universidad de Stanford, en un experimento que, de no haber estado perfectamente documentado por sus propios perpetradores y por las víctimas, sería completamente imposible de creer.

Pero hubo y hay otros "nazis mentales" que persisten en caminar el sendero de la práctica más infame, cruel, ilegal, criminal, inhumana y contraria a la moral, la ética cinetífica y los derechos humanos: la experimentación con seres humanos vivos.

Stanley Milgram nació en Nueva York 1933 y desde muy joven estudió Ciencias Políticas, obteniendo su título en 1954. Mas luego comenzó a interesarse en la psicología social, hasta graduarse como psicólogo en 1960 por la Universidad de Harvard.


Stanley Milgram

Recién recibido y casi sin experiencia profesional, el secuestro, traslado, juicio, sentencia, ejecución, cremación y dispersión de las cenizas de Eichmann parecen haberlo impresionado en forma enorme, hasta el punto de que, trabajando en 1961 en la Universidad de Yale, ideó una serie de experiementos destinados, según él, a probar cómo gente corriente y moliente era, en determinadas circunstancias, capaz de efectuar actos bárbaros y crueles en un contexto de autoridad.

El procedimiento, conocido como "Experimento Milgram" es una de las crueldades más atroces y antiéticas de la historia de la ciencia, si excluimos la barbarie nazi y japonesa y el "Experimento Stanford".

Eichmann había declarado, en el juicio en que fue condenado a muerte: "Nunca hice nada, ni pequeño ni grande, sin tener previamente la orden de hacerlo firmada por Adolf Hitler o alguno de mis superiores". Esta declaración hizo pensar a Milgram en el porqué: ¿Por qué un hombre aparentemente normal, con aspecto de empleado, con familia, hijos y perro, podía haber llegado a ordenar la deportación y exterminio de más de 12 millones de personas? ¿Qué lo había impulsado a ello?

La respuesta que se le ocurrió fue: la autoridad. Es decir, la autoridad de Adolf Hitler y de sus supuestos "superiores" (aunque en el juicio de Jerusalén se demostró, más allá de toda duda, que "Eichmann no recibía órdenes superiores en absoluto. Él era su propio superior, y él daba todas las órdenes en temas que concernían a los asuntos judíos").

¿Era esta actitud de sumisión a una teórica "autoridad", superior a los principios morales que gobiernan a una persona? En otras palabras: ¿Hubieran Eichmann y los suyos hecho lo que hicieron si no se los hubieran ordenado? O, aún peor: ¿Eran casos especiales, psicópatas, o cualquier persona normal reaccionaría como lo hicieron ellos cuando una figura de autoridad se lo mandara?

Este es el presupuesto del que parte el triste "Experimento Milgram". De aquí hacia arriba, todo es increíble.

La pregunta filonazi que encabeza el procedimiento de Milgram es la misma que se ha esgrimido para justificar todos los genocidios y atrocidades de la historia humana, desde el Proceso en Argentina hasta la masacre armenia por los turcos; desde la Shoah hasta Argelia; de Vietnam a Ruanda-Burundi. Dice Milgram: ¿Pudieron Eichmann y su millón de cómplices durante el Holocausto estar sólo cumpliendo órdenes? En ese caso, ¿es justo llamarlos "cómplices?".

A continuación, intenta justificar la validez de su experimento, haciendo hincapié en los aspectos filosóficos de la tendencia a obedecer, diciendo que "Son de enorme importancia, aunque no nos dicen nada acerca de las reacciones de la gente en situaciones concretas. Yo efectué un experimento en Yale para probar cuánto dolor inflingiría a otra persona un ciudadano normal sólo porque se lo ordenaba un científico experimental".


Electrocutando en nombre de la ciencia

Ya los nazis habían tenido una idea similar. El experimento nazi consistía en lo siguiente: se reclutaban varios miembros de una misma familia, por ejemplo padre, madre e hijo. Cada uno de ellos era amarrado a una silla eléctrica que poseía controles para enviar distintos grados de descargas eléctricas a los demás. Es decir que el padre podía castigar a su esposa e hijo, la madre al padre y a su hijo, y el hijo a ambos progenitores. El experimentador, por su parte, poseía controles para electrocutar a los tres sujetos.

Entonces, el investigador ordenaba al padre, por ejemplo, que enviara una descarga al hijo o a la esposa. Al principio, el sujeto se negaba. De inmediato, el experimentador le enviaba una descarga idéntica a la que él se había negado a propinar. El objetivo de Mengele y los suyos era determinar cuánto voltaje debía sufrir una persona antes de rendirse y matar a sus hijos, padres, esposos o hermanos de una descarga eléctrica.

Y Milgram descidió probar lo mismo, aunque bajo el espurio manto de su "horror" frente a las declaraciones de Eichmann.

Y decimos "espurio" porque luego se supo que el Experimento Milgram fue, en realidad, financiado por el Ejército norteamericano a efectos de determinar los verdaderos alcances de la autoridad en sus cadenas de mando y a preparar a sus comandantes de campo respecto a la posibilidad de desobediencias cuando ordenaran matar a alguien1.

En este siniestro contexto Milgram procedió a experimentar.

En el experimento intervenían tres personas: se las denominaba "experimentador" (milgram o alguno de sus adláteres), "alumno" (la víctima) y "maestro" (un voluntario).

Los voluntarios se reclutaron mediante un aviso en el diario que ofrecía 4,50 dólares por una hora de trabajo. Los que se presentaron fueron aceptados. Ellos harían de "maestros", y se les dijo que el "alumno" era un voluntario como ellos. La idea era hacerles creer que estaban participando en un experimento educativo acerca del estudio de la memoria y el aprendizaje.

Al igual que se muestra en nuestra crónica del Experimento Standford, los roles de "maestro" y "alumno" se distribuían al azar entre ambos voluntarios, con la importante diferencia de que allí el azar era real, aunque en Milgram la elección estaba amañada. Se le mostraban al "maestro" dos hojas de papel, supuestamente una para él y otra para el alumno, y se le informaba que se repartirían azarozamente. Sin embargo, ambas estaban rotuladas "Maestro", para garantizar que el voluntario siempre cumpliese ese rol. Lo que el "maestro" no sabía es que él era el único sujeto verdadero del experimento, ya que el pretendido "alumno" era un cómplice de Milgram: un tenedor de libros yanqui-irlandés de 47 años, perfectamente entrenado por maestros de actuación, competente para cumplir el rol que se necesitaba de él. El "experimentador", por su parte, era un profesor de biología real, vestido con delantal blanco, que permanecía rígido e impasible durante todo el proceso.

El "alumno" afirmaba estar en posesión de la hoja que le correspondía, y el experimento comenzaba.

Dos o tres personas se llevaban al "alumno" a otra habitación y allí, con la puerta abierta para que el "maestro" pudiera verlo, lo ataban a una especie de "silla eléctrica" falsa, colocándole electrodos también falsos en el cuerpo. A esas alturas, el actor manifestaba en voz alta —para que el sujeto lo escuchara— que padecía una afección cardíaca, a lo que los presentes le respondían que no debía preocuparse.


Amarrando al "alumno"

Dejándolo allí amarrado, cerraban la puerta. De esta forma, el "maestro" quedaba solo con el "experimentador" en una habitación, desde la que no podía ver al "alumno" pero sí escucharlo.

Se le explicaba que la prueba consistía en lo siguiente: debía leer al "alumno" listas de palabras, que aquel debía memorizar y luego repetir. Si se equivocaba, el "maestro" debía "estimular" la memoria del otro aplicándole descargas eléctricas en pasos de a 15 V, comenzando por una de 15 V. El máximo posible era de 450 V, un voltaje normalmente letal par alguien sano, y seguramente mortífero para un cardíaco.


Diagrama del experimento. V: "experimentador";
L: "maestro"; S: "alumno"

A efectos de que el "maestro" no sospechara y supiera lo que el "alumno" sentiría si se equivocaba, se le transmitía a él una descarga real de 15 V.

En suma, la experiencia comenzaba y el "maestro" comenzaba la lectura de las palabras que se suponía el "alumno" debía recordar. Ante los errores del "alumno", empezaba a aplicar 15 V, luego 30, luego 45 y así sucesivamente.

El actor había grabado una cinta con gritos y lamentos para los voltajes más bajos, y con alaridos, llantos y pedidos de clemencia para los superiores. Milgram había sincronizado el reproductor de audio con los botones que el "maestro" utilizaba para administrar los "electroshocks". El irlandés acompañaba los efectos de audio con pataleos, golpes y sonidos de arrastre contra el suelo o la pared. Recordemos que el sujeto oía pero no podía ver al mentiroso "alumno".

¿Qué creerá el amable lector que sucedía entonces?


Matar por obedecer

A medida que la corriente administrada se iba incrementando, algunos "maestros" comenzaban a dar muestras de nerviosismo y deseaban interrumpir la prueba. Una pequeña proporción de ellos se detenían alrededor de los 135 V y preguntaban acerca del propósito del test (algo que les había sido explicado, si bien en forma somera). El "experimentador" respondía que debían continuar y que no se los haría responsables de las consecuencias. Algunos comenzaban a reír nerviosamente, pero regresaban a su extrema confusión al escuchar los gritos de dolor que provenían de la otra habitación al continuar enviando choques eléctricos.


Consola para aplicar las descargas

Uno de los aspectos más interesantes del Experimento Milgram es que, en el contrato que los "maestros" habían firmado al comenzar, se explicaba claramente que las pruebas podían interrumpirse a su pedido, sin perder el derecho a percibir el salario prometido. De modo que lo que ocurrió no se debió a la codicia económica.

La primera vez que el sujeto solicitaba interrumpir el procedimiento, alterado por el obvio daño físico y psicológico que creía estar inflingiendo al "alumno", el "experimentador" le decía, con voz serena pero firme:

"Continúe, por favor"

A la segunda queja:

"El experimento exige que continúe"

A la tercera:

"Es absolutamente esencial que continúe"

Y si había una cuarta:

"No tiene otra alternativa. Debe usted continuar"

sólo existían dos maneras de detener el experimento: cuando el "maestro" continuaba expresando su deseo de salirse del mismo luego de haber recibido estas cuatro advertencias, o si llegaba hasta el fin del proceso y aplicaba la tensión máxima de 450 V tres veces seguidas (lo que, de haber sido cierto, seguramente habría matado al supuesto "alumno").


Las expectativas... y el horror

Antes de realizar efectivamente su experiencia, Milgram consultó a 14 psicólogos, todos ellos profesores de la Universidad de Yale, acerca de cuáles pensaban ellos que serían los resultados de la prueba. Todos los profesionales dijeron que sólo el 1,2% de los sujetos serían capaces de alcanzar el voltaje suficiente para matar a su víctima. Otros colegas de distintas universidades también estuvieron de acuerdo con que sería muy improbable que alguien quisiera matar a otro sólo porque un desconocido se lo ordenara. Es evidente que todos ellos creían que en la Alemania nazi y en el Japón de Hirohito había sucedido algo especial, algo que ellos no esperaban que estuviese ocurriendo en los Estados Unidos de la década del 60.

Seguramente se horrorizaron cuando vieron los resultados del experimento de Milgram: el 65% de los "maestros" administraron la descarga de 450 V, lo que implica que sólo 14 de los 40 sujetos se negaron a matar a otro ser humano.

Muchos de ellos se sintieron muy mal al hacerlo, y ninguno de ellos lo hizo sin detenerse, discutir, cuestionar la validez científica y moral de la experiencia e incluso alzar la voz... pero, a pesar de sus protestas, 26 de los 40 "mataron" al actor de la habitación contigua.

Peor aún: de los 40 sujetos, sólo 1 se retiró, airado, ANTES de administrar el shock de 300 V. Los otros 39 (el 97,5%) lo aplicaron sin problemas. Si el amable lector ha sufrido alguna vez una descarga de electricidad trifásica (que implica solamente 280 V), sabrá lo que significa este dato.


Da igual donde lo hagamos

La mentalidad de "carnicero nazi" no se ve afectada por la época, el lugar ni por ningún otro aspecto.

Entusiasmado por el "éxito" de su experimento (en el sentido de que creyó haber demostrado que, ante una orden superior, cualquiera se comporta como un Kapo polaco en los crematorios de Treblinka), Milgram decidió reiterarlo en otras universidades del país.

Ya totalmente descontrolado, decidió eliminar al "factor universitario" del procedimiento. Lo que hizo fue repetirlo una vez más, pero esta vez no en un laboratorio, sino en una simple oficina alquilada, sucia y mal ventilada, atendida por un "experimentador" con aspecto de facineroso. Los resultados fueron los mismos. Al "maestro" parecía no importarle si la persona que le ordenaba asesinar a un desconocido era un elegante y atildado científico o alguien recién salido de Alcatraz. En propias palabras de Milgram, "A pesar de que el nivel de obediencia se vio ligeramente reducido, la disminución no fue significativa". Lo único que aumentaba la resistencia a matar era si el "experimentador" se alejaba del "maestro" o si el "alumno" se ubicaba más cerca. Una mera cuestión de distancia, como la gravedad, que disminuye con el cuadrado de la distancia. Física pura.


Un 65% de asesinos

Efectuado por terceros (ya que nadie parecía confiar en Milgram, y con razón, como veremos), el análisis de los datos del horrible experimento arrojó resultados cuando menos sorprendentes.

Independientemente de las condiciones de la prueba, independientemente de la extracción social de los sujetos, de su grado de educación, y sin depender de ninguna otra variable más que las distancias "maestro"-"alumno" y "maestro"-"experimentador", el porcentaje de los voluntarios dispuestos a convertirse en asesinos vocacionales nunca bajó del 61%. De hecho, jamás se salió del rango 61-66%.

Ya sabemos, entonces, de dónde sacaron Ishii y Mengele a su siniestra mano de obra. Los asesinos están entre nosotros. sólo están esperando que se les otorgue una oportunidad de demostrar lo que son capaces de hacer.

Pero hay más. El lector recordará que entre un 34 y un 39% de los sujetos se negaron a administrar una fatal dosis de electricidad. Sin embargo, ninguno de ellos, ninguno, exigió que el experimento fuera suspendido. Ninguno entró al otro cuarto a ver si el irlandés estaba vivo o muerto. Ninguno hizo la denuncia a la policía, ninguno amenazó con presentarse a la justicia para relatar las torturas de las que había sido testigo. Todos se conformaron con no sentirse responsables ellos mismos, con no ser la mano ejecutora. Si el que venía después mataba al "alumno", ellos no se preocuparían. Es más, nadie salió dando un portazo. Todos y cada uno pidieron permiso para dejar de administrar corriente e incluso para retirarse. Sin embargo, sí creían que era una cuestión de dinero. Todos quisieron devolver su salario a cambio de no asesinar al actor. Estaban convencidos de que se les pagaba para matar.


Recreando la barbarie

No sólo la gente hacía lo que Milgram o los suyos le ordenaban (como en Stanford los guardias hicieron lo que Zimbardo les ordenaba) sino que —y lea con cuidado el amable público, porque lo que sigue es lamentable— quedaron muy satifechos de haber participado en esta barbaridad.

Terminadas las pruebas, Milgram distribuyó formularios a los participantes del experimento, en el que se les solicitaba que expusieran diversos aspectos de su experiencia. El 92% de los "maestros" accedió a responderlo. Y el 84% afirmó sentirse "contentos" o "muy contentos" de haber sido elegidos para administrar electricidad a otros. La mayoría dio las gracias por la oportunidad. Muchos de ellos se ofrecieron a formar parte del equipo de "experimentadores" de Milgram, incluso si se los tomaba ad honorem.

Pero no todos. Uno de los participantes escribió a Milgram afirmando que estaba muy feliz por su actuación en la prueba, pero por motivos muy distintos. Había sido reclutado para ir a la Guerra de Vietnam: "Cuando fui sujeto de su experimento en 1964, aunque creía estar haciendo daño a otro, no tenía ni la menor idea de por qué lo hacía. Casi nadie puede diferenciar cuándo está actuando según sus propias creencias y cuándo se está sometiendo villanamente a la autoridad... No voy a permitir que se me reclute, porque ahora poseo el convencimiento de que estaría sometiéndome a las exigencias de la autoridad, que pretende que yo haga algo malo, amenazándome con graves penas si no lo hago. Ya estoy perfectamente preparado para ir a prisión si no se me otorga el estatus de Objetor de Conciencia. En verdad, es el único curso de acción que puedo tomar si deseo permanecer fiel a mis convicciones. sólo espero que mis compañeros también actúen según se los dictan sus conciencias...".

Un participante judío de la serie de experimentos de 1961 escribió en un diario de su comunidad: "Sospecho que el experimento estaba diseñado para ver si los norteamericanos de a pie obedecerían órdenes inmorales, como hicieron muchos alemanes durante el período nazi". Sin saberlo, esta persona estaba en lo cierto, ya que debemos recordar que el Experimento Milgram (como el de Stanford) fue financiado por el Departamento de Defensa para averiguar exactamente eso. El mismo Milgram reconoce esto en su libro "Obediencia a la autoridad": "La cuestión subyacente es si hay alguna conexión entre lo que hemos visto en el laboratorio y las formas de obediencia que deploramos en la Alemania nazi".


Cuestionemos al nazi

Si bien los resultados de Milgram no son discutibles, sí son inválidos por diversos motivos:

Todos estos y otros factores que sería prolijo enumerar aquí, desautorizan totalmente los procedimientos de Milgram, aunque no sus conclusiones —siempre que sean consideradas en el contexto explicado—.

Pero, aunque cueste creerlo, hubo cosas aún peores.


Variaciones: buscando el límite de la maldad

No conforme con sus horribles e ilegales actividades, Milgram pergeñó cierto número de variaciones a su experimento.

Una de ellas estaba destinada a probar la teoría de la cercanía física: en las primeras 4 variaciones, se aumentaba o disminuía la proximidad del "experimentador" con el "maestro", hasta llegar al caso extremo de que el último recibiera del primero meras órdenes telefónicas. Cuando se hizo así, los niveles de obediencia cayeron del 66 al 21%. La presencia física del "jefe", aunque no fuera amenazante, era esencial para que el participante pusiera en juego toda su brutalidad. Ello explica por qué los jefes de los campos de concentración viven en ellos, junto con sus subordinados y víctimas.

En otra variación, se pidió al "maestro" que él mismo amarrara y colocara los electrodos al paciente. Este pequeño contacto físico hizo descender el grado de obediencia de los sujetos del 66 al 30%.

La variación número 8 es, tal vez, una de las más interesantes. Hasta entonces, todos los "maestros" habían sido varones. En este caso, fueron mujeres. Contrariamente a todas las expectativa, las mujeres se mostraron tan salvajes e inclinadas al homicidio como los hombres. El experimento no mostró diferencias respecto al sexo.

El experimento 10 es el de la oficina sucia y apartada. Al eliminar el prestigio de la Universidad de Yale, la obediencia cayó al 47,5 por ciento, lo que implica que aún la mitad de los participantes hubiera matado al irlandés en un lugar cualquiera.

La variedad número 17 probó el "poder de la masa". Cuando se ponía a varios "maestros" junto al sujeto, encarnados por actores que se negaban a continuar el experimento, la voluntad de obediencia del voluntario verdadero caía dramáticamente, y casi siempre, evidenciando un envidiable esprit du corps, se plegaba a la negativa general y terminaba abandonando el proceso. Cuando los actores apoyaban al "maestro", la efectividad de la obediencia caía al 10% (sólo 4 de 40 "mataron" al actor).

En la variación 18, el "maestro" no era obligado a aplicar las descargas él mismo, sino que lo hacía otro actor disfrazado de voluntario. Al sujeto real se le pedía que hiciera cualquier otra cosa: manejar un grabador, leer las preguntas o lo que fuese. Si él no era "culpable" directamente, la obediencia crecía: sólo 3 de los 40 abandonaron el experimento (o sea, el 92,5% de las personas permitieron que otro matara al "alumno").


Émulos del émulo de Mengele

No sólo Milgram se dedicó a estas abismales experiencias. Basándose en el hecho de que falsear la prueba al no administrar descargas reales puede haber afectado los resultados, Charles Sheridan y Richard King repitieron todo, pero esta vez con una víctima real: un perrito. Esta flagrante violación de los derechos de los animales concluyó con resultados aún peores que los de Milgram: 20 de los 26 participantes (el 78%) siguieron hasta niveles de voltaje letales. Previsiblemente, ya que los perros son una mascota típicamente asociada a la virilidad (como los gatos lo son a las mujeres), los 6 que se negaron a matarlo fueron todos hombres. La totalidad de las mujeres (13) mató al cachorro sin problemas (los llantos y angustias de algunas no les impidieron aplicar la descarga máxima).

Para sumar más datos, el psicólogo Jerry M. Burger transmitió por televisión una recreación parcial del Experimento Milgram. Fue en 2006 y, como era de esperar, tuvo que modificar varios aspectos del procedimiento antes de obtener la autorización del Comité de Ética. Burger declaró que los estándares éticos actuales claramente dejaban al Experimento Milgram, tal como se hizo en los ´60s, por fuera de los límites. Ni Burger ni los espectadores se sorprendieron al descubrir que la experiencia televisada arrojaba exactamente los mismos resultados que antes, con la sola salvedad de que aquí había igual número de participantes masculinos y femeninos. Incluso aquellos que habían visto rehusarse a un participante anterior mostraron la misma tasa de obediencia.


Los motivos del lobo

El bardo latino afirmaba que Homo hominis lupus, es decir, "el Hombre es el Lobo del Hombre. Volveremos después sobre este extremo, pero los experimentos de Mengele, Ishii, Zimbardo y Milgram parecen confirmar la apreciación.

La extrema pasión de los sujetos (tanto nazis como liberales, hombres y mujeres, militares japoneses o tranquilas amas de casa) de lastimar, torturar e incluso exterminar a otros sólo porque una figura supuestamente investida de autoridad se los mandaba, dice mucho sobre la naturaleza humana pero aún más acerca de las relaciones sociales que impulsan, moldean y condicionan al individuo. No importa si los alaridos de la víctima martillean los oídos del verdugo; salvo honrosas excepciones, siempre estará dispuesto a herir un poco más.

Las conclusiones de Milgram demuestran que la gente común, sin hostilidad hacia el otro, está sumamente inclinada a convertirse en personera de cualquier proceso destructivo, amparada por una figura de autoridad que le asegura que se hará cargo de todas las responsabilidades asociadas a sus actos. El proceso puede ser legal y normal, o estar reñido con todas las normas y estándares éticos y morales que maneja el sujeto. Milgram opina que pocos seres humanos tienen los recursos mentales y de personalidad necesarios para oponerse a la autoridad.

De hecho, los analistas actuales de los experimentos de Milgram y Zimbardo llaman la atención sobre el miedo que provocan las implicaciones del asunto: que el deseo de infligir daño a otros sea parte de la estructura normal de la mente humana, y que sólo esté allí, inactivo pero al acecho, simplemente esperando a que alguien con autoridad lo libere de responsabilidad por sus actos. Entonces, en esas circunstancias, la persona saldrá a matar.


La teoría de Milgram

Milgram explica los hechos de la siguiente manera: tomemos el ejemplo de una persona común y corriente, que no tiene la pericia ni la capacidad para tomar una determinada decisión en una situación de crisis. ¿Qué hará este individuo? Si tiene a mano una figura jerárquicamente superior a él (un "jefe", tanto da que este sea Milgram, Ishii o Mengele), entonces la persona pondrá en manos de este superior la responsabilidad de tomar la decisión. Si no hay en las cercanías una figura autoritaria, entonces el sufrido individuo someterá la cuestión a la decisión del grupo. Es por ello que los sujetos de Milgram tendían a negarse cuando otros dos "maestros" falsos se negaban también.

La otra explicación plausible es una especie de perversión que, según Milgram, todos padecemos, en el sentido de que todos nos vemos a nosotros mismos como agentes del cumplimiento de la voluntad ajena. Si somos agentes de lo que quiere el otro, no somos responsables de nuestros actos, ya que la responsabilidad y la culpa son sumariamente transferidas a aquel que nos manda. Esta puede ser la naturaleza esencial de nuestros impulsos de obediencia.

Hay otras interpretaciones posibles: la gente ha entendido que cuando un experto le dice que algo es de determinada forma, el experto tiene más probabilidades de estar en lo cierto que el lego (el sujeto mismo). No importa si las cosas parecen ser de esa manera o no: si un especialista lo dice, se tiende a creerle. Incluso se le cree si uno no entiende el sentido de lo que ocurre (los sujetos de Milgram seguían "matando" al irlandés basándose en la vaga afirmación de que se trataba de una "experiencia sobre los mecanismos del aprendizaje y la memoria"). La obediencia sólo se detiene cuando el sujeto se considera a sí mismo más experto que la persona que está a cargo. Uno de los sujetos de Milgram se negó a aplicar cargas superiores a 225 V. Cuando el "experimentador" le dijo que el "alumno" no sufriría daños permanentes, el "maestro" siguió negándose. Dijo: "Yo sé lo que hacen las descargas, porque soy ingeniero eléctrico. He recibido muchos choques eléctricos en mi vida, y realmente le mueven todo el cerebro, especialmente si usted sabe que va a venir otro". Y se retiró del experimento.

Algunos trabajos de émulos de Milgram sugieren explicaciones que no incluyen ni la obediencia ni la autoridad ni el conocimiento experto, sino un aprendizaje acerca de la propia impotencia. Estos estudios proponen que a todos los seres humanos se les enseña que no tienen poder para ciertas cosas, a abandonar la responsabilidad personal, a ponerla en manos de otro (juez, médico, policía o jefe de verdugos nazis) y a seguir cumpliendo con lo que se le ordena, basándose en el tranquilizador pensamiento de que él "no pudo hacer nada al respecto" o que "no estaba en su mano evitarlo".

Recientemente se han hecho experimentos similares donde el sujeto administraba descargas a una persona virtual creada por computadora (una mujer). Se les explicaba que era sólo una simulación, que no podían matar a un muñeco en una pantalla, pero, a pesar de todo, los resultados fueron idénticos a los de Milgram.


La "víctima virtual" de los experimentos modernos


¿La verdad verdadera?

Es posible que todas estas explicaciones, aunque plausibles, estén equivocadas. Nuestra postura personal frente a los experimentos (dejando a un lado el convencimiento acerca de la inmoralidad inherente a la experimentación con seres humanos en general y a este episodio en particular) proviene de una visión estrictamente zoológica del comportamiento humano.

Homo sapiens —esto es sabido— aunque primate, ostenta una estructura social de carnívoro, basada en clanes familiares y muy parecida a la jerarquía que reina entre los lobos, leones y hienas.

La célula nuclear de la jauría es la familia, que en términos simples puede definirse con una sola palabra: "nosotros". Todos los "nosotros" están sometidos a la autoridad omnímoda, ubicua y abarcadora de lo que se llama "Macho Dominante" o "Macho Alfa" (en el caso de las hienas, "Hembra Alfa"). La función primordial del Alfa es, primero, transmitir sus genes a la siguiente generación y, en segundo lugar, proteger al clan familiar de modo que el objetivo principal pueda cumplirse. De esa necesidad de protección surge la clara línea divisoria entre "nosotros" y "ellos", estos últimos definidos del modo más sencillo posible: "todos los que no son nosotros". Así, el clan atacará a todos los "ellos" que invadan su territorio, intentará matarles los cachorros, luchará con ellos por las fuentes de agua y alimento si cuadra y, en fin, hará todo lo necesario para ayudar a su exterminio si se ven en la disyuntiva de compartir el territorio con ellos. Y todo esto, claro, bajo las transparentes directivas de la única figura de autoridad posible: el Alfa.

La diferencia entre los perros y nosotros es que tenemos múltiples figuras investidas de autoridad, por razones operativas de nuestro complejo desarrollo social.

Si se mira bien a la Alemania nazi, las víctimas eran "ellos" (judíos y gitanos). En el Japón de Ishii, nuevamente encontramos a los "ellos" (los chinos manchúes) atados a las mesas de disección.

En Stanford, Zimbardo se ocupó muy bien de definir quiénes eran "los otros" (los supuestos "prisioneros") y, en el caso de Milgram, "ellos" fueron definidos como "todos aquellos que no están en el mismo cuarto con el investigador", es decir, el actor de raza irlandesa.

Si el Alfa lo ordena, el "él" será agredido, atormentado o incluso asesinado, en cumplimiento de profundas directivas indeleblemente grabadas en nuestro cerebro de mamífero de manada.


Imagen de cuerpo entero

Tras el fin de sus experimentos, Milgram escribió un sesudo artículo y un largo y trabajoso libro acerca de sus estudios, donde discute las conclusiones obtenidas y amaga sus teorías (las dos primeras que expusimos más arriba).

Pero la lectura de sus trabajos no nos da una imagen cabal de él: aún no sabemos qué clase de hombre fue el que diseñó este terrible y amoral tipo de experimentación.

Afortunadamente, para muestra basta un botón.

La Compañía Charlie del Primer Batallón del 20° Regimiento de Infantería, 11ª Brigada de la 23ª División del Ejército norteamericano fue trasladada a Vietnam en diciembre de 1967.

Durante la Ofensiva del Tet, la Compañía Charlie debió enfrentarse al 48° Batallón del Vietcong, en cuatro aldeas llamadas Son Mỹ y designadas por los norteamericanos como My Lai 1, 2, 3 y 4. Ellos suponían que el Vietcong se escondía allí.

Charlie ingresó a las aldeas el 16 de marzo de 1968, pero no encontró Vietcongs escondidos. Uno de sus pelotones, a cargo del Segundo Teniente William Calley, comenzó a disparar a todos los habitantes. Luego de abatir a los primeros civiles, Calley ordenó disparar a todo lo que se moviera, con armas, granadas e incluso a golpe de bayoneta.

Un testigo, periodista de la BBC, informa: "Mataban a todos, ametrallando a hombres, mujeres, niños y bebés. No mostraron piedad ni por las personas que se ocultaban en las chozas y salían con las manos en alto. Las mujeres fueron violadas en grupo, los hombres que se rindieron fueron golpeados con los puños y a culatazos, torturados y apuñalados con las bayonetas. Luego, mutilaron los cadáveres grabándoles en las carnes la letra `C´, emblema de la Compañía. A la mañana siguiente, la aldea estaba cubierta de cadáveres".


William Calley

Varias docenas de aldeanos fueron llevados a la orilla de un canal de riego y asesinados con fuego de ametralladora. Otras 80 personas fueron rodeadas por Calley y los suyos y masacrados. Frente a otros dos grupos de prisioneros, Calley ordenó a un soldado que los matase. Como este se negara, Calley en persona le quitó el arma y los exterminó a todos.

El Segundo Pelotón asesinó a otras 70 personas y se ocupó de rematar a los heridos en My Lai 4.

El Tercer Pelotón se dedicó a asesinar a las mujeres y los niños.

Cuando los tres pelotones terminaron su macabra tarea, el 4° Batallón del 3° Regimiento se hizo presente para incendiar todas las cabañas y matar a 90 de los sobrevivientes.


My Lai, al día siguiente

En el episodio murieron 347 civiles vietnamitas, y sus cuerpos fueron mutilados, amputados, las mujeres violadas, los niños ahorcados o apuñalados, y muchos de los sobrevivientes quedaron tullidos, quemados, ciegos o postrados.

Las fuerzas norteamericanas perdieron... un hombre. Como en el Experimento Milgram, ninguno de los militares participantes pidió se suspendiera la masacre ni denunció nada, como no fuese aquel único soldado que se negó a matar.

Calley fue procesado junto con 25 de sus hombres por múltiples asesinatos premeditados en septiembre del 69, y su Corte Marcial entró en sesiones el 17 de noviembre de 1970.


"Enemigo" muerto por las fuerzas de Calley

¿Quién se presentó espontáneamente para testimoniar en su favor y ayudarlo a defenderse? Creemos que el lector lo ha adivinado: el doctor Stanley Milgram, provisto de los datos y resultados de su experimento. Según él, William Calley fue una víctima más del entrenamiento militar que recibió, destinado a reforzar la autoridad y despersonalizar al enemigo.

Este tipo de persona, este científico, es el mismo que llevó a cabo sus sobrecogedores experiencias con seres humanos.

Mas no procede tener miedo: Milgram murió de un ataque al corazón el 20 de diciembre de 1954, a la edad de 51 años.


El enemigo interno

Más allá de la crueldad innecesaria de sus métodos, cabe hacer aquí una última reflexión acerca del Experimento Milgram: si sus resultados y conclusiones son correctas, es muy posible que estemos estudiando una característica esencial de la mente humana, inherente a la mismísima estructura de nuestra personalidad y al ordenamiento básico de nuestras sociedades.

No importa si el escenario es la Universidad de Yale o la Escuela de Mecánica de la Armada Argentina, ni si quien da las órdenes es Mengele, Calley, Milgram, Videla, Franco, Hitler, Mussolinni, Stalin, Zimbardo o cualquier otro. Toda figura investida de autoridad puede ordenar a los demás cometer un genocidio, sin que ninguno de los implicados pueda hacer nada al respecto.

Faltan todavía muchos estudios y análisis, pero, si Milgram estaba en lo correcto, la parte más espantosa del asunto radica, precisamente, en que el horror radica en nosotros mismos y no seremos capaces de erradicarlo sin mutilarnos y lisiar nuestra mente y nuestra personalidad.


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