El 11 de junio de 1907 (hace un siglo y algunos meses), la soberbia revista Scientific American publicó un comentario sin firma reseñando la reciente (para ese momento) publicación de un libro capital de Percival Lowell. La obra se llamaba Mars and its Canals ("Marte y sus canales") y fue editada por Macmillan en octavo e ilustrada.
Hoy, en 2007, creemos interesante presentar, por primera vez en castellano, el texto completo de la crítica de SciAm.
Estén o no de acuerdo los astrónomos con las teorías del profesor Lowell sobre Marte, no puede negarse que él ha sido, por lejos, el más infatigable estudioso de nuestro vecino planetario. Sus investigaciones han sido elaboradas y minuciosas, y no solamente le han costado incontable tiempo, sino también la construcción de un observatorio propio, ubicado en una atmósfera adecuada para ese trabajo. Basado en estas consideraciones, cualquier libro suyo sobre la materia merece bastante más atención que el mero hecho de pasar revista —lo que habitualmente sucede a la mayoría de las exposiciones populares de importantes investigaciones científicas—.
Percival Lowell
En primer lugar, el profesor Lowell es un acérrimo creyente en la habitabilidad de Marte. Sus conclusiones, desarrolladas luego de un prolijo estudio de las desconcertantes marcas visibles en la superficie del planeta, se basan en el valor de un ingenioso razonamiento que no puede sino subyugar a quienes tienen inclinaciones románticas. En los breves párrafos siguientes nos esforzaremos en presentar sucintamente la teoría formulada por Lowell y los argumentos plausibles que ha adelantado para sostenerla.
Visto a través de un telescopio, Marte aparece como un disco coronado de manchas blancas y cubierto de parches azulverdosos y ocre rojizo. En base a las fluctuaciones de esas marcas, Lowell saca la conclusión de que el planeta es habitable. Los rasgos más prominentes son las manchas blancas de los polos. Son la más importante prueba de los permanentes cambios en la condición del planeta, porque van y vienen exactamente igual que nuestros polos, en constante crecimiento y reducción. En lo más crudo del invierno se extienden mucho más allá de las regiones polares, hasta los 60 e incluso 50º de latitud norte o sur según sea el caso, reduciéndose luego, a mediados del verano, hasta medir solamente 5 o 6 grados. Esto puede verse con un simple telescopio de 7,5 cm. Desde un principio se supuso que los casquetes polares de Marte estaban compuestos de hielo y nieve, una teoría que Lowell apoya señalando que a medida que los casquetes polares de Marte se derriten, se van rodeando de una banda de azul profundo que claramente es el producto de su desintegración. Esta cinta azul muestra concluyentemente que la sustancia de que se componen los polos es agua y no algún gas.
Mapa lowelliano de los canales de Marte
Si los casquetes se funden, deberían convertirse en gas, lo que demuestra que Marte posee una atmósfera. Esa atmósfera —es fácil concluirlo— está compuesta básicamente de vapor de agua. Una evidencia que corrobora la existencia de aire en Marte es la presencia de nubes, raras pero observables. Otra prueba es el efecto de limbo, un fenómeno que podríamos describir como una especie de velo brillante en el borde del planeta, que se interpone entre nosotros y él y que solo puede ser causado por aire o niebla. Hay otros hechos, como la existencia de una zona de penumbra, que indicarían la presencia de un aire muy poco denso, más enrarecido que el que se halla en la cumbre de la más alta montaña de la Tierra. Que la atmósfera es muy leve se prueba por la facilidad con que se visualiza el disco marciano en todas sus partes.
De los parches azules y rojizos a que se ha hecho referencia, se puede aclarar en forma general que, de los dos, predominan los ocres rojizos, ocupando cinco octavas partes del disco planetario. Al principio de las observaciones de Marte, las manchas azules fueron tomadas por mares, recibiendo nombres acordes a ese concepto. Así, tenemos el Mar de la Serenidad, el Mar de los Vapores y otros similares. La duda inicial de su naturaleza acuosa vino dada por sus cambios de aspecto, observados por primera vez por Schiaparelli. El golpe de gracia a la vieja creencia fue asestado por Pickering y Douglass, que encontraron que las áreas oscuras eran atravesadas por líneas permanentes. Si las áreas verdazuladas no son mares, ¿qué son? De acuerdo con Lowell, solo la vegetación puede explicar esas singulares fluctuaciones. Él manifiesta que hasta el color de esas zonas tipifica exactamente la forma en que se ven desde una gran distancia nuestros propios bosques. Si los cambios son vegetales, tienen que ocurrir en las estaciones correspondientes del año marciano. Hablando en general, se puede decir que ciertas regiones pasan de ocre a verde en unas pocas semanas correspondientes a la primavera de Marte. De manera opuesta, las zonas verdeazuladas se vuelven ocres con la llegada del otoño. Marte debe su feroz color a las grandes partes de ocre, que han sido generalmente tomadas por tierras, y eso es lo que indudablemente son. En realidad, no parecen ser más que desiertos. Su puro tinte salmón es característico de desiertos como el Sahara y el norte de Arizona.
Por lejos, las marcas más distintivas de la superficie de Marte son las curiosas líneas descubiertas originalmente por Schiaparelli, a las que bautizó canali. Los canales sugieren una telaraña dispersa por todo el disco del planeta. Tienen un aspecto tan geométrico que el mismo Schiaparelli dijo que parecían haber sido hechas con regla y compás. Es más, la mayoría de ellos corren en línea recta todo su recorrido, y los que no son rectos están curvados simétricamente. Igualmente impactante es el ancho uniforme de cada uno desde su inicio hasta su fin. Cada línea parece un hilo telegráfico tendido de un punto a otro.
No podemos determinar el ancho preciso de los canales, a pesar de ciertas mediciones comparativas efectuadas por Percival Lowell, que lo llevaron a la conclusión de que el más grande de ellos mide entre 24 y 32 kilómetros, siendo el más chico de entre 3,2 y 4,8 km de ancho. La longitud de los canales es en verdad enorme. No son raros los de 3.200 km de largo. Normalmente terminan encontrándose con otros canales, que han llegado al mismo punto y con la misma rectitud desde direcciones diferentes. Se pueden reunir no dos, ni tres, sino cuatro, cinco e incluso seis canales en un mismo punto. El resultado es una red que triangula la superficie del planeta.
Comparación de mapas de Antoniadi (luego converso contra los canales)
y las correspondientes fotos del Hubble.
Arriba: Marte el 27 de agosto. Abajo: 26 de agosto.
Para Lowell, estos canales no son el resultado de un proceso fortuito. Que las líneas se encuentren con tanta exactitud y en números precisos en determinados puntos muestra —en su opinión— que su ubicación no ha sido determinada por accidente. Si se trazan líneas muy finas sobre una superficie, la probabilidad de que más de dos de ellas se encuentren en un cierto punto es extraordinariamente baja. Hay alguna ley que opera subyacentemente a la posición de los canales marcianos, afirma Lowell. Los puntos de partida de cada canal no están dispersos aleatoriamente en la superficie, sino que evidencian relaciones con características definidas. Las líneas irradian de indentaciones bien marcadas en las regiones oscuras, y son localmente dependientes de la topografía de los rasgos generales de la superficie. Por alguna razón, conectan los puntos más sugestivos de intercomunicación.
Schiaparelli descubrió también un fenómeno tan sorprendente como la rectitud de las líneas: su peculiar hábito de duplicarse. La distancia entre los dos elementos de un canal doble fue estimada por cuentahilos por primera vez en 1905, en el observatorio de Flagstaff.
El telescopio Clark de Lowell en Flagstaff
El canal doble más típico, Phison, tiene aproximadamente 3.600 km; la distancia entre las dos líneas es de 208 km y cada uno mide 32 km de ancho. La bilateralidad de los canales no es, empero, un fenómeno universal. De los 400 observados desde Flagstaff, solo 51 tienen un doble en alguna parte de su recorrido, esto es, más o menos la octava parte de todos los canales estudiados.
Aunque tenga la propiedad de ser doble, un canal muy bien puede no mostrarla todo el tiempo. Es necesario observarlo en el momento correcto, porque un canal doble puede semejar ser simple en otra estación diferente. Parece ser que en ciertos casos y posiblemente en todos, el aspecto dual no es una condición temporaria sino un estado permanente pautado por la variación de la intensidad. Se trata de la así llamada "germinación". Cuando las dos líneas de un canal doble difieren, siempre es la misma la que destaca sobre la otra. Podemos, por lo tanto, llamarla "canal original", siendo la otra su duplicado. Lowell concluye que el fenómeno de la visibilidad variable de los canales dobles es parcialmente estacional y parcialmente dependiente de la posición del canal en el planeta.
Diecisiete años después del descubrimiento de los canales en las regiones claras, fueron observados también en las zonas oscuras. Estos canales abandonan el borde de los "continentes" verdiazules en los mismos puntos en que los canales de las regiones claras ingresan en ellos. Esta correlación es muy importante, porque enlaza los dos grupos en un solo sistema que engloba la entera superficie del planeta. Los canales se dirigen, en sus extremos septentrionales, a puntos oscuros ubicados en el borde del casquete polar. Aquí tenemos el fin del sistema entero, o mejor dicho su comienzo: las nieves polares.
El último fenómeno a ser considerado al enumerar las marcas superficiales de Marte son los así llamados "oasis": puntos oscuros y circulares hacia los cuales convergen los canales en grupos de a tres, cuatro o más. Entre ellos pueden distinguirse tres categorías: los oasis grandes, los pequeños y los menores. La mayor parte de los descubiertos hasta ahora militan en la primera. De acuerdo con las últimas observaciones de Lowell, los oasis grandes miden entre 120 y 160 kilómetros de diámetro. Parecen grandes cabezas de alfiler claramente recortadas entre las prominencias ocres y fácilmente visibles incluso en las zonas oscuras. Todos ellos parecen ser redondos. Los pequeños semejan puntas en lugar de cabezas de alfiler, y miden entre 24 y 40 kilómetros de diámetro.
El rostro de Marte según el Hubble
Los grandes son los puntos de intersección de los mayores y más numerosos de los canales, mientras que los chicos son las terminales de las líneas más delgadas. Por lo tanto, los puntos y las líneas no solo muestran una interrelación en sus posiciones, sino también en sus tamaños. En el caso de los canales dobles, el oasis está exactamente contenido entre los dos brazos de los mismos, ceñidamente encajado entre las líneas paralelas. Muchos oasis se encuentran juntos, y pueden ser considerados oasis dobles. Su relación con los canales que se dirigen a ellos es más compleja. No menos de siete canales dobles convergen sobre los oasis gemelos. Los canales deliberadamente apuntan a los oasis, y no se cruzan al azar según las leyes de la probabilidad.
Aspecto real de un "oasis": Olympus Mons, el mayor volcán del Sistema Solar
En 1894, Lowell detectó un conjunto de marcas que desde entonces han sido observadas muchas otras veces. Los objetos en cuestión consisten en muescas triangulares en la línea costera de lo que una vez se creyó que eran océanos. Tienen la forma general de tildes, de las que se usan para ir chequeando una lista. Estas tildes marcan los sitios donde aparecerán canales, o indican los extremos de los que ya existen. En todos los casos uno o más canales abandonan la tilde siguiendo su brazo largo. Lowell considera que esta conducta se debe a diferencias de altitud. El sistema de canales cae hacia niveles más bajos en los tildes y el resultado es que terminan en las marcas triangulares en lugar de en las redondas.
Lowell dedica un capítulo completo a las fotografías de los canales tomadas por Lampland en 1903, hazaña por las que el fotógrafo merece un enorme crédito, ya que desautorizó para siempre cualquier teoría basada en que los canales no eran más que ilusiones ópticas producidas por la presión ocular del observador o cosas similares.
Extraños canales curvos
Los canales pasan por fluctuaciones estacionales de naturaleza periódica; incluso a veces desaparecen durante cierto tiempo. En ocasiones canales y regiones enteras aparecen borroneados. Cada canal tiene sus propios tiempos para mostrarse y ocultarse. Los cambios estacionales parecen ser la única explicación para este fenómeno. Los canales comienzan a desarrollarse luego de que los casquetes polares se derriten. Este desarrollo procede hacia el ecuador y, sin detenerse, continúa hacia las latitudes altas del hemisferio opuesto.
En la región ártica el desarrollo comienza a detenerse cunado empiezan los fríos, siendo afectados primero los canales más septentrionales. Una ola similar de evolución ocurre en el otro polo —un poco antes— y luego pasa. Lowell dice que la desaparición se debe al marchitamiento de las plantas y la reaparición al crecimiento de la primavera siguiente.
Lowell con su Clark observando a Marte
Los oasis también se encuentran sujetos a cambios, y aparentemente obedecen a las mismas reglas que los canales. Crecen menos en determinadas épocas del año marciano, y luego decrecen gradualmente de tamaño. Como en los canales, la latitud junto con la estación adecuada son los factores determinantes de su desarrollo. Cada casquete polar atraviesa notables cambios a lo largo del año; los canales asimismo completan su ciclo de crecimiento y reducción en doce meses marcianos. La única diferencia entre los dos es que los polos tienen una cresta y un valle por año, mientras que la mayoría de los canales tienen dos de cada uno, aunque la máxima y la mínima no son simétricos. No solo los períodos de las dos series de cambios son iguales, sino que uno sigue al otro, porque el desarrollo de canales no comienza hasta que la fusión del hielo polar no está bien avanzada. A medida que los casquetes se desintegran, como hemos visto, aparece un cinturón azul a su alrededor que ciñe su borde exterior y retrocede a medida que el hielo disminuye. Luego de que esta banda está formada, los canales más cercanos comienzan a oscurecerse y los que están un poco más lejos los siguen después, de modo que la onda de visibilidad gira en una ordenada rutina regular alrededor del disco. Tenemos entonces aquí una conexión cronológica entre los dos fenómenos: desintegración de los polos antes de la integración de los canales.
Los oasis develados: tres volcanes en la planicie Tharsis
Los casquetes polares están indudablemente compuestos de agua. El desarrollo de los canales puede ser perfectamente explicado por el derretimiento de las nieves, ya que transcurre un tiempo considerable entre la desaparición del hielo y la aparición de los canales. La reaparición debida al crecimiento vegetal produciría la contraparte de lo que vemos. Si aceptamos que el agua acumulada en los polos permea las zonas ecuatoriales permitiendo el crecimiento de la vegetación, eso explicaría la visibildad creciente de los canales y a la vez el retardo aparente, causado por el tiempo que tardan las plantas en crecer. Esta explicación es ciertamente la más satisfactoria. La brotación de los vegetales llega y pasa a través del planeta, y da origen a lo que caracterizamos como cambio estacional.
El verdadero Marte según el Rover
Parece ser que en la mayor parte de la superficie de Marte existen dos estaciones de crecimiento de las plantas, causada una por el casquete del polo norte y la otra por el del sur. No es posible decir hasta el presente qué tanto se superponen en el ecuador las esferas de influencia de ambos polos, porque los canales solamente fueron visibles hasta los 35º de latitud sur en la última oposición.
Si, como Lowell nos convencería de creer, existe vegetación en Marte, a la vez estaríamos aceptando la existencia de vida. Y la existencia de flora sugiere la de vida animal.
Vista desde otro planeta, la evidencia de vida animal tienen que ser muy difícil de certificar. Su presencia no se hará perceptible hasta que las criaturas hayan alcanzado un cierto estado evolutivo, e incluso entonces no se las visualizará en forma directa sino a través de sus obras. Solo cuando el animal haya aprendido a dominar a la naturaleza traicionará su presencia.
Ni plantas ni animales ni nada: Marte desierto
frente a la cámara del Mariner 4
Si pudiésemos mirar la Tierra desde 56 millones de kilómetros (la distancia que nos separará de Marte durante el próximo mes, julio de 1907), podríamos detectarnos a nosotros mismos solo por los patrones geométricos que producimos. Los campos trigueros blancos de Kansas y Dakota, que se colorean con la rítmica procesión de las estaciones, nos impresionarían. En Marte, los canales y oasis nos confrontan con la misma precisa apariencia que el planeta tendría si estuviese habitado.
En esas líneas rectas y marcas redondas hemos desplegados nosotros nuestros centros de trabajo y líneas de comunicación (los oasis marcianos parecen ganglios conectados por nervios). El extraño arreglo geométrico de Marte se vuelve inexplicable por otra hipótesis. La clave de la naturaleza de los canales es la escasez de agua, ya que la única disponible proviene de la fusión bianual de los hielos polares. La vegetación no puede nacer hasta que el agua la alcanza. Consecuentemente, cuando el sol sea suficiente, las plantas esperarán la llegada del agua y el proceso, comenzando en los polos, lentamente se extenderá hacia el ecuador.
¿Y los canales? Al centro, abajo, el Valles Marineris. Por todos
lados, volcanes y montañas, los famosos "oasis"
A medida que un planeta envejece pierde sus océanos, y gradualmente todo su suministro de agua. La vida en la superficie se enfrentará con una escasez de agua que amenazará su existencia. Tales son las condiciones en Marte. Si hay seres inteligentes allí, tendrán que desarrollar medios para conducir el agua de los polos a sus centros de población. Eso es lo que el profesor Lowell encuentra en los canales: interferencia de la conciencia con la naturaleza. Parecen dibujados con tan matemática precisión que revelan haber sido diseñados según un propósito.
Arguye, en apoyo de su teoría, que las relaciones de los canales con las marcas principales de la superficie son notables. Las líneas no solo salen de puntos geodésicos importantes, sino que se dirigen a otros igualmente importantes. Los oasis solo se encuentran en las uniones de los canales, lo cual, para Lowell, prueba que son los puntos terminales de los mismos.
Más impresionante es el sistema que forman los canales, maravillosamente interconectados entre sí. El sistema cubre la entera superficie del planeta, tanto las partes oscuras como las claras, de un modo tal que convierte en imposible la suposición de que los pudiera haber causado cualquier fuerza de la naturaleza. El sistema, luego de recorrer todo el planeta, termina ostensiblemente en los casquetes polares. Para Lowell, se trata de un sistema de irrigación cuyo objeto es llevar el agua del deshielo y distribuirla luego por todo el orbe marciano.
Hasta aquí el texto de hace un siglo.
Para el lector moderno, es absolutamente increíble que se hayan derramado ríos de tinta para teorizar sobre algo que nunca existió. De hecho, no hay más que observar la complicada nomenclatura de los canales, que Schiaparelli y otros tardaron años en desarrollar y organizar.
El nombrado Giovanni Schiaparelli fue el primero en "observar" los canales marcianos durante la oposición de 1877. Creyendo haberlos visto, los bautizó con la palabra italiana canali, que no desigan precisamente lo que en castellano o inglés significa la palabra "canal" (conducción de agua realizada por la mano del hombre) sino simplemente "grieta" o "rajadura". La mala traducción al inglés (canals por canali) reforzó la idea de la artificialidad de esas estructuras, y de ahí a pensar que Marte estaba poblado por una civilización tecnológica hubo solo un paso.
Mapa de los canali por Schiaparelli
Como fuese, las observaciones de Schiaparelli pronto fueron confirmadas por otros astrónomos alrededor del mundo, con la salvedad (que aparentemente en aquellos tiempos no representó una preocupación para nadie) de que los mapas dibujados por distintos astrónomos no se parecían en nada, circunstancia extraña para estructuras fijas como un canal.
Los problemas con los canales comenzaron pronto. Vista la extrema defensa de la vida inteligente en Marte que hacía Lowell, el mismísimo Schiaparelli comenzó a comparar los mapas del norteamericano con los suyos propios, y concluyó públicamente que la mayor parte de los abrumadores detalles "cartografiados" por Lowell eran imaginarios.
Por supuesto, como sabemos hoy, tanto Schiaparelli como Lowell y los demás "observadores de canales" estaban equivocados. Nada hay en Marte que se parezca siquiera a una línea recta, porque todos los canales fueron y son simples ilusiones ópticas provocadas por la mala calidad de los telescopios de la época (aunque el de Lowell en Flagstaff era un soberbio Clark) y las ansias de creer. Como se desprende del artículo, hasta el mismísimo redactor de SciAm cayó en la trampa de seguir de buena fe a Lowell.
Pero ya en su propia época las canalizaciones eran tema de discusión: el extraordinario astrónomo observacional Edward E. Barnard intentó repetir las observaciones de los "canalistas" y no encontró ninguno.
E.E. Barnard, uno que no encontró canales
Mientras tanto, otros científicos se preparaban para saltar ferozmente sobre las bienintencionadas pero erróneas ideas de Lowell. Así, ya en 1903, los astrónomos Evans y Maunder llevaron a cabo un experimento para demostrar cómo se formaban los inexistentes canales. Reclutaron numerosos escolares voluntarios, y les mostraron imágenes similares a las que se verían a través de un telescopio mediocre y a gran distancia. Como esperaban, descubrieron que, en su afán de encontrar patrones en todo, el cerebro interpretaba una serie de puntos aislados y más o menos alineados como una línea recta. Principio del fin para los canales marcianos.
Al mismo tiempo que Lowell publicaba su libro, Alfred Russel Wallace, prestigioso naturalista inglés, demolía cada una de las afirmaciones del otro en su libro Is Mars Habitable? ("¿Es habitable Marte?"). En esta obra, Wallace demostraba que Marte era mucho más frío que lo que estimaba Lowell, que la presión atmosférica era tan baja que ciertamente el agua no podía existir en estado líquido, y que numerosos análisis espectroscópicos probaban más allá de toda duda que no había vestigios de vapor de agua en la tenue atmósfera marciana. Por lo tanto, la vida organizada tal y como la conocemos era imposible allí.
La verdad "verdadera": foto del Viking 1
Dos años después, durante la oposición de 1909, el astrónomo griego Eugène Michel Antoniadi (en realidad Eugenios Antoniadis), que al principio había abrevado en la habitabilidad y presencia de canales, decidió descubrir por sí mismo la verdad, ya que el libro de Wallace había creado muchas dudas en su mente. Por lo tanto, tomó el impresionante 83 cm del observatorio Meudon en París y realizó una serie de precisas observaciones de Marte, las mejores que se habían logrado hasta entonces. Previsiblemente, no encontró rastros de los cientos y cientos de canales relevados por Lowell.
A partir de la publicación de sus resultados, por fin la comunidad científica, que hasta entonces había vacilado entre el sí y el no, se decantó claramente por la negativa y la idea de canales, vida inteligente e ingenieros hidráulicos marcianos fue abandonada para siempre.
Para los que aún tenían dudas, las fotos tomadas por el Mariner 4 en 1965 probaron definitivamente que todo había sido una fantasía y un error.
Las "variaciones estacionales" vistas por los creyentes son en realidad consecuencia de aplicar correctamente las leyes de la física y la meteorología. El "Canal Atlántico" de Schiaparelli y Lowell (estructura que hoy conocemos como Syrtis Major), en efecto parece cambiar de color cada cierto tiempo, pero no porque un bosque brote y se vista de verde o de marrón en el otoño. Es un simple efecto óptico de los cambios de albedo (cuánta luz refleja la superficie del planeta) de esa zona. Cuando soplan fuertes vientos sobre Syrtis, arrastran arena y material más oscuro que se depositan sobre ella y la oscurecen por un tiempo. Este fenómeno es en verdad estacional, pero nada tiene que ver con canales, oasis ni nada parecido.
Marte dentro de mil años, ya terraformado
La prensa tuvo buena parte de la culpa de este malentendido (incluido el articulista de SciAm). Los repetidos textos en diarios y revistas cautivaron la imaginación del público, a tal punto que casi ningún hombre común dudó, hasta 1920, que existieran los canales y por lo tanto los marcianos.
Pero ni siquiera los escritores de ciencia ficción se ponían de acuerdo: si bien Edgar Rice Burroughs describe los canales en "Una princesa marciana" (1912), H.G. Wells ni siquiera los menciona en "La guerra de los mundos" (1897), a pesar de que los mapas de Schiaparelli ya tenían 20 años de antigüedad. Otros escritores notables como C.S. Lewis ("El planeta silencioso", 1938), Ray Bradbury ("Crónicas marcianas", 1950) y Robert Heinlein ("Rebelión en el espacio", 1949) utilizan profusamente los canales, principalmente por motivos dramáticos.
Radiotelescopio Lowell del Observatorio de Arecibo
Como haya sido, hay que pensar en Lowell y sus adláteres sin burla ni mofa: el asunto de los canales marcianos fue un simple error provocado por una suma de factores que no caían bajo responsabilidad de ellos, y no obtuvieron ningún rédito por ello. No hubo mala intención ni fraude alguno, ya que la ilusión puede producirse y de hecho se produce.
Los canales marcianos quedan, pues, solamente como una de las más grandes e impresionantes equivocaciones de la historia de la ciencia humana.
MÁS DATOS:
The Riddle of Mars
Nomenclatura de los canales marcianos (en inglés)
Traducido, adaptado y ampliado por Marcelo Dos Santos de SciAm y de otros sitios de Internet