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29/Dic/04




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Celdas de combustible: Venden a España un desarrollo científico argentino

Es para producir hidrógeno a partir de alcohol, sin necesidad de emitir "gases de efecto invernadero". La creación pertenece a un pequeño laboratorio de la UBA Obtuvieron por el invento 300.000 euros La transacción se hizo a través de Innova-T, del Conicet.

(La Nación) La química Abengoa, de España, acaba de comprar en 300.000 euros un desarrollo del Laboratorio de Procesos Catalíticos (LPC) de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires: nada menos que un sistema económico para la producción de hidrógeno de uso vehicular y para la petroquímica, a partir de alcohol vegetal, libre de emisión de "gases de efecto invernadero".

La venta no fue de equipo, sino de ingeniería básica, y se hizo a través de la Fundación Innova-T, la ONG creada por el Conicet para exportar talento local. El LPC es dirigido por los doctores Miguel Laborde y Norma Amadeo, y en este desarrollo recibió una fuerte colaboración del equipo del doctor Pío Aguirre, del Ingar de Santa Fe.

El sistema que diseñaron, una unidad química portátil de tres etapas, probablemente suministrará hidrógeno combustible a un vehículo grande, no se sabe si terrestre o naval -podría hasta ser un submarino-, cuya planta motriz (una "celda de combustible" de hidrógeno) la ponen los españoles.

Lo revolucionario es que en sus tanques de combustible este vehículo misterioso llevará alcohol. Dado que el hidrógeno es dificilísimo de almacenar en forma pura es posible que la Argentina esté suministrando al mundo la solución más barata y sensata para transportarlo en el tanque del automóvil del futuro: como alcohol.

¿Para qué sirve?

Entre 2010 y 2020, para cumplir con los pactos existentes y futuros de protección de la atmósfera, la flota vehicular mundial muy probablemente se reemplazará por aparatos quemadores de hidrógeno (dotados de "celdas de combustible" en lugar de motores de explosión). Serán aparatos movidos a electricidad, y por cuyos caños de escape, toberas, chimeneas o snorkels saldrá sólo vapor de agua.

El hidrógeno es el elemento más abundante del universo, pero en nuestro planeta no existe en estado puro: está casi siempre combinado con carbono (en diversas moléculas orgánicas) o con oxígeno (como en el agua). Por eso, hoy el 95% del hidrógeno que se fabrica sale del "reformado" a alta temperatura del gas natural. Sin embargo, este proceso emite dióxido de carbono (gas de invernadero) a la atmósfera, y el problema es que se trata de carbono fósil que se añade al inventario de la biosfera.

Claramente, el gigantesco incordio de reconvertir la economía mundial a hidrógeno sólo tiene sentido si éste hidrógeno sale de un proceso "limpio". Y para eso, hay dos fuentes importantes: la electrólisis, o ruptura de la molécula de agua mediante electricidad, o alguna fuente de carbono "verde", es decir, vegetal. Y ahí es donde entra a tallar el alcohol común, o etanol, obtenido de la fermentación de granos o de residuos de cosecha.

Si uno saca hidrógeno del alcohol por "reformación", de todos modos emite carbono. Pero lo hace con la conciencia tranquila de no estar añadiendo carbono fósil a la atmósfera: usa el que ya estaba circulando. Por decirlo en términos bancarios, mueve sólo la "cuenta corriente" planetaria de carbono, pero deja en paz su "caja de ahorro", sus depósitos geológicos.

La tecnología que España buscó —y encontró— en nuestros laboratorios es buena para el planeta, pero además es amigable para el usuario. Cargar de alcohol el tanque no requiere estaciones de servicio carísimas y complejísimas, como las que abastecen de hidrógeno los autobuses del aeropuerto de Hamburgo, Alemania.

Para que rinda el mismo kilometraje por volumen que el vulgar GNC, al hidrógeno gaseoso hay que comprimirlo a casi 800 atmósferas, en lugar de las 200 que usan los cilindros de cualquier taxi porteño. Más aún, para que dé el kilometraje del GLP (gas licuado), hay que enfriarlo a casi 270 grados bajo cero, y mantenerlo así, lo cual es igualmente caro y peligroso.

El alcohol, en cambio, se almacena, distribuye y transporta tan fácilmente como la nafta. En realidad, es hasta más controlable: como es hidrofílico (no rechaza el agua), se apaga mucho más fácilmente en caso de incendio.

El "reformado" del alcohol para obtener hidrógeno (primera etapa de la cadena) se inventó en Europa durante el siglo XIX. Pero este proceso produce un hidrógeno muy "sucio" de otros gases: monóxido y dióxido de carbono, amén de metano.

Desgraciadamente, para no inutilizar una celda de combustible vehicular se requiere un hidrógeno exquisitamente puro, con entre apenas 20 y 30 partes por millón de dióxido de carbono. Pero eso es exactamente el producto final del reactor del LPC en sus etapas catalíticas segunda y tercera. El aporte argentino al mundo es ése: una vía barata, portátil y compacta desde el alcohol hasta el hidrógeno "grado celda".

Pero hay más: el equipo argentino ha desarrollado -y esto no fue aún materia de venta- nuevos catalizadores que mejoran decisivamente la primera etapa, es decir, el reformado de etanol. Así, el LPC tiene una vía propia para obtener "gas de síntesis", la mezcla de gases con la cual la petroquímica actual hace plásticos y centenares de insumos industriales... ¡pero sin usar una molécula de gas natural!

En suma, este pequeño laboratorio de la UBA tiene una tecnología libre de carbono fósil que puede dar vuelta el panorama mundial en transporte y petroquímica: dos revoluciones por el precio de una.

Si bien Abengoa se quedó con la patente del conversor de etanol en hidrógeno, a la hora de negociar Innova-T consiguió que la propiedad intelectual del proceso quedara en manos del LPC, fuera de lo cual el laboratorio argentino tiene las puertas abiertas para patentar todas las mejoras e innovaciones emergentes. También en esto el papel de un organismo de vinculación ágil como esta agencia del Conicet resultará fundamental.

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