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Laiseca se mete con la Historia
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Un crítico describe Las cuatro torres de Babel, la novela de Alberto Laiseca editada por Simurg, como "artificio verbal puro", pero en el buen
sentido.
(La Nación) Detrás de todo gran libro, siempre puede sospecharse un gran plagio. Entre nosotros, el rosarino Alberto Laiseca merecería el premio a la
honestidad literaria, ya que es uno de esos raros escritores que no disimulan el papel de calcar bajo la mesa, ni mucho menos reniegan de las fuentes. Incluso ha
escrito una resuelta apología del género en Por favor plágienme, donde bajo la forma de un diario íntimo de lecturas imita y pasa revista a aquellos
narradores cuyo estilo siente más próximo al suyo. Algo parecido suele ocurrir con un programa de televisión satelital, en el cual el escritor se solaza relatando,
oralmente y con un notable manejo del suspenso, ficciones de otros "cuentos de terror" por lo general mientras fuma un cigarrillo interminable.
Con una pedantería que es también una confesión de timidez, Las cuatro torres de Babel (editado por Simurg) comienza remedando la hipnótica prosa
de las nueve Historias de Heródoto, el padre de la historiografía occidental, explorador de los antiguos reinos de Egipto y Babilonia. Sin embargo,
enseguida, el relato se aparta del estándar clásico y comienza a funcionar en una zona de completo delirio en la que Heródoto sigue sonando a Heródoto, al
mismo tiempo que deviene en una suerte de novelista lisérgico de ciencia ficción. Lo que se extiende después, a lo largo de estas abigarradas doscientas
páginas, no resulta nada fácil de sintetizar, pero es más o menos como si Philip K. Dick, bajo los efectos de una de sus crisis psicóticas, hubiera penetrado en
los misterios de la biblioteca de Alejandría y luego, inauditamente, hubiera vuelto a desembarcar en los años de la más frenética globalización tecnológica con el
legendario décimo volumen de las Historias rescatado de las llamas.
A medio camino entre el idiota del pueblo y un especialista en pirámides egipcias, la lengua que habla aquí el narrador ha sabido sacar asimismo un excelente
partido de la lección de los clásicos. No sólo al presentarnos los conflictos del mundo actual con el extrañamiento propio de un historiador antiguo, sino también
al intentar rescatar el género novelístico del trasnochado melodrama verista, y volver a situarlo en sus coordenadas originales, junto a la poesía épica. Bajo el
pretexto de narrar la odisea bélica de un pueblo apócrifo (los Bonetes Amarillos) que -aliado con los Bonetes Rojos- se propone invadir una no menos ficticia
Unión Soviética, el autor de Los Sorias ha delineado un cuadro renacentista donde los más sofisticados argumentos de la teología y los motivos
naturalistas de la mitología se mezclan con los más extraños experimentos tecnológicos.
En la literatura, el realismo puede surgir de la pura malevolencia y la desconfianza hacia lo real. Cada vez que un chico averigua que sus padres le mienten y
divulga con rencor la noticia de que los reyes magos no existen, se puede decir que ha nacido un escritor realista. Sin embargo, habrá que repetirlo una vez más:
no está en absoluto probado que el hombrecito de saco que viaja en subte todos los días a la oficina sea algo más verídico que la momia de Tutankamón o los
cuentos de hadas. Las cuatro torres de Babel es, entre otras muchas cosas, una cachetada a las "sinceridades" del realismo, un puro artificio de la
imaginación que se regodea con las palabras. No tiene argumento ni avanza por encadenamientos demasiado lógicos; tampoco deja traslucir situaciones ni
caracteres muy definidos. Por el contrario, intenta mostrar cómo lo real acuerda punto por punto con el montaje del deliro.
Comentario del libro:
Decía Goethe que "Los Dioses sólo escuchan a aquellos que les piden lo imposible". Ahora bien, Las cuatro torres de Babel nos habla de las cuatro
maneras de conseguir ese imposible. Son gigantescas máquinas mágicas destinadas a derrotar al Anti-ser, al Príncipe de las Tinieblas. Fue un gran esfuerzo
escribir esta obra porque en ella juego con los estilos de los historiadores antiguos: Tito Livio, Tácito, Plutarco, Polibio de Megalópolis, Suetonio, Tucídides y,
sobre todo, Heródoto. Se supone que la novela es el Undécimo Libro de la Historia, que se quemó con la Biblioteca de Alejandría. El escrito empieza y
termina con el estilo exacto de Heródoto, pero a las pocas páginas la novela entra en locura y ontología creadora. Es uno de mis ejemplos más claros de lo que
llamo "realismo delirante". En ningún momento, como lectores, perdemos de vista el problema del Mal, que éste posee una horrible realidad y qué podemos
hacer para combatirlo.
Alberto Laiseca
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