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Un 'Big Bang' a 100 metros bajo tierra
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El CERN está a punto de finalizar la construcción del mayor acelerador de partículas. Se simulará el nacimiento del Universo para detectar componentes elementales.
Simular el nacimiento del Universo no es una tarea sencilla. Primero hay que excavar un túnel subterráneo a 100 metros
de profundidad, en cuyo interior se debe construir un anillo
metálico de 27 kilómetros, enfriado por imanes superconductores cuya función es mantener una temperatura muy
fresquita, nada más y nada menos que de 271 grados bajo cero.
A continuación, hay que añadir a la receta dos puñados de protones, lanzados al vacío de este tubo subterráneo en
direcciones opuestas, y a una velocidad inimaginable que
prácticamente debe rozar la de la luz. Es entonces cuando las múltiples colisiones de partículas que se produzcan en el
interior del anillo reproducirán las condiciones que existían
inmediatamente después del Big Bang, ese descomunal estallido cósmico que dio el pistoletazo de salida a nuestro
mundo.
Todo esto podría parecer sacado directamente de una película futurista inspirada en la última novela de Arthur C.
Clarke, pero no estamos hablando de ciencia ficción. En el corazón
de la cordillera del Jura, justo en la frontera entre Francia y Suiza, el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares
(CERN), está ultimando la construcción del Gran Colisionador de
Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés), el acelerador de partículas más grande y potente del mundo.
Una vez que se instalen todos los componentes de esta faraónica instalación científica –cuyo coste total supera los
40.000 millones de euros y ha tardado más de 15 años en
construirse–, unos 10.000 investigadores de 500 instituciones académicas y empresas esperan descubrir nuevas claves
sobre la naturaleza de la materia y los ladrillos fundamentales
de los que se compone el Universo.
Cuando el LHC entre en funcionamiento, previsiblemente en los primeros meses de 2008, las partículas que se inyecten
en su interior colisionarán aproximadamente 600 millones de
veces por segundo, desencadenando la mayor cantidad de energía jamás observada en las condiciones de un
laboratorio. Para los impulsores del proyecto, se trata de una de las
aventuras científicas más ambiciosas y apasionantes en toda la historia de la Física. Desde luego, trabajo no les va a
faltar a los investigadores de toda la comunidad científica
internacional que se dedican a intentar desentrañar las partículas más elementales de la materia: se calcula que cada año,
el LHC producirá tantos datos que se necesitaría una pila de
CDs de una altura de 20 kilómetros para almacenar toda la información generada por sus experimentos.
En las entrañas subterráneas del CERN
"El trabajo que se lleva a cabo en el CERN constituye una contribución muy importante al conocimiento de la
Humanidad para comprender el mundo que nos rodea", asegura Juan
Casas, un ingeniero de nacionalidad española –aunque nacido en Colombia y formado en Suiza– que ha participado en
el desarrollo del LHC e hizo de guía en la visita que realizó la
semana pasada EL MUNDO a las entrañas subterráneas del CERN. Son sobre todo dos inmensas preguntas, tan
antiguas como la curiosidad del Homo sapiens, las que inspiran el
trabajo de los científicos y técnicos que trabajan en esta impresionante caverna: ¿De qué se compone la materia de
nuestro Universo? Y, ¿cómo llegó a convertirse en lo que es?
Nuestro viaje al interior de este espectacular simulador del Big Bang se inicia en el lado francés de la frontera, donde se
ubica el Centro de Control del CERN, una gran sala repleta
de ordenadores con enormes pantallas (tres para cada operario), que recuerda un poco a la clásica imagen de los
controladores de la NASA en Houston. De hecho, la complejidad
de las instalaciones y los experimentos del CERN no es menos impresionante que la de una misión espacial.
Aquí es donde, una vez que se ponga en funcionamiento el LHC, los técnicos deberán asegurarse de que todas las
condiciones necesarias para la buena marcha del experimento
estén bajo control: por ejemplo, los sistemas criogénicos que deben mantener ese inimaginable frío de 271 grados bajo
cero o los campos electromagnéticos que deben asegurar que
la aceleración de los haces de partículas recorran los 27 kilómetros del anillo subterráneo a un 99,99% de la velocidad
de la luz.
Si todo sale como previsto y se cumplen todas las expectativas de los científicos, se calcula que cada segundo, un
protón dará 11.245 vueltas al anillo del LHC. Teniendo en cuenta
que cada haz de estas partículas tendrá una duración de 10 horas, se estima que recorrerá un total de 10.000 millones
de kilómetros (suficiente para llegar hasta Neptuno y volver).
Un coche viajando a 1.600 kilómetros por hora
Cuando la impresionante trayectoria de estos protones se compara con los objetos de nuestra vida cotidiana, los
resultados que emergen son alucinantes: la energía requerida por el
haz de protones al viajar por el acelerador es el equivalente a un coche viajando a 1.600 kilómetros por hora en el carril
rápido de una autopista imposible. Otro ejemplo: la cantidad
de energía almacenada en los imanes superconductores que mantendrán la temperatura a -271° sería suficiente para
derretir 50 toneladas de cobre.
El LHC, según nos explican los técnicos en el Centro de Control, está dividido en ocho sectores de 3,3 kilómetros. De
momento, sólo se ha logrado el enfriamiento de uno de estos
sectores a la temperatura necesaria para llevar a cabo las colisiones que simularán las condiciones del Big Bang. "Aún
queda bastante trabajo por delante", reconoce el doctor Casas,
"pero esperamos que para finales de este año habremos alcanzado este objetivo en los ocho sectores del acelerador".
El Centro de Control del CERN es también donde se vigila durante las 24 horas del día la seguridad de todo el personal
que trabaja en sus instalaciones. Al ser preguntado por el
peor escenario imaginable, el doctor Casas responde: "Lo más grave sería una pérdida del vacío en el LHC que
provocaría un escape de helio, con posible riesgo de asfixia". No
obstante, Luigi Serio, el ingeniero italiano que coordina el Centro de Control, le quita hierro al asunto, asegurándonos
que "toda la instalación tiene sistemas automáticos de seguridad
muy eficaces que neutralizarían el riesgo de cualquier incidencia".
El detector de partículas ATLAS
La siguiente parada de nuestro viaje en el tiempo hacia el renacimiento del Universo nos lleva a cruzar la frontera a Suiza
para bajar ya a las entrañas de la caverna científica en uno
de sus puntos clave: el detector de partículas ATLAS. En total, hay cuatro detectores de este tipo en el CERN –los
otros tres se conocen como ALICE, LHCb y CMS–, pero el
más grande y potente es el ATLAS. En su interior es imprescindible llevar en todo momento un casco de protección
para evitar golpearse con la maraña de tuberías, alambres, grúas
y cables que nos rodean por todas partes.
Al entrar en la espectacular nave del ATLAS, lo primero que choca es el ensordecedor ruido de los compresores, unos
inmensos contenedores que contienen hasta 10.000 litros de
helio líquido. "Lo que hacemos aquí es comprimir el helio para expandirlo y enfriarlo", explica el ingeniero holandés
Herman Ten Kate, nuestro guía en esta parte de la visita. "Éste es
uno de los procesos fundamentales que llevamos a cabo para lograr el frío que necesitamos para realizar con éxito los
experimentos del LHC", asegura. Durante nuestro recorrido del
ATLAS, que aún se encuentra en construcción, somos testigos de la impresionante odisea de ingeniería que supone la
instalación de las inmensas piezas de este gigantesco mecano
subterráneo.
De repente, nos quedamos anonadados al ver cómo una grua inicia el traslado de una gigantesca estructura hexagonal
que a lo largo de los próximos días se introducirá por una
cavidad circular para descender 90 metros e instalarse en las tripas del detector. "A esa pieza ya la quedan pocos días
para estar en su sitio", nos asegura Ken Tate sin inmutarse,
evidentemente acostumbrado a ver este espectáculo todos los días. A continuación, llegamos al momento culminante de
la visita: el ascensor en el que descendemos 90 metros a la
estructura central del ATLAS, donde nos quedamos estupefactos ante los inmensos anillos metálicos en sus extremos,
que ascienden a una altura de 25 metros.
El objetivo del ATLAS, como de los demás detectores, será identificar las partículas desconocidas que surjan de las
colisiones de protones que se produzcan en el interior del anillo
del LHC. Se trata de una aventura científica comparable a la de los locos pioneros que buscaban oro en el Oeste
americano. "Hay que tener mucha paciencia para encontrar lo que
buscamos", nos dice Ten Kate. "La realidad es que el 99,9% de lo que detectemos no nos va a servir para nada, pero
al final esperamos comprender mucho mejor la naturaleza
esencial de la materia".
Fuente: El Mundo. Aportado por Gustavo Courault
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Más información:
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El Big Bang, pero en serio
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