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F i c c i o n e s

DESMADRE EN EL CAMPUS GRAVITATORIO
Carlos Atanes

España

—¡Qué dirá mi padre cuando se entere de esto! —exclamó Lisardo, tirándose de los pelos.
      Trini no contestó. Estaba clavada en su butaca, con la mirada perdida en el infinito que se abría ante ella. Hacía rato que no prestaba atención a los lamentos de su novio.
      Lisardo rompió a llorar, incapaz de articular más palabras. De reojo iba mirando a Trini, esperando un consuelo que no llegaba. Así transcurrió una eternidad.
      —Lisardo... —dijo Trini al fin—. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
      —No lo sé. No tengo ni idea. Maldita sea.
      —Pero fijaste la trayectoria al salir, ¿no?... ¿qué ha pasado?
      —Te he dicho que no lo sé. El navegador, supongo. Se habrá vuelto loco.
      Las lucecitas de la consola principal se encendían y apagaban con normalidad, y el murmullo de las válvulas era el habitual. Todo estaba en orden dentro del vehículo.
      —Es muy raro lo que se ve ahí afuera, Lisardo.
      Trini estaba hipnotizada por el espectáculo que se desarrollaba al otro lado del cristal del parabrisas: la gran vomitada cósmica precipitándose en espiral por el desagüe. El infierno es en verdad rarísimo.
      —¿Y bien? —preguntó Trini, desviando por fin su mirada del paisaje y posándola sobre Lisardo.
      Viendo que éste no reaccionaba, le clavó un dedo en las costillas. Lisardo dio un respingo:
      —... ¿Y bien?... ¿cómo que «y bien»?...
      —¿Qué hacemos ahora?
      —¡Morirnos!... Y si nos nos morimos aquí, nos matará mi padre. Bueno, a ti no sé. Pero a mí me mata seguro. Compró este cohete la semana pasada.
      —El cohete, el cohete... Caemos en un agujero negro y a ti sólo te preocupa el cohete de tu padre.
      —Cómo se nota que no eres tú quien ha cogido las llaves sin pedir permiso —le espetó Lisardo, enojado.
      —Te dije que no lo hicieras, pero como eres así de chulo...
      —Creo recordar que fuiste tú quien decidió salir de excursión a otra galaxia el viernes por la tarde.
      —Podríamos haber ido en mi cohete, pero te chincha que conduzca yo.
      —¡Eso no es cierto!... Yo sólo quería... darte una sorpresa.
      —Pues menuda sorpresa me has dado —concluyó Trini, cruzándose de brazos.
      Cuando Trini (líder del grupo de animadoras del instituto) zanjaba una discusión, la zanjaba. Lisardo sabía que no era prudente insistir. Además, en esta ocasión ella tenía razón. Lisardo se había comportado como un adolescente, algo inadmisible en un joven de diecisiete años. No se puede ir por ahí como un loco, saltándose semáforos a velocidades cercanas a la de la luz sin haber aprobado el examen de conducción cósmica. Pero Lisardo prefirió presentarse ante Trini como un piloto consumado en la fiesta de fin de curso. Toda una temeridad, desde luego, pero la tercera cita no podía limitarse a una holo-película y unos batidos de chocolate. Sar, el marciano del curso superior, rondaba a Trini últimamente. Hacía rugir su moto espacial a la salida del instituto, y Lisardo se había percatado de que a Trini le gustaba el estruendo. Los marcianos son muy taimados, y unos consumados seductores de chicas terrícolas. Así que el cohete nuevo del padre de Lisardo fue como una señal del destino: una oportunidad perfecta de asegurar la relación con Trini espantando de paso a los moscardones indeseables.
      Pero los golpes de mala suerte pueden darse hasta en los rincones más recónditos del universo. Lisardo no programó bien la trayectoria y lo que podría haber quedado en simple extravío mutó, merced a un cruel infortunio, en tragedia. El cohete fue absorbido por un agujero negro con la misma rapidez con la que los agujeros negros lo absorben todo: con rapidez mayúscula, vaya.
      El desgarrón que los agujeros negros provocan en el continuo espacio-temporal da lugar a ciertos efectos curiosos. Entre otros, que el tiempo transcurra en su interior mucho más lentamente de lo que cabría colegir desde fuera. Por supuesto, a los astronautas arrojados a su interior les parece que los segundos duran lo mismo de siempre, pero no es así. En realidad, dentro del horizonte del suceso el tiempo no transcurre.
      —Lisardo, ¿cómo es posible que estemos hablando? —preguntó Trini con repentino interés, cayendo en la cuenta de lo paradójico de la situación.— Se supone que el tiempo no transcurre aquí dentro....
      —¿Aprobaste física relativista? No sabía que te iba tan bien en el instituto —dijo Lisardo, francamente asombrado.— ¿Lo saben tus amigas?
      —A ver si lo entiendo, ¿a qué viene esto?
      —No sé. Creía que sólo te interesabas por los chicos con cohete.
      Lisardo no debió decir eso. Nunca debió decirlo. Trini estaba un poco feilla enfadada, pero cuando estaba muy enfadada, un agujero negro parecía un barreño de plástico a su lado. Y ahora estaba muy, pero que muy enfadada.
      —Eres idiota, Lisardo. No voy a responder a eso. Pero qué idiota eres. ¿Sabes que te digo?... Que ojalá hubiera ido a la carrera de motos espaciales con Sar. Qué pequeño y miserable me pareces ahora. Vaya tarde me estás dando.
      —Oh, Dios mío, siento la sangre acumularse en mi cara. Oh, no...
      —¿Sientes vergüenza?
      A resultas de una sacudida del cohete, el líquido contenido en el vaso de batido de Lisardo, colocado en un hueco al lado del cambio de marchas, se derramó sobre sus pantalones.
      —No, no... Es el tirón gravitacional. Poco a poco la nave se va deformando... Nos estiraremos como chicles, hasta desintegrarnos.
      Lisandro hizo un gesto crispado con las manos abiertas, separándolas como si las despegara con violencia.
      —¡Cenizo!, que eres un cenizo.
      —Vamos a morir como ácaros en una licuadora.... ¿No te das cuenta?... ¡Es terrible!
      —¿Por qué no te callas? Fíjate, se me están encogiendo los pechos. ¡Qué sensación tan deprimente!
      ¡En menudo embrollo se estaban metiendo estos mozos!... Sin embargo, en la otra punta de la galaxia, en el chalé adosado de la familia de Lisardo, el tiempo transcurría, digamos, mucho más deprisa. Un instante de Plank era lo que tardó el cohete pilotado por Lisardo en atravesar el horizonte del suceso del agujero negro. Y antes de que Lisardo o Trini hubieran empezado a hablar, a percatarse siquiera de que se hallaban en el borde mismo del abismo, en la otra punta de la galaxia había dado tiempo para que el padre de Lisardo volviera del trabajo, besara a su mujer, descubriera el hurto de su cohete, engendrara otro hijo, se jubilara, muriera, muriera también su hijo, el nieto al que nunca conoció, su tataranieto, toda la descendencia de éste, todos los coetáneos de su descendencia, toda la especie que sucedió a la especie humana, también la siguiente (exterminada por una severa blitzkrieg alienígena), todas las especies que sucedieron a ésta, etcétera. Resumiendo, desapareció el planeta, el sistema planetario, el trozo de galaxia donde se hallaba, la galaxia entera, el cúmulo de galaxias, el supercúmulo, todas las galaxias y todo el gas cósmico y toda la materia oscura. Hubo una gran implosión y todo, lo que se dice todo, se apretujó en un punto matemático.
      Bueno, todo no. El agujero negro del que hemos estado hablando, por ejemplo, quedó al margen. Nadie puede comerse el agujero de una rosquilla. El orificio sigue ahí, por mucho que estrujemos la rosquilla en la mano. Harina de otro costal es que mengüe el agujero. Durante un instante, pues, cosa de un suspiro, lo que media entre el «Big Crunch» y el subsiguiente «Big Bang», encontramos a Lisardo, Trini y el cohete embuchados en un agujero negro del tamaño de un muón. Pero ellos ni se enteran. De hecho, apenas han comenzado a hablar. Aún se están preguntando si el navegador se ha vuelto loco o no (revísese el comienzo de este relato).
      Y, querido lector, como usted ya habrá adivinado, esta historia le está siendo referida también desde ese momento en el tiempo (o en el no-tiempo, como prefiera) sito entre el «Big Crunch» y el «Big Bang». No podría ser de otra forma, puesto que difícilmente este humilde narrador podría recordar nada de lo acontecido con anterioridad al «Big Crunch» después de sufrir los constreñimientos de éste y luego los esguinces salvajes del «Big Bang». Digamos que el universo pasa página y no hay forma humana de recordar lo que pudiera ocurrir antes del trinchamiento final, una suerte definitiva de tabula rasa. Este es el motivo por el que será futuro el tiempo verbal utilizado a partir de ya.
      Pues bien, comoquiera que un agujero negro, en tanto que hoyo en el tejido espacio-temporal, se conoce que es topológicamente igual a un calcetín, lo que otrora fuera un agujero negro por fuerza habrá de volverse del revés luego del colapso gravitatorio universal. Esto es, lo que fuera negro (y tragón) será blanco (y regurgitador) a partir de ahora. Y entonces Trini dirá:
      —¡Que sensación tan orgásmica! Fíjate, me están creciendo los pechos. ¿Qué me dices?
      —¡Es fantástico!... ¿Te das cuenta? —responderá Lisardo—. Vamos a vivir en perpetuo amancebamiento.
      —¡Tunante!, que eres un tunante.
      Lisandro hará un gesto suave con las manos, entrelazándolas amorosamente.
      —Retozaremos como peluches, hasta fundirnos... Presta, la nave se va enderezando. Es el empujón gravitacional... ¡Vaya que sí!
      El líquido vertido en los pantalones de Lisardo saltó al interior de su vaso de batido, colocado en un hueco al lado del cambio de marchas. A resultas de esto, el cohete sufrió una sacudida.
      —¿Estás entusiasmado?
      —Pues claro... Siento la sangre acumularse en mi... en mi... ¡Oh, Virgen santísima!
      —Menuda tarde se nos avecina. Qué grande y potente me pareces ahora. ¿Sabes que te digo?... Que no iré nunca con Sar a una carrera de motos espaciales. Eres maravilloso. Déjame decirlo otra vez. Qué maravilloso eres, Lisardo.
      Y es que Trini estará encantada, encantada de verdad. Trini estará guapísima cuando esté encantada, pero cuando esté encantada de verdad, un agujero blanco parecerá un taperware usado a su lado.
      —Sé que sólo te interesas por el cohete de los chicos. Lo sé.
      —Qué bien que me digas esto. Tú si que me entiendes.
      —Pero tus amigas me han dicho... —fingiendo madurez, Lisardo continuará:— Sé que te va mal en el instituto. ¿Suspenderás física relativista?
      —El tiempo pasa volando —dirá Trini, intentando desviar la conversación—. ¿No sería posible dejar de hablar?... Lisardo...
      Trini zanjará la conversación sin motivo. A los astronautas expulsados al exterior de un agujero blanco les parece que los segundos transcurren mucho más deprisa de lo que transcurren en realidad. Lisardo romperá a reír, incapaz de frenar su verborrea. Las lucecitas de la consola principal se encenderán y apagarán como locas, y las válvulas aullarán.
      —Es muy raro lo que está pasando aquí dentro, Lisardo —dirá Trini, mirando de reojo a su novio.
      A Trini le desagradará el estruendo de los ingenios espaciales, y Lisardo se cuidará mucho de no pasar ante ella por un escandaloso motter, arrogante y hortera, como un patético niñato marciano de tres al cuarto cualquiera. Las chicas terrícolas sienten verdadera repulsión por los marcianos. Lisardo será un piloto consumado, el primero de su promoción. Cauteloso, prudente... sigiloso. Los golpes de fortuna sin duda se dan por todo el universo, pero Lisardo no los necesitará. Se comportará como un hombre adulto y programará la trayectoria con una pericia pasmosa. Dirigirá el cohete directamente hacia la otra punta de la galaxia.
      —¡Qué diría mi madre si se enterase de esto! —exclamará Trini, brincando en su butaca y tirando de los pelos de Lisardo.


CARLOS ATANES

Carlos Atanes (1971) reside en Barcelona, antiguo asentamiento íbero, que con posterioridad ha venido siendo griego, cartaginés, romano, visigodo, musulmán, franco y catalán. Existe un asteroide de rotación rápida y superficie rojiza, descubierto por un barcelonés, que se llama Gothlandia, en alusión a Gothland (Tierra de Dios), el nombre con el que los godos re-bautizaron a la actual Barcelona. Pues bien, Atanes no sólo reside en una ciudad con nombre de asteroide, sino que nació y seguramente morirá en ella. Seguramente, que no seguro, pues el apellido Atanes deriva del griego a-thanatos, esto es, el inmortal. Pero de aquí a que llegue el momento de comprobar la eficacia de semejante apellido (algunos familiares se han ocupado de desmentir dicha eficacia muriéndose), Atanes va matando el tiempo escribiendo todo tipo de cosas, unas de ciencia-ficción y otras no, y dirigiendo películas, unas de ciencia-ficción y otras no, como puede comprobarse visitando su página web, www.carlosatanes.com, compulsivamente reactualizada. Hasta ahora ha publicado varios artículos de escaso rigor científico en esta revista: El sueño de los dioses en Axxón 126, Johnny-B descolgó su teléfono en Axxón 127, El principio de incertidumbre resuelto en Axxón 131, y Doblemente lunáticos en Axxón 136.


Axxón 138 - Mayo de 2004

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