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15/Sep/07



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¿La orientación política está condicionada de manera innata?

Investigadores comprobaron que, en promedio, la gente autodenominada como "progresista" tuvo en un experimento 2,5 veces más actividad en el cíngulo anterior cerebral -la región relacionada con el manejo de la "conflictividad"- que sus compañeros "conservadores".

Un experimento neurológico ha podido determinar las inclinaciones políticas de sus voluntarios midiendo su actividad cerebral. En estudios previos, se había establecido un fuerte vínculo entre las inclinaciones políticas y el perfil de la personalidad. Los psicólogos habían notado que, en promedio, los individuos políticamente conservadores tienden a tener orden y estructura en sus vidas, son más conscientes en la toma de decisiones y, en definitiva, muestran estilos cognitivos más estructurados y persistentes. Los progresistas, por el contrario, muestran mayor tolerancia a la ambigüedad y complejidad, y se adaptan más fácilmente a circunstancias inesperadas.

Un grupo de científicos de la Universidad de Nueva York y de la Universidad de California en Los Ángeles, espoleados por estos datos, han estudiado la hipótesis de que estos perfiles políticos están relacionados con diferentes funciones neurocognitivas, encontrando que muchas veces el progresismo está asociado con una fuerte actividad del cíngulo anterior cerebral, región relacionada al manejo de la "conflictividad". Esto sugiere mayores sensibilidades neurocognitivas a influencias que alteran el patrón de respuesta habitual.

En el estudio dirigido por David Amodio participaron 43 voluntarios diestros que fueron sometidos a 500 pruebas diseñadas para medir la habilidad de romper la respuesta habitual. En éstas se medía el tiempo de respuesta en apretar botones mientras se monitorizaba la actividad cerebral con un electroencefalograma.

Previamente se preguntó a los voluntarios sobre sus gustos políticos, desde un -5 (extremadamente progresista) a un +5 (extremadamente conservador). En el ejercicio computarizado se les sometía a un estímulo de 0,1 segundos. Éste podría ser una "M" o una "W" sobre la pantalla. En el primer caso, tenían medio segundo para apretar el botón de confirmación de la "M". En el segundo, no debían hacer nada.

Este ejercicio conocido como Go/No-Go es un ejemplo de monitorización de conflicto. La "M" aparecía un 80% de las veces durante el mismo, de tal modo que cuando aparecía la "W" los sujetos de estudio, al estar "entrenados" para apretar la tecla "M", tenían que afrontar un conflicto entre la respuesta entrenada y el nuevo estímulo.

El grado de conflicto se puede medir en la actividad cerebral en el cíngulo anterior (AAC en sus siglas en inglés). La gente que tiene más sensibilidad a la actividad de esta región cerebral responde mejor a esta clase de señales, de tal modo que adaptan su comportamiento más rápida y adecuadamente a un estímulo inesperado. Éste constituiría los que los especialistas llaman "ruptura no programada de rutina".

En el estudio aquí relatado los investigadores comprobaron que, en promedio, la gente autodenominada "progresista" tuvo en las pruebas 2,5 veces más actividad en el AAC y fueron más sensibles a la señal No-Go que sus compañeros "conservadores".

Según Amodio, los progresistas serían más sensibles a la necesidad de cambio y a la correspondiente adaptación del comportamiento, mientras que los conservadores serían menos flexibles a la hora de desviarse de la rutina habitual, aunque haya señales que le indiquen que debería hacerlo. Serían más "rígidos" que sus compañeros progresistas.

El investigador planea repetir el experimento con sujetos que tengan opiniones firmes en determinados temas polémicos, como el control de las armas.

Según Amodio, las inclinaciones políticas no serían una elección libre, sino que estarían determinadas por la manera en que se procesa la información en el cerebro. Sin embargo, Amodio no ha podido demostrar convenientemente si la actividad neuronal precede a la orientación política o si la orientación política condiciona la actividad cerebral. Según él, como la región cerebral encargada de manejar los conflictos se forma pronto durante la infancia, es probable que tenga una base genética, pero aunque los genes condicionen la orientación política, ésta puede modificarse por el ambiente. Además, el cerebro es muy maleable, y las funciones neuronales pueden cambiar como resultado de nuevas experiencias. Es de suponer entonces que siempre se puede cambiar de opinión.

Fuente: NeoFronteras. Aportado por Diego Barcia

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