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«Convertir el terror en arte es terapéutico»
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Clive Barker tiene una voz de ultratumba, que cultiva a base de puros. Con camisa negra y unos pantalones «de fantasía»,
parece uno de sus personajes, aunque no trata de infundir miedo ni impresionar a su interlocutor. Pese a su simpatía y
su sentido del humor, resulta natural que viva de fabricar pesadillas. Ha venido a Madrid acompañado por su pareja, y con
una hija de 19 años. Obviamente ninguno de los dos es la madre.
Escritor de culto, director de grandes éxitos, gurú del género y productor de filmes tan respetables
como «Dioses y monstruos», Barker se inició en los videojuegos «por ósmosis» debido a su pareja y su hija.
«No ha sido una búsqueda intelectual», confiesa. «Al mismo tiempo, cada vez me sentía más frustrado
con las películas, sobre todo por el tratamiento que se le daba al cine de terror en Hollywood. Allí, los
productores miran al público por encima del hombro».
Barker explica que cuando hizo «Candyman», al director y guionista (Bill Condon, ganador de un Oscar por la citada «Dioses
y monstruos») y a él les resultaba muy difícil tratar con los productores, «convencerlos de que dejaran
respirar a las películas, que los personajes tengan tiempo para desarrollarse, en lugar de ofrecer sólo
pedazos de carne». «Al final me sentí orgulloso», afirma, «pero todo el proceso era una constante pelea porque
ellos no tenían fe en el público. Suelen pensar que es tonto».
El hombre al que Stephen King calificara como «el futuro del terror» añade orgulloso que al alejarse del cine
(aunque el año que viene estrenará película), se puso a pintar óleos, a los 45 años,
y que en los próximos seis meses expone en Los Ángeles, Chicago y Nueva York. «Renunciar al cine supuso
una pérdida», admite, «porque me gusta colaborar, trabajar con otras imaginaciones, algo que enriquece mucho.
Es como jugar al tenis, pero con cincuenta personas... y una sola pelota».
Lo que no ha abandonado ni un instante es el mundo de las tinieblas, el horror, lo que le ha permitido reflexionar mucho
sobre su definición: «Hay muchas teclas diferentes. Desde un punto de vista, es un festín de las
abominaciones. Están las imágenes violentas, nauseabundas, que asociamos con nuestras entrañas.
Yo he hecho dos autopsias y he embalsamado a dos personas, por lo que estoy familiarizado con estos espectáculos
y si algo me habría gustado incorporar a este videojuego es el olor». Agrega que el ángulo opuesto es el
terror metafísico. «Como dice Pascal, el silencio infinito del espacio absoluto es lo que me asusta. Es como
la ausencia de Dios. Entre esos dos extremos hay muchos platos, como el efecto boom, un susto repentino fácil
de conseguir. Luego hay otras cosas que nos tocan algo instintivo como especie, como el canibalismo, y otras que nos
obligan a mirar cosas que quizá no querríamos ver, pero que nos fascinan. A mí me pasó con
«Saló, o los 120 días de Sodoma», de Pasolini. No podía ver las escenas de coprofagia, por mucho
que me repitiera: es chocolate, es chocolate».
El horror, esencia del hombre
El autor de los «Libros de sangre» dice que le preguntan a menudo por qué está interesado en el terror.
«Es evidente. Tiene que ver con la esencia misma de lo que somos. Seres vulnerables, con compasión, sensibilidad
y miedo, que vivimos en estructuras que se pudren. Convertir todo eso en una obra de arte es muy terapéutico, nos
ayuda a eliminar las toxinas».
Clive Barker está muy orgulloso de los resultados conseguidos con «Jericho»: «Son 15 horas de película en
las que el jugador también es cocreador. Le da forma al hilo argumental. Eso me resulta muy estimulante y abre
unas posibilidades extraordinarias. Desde luego, es más interesante que hacer «Hellraiser 10»». Defensor a ultranza
del videojuego como forma de expresión artística, relata una discusión que mantuvo con el
crítico Roger Ebbert. «Pontificando como siempre, dijo que un juego nunca será un arte. Lo que dice es
una mierda. Por supuesto que los juegos son arte, le respondí, aunque un arte joven. Él me dijo que yo
parecía un niño arrogante de cuatro años. Mantuve los nervios, algo que me resulta difícil
porque soy de origen irlandés e italiano y me apetecía agarrarle por el cuello y sacudirle. Pero es un pobre
viejo y preferí dejarlo tranquilo». Por si acaso, nadie le llevó la contraria.
Fuente: ABC . Aportado por
Gustavo Courault
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