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¿Amenaza la inteligencia electrónica a la humana?
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George Johnson (NYT) analiza en este interesante artículo cómo los humanos utilizamos Internet... o como ella
nos utiliza a nosotros.
En el siglo XII de nuestra era, cuando se tradujo al latín el tratado árabe Sobre el arte hindú del cálculo, se
instaló en el mundo occidental el moderno sistema decimal, un avance que se aprecia más si se intenta hacer divisiones
largas con números romanos. El nombre del autor, el erudito bagdadí Muhammad ibn Musa al Juarizmi, se
latinizó a Algoritmi, que luego cambió ligeramente a algoritmo, lo cual no significa más que una receta para
resolver problemas paso a paso.
Fue Internet la que privó a la palabra de su inocencia. Los algoritmos, tan firmemente protegidos como
secretos de Estado, compran y venden acciones y títulos hipotecarios, a veces con un celo desapasionado que hunde
mercados. Los algoritmos prometen encontrar las noticias que nos interesan, incluso la pareja perfecta. No podemos
visitar Amazon.com sin enfrentarnos a una lista de productos recomendados por el Gran Algoritmi.
Sus intuiciones, por supuesto, no son más que cálculos; con suficiente tiempo, se podrían efectuar con piedras. Pero
cuando se procesan tantos datos con tanta rapidez, el efecto es como de oráculo y casi opaco. Ni siquiera echándole
una ojeada a los secretos comerciales cibernéticos podríamos desentrañar los cómputos. Mientras ves, junto a la
esposa que encontraste a través de una agencia matrimonial virtual, películas alquiladas por Internet, bien podrías ser un
avatar dentro de un juego de realidad virtual. El sistema operativo te ha absorbido.
Recientemente, la noticia ofrecida por los ejecutivos de MySpace de unos nuevos algoritmos que utilizarán la
información sobre páginas personales de los usuarios y reunirán anuncios específicos apenas provocó un respingo. La
idea de automatizar lo que antes se llamaba criterio pasó de radical a habitual.
Lo que se está extendiendo por Internet no es exactamente inteligencia artificial. A pesar de todas las investigaciones
efectuadas sobre ciencia cognitiva e informática, los algoritmos más formidables del cerebro -los usados para reconocer
imágenes o sonidos o entender el lenguaje-, eluden la simulación. La alternativa es incorporar personas, con sus
habilidades especiales, como componentes de la Red.
Si entramos en Google Image Labeler (images.google.com/imagelabeler) enseguida nos emparejarán de manera
aleatoria con otro internauta aburrido -de Corea, tal vez, o de Omaha, Nebraska-, que ha aceptado jugar. Google nos
enseña una serie de fotos obtenidas de Internet -el sol poniéndose sobre el océano o un cometa atravesando el
espacio-, y los jugadores obtienen puntos escribiendo tantas palabras descriptivas como puedan. Los resultados se
almacenan y analizan, y mediante esta simbiosis humano-máquina Google refina sus algoritmos de búsqueda de
imágenes.
El proyecto sigue siendo experimental. Pero el concepto no es tan distinto de lo que ocurre durante una búsqueda en
Google. La red de computadoras que responden a la búsqueda presta atención a qué resultados preferimos leer.
Recopilamos datos de la Red mientras la Red recopila datos sobre nosotros. El resultado es una acumulación estadística
de qué buscan los usuarios, una percepción aproximada de qué significa el lenguaje de éstos.
En la década de 1950, William Ross Ashby, psiquiatra y cibernauta británico, anticipó algo parecido a esta fusión al
escribir sobre la ampliación de la inteligencia: el pensamiento humano ayudado por máquinas. Pero son las dos
inteligencias, la biológica y la electrónica, las que se están ampliando.
Hace varios años, SETI@home se convirtió en vehículo para que los propietarios de ordenadores donaran sus
capacidades de procesamiento no utilizadas para el análisis intenso de los números necesarios para clasificar los datos
telescópicos en busca de vida extraterrestre. Ahora, un sitio dirigido por Amazon.com, Mechanical Turk
(www.mturk.com), nos pide que le prestemos nuestro cerebro. Llamado así en honor a un autómata ajedrecístico del
siglo XVIII que resultó tener un humano oculto en su interior, el Mechanical Turk ofrece a los voluntarios la oportunidad
de buscar al aviador desaparecido Steve Fossett examinando fotos de satélite. O se pueden ganar unos cuantos
céntimos efectuando otras tareas que desconciertan a los ordenadores: catalogar sitios de Internet ("sexo explícito",
"artes y ocio", "automoción"), identificar objetos en imágenes de vídeo, resumir o parafrasear fragmentos de texto,
transcribir grabaciones sonoras, especialidades en las que el cerebro humano destaca.
En un artículo de 1950 titulado Computing machinery and intelligence [Maquinaria informática e inteligencia],
Alan Turing preveía un día en el que resultase difícil encontrar la diferencia entre las respuestas de un ordenador y las de
un ser humano. Quizá lo que no previó fue cuánto se desdibujarían los límites.
¿Cómo se cataloga Wikipedia, la enciclopedia generada por los usuarios que es un mecanismo extenso con
piezas humanas reemplazables? Si presentamos o cambiamos un artículo, se pone en funcionamiento un enjambre de
cálidos, y a veces acalorados, ejercicios de lectura de pruebas, haciendo correcciones y correcciones a las
correcciones.
O quizá Wikipedia se parezca más a un organismo, con glóbulos blancos humanos protegiendo su integridad. Sólo un
utópico podría haber predicho lo dispuestos que estamos los humanos a trabajar gratis. Somos más baratos que el
soporte físico; algo bueno, teniendo en cuenta lo difícil que somos de duplicar.
Fuente: El País. Aportado por Francisco Costantini
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