13/Feb/08!f>
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Las palabras no significan lo que significan
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Cuando las personas hablan, se sueltan discursos unas a otras, hacen mucho juego de escena, eluden, titubean y utilizan
todas las maneras de vaguedad e insinuación.
En la película Tootsie, el personaje de Dustin Hoffman está disfrazado de mujer y le habla a una joven y hermosa actriz
interpretada por Jessica Lange. Durante una sesión de charla de mujeres muy tarde en la noche, el personaje de Lange
dice, "¿Sabes qué deseo? Que un tipo sea lo bastante honesto para venir a mí y decir, 'Podría soltarte un gran discurso,
pero la simple verdad es que te encuentro muy interesante, y realmente me gustaría hacerte el amor'. ¿No sería un
alivio?"
Más adelante, en la película, una vuelta del destino los reúne en un cóctel, esta vez el personaje de Hoffman vestido
como hombre. La actriz no lo reconoce, y él intenta el discurso con ella. Antes de que siquiera pueda terminar, ella le
lanza un vaso de vino a la cara y se aleja furiosa.
Cuando las personas hablan, se sueltan discursos unas a otras, hacen mucho juego de escena, eluden, titubean y utilizan
todas las maneras de vaguedad e insinuación. Hacemos esto y esperamos que los otros lo hagan, y sin embargo y al
mismo tiempo declaramos anhelar una verdad llana, que las personas digan lo que quieren decir, simple como eso. Tal
hipocresía es humana y universal.
Las insinuaciones sexuales son un ejemplo clásico. "¿Le gustaría venir a ver mis grabados?", ha sido reconocida como
una frase con doble sentido durante tanto tiempo que en 1939 James Thurber pudo dibujar la tira cómica de un hombre
desdichado en el vestíbulo de un departamento diciendo a su invitada, "Usted espere aquí, y bajaré los grabados".
La amenaza encubierta también tiene un estereotipo: el tipo listo de la Mafia ofrece protección con un suave tono,
"Bonita tienda tiene allí. Sería realmente una lástima si algo le pasara". Los polis de tráfico enfrentan a veces preguntas
no tan inocentes como, "Vaya, oficial, ¿hay alguna manera de que pueda pagar la multa ahora mismo?". Y cualquiera
que se haya sentado en una mesa a beneficio reconoce la eufemística frase, "Contamos con que usted demuestre
liderazgo".
¿Por qué las personas no dicen simplemente lo que quieren decir? La razón es que un compañero de conversación no es
un módem que descarga información en el cerebro del otro. Las personas son sumamente susceptibles sobre sus
relaciones. Siempre que usted habla con alguien, está suponiendo que los dos tienen cierto grado de conocimiento, que
sus palabras podrían modificar. Así que cada frase tiene que hacer dos cosas a la vez: expresar un mensaje y continuar
negociando esa relación.
El ejemplo más claro es la cortesía corriente. Cuando está en una cena y quiere la sal, no espeta, "Dame la sal". Más
bien usted usa lo que los lingüistas llaman un ruego-imperativo, como en "¿Sería tan amable de pasarme la sal?", o "Si
pudiera pasarme la sal, sería fantástico".
Tomado literalmente, estas frases son estúpidas. La segunda es una exageración, y la respuesta a la primera es obvia.
Por fortuna, el que las oye supone que el que las dice es racional y escucha entre líneas. Sí, su meta es pedir la sal, pero
lo está haciendo de una manera que primero se toma el cuidado de establecer lo que los lingüistas llaman "condiciones
de dicha", o los pre-requisitos esenciales para hacer un pedido sensato. La razón subyacente es que no se le ordene al
que escucha sino que simplemente se le pida o aconseje sobre una de las condiciones necesarias para pasar la sal. Su
objetivo es satisfacer su necesidad sin tratar al otro como un siervo que puede ser manipulado a voluntad.
Los conocidos cercanos evitan hacerlo para no verse como si estuvieran suponiendo una relación
dominante-subordinado sino más bien una entre iguales. También funciona de manera inversa. Cuando las personas
están en una relación subordinada (como un conductor con un policía), no pueden oírse como si estuvieran suponiendo
algo más que eso, de modo que cualquier soborno debe ser velado. Los recaudadores de fondos de beneficios, al
simular una atmósfera de amistad íntima con sus donantes, también pueden romper el hechizo con una proposición
desnuda.
Es en el ruedo de las relaciones sexuales, sin embargo, ese baile lingüístico puede ser más elaborado. En un episodio de
Seinfeld, George es preguntado por una chica si le gustaría subir a tomar café. Declina la invitación, explicando que la
cafeína lo mantiene despierto toda la noche. Más tarde se palmea la frente: "¡'Café' no significa café! ¡'Café' significa
sexo!". El momento es gracioso, pero es también un recordatorio de qué tan cuidadosamente deben pisar siempre las
parejas románticas. Haga una solicitud demasiado flagrante, como en Tootsie, y el que la escucha se ofenderá;
demasiado sutil, como en Seinfeld, y puede no ser comprendida por la otra persona.
En la arena política, un discurso mal calibrado puede conducir a consecuencias más serias que el vino en la cara o una
palmada en la frente. En 1980, Wanda Brandstetter, lobista para la Organización Nacional para la Mujer (NOW), trató
de lograr que un representante del estado de Illinois votara por la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA) pasándole
una tarjeta comercial sobre la que había escrito, "Sr. Swanstrom, el ofrecimiento de ayuda en su elección más 1.000
dólares para su campaña, por su voto en favor de ERA". Un fiscal llamó a la nota un "contrato de soborno", y los
jurados estuvieron de acuerdo con él.
Entonces, ¿cómo sobornan hoy a los legisladores los lobistas en Gucci Gulch? Lo hacen con insinuaciones. Si
Brandstetter hubiera dicho, "Como usted sabe, Sr. Swanstrom, NOW tiene su historia de contribución en campañas
políticas. Y ha contribuido más con los candidatos que tienen un registro de votación compatible con nuestros objetivos.
En estos días, uno de nuestros objetivos es la ratificación de ERA", habría evitado una multa, la libertad condicional y el
servicio comunitario.
El discurso indirecto también tiene una larga historia en la diplomacia. Al final de la Guerra de los Seis Días en 1967, el
Consejo de Seguridad de la ONU aprobó su famosa Resolución 242, que requería "la retirada de las fuerzas armadas
israelíes de los territorios ocupados en el reciente conflicto". La redacción es ambigua. ¿Significa, "algunos de los
territorios", o "todos los territorios"? En algunos aspectos era mejor no preguntar, ya que el fraseo era aceptable para
Israel y sus aliados sólo bajo la primera interpretación, y para estados árabes involucrados y sus aliados sólo bajo la
última. Por desgracia, durante 40 años los guerrilleros han estado debatiendo la semántica de la Resolución 242, y el
conflicto árabe-israelí continúa sin resolverse, para decirlo suavemente.
Esto no significa que una ambigüedad tan calculada no tiene efecto en la diplomacia. Después de todo, el lenguaje de un
acuerdo tiene que ser aceptable no sólo para los jefes sino para sus ciudadanos. Unos líderes razonables podrían llegar
por lo tanto a un acuerdo, mientras cada uno aprovecha las ambigüedades del trato para venderlo a las facciones más
belicosas de su país. Y además, los diplomáticos pueden apostar a que los tiempos cambiarán, a que las circunstancias
reunirán a los dos lados, y en tal situación podrán resolver las vaguedades amigablemente.
Cuando todo lo demás falla, como sucede a menudo, las naciones pueden resolver sus problemas sin ninguna palabra en
absoluto; y a menudo sin pelear tampoco. En estos casos, pueden retirarse a la comunicación a través de lo que es
conocido como rango de autoridad, también conocido como poder, estatus, autonomía y dominio. La lógica del rango
de autoridad es "No te metas conmigo". Sus raíces biológicas están en las jerarquías de dominio tan extendidas en el
reino animal. Un animal reclama el derecho a un recurso deseado sobre la base de tamaño, fuerza, antigüedad o aliados,
y los otros animales lo ceden cuando el resultado de la batalla puede ser calculado y ambos lados tienen interés en no
bañarse en sangre en una pelea cuyo ganador es un resultado previsible. Tales ademanes de espadas sonantes como los
de una mayor potencia militar realizando "ejercicios navales" en las aguas cercanas a la costa de un enemigo más débil
están exactamente basados en esta clase de preventivo recordatorio de fuerza.
Las personas a menudo hablan del discurso indirecto como un medio de salvar las apariencias. Aquí no nos estamos
refiriendo a una cuestión de herir sensibilidades, sino a una moneda social con valor legítimo. El poder expresivo de las
palabras nos ayuda proteger esta valiosa posesión, pero sólo mientras seamos cuidadosos. Las palabras nos permiten
decir las cosas que queremos decir y también las cosas que mejor sería no haber dicho. Nos permiten saber las cosas
que necesitamos saber, y también las cosas que deseamos no haber sabido. El lenguaje es una ventana en la naturaleza
humana, pero es también una fístula, una herida abierta a través de la cual estamos expuestos a un mundo infeccioso. No
es sorprendente que envolvamos nuestras palabras en cortesía, insinuaciones y otras formas de ambigüedad.
Fuente: Time Magazine De: Las Cosas del Pensamiento, de Steven Pinker. Aportado por
Graciela Lorenzo Tillard
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