25/Feb/08!f>
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¿Qué hay detrás del plan de EE.UU. para derribar un satélite?
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¿Detrás de la decisión del Pentágono de derribar un satélite espía
muerto está sólo el peligro de un tanque lleno de hidracina?
Probablemente no, pero la verdad es que usted no querría que caiga en su jardín, de todos modos.
Tal como su primo químico, el amoníaco, la hidracina puede causar daño en los pulmones, pero
apenas un olorcillo no lo matará de inmediato. Es también corrosivo, disuelve el cabello, y puede hacerle
cosas desagradables a su piel. El combustible para los cohetes también puede encenderse en contacto con superficies
oxidadas, y con tierra, madera o tela.
Pero si usted derrama un poco de esta cosa sobre la mayoría de las superficies, después de más o
menos un día desaparecerá si está en el exterior o si abre puertas y ventanas. Un derrame mediano en
el exterior no producirá un basural de residuos tóxicos de larga duración que pueda necesitar
de personal de limpieza con trajes espaciales, aunque los derrames en grandes cantidades, o en interiores, serían
un tema diferente.
Y ése es el problema; el tanque del satélite que se desploma contiene cerca de media tonelada de hidracina
congelada. Si se hubiese permitido que el satélite cayera a su antojo a la Tierra, el ejército y los
funcionarios de la NASA esperaban que el tanque lleno sobreviviera a la caída en el choque contra la superficie
terrestre. Un tanque de hidracina de la sonda espacial Columbia cayó al suelo después luego de que la nave
se desplomara sobre Texas. Por fortuna, el tanque del Columbia estaba casi vacío, pero el tanque del satélite
espía podría descargar su peligroso contenido sobre una área tan grande como dos campos de
fútbol.
Aún así, el riesgo de que la hidracina realmente se derrame en su jardín o en el patio
interior del Pentágono, para el caso es minúsculo. Pero el presidente George W. Bush dijo que no
quería arriesgarse.
El Pentágono y la NASA pensó que dispararle al satélite; como dijo el jefe de la NASA Mike
Griffin (en la fotografía) la semana pasada, o errarle por completo, o sólo abollarlo,
no iba a empeorar las cosas; al menos en lo relativo a un derrame de hidracina.
Los funcionarios del Pentágono dijeron que el satélite era un objetivo difícil para sus interceptores,
que fueron diseñados para darle a blancos mucho más calientes, los misiles nucleares. Pero esa
afirmación pudo tener la intención de reducir las expectativas. Si el Pentágono hubiese sonado
demasiado confiado y hubiese fallado el objetivo, eso podría haber convertido a EEUU en un hazmerreír
ante los ojos del mundo.
Después de todo, China derribó a uno de sus propios satélites el año pasado usando
tecnología relativamente simple. La mayor parte de la gente vio esa acción como una advertencia a EEUU,
cuyo controvertido sistema global de defensa con misiles depende de los satélites, incluso la ubicua red de GPS.
La semana pasada, China y Rusia apoyaron un tratado que prohíbe las armas en el espacio, aunque EEUU había
dicho que tales pactos le impedirían manejar cualquier futura amenaza a sus posesiones espaciales.
¿Es la más reciente decisión de dispararle al satélite espía una demostración
de que el país puede defender esas posesiones si surge la necesidad, y que lo hará? ¿O surge este
dedo inquieto en el gatillo del Pentágono de un deseo, compartido por los sistemas automatizados en Magrathea,
de "aprovechar la ocasión para aliviar la monotonía"?
Fuente: NewScientist. Aportado por Graciela
Lorenzo Tillard
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Artículo original
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