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Una sombra de nosotros mismos
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Mientras la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI) ingresa en una nueva fase, con el reciente comienzo de las
observaciones de señales de radio de otros mundos con el conjunto de telescopios Allen del Instituto SETI, la
comunidad científica internacional ha empezado a prepararse muy seriamente para la cascada de eventos que seguirían a
la detección de una civilización alienígena
Según Douglas Vakoch, entre las cuestiones más importantes sobre las que la humanidad reflexionará en ese día, está si
deberíamos responder, y si es así, qué deberíamos decir.
Si una señal desde las estrellas contiene un mensaje fácilmente comprensible, se presentan ante nosotros algunas
opciones. Quizás, algunos han dicho, un mensaje de los extraterrestres incluirá sus sugerencias de respuesta. Después de
todo, sigue el razonamiento, probablemente habrán hecho contacto con muchas otras civilizaciones antes que con
nosotros, de modo que serán muy expertos en los primeros pasos productivos en la comunicación entre especies.
Douglas Vakoch dice ser personalmente escéptico sobre nuestra capacidad de descifrar un mensaje de otro mundo con
facilidad. Pero ya sea que sepamos qué están diciendo, o que sólo tengamos pruebas de que la inteligencia existe más
allá de la Tierra, y si decidimos responder, necesitaremos decidir qué deberíamos decir de nosotros mismos.
Los vecinos más viejos
¿Pero qué podríamos decir que sea de interés para los extraterrestres?
Antes de responder a esa pregunta, debemos reconocer que cualquier extraterrestre con el que hagamos el contacto
bien puede ser mil o millones de años más avanzado que nosotros. ¿Por qué suponen esto los científicos del SETI?
Porque para que nuestra búsqueda tenga éxito, tiene que ser verdad.
Si la galaxia sólo está habitada por civilizaciones jóvenes que tienen capacidad de comunicación interestelar durante
apenas algunas décadas antes de que se autodestruyan o simplemente pierdan el interés en hacer contacto con otros
mundos, entonces estaremos efectivamente aislados, únicos en el universo. Si otras civilizaciones transmiten evidencias
de su existencia durante apenas unas décadas -el tiempo que los humanos han sido capaces de una comunicación
interestelar- y luego pierden el interés o la habilidad de hacer contacto, es sumamente improbable que el tiempo exacto
en que están transmitiendo y el tiempo en que estamos escuchando coincida. A una escala galáctica, donde el tiempo se
mide en miles de millones de años, es sumamente improbable que estas dos "señales" ocurran al mismo tiempo. Esto
sería tan improbable como que dos luciérnagas parpadeen una vez, exactamente en el mismo momento, durante el curso
de una noche larga y oscura. La ocasión de que ambas parpadeen simultáneamente es prácticamente cero; es más
probable que sus parpadeos ocurran separados por minutos u horas. De modo que también es improbable que dos
civilizaciones de corta vida que han evolucionado de manera independiente la una de la otra, comiencen a existir
precisamente en el mismo momento en la historia de catorce mil millones de años de nuestra galaxia.
Si escuchamos a una civilización distante, sobre bases puramente estadísticas es muy probable que sean nuestros
mayores.
Imágenes de luz y sombra
Por lo tanto, los mensajes más detallados enviados a otra civilización fueron las grabaciones producidas por las dos
sondas espaciales Voyager, que continuarán vagando entre las estrellas durante millones de años después de haber
terminado su misión principal de exploración planetaria dentro de nuestro Sistema Solar.
Quizás lo más común y sorprendente de las más de cien fotografías y dibujos en las grabaciones de las Voyager es que
las representaciones de la especie humana son universalmente positivas. Las fotografías abundan en imágenes de familia
y cooperación. Pero en ningún lugar en estas imágenes vemos una evidencia directa del costado más oscuro de la
humanidad. Ausentes están las imágenes de la pobreza y la guerra, de la degradación ambiental y del genocidio.
Presentar el costado positivo de la vida sobre la Tierra en las grabaciones de las Voyager fue un intento natural de
mostrar nuestro mejor aspecto. Pero, aduce Douglas Vakoch, quizás la contribución más importante que podríamos
hacer en una conversación interestelar sería reconocer esas partes de nosotros mismos de las que estamos menos
orgullosos.
Si la otra civilización es mucho más antigua que la nuestra, habrá logrado superar el cuello de botella de una tecnología
adolescente, donde la capacidad autodestructiva de una civilización supera su madurez social. Podríamos estar en una
posición desventajosa para aconsejar a otra civilización sobre cómo ser más sabios. Pero somos muy adecuados para
constituir un recordatorio de cómo es la vida para una civilización que no tiene confianza de que continuará existiendo en
los siglos y milenios venideros. Nuestra mayor contribución a un diálogo interestelar puede ser, no el énfasis sobre
nuestros logros y virtudes, sino el reconocimiento de nuestra debilidad y fragilidad. Y en el proceso, podemos aprender
importantes lecciones sobre nosotros mismos.
Reconocer nuestra sombra
El psicoanalista Carl Gustav Jung creía que la madurez dependía de la habilidad de comunicarnos con nuestro costado
"sombrío": esos aspectos de nosotros mismos de los que normalmente tratamos de escondernos. "Por desgracia, no
puede haber ninguna duda de que el hombre es, en general, menos bueno que lo que imagina o quiere ser", escribió
Jung. Y las consecuencias de no enfrentar nuestro costado sombrío son terribles. "Todos tenemos una sombra",
continuó Jung, "y cuanto menos se exprese en la vida consciente de un individuo, más negra y oscura es. Si una
inferioridad es consciente, uno siempre tiene la oportunidad de corregirla... Pero si es reprimida y aislada del
conocimiento, nunca será corregida".
Bien podemos imaginar un mensaje más completo que las grabaciones de las Voyager, que daban detalles adicionales
sobre nuestras culturas pero que omitían las actuales amenazas a nuestro ambiente, los costos de guerra, o el conflicto
entre naciones y etnias. Pero ese intento de exponer la mejor cara de nuestra situación actual, ¿no revelaría
involuntariamente una falla potencialmente mucho más peligrosa de especie humana: una tendencia a escondernos de
nuestros propios problemas y evitar las amenazas a nuestra misma existencia?
Algunos han sugerido que el mayor valor al entrar en contacto con otras civilizaciones podría ser la oportunidad de
echarle un vistazo a nuestro futuro. Si conocemos que otras civilizaciones han sido capaces de sobrevivir a través de su
adolescencia tecnológica, tendríamos nuevas razones para esperar que nuestra propia civilización también sobreviva.
Pero incluso si nunca hacemos contacto con otro mundo, el proceso de prepararnos para ese contacto puede ayudarnos
a ser mejores, humanos más integrados. Al reflexionar sobre cómo nos retrataríamos para otros mundos, también
tenemos la oportunidad de crecer en nuestra propia comprensión. Y parte de esa creciente auto comprensión puede
suceder a través del reconocimiento de esos aspectos de nosotros mismos que mejor sería que no fueran verdaderos,
pero que son parte de nosotros.
En cierto sentido, la composición de los mensajes para otros mundos se convierte en un proceso para ponernos en
contacto, no simplemente con los mundos más lejanos, sino con mundos desconocidos interiores. Y tal exploración
dentro de nuestras almas requiere de tanta valentía como construir y sostener telescopios que observarán las estrellas
durante décadas y siglos, buscando evidencias de vida más allá de la Tierra. Mientras miramos dentro, no olvidemos
mirar esas partes de nosotros mismos de las que nos gustaría apartar la mirada. Como Jung nos recordaba, "nadie
puede ser consciente de la sombra sin un esfuerzo moral considerable. Ser consciente de ella supone reconocer como
actuales y reales los aspectos oscuros de la personalidad. Este acto es la condición esencial de cualquier tipo de
auto-conocimiento".
Douglas Vakoch es director de Composición de Mensajes Interestelares en el instituto SETI y director del
cuerpo docente en el Instituto de Estudios Integrales de California.
Fuente: Space. Aportado por Graciela Lorenzo
Tillard
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Artículo original
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