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28/Jul/08



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"La palabra es mi oficio, me encanta trabajar con ellas, inventarlas"

La autora de Kalpa imperial cumple hoy 80 años, escribe todos los días y confiesa su admiración por el japonés Haruki Murakami

"Los dos, la mano y el libro, llegaron hasta aquí para que de tarde, cuando llueve, nos sentemos detrás del vidrio de la ventana por el que se ve la calle gris, los árboles y el cielo encapotado..." El párrafo sigue, describe la aventura de leer, de apropiarse de nuevos mundos, otras voces, otros colores. Y es uno de varios de los textos que componen el libro de charlas y conferencia A la tarde, cuando llueve de Angélica Gorodischer.

Es de tarde y llueve en Rosario. Angélica Gorodischer se sienta en su refugio de anaqueles tapizados en libros, sirve café e invita con galletitas dulces -pero lamenta que no sean "galletitas caseras"- mientras insiste en que "no se puede hablar de literatura con la panza vacía".

Y recién después del cafecito que la arranca definitivamente de su siesta esa señora que hoy cumple 80 años pero que también celebra sus 75 como lectora se larga a hablar de las palabras, instrumento de su oficio, y de sus primeras exploraciones en los universos de papel y tinta. Evoca las lecturas fugaces de textos prohibidos y desde el fondo de sus ojos añosos espía la pequeña que fue, la misma que se regocija cuando la mujer de pelo rojo se ríe con toda la cara.

La palabra nos hizo humanos. Hay quien dice que fuimos personas cuando nos pusimos de pie, aunque creo que al ponernos de pie lo que adquirimos fue el lumbago. Con él encima empezamos a hablar y entonces fuimos humanos. ¿Cuál habrá sido la primera palabra? Yo no tengo dudas de que la primera palabra la dijo una mujer. Seguro que salió muy tempranito de la cueva, vio cómo amanecía y pensó: 'Esto se lo tengo que contar a todos los demás'. Ahí nació la literatura, ahí nació Shakespeare y también Cervantes.

En este punto ya no hay cómo pararla, Gorodischer habla e imagina, se divierte especulando sobre las primeras palabras de las mujeres y las primeras palabras de los hombres. No se queda quieta, agita los pies para celebrar una ocurrencia y enseguida vuelve a la carga: La palabra es mi oficio. Me encanta trabajar con las palabras, respetarlas y también traicionarlas. Inventar palabras, eso disfruto, cuenta la autora de Mala noche y parir hembra.

¿Hay algunas palabras que le gusten especialmente?

Las palabras que me encantan son las que vienen del árabe. Alféizar, álgebra. No me digas que no son preciosas. Acabo de leer una nota de la escritora Salwa al Neimi en la que dice que el árabe es el idioma del sexo... Quizá.

Y si el árabe es el idioma del sexo, para Gorodischer el español es un idioma extranjero. ¿Por qué?

Porque tiene palabras que vienen del inglés, del francés, del catalán, del yidish, del ruso, de todos. Para mí está muy bien que así sea, que el idioma se apropie permanentemente de nuevas palabras. No creo en la pureza del lenguaje, cómo se le va a pedir al lenguaje que sea puro si no hay nada, ni en la cultura ni en la naturaleza, que lo sea.

En varias ocasiones ha dicho que más que enseñar a leer, lo importante es enseñar el placer de la lectura. ¿Recuerda cuándo fue que descubrió ese placer?

Yo nací en una casa llena de libros. A los cinco años aprendí a leer y a los siete me había leído media biblioteca. Cuando mi vieja se dio cuenta me dijo: "Mire, hijita, estos libros no los toque porque son para cuando sea más grande". Cinco minutos después yo estaba desesperada buscándolos. Esos eran los lindos... Que yo recuerde, los primeros libros que me dieron un placer inmenso fueron los de Henry Rider Haggard. Un libro que no leí jamás pero cuyas ilustraciones me dieron vuelta la cabeza fue Colosos del mundo antiguo. Tenía unas ilustraciones maravillosas en las que creo que está el germen de todos mis cuentos. Otro fue El capullo rojo, un libro de cuentos que fue mi primer libro. Con Las minas del rey Salomón decidí que quería ser escritora.

¿Cómo lee?

Leo a la noche, en la cama. Tengo hecho una especie de nido y leo hasta que el libro se me cae de las manos. Pero además me levanto muy temprano y los días en que me despierto una hora antes la dedico a leer. Soy una lectora caótica y omnívora.

¿Cómo escribe?

Por la mañana. Hasta las 8.15 soy una especie de genio. Yo tengo una amiga que dice que ella entre las 7 y las 8 piensa. Esa es su hora de pensar. El otro día me enteré de que hay un maestro oriental que dice que uno tiene que dedicar un rato de su día a pensar y el resto a ser. Me gustó mucho la idea... Bueno, yo a la mañana soy bastante brillante y escribo, luego voy decayendo y a las diez de la noche no sirvo para nada.

Pero entonces vuelve a haber espacio para la lectura y Gorodischer se regodea en sus incursiones en la literatura de Haruki Murakami, habla de Kafka en la orilla, cuenta que hacía mucho que un libro no me daba un golpazo como ése y a propósito de Murakami suelta:

Lo que me gusta encontrar en la literatura son esos saltos, esas rupturas, esos cambios de universo. Y lo que me rompe los ovarios en pedazos son las novelas de la vida real. Estoy harta de que a la gente le pasen pelotudeces.

Gorodischer rejuvenece, se llena de energía, se contonea, mueve las manos de aquí para allá y festeja sus dichos.

Así que ya ves -continúa- me he pasado 75 años leyendo y todavía me falta tanto... Creo que no voy a tener tiempo. Hace un silencio y parece inventariar lo que le falta, lo que ha leído. Enseguida se repone.

En todo este tiempo, ¿qué cosas siente que perdió y que otras ganó en su relación con la literatura?

Yo gané todo, no perdí nada. Leer me enseñó a pensar. A mi no me engañan con cualquier cosa porque yo he estado leyendo toda mi vida. No sirve que me digan: "Síganme que nos los voy a defraudar", es inútil. Nunca pensé, como dicen algunos, que dejaba de vivir al dedicarme a la literatura, todo lo contrario. Yo he vivido una vida normal, de familia, y todo el plus que tengo me lo dio la literatura.

¿Siente que usted eligió o que la literatura la eligió a usted?

Yo elegí, estoy segura. Siento hoy la misma seguridad que sentí de pequeña, tirada de panza en la alfombra del living, leyendo Las minas del rey Salomón. Fue entonces que dije: "Esto es para mí, esto es lo que quiero". Aún sigue siendo así.

¿Se imagina la vida sin literatura?

Para nada, no puedo. Me es absolutamente imposible. Cuando empecé a escribir ciencia ficción -que escribí poco, aunque me quedó el rótulo porque era raro que una mujer escribiera ciencia ficción, sobre todo en América latina- pensaba en una sociedad ideal en la que todo anduviera fantástico pero en la que no hubiera lenguaje. No se puede. Trataba de imaginar otra sociedad en la que no hubiera literatura. Tampoco. Sería una sociedad manca, renga, ciega, sorda, muda y paralítica.

¿Por qué se alejó de la ciencia ficción?

Me harté, me cansó. Salvo algunos autores como Philip K. Dick, que es un gran autor, lo demás me cansó. Y lo que encuentro hoy me parece bastante deleznable. Me cansé, sentí que se agotaba en mí. Lo que sí puedo decir es que la ciencia ficción dejó una marca fuerte en mi narrativa. En mis novelas y cuentos siempre hay algo, alguna cosa, algún momento en el que quien lee pierde pie porque me voy, me voy, me voy. Mi marido a veces me dice: "Pero el lector va a pensar..." A mí el lector me importa tres caranchos, no pienso en el lector. Una vez dije esto, no me acuerdo en donde, y un señor me escribió indignado diciendo que lo mío era una falta de respecto. Mi respuesta fue que si pensara en el lector escribiría como Marcela Serrano. Sería horroroso. Por suerte ni siquiera me sale. Abrir puertas, irse a otros mundos, crear un espacio ambiguo. Eso es lo que me gusta.

¿Es una forma de desafiar al lector?

No sé si lo desafío, lo que quiero es que piense, que se encante. Que sienta el mismo placer que sentí yo al leer los libros mágicos que he leído.

En uno de sus poemas Borges habla del abuso de la literatura, ¿puede abusarse de la literatura?

Pero no, el abuso de la literatura es lo más lindo que hay. Es uno de los principales mandamientos: "Abusarás de la literatura".

Gorodischer Básico

Buenos Aires 1928, Escritora. Nació en Buenos Aires, pero vive en Rosario desde 1936. Aunque es muy conocida como autora de ciencia ficción, abandonó ese género hace ya un largo tiempo. Entre sus obras se destacan Kalpa imperial (2001), Historia de mi madre (2004) y Tumba de jaguares (2005). En 2007 publicó A la tarde cuando llueve, una recopilación de sus textos, charlas y conferencias. Su novela más reciente es Tres colores, editada en 2008. Ha recibido diversos premios, tanto por su literatura como por su incansable trabajo a favor de los derechos de la mujer.

Así escribe

Los colores de la emoción

-Papá -dijo Selene antes de que a él se le ocurriera buscar una de guerra en el diario.

-¿Mmmmmm?

-¿Y si fuera innecesario y también cruel eso de sacarle el brillante de la garganta?

-¿Eh? Pero ¿cómo se te ocurre?

-¿Y si a ella le gustara, esté donde esté, que lo que queda de ella tenga algo tuyo que nadie, pero nadie, ni la muerte le pueda quitar?

Don Leonel se quedó un rato largo largo sin pensar en la de guerra, callado, los ojos bajos, quietito como si hubiera sido de piedra o de una madera rojiza y dura, tanto que Selene estuvo a punto de preguntarse si no tendría ella que decir algo. Pero conocía a su padre (...) era difícil que errara en el momento en el que él la necesitaba tanto. De manera que no dijo nada y esperó.

Y el padre levantó la cabeza, la miró y le dijo:

-Tal vez tengas razón.

Otro silencio, esta vez no tan largo (...)

-No todos los que se fueron pueden haberse llevado algo verdadero (...) ¿No te parece?

-Si -dijo Don Leonel-, una prenda de amor.

-Eso es.

Lo había conseguido. Estaba segura de que su padre no iba a olvidar jamás ese diamante, pero ya se había convertido en otra cosa, ella lo había convertido en otra cosa que quizá fuera la verdadera, y por eso se había cargado de colores, no de los colores de los diamantes sino de los más efímeros y cambiantes, de los más festivos, como los de las burbujas a la orilla del mar cuando el agua se retira para volver después fría y terca, cargada de tesoros. El sol lo haría brillar como si fuera de oro en polvo, la luna lo haría blanco como la nieve, el viento lo cambiaría en tornasolado.

Le pareció a Selene que había pasado por un intervalo duro, triste y desatinado y que restos de ese intervalo iban a flotar a veces en la noche o en un momento de calma o de reflexión, pero que ya no le impedirían seguir viviendo. Como antes; o no, no como antes, pero con la misma intensidad de los tres colores que tiene todo en esta vida.

Angélica Gorodischer. Fragmento de la novela Tres colores (Emecé 2008)

Fuente: Clarín. Aportado por Graciela Lorenzo Tillard

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