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18/Ago/08



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Moebius: "Me sigo sintiendo un niño enfrente del mundo del arte"

Con más de 70 años, Moebius es ágil, punzante y deja entrever un universo personal cargado de teorías extrañas sobre los detalles más nimios de la vida cotidiana

El genio, que creó junto a Jodorowski El Incal y cuya imaginación ideó la escenografía de Blade Runner y El quinto elemento, mantiene la mirada de cuando tenía 15 años.

Daniel Tomás: ¿Cómo se forma el universo de las dos personalidades que alberga?

Moebius: Cuando empecé a trabajar tenía dos maneras de ver el arte. Una era relacionada con lo infantil, con las historietas, y la otra estaba más vinculada con el concepto abstracto de arte. Tenía la impresión de que había dos mundos, uno para los niños y otro para los adultos. El de los niños me parecía cercano; el de los adultos me imponía, pero tenía el deseo de entrar en él. Esto ha durado hasta hoy, que tengo una doble vida dentro de mí, pero en un plano artístico, claro, no padezco esquizofrenia ni parecido.

DT: ¿Cómo surge el nombre de Moebius?

M: Fue una decisión rápida. Tenía que entregar una historieta para la revista Hara-kiri y antes de entregarlo, sentí la necesidad de firmar con otro nombre. Escogí Moebius porque en ese momento estaba leyendo una novela de ciencia-ficción sobre el anillo de Moebius que juega con la contracción de espacio y tiempo. Todavía estoy sorprendido con ese nombre.

DT: ¿Con cuál de sus dos firmas se siente más libre?

M: Es difícil de responder. Con la firma de Gir tengo la necesidad de seguir un estilo que es como el interior de una pistola. Está totalmente cerrada, pero tiene una salida y da mucha fuerza a la idea que sale de ahí. En este caso la libertad consiste en elegir hacia dónde apunto, mi diana. Por contra, en la firma de Moebius hay una libertad total, pero ésta se cae rápidamente porque estás limitado por tus posibilidades creativas, por tu estado de conciencia e inspiración, por lo que a veces es angustioso ya que te enfrentas a ti mismo. A veces me siento más libre en la pistola de Gir que en el desierto de Moebius.

DT: ¿Ha dejado de ser autor de cómics para ser artista?

M: Es un problema, porque es cierto que me siento más conectado al mundo del arte que al de Moebius, pero el origen de ello es una historia de un niño en contacto con el mundo de los adultos. Y me siento en el mismo estado espiritual, es decir, me sigo sintiendo un niño enfrente del mundo del arte. Tengo una relación dual, porque por un lado me siento fuera del mundo del arte contemporáneo, pero por otro lado tengo la pretensión de vivir dentro del arte y conectar con una tradición. Así, que por un lado me siento a gusto y por otro me siento muy débil, muy pequeño dentro del arte oficial.

DT: ¿Cómo es su relación con el cine?

M: Mi relación con el cine como espectador es como la de todo el mundo. Cuando tenía 15 años, había en París una nueva escuela de cine con Godard, Truffaut, Chabrol, que hacían cine y escribían sobre cine. Para mí fue un shock cultural muy grande. De la misma manera que yo miraba al arte desde el punto de vista de un niño frente al mundo adulto, de la misma manera sentía que los directores eran dioses que tenían la capacidad de crear el mundo. Para mí era como un paraíso inaccesible, pero de pronto surgieron oportunidades de hacer cine.

DT: ¿Ha encontrado problemas al acercar el lenguaje del cine al cómic?

M: Hay puentes. Por ejemplo, a nivel emocional hay artistas que saben beber de distintas fuentes y mezclar géneros. Para mí fue el cine, especialmente, lo que me movió a hacer cómics. Es la manera de hacer un western yo solito, sin depender de nadie. De la misma manera, hay un puente desde el cómic hacia el cine, pero la verdad es que es muy difícil.

DT: ¿Coincide con las voces que advierten que el manga pone en peligro al cómic europeo?

M: Sí. Tengo esa impresión, porque hay algo en la lectura del manga que es muy especial. Lo positivo es que es un aporte a la narrativa. Por ejemplo, Taniguchi es una maravilla, pero hay una producción masiva que se apoya en el lado débil de los jóvenes. Es como las golosinas industriales, que se dirigen a la parte débil, y eso es muy peligroso. Pero no hay nada que hacer. Lo único es hacer algo mejor o algo peor, pero hay que luchar. Los editores japoneses luchan. Tienen una mentalidad de conquista, se mueven como un liquen invasor. No hay en el ecosistema la respuesta para equilibrar el ataque. Estamos frente a un fenómeno que sólo lo pararía, no sé..., una bomba atómica. No, no, una pequeñita, en plan metafórico (risas). Es un chiste. Uno de los artistas que promovió el manga en Europa en los años ochenta fui yo. Hice un viaje a Tokio para conocer a Tezuka personalmente y descubrí el manga, que nadie conocía aquí. Al regresar los mostré a todo el mundo. No fui el único, pero fui parte de la promoción. Treinta años después, me arrepiento. Pero es lo mismo con la producción norteamericana, también es expansiva. Por ejemplo, en Francia hay una política de expansión, pero dentro del país (risas). Los editores luchan entre ellos por aniquilarse. Hay productos que tienen poder de penetración internacional como, por ejemplo, la pizza, el sushi...; pero en la cultura francesa no hay una industria cultural que se expanda. La producción europea en cómic tiene el mismo problema. Sólo hemos conseguido exportar Tintin, pero ya es viejo. Y en Italia tienen a Toppolino... ¡Qué victoria! (risas).

DT: La verdad es que conocemos poco del cómic español.

M: ¡Uuuf! (Suspira Moebius cuando se le pregunta cómo ve la situación del mercado español del cómic; recuerda cuando empezó) En los años sesenta, había una escuela española muy característica, cercana a la escuela italiana. Su punto fuerte era el conocimiento clásico del dibujo y la extrapolación lírica. La dirección no era la correcta para el futuro del cómic, estaban en un callejón sin salida. Después vinieron artistas de una nueva generación, como, por ejemplo, Miguelanxo Prado. Prado es el primer artista español de cómic moderno. Ha encontrado una nueva manera de expresar la identidad española. En Francia, Prado es un artista muy reconocido, pero la verdad es que no conocemos mucho del cómic español. En España de un título se venden 3.000 ejemplares; en Francia, 500.000: la diferencia es gigante. Desde fuera, como mercado, parece muerto, pero después de haber visitado este país me ha cambiado el punto de vista. He conocido muchos autores jóvenes que tienen algo que decir, pero no conozco el estado de la industria, las tiradas, la distribución...

Fuente: La Opinión. Aportado por Graciela Lorenzo Tillard

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