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"Death Race", Regreso al pasado
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Una penitenciaría atestada de presos inspiró a los carceleros para crear un pasatiempo tan cruel como lucrativo. Presos
capaces de todo, un público global hambriento de violencia televisada y un ruedo espectacular se unen en Death
Race
En el año 2012 la economía norteamericana se ha hundido definitivamente. Las altas tasas de paro han conllevado un
exagerado aumento de la criminalidad, con lo que el sistema penitenciario de Estados Unidos ha quedado
completamente desbordado. Para colmo de males, las prisiones están controladas ahora por frías empresas privadas
que ven en los reclusos una portentosa fuente de ingresos. Para sacarles rentabilidad les hacen competir en unas salvajes
carreras motorizadas en las que el vencedor es el hombre que queda con vida. Un infierno que el bueno de Jensen Ames
está a punto de conocer de primera mano, pues acaba de ser injustamente encarcelado.
No he visto la película de Paul Bartel en la que se basa ahora Paul W. S. Anderson para realizar este filme, pero para
emplear la jerga al uso, estoy convencido que sólo se ha limitado a cambiarle la carrocería al original. Bujías, engranajes,
frenos, tubo de escape, etc. seguramente todo ello permanece en su lugar. Porque poniéndonos en situación, aquí hay
coches, armas, sangre y bellas mujeres, ¿qué más puede desear un hombre? Esto le da a uno qué pensar. Sobre todo en
lo poco que ha evolucionado el cine o los gustos del respetable, si es que la cinta finalmente triunfa en taquilla en estos
últimos años.
Si por alguna de estas casualidades ahora se me ocurriera ver una película de Sylvester Stallone de la época en la que
empezaba a despuntar, ya sé lo que atenerme: a los ingredientes anteriormente citados. Pasados ya treinta años desde
aquel entonces no veo nada descabellado pedir algo nuevo, y más tratándose de un remake (por paradójico que pueda
sonar). Pues no, aún huele todo a aquel cine de antaño de serie B hecho por y para retrógrados dinosaurios, añorados
de una época en la que el revólver era el objeto que más se acercaba a la ley. Así las cosas, estos "autos locos" bien
podrían ser comparados con aquel clásico DeLorean de Robert Zemeckis: unas máquinas del tiempo que en
este caso nos llevan de regreso al pasado.
Pero quizás lo más indignante de todo ello es que, aunque me haya esforzado, no he conseguido quedarme con una mala
impresión de 'La carrera de la muerte'. Posiblemente sea por los bajos niveles de exigencia a los que me tienen
acostumbrado estos productos, pero la verdad es que me he llegado a divertir con semejante tontería. La competición
es trepidante, cruel y despiadada. Hay explosiones, saltos, derrapes y vueltas de campana. El sistema de valores del
protagonista, digno de un niño de tres años, se ve complacido, y como era de esperar, él gana y los malos reciben su
merecido.
Poco a lo que agarrarse, pero desgraciadamente ya se ha visto claro que tampoco se podía aspirar a mucho más. Paul
W. S. Anderson en definitiva nos ofrece una casposilla ración de opio, que montada sobre cuatro ruedas aparca durante
menos de hora y media reducido metraje que sin duda es uno de los mayores puntos a favor del filme en nuestro
cerebro para después desaparecer rápidamente sin dejar una sola huella de neumático.
Fuente: El Séptimo Arte. Aportado por Graciela
Lorenzo Tillard
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