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¿Rastros de supernovas en los hielos de la Antártida?
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Equipo de investigadores japoneses encuentra rastros de la supernova del 1006 en la Antártida.
En nuestra galaxia, las supernovas son raras a escala
humana pero muy frecuentes a escala de tiempos geológicos, donde se cuenta en millones de años.
Generalmente pensamos que están demasiado lejos para influir sobre la Tierra pero un equipo de investigadores japoneses acaba de mostrar que no es así. La
supernova del 1006 dejó rastros geoquímicos en el hielo
de la Antártida.
La estación de la Cúpula Fuji, en el Océano Antártico. © Hideaki Motoyama
Cuando una estrella sobrepasa por lo menos en 8 veces la masa del Sol, su destino es morir en una explosión gigantesca cuya luminosidad sobrepasa durante un
tiempo la de la propia galaxia, que cuenta sin embargo con cientos de millones de estrellas. Durante la explosión, inyecta en el medio interestelar elementos
pesados, como el carbono, el oxígeno, el neón y el hierro, que facilitarán la formación de nuevas estrellas y permitirán la aparición de moléculas prebióticas en
las nubes moleculares y en los hielos que rodearán los polvos interestelares. Este ciclo es una de las ilustraciones más bellas de una ley fundamental del Universo
expresada por la terrible fórmula de Heráclito:
"vivir de muerte, morir de vida".
Varias supernovas brillaron en el cielo de la Tierra durante los tiempos históricos y parece ser que la más luminosa de ellas fue la del 1006. Se han encontrado
referencias de ello en escritos europeos, japoneses, chinos e iraquís. Parece haber tenido lugar el 30 de abril y era tan brillante que su luminosidad sobrepasaba
a la de Venus en un factor de 60. ¡La asombrosa conclusión a la que llegamos es, que a parte del Sol, es la única estrella que ha generado sombras sobre la
Tierra desde hace por lo menos mil años!
Hoy en dia, son muy visibles los restos de la supernova SN 1006 en el dominio de los rayos X y permiten localizar a la nebulosa remanente a una distancia
cercana a los 7.100 años luz en dirección a la
constelación del Lobo, en las
proximidades de la estrella Beta Lupi.
Desde hace cierto tiempo, los investigadores sospechaban que con tal proximidad y luminosidad, la supernova podía haber afectado a la atmósfera terrestre de
un modo u otro. ¿Pero cómo saberlo?.
La japonesa Yuko Motizuki y sus colegas astrofísicos y glaciólogos decidieron entonces efectuar extracciones de testigos del continente Antártico, a la altura de
la cúpula Fuji, una base polar japonesa.
Como bonus, el seguimiento de los ciclos solares.
La idea es la siguiente: en el caso de las supernovas cercanas, el intenso destello de la explosión, en el campo de la
radiación gamma, debe producir una
abundancia de iones nitrato NO3- en la estratosfera.
Tales iones son también producidos por los protones
particularmente energéticos de las erupciones solares conocidas bajo el nombre de SPE, siglas en inglés de eventos de protones solares. En la
troposfera, estos iones pueden también ser producidos por otros mecanismos y luego son transportados y concentrados en el momento de las precipitaciones
sobre las regiones costeras.
Los restos de la supernova de 1006. En falso color azul, la zona donde partículas de muy alta energía (superiores a 1 keV) emiten rayos X, y
en rojo donde se encuentra el gas a millones de grados que también emite rayos X pero menos energéticos (inferiores a 1 keV). © Nasa / CXC / Rutgers /
J.Hughes et al
Para encontrar el rastro de los iones vinculados a las supernovas, hay que buscar en primer lugar los picos eventuales en la abundancia de los iones nitratos en el
seno del hielo depositado en el continente antártico. Luego, la periodicidad de los SPE se conoce, pero sobre todo, sabemos que las auroras boreales eran más
raras hacia mediados del siglo XI. Tenemos pues todas las razones para pensar que en aquella época los flujos de protones capaces de generar excedentes de
iones nitratos eran débiles.
Es posible datar con precisión los testigos extraídos a una profundidad de varias decenas de metros gracias al polvo depositado proveniente de las cenizas
volcánicas de las grandes erupciones históricas. La selección se realizó en un período de 200 años durante esa época. Los investigadores descubrieron
efectivamente picos de ión NO3- que se correspondían no sólo con la supernova del año 1006 sino también con
la de 1054 cuyo remanente es hoy la célebre
nebulosa del Cangrejo, con su púlsar.
Los investigadores realizaron además un descubrimiento fascinante. Existe una modulación en el índice de NO3- de cerca de 11 años aunque a veces difiere de
ese intervalo. ¡Parece ser que además se hubiera encontrado la forma de estudiar las variaciones del ciclo de las manchas solares antes de que Galileo las
hubiera descubierto!.
Fuente: AstroSETI. Aportado por Gustavo A. Courault
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