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Ficciones

LA FLOR CARNÍVORA
Carlos A. Almirón

Él camina hasta el río, respirando hondo, dejándose atrapar por el paisaje. Se sienta en una roca para disfrutar mejor el canto de los pájaros y el perezoso discurrir del agua. Es un paréntesis dichoso, necesario, después de tantos desvelos para poner en marcha el negocio familiar.
      Se abandona, se adormece bajo el sol.
      De pronto la tersa superficie se quiebra, ve remolinos. Piensa que debe tratarse de un pez de gran tamaño. Pero no: es una mujer, una nadadora consumada. Se queda largo rato mirándola, sin que ella lo advierta.
      En ese momento recuerda una conversación reciente con una lugareña:
      —Los animales de la región no son peligrosos —le había advertido ella—. No los tema. De quienes debe cuidarse es de las almas en pena.
      Él rehace la imagen de la campesina, su expresión ingenua, los ojos atemorizados. "El lugar está lleno de magia", había susurrado, mirando a su alrededor como si esperara ver surgir dragones de debajo de las piedras. Él le había agradecido la advertencia. Por dentro, se había sonreído.
      Ahora, burlonamente, se pregunta si esa mujer tiene algo de sobrenatural.
      Ella, desnuda, emerge del agua y se cubre con una túnica. El hombre ha vislumbrado su belleza. Queda hipnotizado. Sus piernas, automáticamente, lo acercan. Ella le dedica una sonrisa confiada. Se hablan. Ninfea, que así se llama ella, va a su hogar y él le propone acompañarla. Ya en camino, ella le explica que su casa está tallada en la piedra.
      —Un capricho de mi padre —dice—. Las formas de la casa imitan una flor carnívora que crece por aquí.
      Él se asombra:
      —Nunca vi algo como lo que me relata. No imagino cómo puede ser.
      —La columna que sostiene la casa es el tallo. Por dentro, una escalera caracol lleva a una habitación circular: mi guarida.
      —Una persona especial —dice él, galante— tiene que vivir en un lugar especial.
      En un momento en que él la ayuda a cruzar un arroyo, ella se resbala y queda en sus brazos. Él la besa y quiere poseerla.
      —No —dice ella—, aquí no. Lléveme lejos, muy lejos.
      —No lo sé —duda él—. Algo me dice que te acompañe a tu casa.
      Ella lo mira a los ojos por un momento. Él calla.
      —Entonces —dice Ninfea—, sigamos.
      Pronto llegan a la extraña escultura vivienda, imponente por su tamaño y hermosura.
      —Soy muy desdichada —le confía Ninfea, de pronto.
      —Pero... ¿por qué?
      —Porque mi destino es la soledad. La soledad —señala hacia la flor—, o la compañía de ellos.
      —¿Ellos? —se extraña él—. ¿Quiénes son ellos?
      —Ellos... mis hermanos. Los espectros.
      Él la escucha con atención. Algo la perturba, es obvio. Y es muy dulce y muy hermosa. La abraza protectoramente.
      —¿Cuánto hace que convives con ellos?
      —Desde que nuestro padre nos creó. Era diestro escultor y pintor, además de brujo poderoso. Él esculpió nuestra casa y nos pintó a mis hermanos y a mí... —Agrega después de un silencio:— Jamás me permitirán casarme.
      Él piensa que la mujer cree auténticamente en esos desvaríos. La atrae a sí y la besa.
      —Llévame a tu habitación —dice.
      Ella se alarma:
      —No, ahí están los espectros.
      —No existen los espectros. Te lo demostraré. Pero... ¿qué pasa? —dice, al ver lágrimas en sus ojos.
      —Es que nunca conoceré el amor.
      —Te llevaré conmigo.
      Ninfea solloza.
      —Te juro que te llevaré conmigo —insiste él.
      —¿Está seguro de querer subir?
      —Sí, lo estoy.
      —Entonces, no puedo oponerme —se lamenta Ninfea—. Mi padre lo estableció así. No puedo oponerme.
      —Te amo desde que te vi —dice él—. ¿Por qué habrías de oponerte?
      —Ellos dijeron que usted querría subir —suspira ella—. No puedo hacer nada.
      —Del otro lado del río tengo una casa, allí viviremos. Te lo prometo.
      En la mirada de Ninfea hay una tristeza profunda.
      Él es sincero, no comprende las dudas de ella. Cuando se la lleve de ese lugar que, evidentemente, le hace daño, ella le creerá.
      La guarida es semiesférica, y el fresco cubre toda la pared cóncava. Queda maravillado ante la obra: aquella pintura abigarrada es una réplica magistral del bosque circundante. Hábilmente disimuladas con la pintura hay claraboyas. Un pájaro de ojo redondo y brillante canta, posado en la rama de un roble. Es muy real. Siente que para oírlo bastaría con prestarle suficiente atención. Si casi puede percibir cómo crece la hierba. Nota algunos esqueletos blanquecinos esparcidos, parcialmente cubiertos por la vegetación. Entremezclados con la maraña espesa se ven monos con alas de murciélago, que parecen estar observándolo. Sin duda, esas imágenes representan a los espíritus que pueblan la fantasía de ella. La luz es intensa, colorida, inarmónica. La atmósfera, inquietante. Se siente angustiado.
      Desvía la vista.
      Descubre que en aquella habitación no hay ningún moblaje.
      —¿Duermes en el piso?
      —No, ahí —responde Ninfea, señalando un lugar en la pintura.
      —No entiendo —dice él, mareado, llevándose una mano a la frente.
      —De este modo —dice ella, y penetra en la piedra.
      ¡Y queda la imagen de ella en la pared! ¡Ahora la ve exactamente como la había visto por primera vez, nadando en el río!
      —Ninfea, Ninfea —la llama él—, por favor, no bromees. ¿Dónde estás? —tantea la roca, buscando un pasadizo—. Ninfea, no más juegos.
      Oye un rumor a sus espaldas. Presta atención.
      ¿Para qué llamarla?, susurra una voz.
      Ella ya hizo su parte, dice otra.
      Claro, claro, apoyan nuevas voces.
      El hombre se vuelve. Los espectros han salido de la pintura y lo rodean.
       



Carlos A. Almirón
Carlos A. Almirón vive en Buenos Aires, tiene 67 años y es Licenciado en Sistemas. Ha trabajado como analista de software y como analista de sistemas. Siendo joven se aproximó a la plástica: óleo, luego grabados. Le gusta la fotografía. Comenzó a escribir en 1995. Ha escrito cuentos y poesía. En cuanto a gustos literarios, nos cuenta que lee de todo. Solía leer, hasta hace poco, prosa escrita preferentemente en español. Algunos autores que le interesan son: Rulfo, Borges, Cortázar, García Márquez, Saer. En lo que se refiere a poesía, disfruta con García Lorca, Neruda, Juarroz, Borges. Luego de probar en otros talleres literarios, se acercó y participa con regularidad en el Taller de Axxón, en coincidencia que el hecho de que últimamente se ha dedicando a explorar la Literatura de Ciencia Ficción y la de Fantasía.


Axxón 108 - Noviembre de 2001