Editorial - Axxón 114 |
Aquí estoy, escribiendo para ustedes esta rara combinación de queja e ideas al que llamamos Editorial para el séptimo número de Axxón que aparece en el formato de web. Y dicen las viejas, aquí en la República Argentina y desconozco si es lo mismo en otras partes, que el séptimo hijo, si es varón, será los que llamamos un lobizón (u hombre lobo), y si es mujer, una bruja. Le erramos a la Luna llena por poquito (apenas dos o tres días, calculo, mirando la Luna), así que cuidado: este número es especial y puede causar efectos inesperados en las vidas de los lectores... "Ahora se despacha con un número dedicado a la Fantasía", estarán pensando muchos lectores. Pero no, de ninguna manera, este no es un número dedicado a nada: Axxón seguirá mezclando los temas como siempre... del mismo modo que los escritores mezclan hoy los temas, o lo que se llama, a veces, géneros o temáticas. Ya ven cómo llegué al punto: me pidieron hablar de la división de los géneros (yo prefiero usar "temáticas", aunque la palabra es igualmente inexacta), y yo dije enseguida: "Es muy difícil, en cada reunión del mundo de la CF, F y T se encara una mesa redonda, o una conferencia, intentando una vez más definir qué es CF, qué es Fantasía y qué es Terror". Y la verdad es que es un tema interminable. ¿Es Alien una película de CF o de Terror? Es de las dos cosas, incluso podría ser de las tres... Me explico: se considera que la CF debe ser una especulación sobre temas de base científica, sea de ciencia actual o ubicados en las fronteras de lo que hoy se conoce en la ciencia, pero ocurre que hay elementos instituidos en la CF que se consideran científicos aunque definitivamente no lo son: los viajes a mayor velocidad que la de la luz (usando el mágico hiperespacio, por ejemplo), que yo sepa están prohibidos por la más básica de las leyes físicas. Se apela a una jugarreta topológica: la distorsión o plegado del espacio, pero eso requeriría que estemos fuera de la distorsión, y nadie se imagina cómo hacerlo. Ni siquiera sabemos muy bien qué es la gravedad. Se maneja como campo, se intenta manejar definiendo una partícula (gravitrón). De todos modos, se busque la solución que se busque, no hay que olvidar que distorsionar el espacio es lo que hace un agujero negro, y no hay nada que pueda sobrevivir a las inmediaciones de un agujero negro. Les aviso que un agujero negro, incluso un agujero negro supermasivo como los que se encuentran o se supone, por modelo, que se encuentran en el centro de una galaxia activa o cuasar, si bien es capaz de torcer el espacio no lo tuerce lo suficiente como para juntar dos zonas de éste separadas por años luz. Si hablamos de un objeto que sea menos masivo que un agujero negro, la gravedad que produce no sería efectiva. Por ejemplo, una estrella de neutrones. Y sin embargo es igualmente mortal: la caída de materia en una de ellas causada por la gravedad, ni más ni menos produce un remolino en forma de disco donde los átomos se cuecen a tremendas temperaturas y chorros de energía supermortal de miles de millones de kilómetros de longitud. Por las dudas que alguien se pregunte de dónde sale la materia que cae a la estrella de neutrones, aquí se lo aclaro: esa pequeña estrella de 30 kilómetros de diámetro es un monstruo que destroza por fuerza gravitatoria a compañeras estelares que se hallan a millones de kilómetros de distancia, robándoles su "cuerpo" a pedazos. Ni hablemos de hallarnos metidos dentro del mismísimo fenómeno, que es lo que requiere un salto hiperespacial. Pero a los lectores de CF nos han hecho creer que esto se ha solucionado: la nave se envuelve en un campo que la protege. ¿Un campo? ¿Qué campo? El escritor te lo dirá: "Un campo producido por la rotación de quarks up aislados " (es un ejemplo). Uno le dice: "Que yo sepa los quarks no se pueden aislar". El escritor dirá: "Por ahora no... pero ya descubrirán cómo hacerlo". Es decir, aquí es cuando se apela a lo que yo llamo "Efecto Wright". Me explico: cuando era adolescente tuve el gusto de tener en mis manos y leer un libro de divulgación científica de fines del siglo XIX, más precisamente, de 1898. El libro tenía una docena de trabajos que reflejaban un panorama de la ciencia en ese momento y cerraba con el artículo estrella, que explicaba por qué un objeto más pesado que el aire jamás podría volar (¿se olvidaban de los pájaros?). Estaba muy bien desarrollaba, tanto que uno podría creérselo. Claro que para ese momento en que yo lo leía los aviones ya iban y venían del otro lado del mundo. Peor: los aviones habían empezado a violar las reglas de la ciencia apenas unos años después de la aparición de ese artículo. Los escritores se apoyan en eso: "Todavía no se puede, pero no te olvides que había científicos que aseguraban que nunca se podría hacer volar algo más pesado que el aire". También había científicos que decían que los sueños de una persona se "proyectaban" sobre su retina y que cuando hubiese una cámara suficientemente sensible sería posible filmarlos. Y tantas otras cosas... Yo creo que no es necesario ser exacto científicamente para escribir un texto que pase por CF, simplemente lo que hace falta es que el texto "pase" por CF (sí, la serpiente se muerde la cola). Para eso hay que especular de una manera racional, usando una lógica sólida, esconder algunos de los términos de la fórmula (simplemente se sugieren, pero no se dicen) para que nadie con más información pueda calcularla, y usar una terminología científica correcta. Si no se sabe hacer esto, pues bien, tomemos algo que, por ejemplo, haya instituido Asimov (él acuñó, que yo sepa, la palabra "Hiperespacio"), y usémoslo. Nadie discutirá algo que instituyó Asimov. Aún así, las cosas a veces fallan. En la época de Dick, por ejemplo (y no estamos hablando de hace tanto), el control absoluto de los gobiernos por las multinacionales, el deterioro de la vida de las personas a nivel mundial, la falta de libertad y posibilidad de progreso causada por EEUU, el país adalid de la Libertad y el Progreso, etcétera, eran tema de la CF. Hoy es realidad. Hay cosas que ocurrieron al revés: todos los cuentos de Venus en los que llovía sin parar se convirtieron en fantasía cuando se descubrió que Venus es una brasa ardiente. Los cuentos de colonias de humanos mineros en Mercurio ubicadas en la zona de penumbra quedaron en el limbo cuando se determinó que Mercurio gira sobre sí mismo y no muestra siempre la misma cara al Sol. Hay decenas de ensayos que hablan sobre el tema de la CF y la fantasía y, como ya dije, en cada reunión oficial que se hace se instituye el tema como mesa redonda o al menos alguien lo plantea. Pero creo que se encara un problema insoluble: con suficientes palabras se puede demostrar que un Elfo en realidad es un extraterrestre, o una mutación de los humanos (o viceversa, ya que los Elfos son tan antiguos). Que los hobbits son... bueno, lo mismo, o una especie humanoide que erróneamente se cree extinguida (ejemplo: Neanderthals). Y la magia es... ciencia del futuro (ya lo dijo mucho mejor Arthur C. Clarke). Al fin y al cabo, El Señor de los Anillos se publicó en una colección dedicada a la CF. Todos estos encasillamientos, si bien necesarios para los editores, incluso para los lectores que desean saber qué van a leer, son extremadamente arbitrarios e insustanciales. Los descubrimientos y los cambios constantes en el mundo corren a cada momento las fronteras de los géneros hacia delante y hacia atrás. ¿Cuántas de las cosas que se proyecta que serán capaces de hacer las nanomáquinas se verán como cosa indistinguible de la magia? Si una persona cambia en un parpadeo sus facciones, ¿no será porque unas nanomáquinas reconfiguraron los músculos de su cara? Una bruja volando en una escoba lo hace por magia. Superman llevando una locomotora en la palma de su mano lo hace porque es extraterrestre. Creo que hay mucho de voluntad humana en la separación de los textos. Y creo que los límites son subjetivos... o sea que hay un límite distinto por cada persona en el mundo. Ahora uno se pregunta: ¿Para qué dividir, si un buen texto, sea de lo que sea, nos gustará a todos? Pregúntenle a los que facturan. Eduardo J. Carletti, 1 de mayo de 2002 |