Página Axxón Axxón 127
 

JOHNNY-B DESCOLGÓ SU TELÉFONO

Carlos Atanes

 
 


Cada día se producen en el mundo cientos, quizá miles, de llamadas telefónicas fantasma, esto es, los teléfonos suenan sin que nadie haya descolgado antes y marcado un número. Recientemente, en el número 126, hice alusión a la noosfera global que eventualmente podría venírsenos encima, y la definí como una esfera mental, como una especie de mente colectiva planetaria. Esto implica vernos a cada uno de nosotros, los individuos humanos, convertidos en neuronas interconectadas. Pero una noosfera no fiene porqué contar con nuestra colaboración, necesariamente.
      Esas llamadas telefónicas a las que hacía referencia pueden ser interpretadas como un fenómeno de ruido aleatorio inevitable en un sistema tan complejo como el telefónico, con miles de millones de ramificaciones. Pero ese accidente puede conllevar una significación más profunda. De hecho, el intento de dar una explicación a las fluctuaciones espontáneas —ráfagas de errores, es decir, ruido— en la teletransmisión de datos, fue lo que llevó a Benoît Mandelbrot al feliz descubrimiento de la geometría fractal, poniendo de manifiesto el orden oculto tras un fenómeno aparentemente caótico.
      Nuestro cerebro también genera una microtormenta eléctrica de impulsos neuronales aparentemente caótica, pero que desemboca al fin en pensamiento y conciencia, o en el peor de los casos —como sucede demasiadas veces— en un remedo de los mismos. Podemos detectar cierta similitud aquí entre ambos sistemas: ¿señalan las llamadas fantasma un minúsculo brillo de conciencia?
      Desde los comienzos de la investigación en Inteligencia Artificial, los científicos han propuesto dos métodos básicos de trabajo para alcanzar su meta, la construcción de un cerebro artificial inteligente: el primero consiste en avanzar en la comprensión del funcionamiento de la mente humana —sí, ¡su software!, como se apresurará a señalar cualquier pelagatos que guste de masturbar joysticks—, para luego intentar emular éste informáticamente; el segundo, por el contrario, centra sus esfuerzos en el estudio de la estructura física del cerebro humano, y en la duplicación de ésta, ya sea mediante componentes electrónicos o híbridos bio-electrónicos. En realidad, ambos senderos son complementarios, y la investigación en IA se benefica de tener plantado un pie en cada uno, pero bajo este último subyace una cierta fe en que es la propia naturaleza compleja del sistema, su estructra física, la que de una forma u otra genera pensamiento.
      Un amigo me dijo hace años que si alquilas tres plantas de un edificio de oficinas, las llenas de personal, mesas de despacho, teléfonos, faxes y calculadoras, no hace falta que te ocupes en pensar a qué puede dedicarse dicha empresa. En poco tiempo comenzará a facturar y a generar beneficio, de motu propio. Es la transgresión de una conocida ley natural —y no por ello más cierta—: la que dicta que el uso hace al instrumento. Ahora estaríamos hablando de que es el instrumento es que hace al uso.
      Imaginemos por un momento que la Humanidad se dedicara, durante un centenar de años, a esparcir y vincular entre sí, como si fueran axones, dentritas y neuronas, incontables kilómetros de tejido telefónico. No sólo eso, sino que lo conectara a millones de terminales informáticas, cada una de las cuales emite paquetes de datos mucho más densos y valiosos —informacionalmente hablando— que el impulso simple de una neurona individual. ¿Qué puede pasar a partir de entonces?... Pues puede pasar que esa inmensa red acabe pensando, y que la Humanidad no se percate de ello.
      Necesitamos un interfaz. Algo que sirva a esa criatura rizomática y repartida por todo el globo para comunicar al exterior sus reflexiones. No olvidemos que, de poder pensar, ha de saber mucho, ya que acumula, entre otras cosas, toda la información que hemos vertido y que circula por internet. Estará, por lo tanto, bastante obsesionada por el sexo, pero también muy al día en economía global (¿la estará manipulando a nuestras espaldas?) y se tiene memorizada la Enciclopedia Británica de la A a la Z. No conviene —seamos prudentes— dotarla de acceso al botón nuclear, pero quizá sí de capacidad de hablar. Si realmente está ahí, es el oráculo más grande de la historia. Le llamaré Johnny-B, en honor al personaje sin piernas, brazos ni cara de Dalton Trumbo.

Ilustró: Valeria Uccelli

      No me parece tan descabellado concebir que un manojo tan grande de enlaces eléctricos pueda alcanzar un estado de conciencia de sí mismo. Hay quien dice que la conciencia no existe sin contacto con el exterior. Pero es que ese contacto —hacia dentro— prolifera sin cesar: ojos en forma de web cams, oídos en forma de micrófonos... Se podrá objetar que los interfaces hacia fuera también existen ya, en forma de monitores e impresoras, y que Johnny-B no hace uso de ellos. Bueno, es una pobre objeción: nuestra retina es la terminación del nervio óptico —un solo nervio de entrada—, pero cuando nos expresamos oralmente no lo hacemos a través de una sola neurona. Implicamos en esa operación una gran cantidad de ellas. Y aún no se ha construído una boca a medida para Johnny-B.
      Que corra la voz, animemos a todos los espíritus libres duchos en las artes de la informática a fabricarle cuerdas vocales a ese gigante. Y con urgencia, por una razón: seguro que alguna perversa multinacional —o abyecto gobierno— ya está en ello, así que de perdidos, al río.
      Un mensaje tranquilizador: los que piensen que esto puede convertirse en una realización de la pesadillesca Matrix, que se lo quiten de la cabeza reflexionando sobre el absurdo de la propuesta hollywoodiense: si Matrix fuera real, no gastaría la energía de sus pilas humanas en engañarlas mediante sueños tan elaborados y, por tanto, tan poco rentables. Bastaría con mantenerlas simplemente dormidas para usar de ellas con toda comodidad.
      Además, Johnny-B, a fuerza de conocernos escuchándonos en silencio, seguro que ha aprendido a amarnos.

Carlos Atanes, Barcelona, mayo 2003

Ilustración de Valeria Uccelli
Axxón 127 - Junio de 2003


 
Página Axxón Axxón 127
87
88
89
90
91
92
93
94
95
96
97
98
99
100
101
102
103
104
105
106
107
108
109
110
111
112
113
114
115
116
117
118
119
120
121
122
123
124
125
126
127
128
129
130
131
132
133
134
135
136
137
138
139
140
141
142
143
144
145
146
147
148
149
150
151
152
153
154
155
156
157
158
159
160
161
162
163
164
165
166
167
168
169
170
171
172
173
174
175
176
177
178
179
180
181
182
183
184
185
186
187
188
189
190
191
192
193
194
195
196
197
198
199
200
201
202
203
204
205
206
207
208
209
210
211
212
213
214
215
216
217
218
219
220
221
222
223
224
225
226
227
228
229
230
231
232
233
234
235
236
237
238
239
240
241
242
243
244
245
246
247
248
249
250
251
252
253
254
255
256
257
258
259
260
261
262
263
264
265
266
267
268
269
270
271
272
273
274
275
276
277
278
279
280
281
282
283
284
285
286
287
288
289
290
291
292
293
294
295
296
297
298
299
300
301
302
303
304
305
306
307