por
Otis
Mi fama me precede. Sí, yo soy aquél
a quien todos vosotros, lectores fieles de Axxón, conocéis
como el creador de esa magistral epopeya llamada El Gaucho de los Anillos.
Pues bien, tengo malas nuevas para todos aquellos que mes a mes siguen
con lealtad fanática los caminos que ardorosa y tesoneramente recorren
el Frodo, el Sam, el Trancos y todos los demás héroes de
esta historia ejemplar; para las abuelas que tejen para sus respectivos
nietos ponchos con mi prístino rostro y escarpines con la leyenda
Otis no tiene par; para todos aquellos, en definitiva, que a raíz
de esta obra sublime se han decidido a tomar mi vida como modelo para
la suya propia. Habría preferido en esta triste ocasión
actuar cual porcino lesionado y permitir que os enterarais por ajenos
labios, mas las circunstancias me han coartado tal camino; de modo que
con indecible bravura he de enfrentarme a esta prueba a la que el cruel
destino me arroja y, con la frente a buena distancia del suelo, deciros
sin más circunloquios: no soy yo el autor.
¡Alto! ¡Deteneos, insensatos!
¡Desprendeos de esas corbatas de piedra y cordel, y alejaos de todo
puente! Pues he de deciros que no todo está perdido; y de la misma
manera en que al invierno lo sucede la primavera, junto con las malas
noticias llegan también otras buenas: no soy el autor, sino el
descubridor de las maravillosas estrofas antedichas. Si lo meditáis
unos instantes, comprenderéis que el mérito es mucho mayor
de esta guisa: ¿cuántos de los grandes autores que colman
los anaqueles, y a quienes muchos de vosotros rendís idolátrico
culto, pueden vanagloriarse de un descubrimiento parangonable al mío?
Ciertamente que es sencilla labor el crear una pieza maestra cuando se
ejerce pleno control sobre su elaboración. Pero descubrir
una obra ya acabada e inmodificable, y que resulte ser un auténtico
prodigio... ¡Ah, eso es algo enteramente diferente! ¡Desafío
a todos vuestros tólquienes, vuestros asimoves y vuestros filipcadiques
a que igualen mi hazaña! Ah, ignaros maestros que, tomando estólidamente
mi estilo florido por abarrocada petulancia y por acemilar tozudez mi
férrea tenacidad, habeisme excluido a coces de cuanto taller literario
he agraciado con mi fausta presencia: ¡vuestra malicia y vuestra
inquina han quedado al descubierto! Ya veis, queridos amigos, cómo
no hay ninguna necesidad de derruir los altares que en mi nombre habíais
erigido, donde mi efigie entre dos cirios rezuma magnanimidad.
Y no acaban aquí las albricias,
claro que no; pues aquél que dirige los destinos de esta magna
empresa que todos nosotros llamamos Axxón, y cuyas iniciales
coinciden providencialmente con las de Egregio Juez Cósmico, ha
sido iluminado por los astros y concedídome este espacio para que,
con toda la libertad y creatividad que las circunstancias actuales lo
exigen, pueda yo llevar a cabo aquello que tan bien se me da. Sí,
estimados contertulios, esta sección constituirá el ámbito
en que regularmente nos daremos cita para departir acerca de aquellos
tópicos que nos son más caros: reseñas de relatos
y novelas (tanto los fijados en el papel por el peso histórico
y material de los tipos gutemberguianos, como aquellos que como Axxón
toman la forma de evanescentes fantasmas de electrones), vistas cinematográficas,
divulgación de los más recientes hallazgos de los sabios
de las ciencias... Todo esto no es más que una ínfima muestra
del copioso caudal de opúsculos que correrá a cargo del
equipo de trabajo que con sagacidad he sabido reunir. Y si os comportáis
como es debido, tal vez os obsequie con cuentos, poemas y otros frutos
selectos de mi exquisita verba.
Siendo éste el número
inaugural de AnaCrónicas
(observad con detenimiento la recta grafía del nombre para tenerla
presente cuando recomendéis la sección a vuestros amigos,
socios y benefactores; os abstendréis de utilizar guiones, barras
o cualquier otro signo tipográfico para separar los dos componentes,
que habrán apenas de insinuarse con la segunda inicial mayúscula
intercalada entre los caracteres de caja baja, como es la usanza corriente;
y absteneos también de chascarrillos insulsos como preguntar quién
es Ana); siendo éste, como os venía diciendo antes de que
me interrumpierais, el número en que ésta nuestra sección
quiebra el cascarón que separa el mundo de las ideas del de las
formas, adquiriendo por ende una existencia real, he juzgado pues propicio
aprovecharlo para que os familiaricéis con los frondosos antecedentes
de quien os dirige la palabra, id est yo mismo. Mas, puesto que
las más elementales normas de la modestia impídenme hablar
de mi magnífica persona, he encomendado esta tarea a mi buen amigo
y confidente, el licenciado Carlitos Menditegui (no, no es tal un diminutivo
ni un mote afectuoso; Carlitos es su nombre vero, el que consta
en los registros y documentos que atestiguan su cívica y ciudadana
identidad). Para dar cumplimiento a tan loable fin es que pongo a vuestra
disposición los hipervínculos que encontraréis a
continuación y que, como presumo que no desconocéis, han
de ser onomatopéyicamente accionados con vuestros roedores de escritorio.
¡Regocijaos en su lectura!
¿Quién
es Otis?
Por el Lic. Carlitos Menditegui
Sobre
El Gaucho de los Anillos
por el Lic. Carlitos Menditegui
El
Gaucho de los Anillos
La comunidá del anillo (capítulo 8)
¡Pardiez!, que no soy ningún
ingenuo, y si tuviera alguna dignidad la apostaría íntegra
a que tras leer estos notables testimonios, os preguntaréis: Si
el licenciado Menditegui es su confidente, ¿cómo es que
no sabe más sobre sus años mozos?. ah, personillas
de minúscula intelección, ¡por supuesto que sabe más,
mucho más que lo que su pluma detenta! Mas no lo revela pues, despéñase
de maduro, si tal hiciera dejaría en el acto de ser mi confidente;
es más, por mi fe que dejaría de ser cualquier cosa remotamente
similar a un ser humano.
También adivino, pues mi perspicacia
no conoce límite, que además os estaréis preguntando
por qué yo, alguien cuya argentinidad está a la par de la
del bolígrafo o del lácteo manjar, utilizo en mi discurso
el pronombre castizo, que en las naciones del Nuevo Mundo sólo
se emplea en los establecimientos de enseñanza elemental y so pena
de ínfimas calificaciones. La única respuesta que puedo
brindar es: ¿a vosotros qué os parece?
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