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El Gaucho de los Anillos

La comunidá del anillo
Capítulo 10

Endijpué que en Rivendel
se celebró el parlamento
ande jue el reclutamiento
pa’ dir al Monte ’el Destino,
se llevó Bilbo al sobrino
pa’ darle unos elementos.

“Te viá emprestar unas cosas
que hace mucho que las guardo:
acá está la espada Dardo,
que es más que una simple lata;
a los orcos los delata
si se escuenden en los cardos.”

“Y esta camisa e’ mitril
que es más juerte que el acero
pa’ que te proteja el cuero;
si la llevás bajo el poncho
no te va a hacer más rechoncho
y naides te hace otro aujero.”

Le agradeció el Frodo al tío
por la espada y la camisa
que de ser motivo e’ misa
lo iban siguro a salvar,
porque el anillo llevar
no era pa’ tomarlo a risa.

Demientras don Aragorn
se despidió de su prienda,
tan linda que era leyenda:
“Tengo que dirme, mi dama,
que la patria me reclama
para que yo la defienda.”

“¡Elberita te acompañe,
que sabe lo que te quiero!”,
contestó la del lucero,
la mentada doña Argüén.
“Ojala güelvas con bien;
si te pasa algo me muero.”

Los herreros orejudos
a la espada de Elendil,
la vieja y rota Narsil,
en la fragua la arreglaron
y ya tuitos la llamaron
dende entonces Anduril.

Y temprano a la mañana
con mucha solemnidá,
a enfrentar la alversidá
contra el enemigo cruel,
despacito e’ Rivendel
se jue la comunidá.

Con cuidao había que andarse
si querían parar la guerra,
y por un camino e’ tierra
enfilaron rumbo al sur;
porque el ojo e’ Baradur
es uno que no se cierra.

Una banda e’ teruteru
pasó con mucho barullo,
y el mago se olió un chanchullo.
“Esos pájaros que ahí van,
conociendo al Sarumán,
son tuitos bomberos suyos.”

“Va a haber que viajar de noche
sin levantar la perdiz”,
les aconsejó el gris.
“En silencio hay que moverse
y cuando es de día esconderse
en el medio del maíz.”

Y a la hora en que la luna
nace en el cielo y se agranda,
en pleno tuita la banda
se plantó en un descampao
por andar medio delgaos
y le entraron a la vianda.

Demientras junto al fogón
descansaban y comían,
a lo oscuro una jauría
jue a juntarse redepente,
y les aullaba y gruñía
enseñandolés los dientes.

Se tragó el Gandalf del susto
el carozo e’ la aceituna.
“¡Ahijuna con la lobuna,
ahura la tenemos güena!
¿No apercibieron lo llena
que está esta noche la luna?”

Ahí se largó la pelea
en contra e’ los lobizones
que tiraban tarascones,
y uno dijo e’ sopetón:
“¿De diánde saca el Saurón
tantos sétimos varones?”

¡Y viera lo que jue aquello!
Con el elfo a los flechazos,
el enano a los hachazos
y los crestianos con fierros,
no podía arrimarse un perro
sin quedar hecho pedazos.

“A ver si con este truco
tenemos algo e’ sosiego”,
avisó el Gandalf y luego
movió en el aire un palito,
y tuitos los eucalitos
dentraron a agarrar fuego.

Y los lobos que quedaban,
con semejante fogata
que ya hasta las garrapatas
les estaba chamuscando,
salieron tuitos llorando
con la cola entre las patas.

“¡Se jueron!”, decían los hobbits
y saltaban de alegría;
pero cuando se hizo e’ día
enjabonaos tuitos vieron
que ande los lobos cayeron
ni los pelos se veían.

“¡Yo sabía”, dijo el Gandalf
“que no eran bichos cualquiera!
A andar a toda carrera
vamo’ a tener que empezar
y apurarnos en cruzar
cuantiantes la cordillera.”


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