por Otis El día en que, con magnífico
y repentino fulgor, surgió radiante entre mis neuronas
la idea cuya manifestación esplende ahora ante vuestros ojos, y
a la que mensualmente pagáis oportuna pleitesía, híceme
el firme propósito de no llegar jamás ante vosotros con
algo que por debajo estuviera de vuestros merecimientos. Mas, bendito
como he sido por el don del hiperlumínico pensamiento, caí
prontamente en la cuenta de que aun sin apartarme un ápice de tal
sencilla aunque insuficiente normativa, bien podría no ver la electrónica
luz ambarina de estas unifrontes páginas nada que valiese siquiera
el módico crujido que el autor arranca ritualmente a sus nudillos
antes de colocar sus dedos sobre el teclado. De suerte pues que, constituyendo
de por sí las celestes altitudes el aposento natural de mi altísono
espíritu, he tomado la resolución bravía, mas no
exenta por ello de la prudencia y la moderación que campan en mi
escudo de armas, de contrariar salmónidamente el mezquino modelo
de apelar al mínimo común múltiplo de cuanta masa
humana se pretenda mediáticamente alcanzar; y así, en lugar
de despeñarme yo hasta los bajos, tiendo a vosotros, moradores
de las planicies, una escala de dorados filamentos de genio y peldaños
de sólida sabiduría, de modo que podáis alcanzar,
si todos vuestros afanes dedicáis a tal empresa y no desfallecéis
en el inevitablemente arduo intento, las cotas de majestad y grandeza
que en mí tanto admiráis. Sí, mis lectores, aunque
grandes esfuerzos os requiera creer o siquiera entender estas palabras,
me va la fe entera en que seréis capaces de elevaros por sobre
la vasta y árida monotonía que llamáis vuestra existencia
y abrir vuestros ojos legañosos a un infinito de inenarrables maravillas. El
misterio del Club Sirio-Libanés |