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AnaCrónicas

por Otis

El día en que, con magnífico y repentino fulgor, surgió radiante entre mis neuronas la idea cuya manifestación esplende ahora ante vuestros ojos, y a la que mensualmente pagáis oportuna pleitesía, híceme el firme propósito de no llegar jamás ante vosotros con algo que por debajo estuviera de vuestros merecimientos. Mas, bendito como he sido por el don del hiperlumínico pensamiento, caí prontamente en la cuenta de que aun sin apartarme un ápice de tal sencilla aunque insuficiente normativa, bien podría no ver la electrónica luz ambarina de estas unifrontes páginas nada que valiese siquiera el módico crujido que el autor arranca ritualmente a sus nudillos antes de colocar sus dedos sobre el teclado. De suerte pues que, constituyendo de por sí las celestes altitudes el aposento natural de mi altísono espíritu, he tomado la resolución bravía, mas no exenta por ello de la prudencia y la moderación que campan en mi escudo de armas, de contrariar salmónidamente el mezquino modelo de apelar al mínimo común múltiplo de cuanta masa humana se pretenda mediáticamente alcanzar; y así, en lugar de despeñarme yo hasta los bajos, tiendo a vosotros, moradores de las planicies, una escala de dorados filamentos de genio y peldaños de sólida sabiduría, de modo que podáis alcanzar, si todos vuestros afanes dedicáis a tal empresa y no desfallecéis en el inevitablemente arduo intento, las cotas de majestad y grandeza que en mí tanto admiráis. Sí, mis lectores, aunque grandes esfuerzos os requiera creer o siquiera entender estas palabras, me va la fe entera en que seréis capaces de elevaros por sobre la vasta y árida monotonía que llamáis vuestra existencia y abrir vuestros ojos legañosos a un infinito de inenarrables maravillas.
      En esta inteligencia es que se han elaborado las previas ediciones de AnaCrónicas, y la actual no constituye excepción a ésta que he blasonado mi suprema regula; puesto que hallaréis aquí mismo un par de inspirados opúsculos sobre asuntos que con absoluta certeza ni siquiera os figurabais, y que os servirán para dar otro paso en vuestra empinada ascensión a las magnas cumbres. S
on cosas éstas que por más que no esté a vuestra altura aprenderlas, sí que está a la mía el enseñároslas; que no ha de ser medida la limosna de la mano que la recibe, sino de la que la da. Claro que lejos está esto que os ofrezco de ser una simple limosna; mas sé de buenas fuentes que tampoco hay entre vosotros a quien le quepa el apelativo de santo, de modo que mejor obraríais en dejar de lado vuestro recelosa necedad y agradecer a la providencia el haber puesto en este valle de lágrimas a quien os tiende una mano generosa para ayudaros a egresar de la estulticia en que promiscuamente os revolcáis, atiborrándoos todo el rato de bellotas de ignominia. Y si acaso llega algún día el género humano a la sidérea iluminación, y se revela el universo en desnudo esplendor ante los ojos de los hombres, recordará la colectiva memoria de la especie que no poco tuvo que ver con ello éste, el más humilde de vuestros servidores.

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