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El Gaucho de los Anillos

 

La comunidá del anillo
Capítulo 12

Después que los aventaron
a los orcos agresivos,
se ocuparon del derribo
que le habían hecho al Frodo,
y ahí se dieron cuenta todos
que el petiso estaba vivo.

“!Ya pensábamos nosotros
que ’tábamos por perderte!
¡Esto sí que es tener suerte,
no te falta ni un pedazo!
De semejante lanzazo
no vide quien se despierte.”

Les dijo el Frodo por qué
estaba entero entuavía:
“No es magia ni brujería;
por darme el tío una mano,
esta camisa de enano
me regaló el otro día.”

“¡Una camisa e’ mitril!”,
dijo el Guimli impresionao.
“En todo el tiempo que he andao
nunca vide nada igual.
Debe costar un platal,
y jue un regalo bien dao.”

Dijo el Trancos: “Aunque sea
como patada e’ bagual,
el dolor adominal
es poco por ese ataque;
mejor que no te la saques
si no querés funeral.”

“¡Tan gauchito como siempre
este don Bilbo nomás!”,
dijo alegre el Samsagaz
de ver su patrón con vida.
“Viendo el modo que lo cuida,
lo quiero entuavía más.”

“Güeno está, ya basta e’ charla
que tenemo’ que seguir”,
los apuró el Boromir
y siguieron el paseo,
buscando casi al tanteo
la manera de salir.

“¡Vamos!”, alentó el Gris.
“¡Un poquito más de aguante!
El puente de allá adelante
ya nos lleva a la salida
de esta caverna podrida
que nos ha embromao bastante.”

Después de andar por las cuevas
a paso de caracol,
de pensar en ver el sol
muy contentos se pusieron;
pero ahí a los orcos vieron
con la tropilla de trol.

“¡Qué lo tiró a estos orcos,
la verdá, quién los pudiera!
¡Ya casi estábamo’ ajuera!”
Pero a matar no llegaban:
disparando de algo estaban
achuchaos a la carrera.

Detrás de ellos se venía
un coso de mucho altor
con un tremendo alfajor
que verlo miedo metía,
y en la otra mano tenía
flor de látigo arriador.

Al reconocerlo el Gandalf
a aquel bicho de temer,
vio que no iban a poder
a ésa sacarla barata,
y dijo: “¡Qué mala pata!
Un Balrog tenía que ser”.

“¡Acá no hay facón que valga,
no se me hagan los valientes!
Metanlé a cruzar el puente
a toda velocidá,
que al coso oscuro y ardiente
yo lo viá parar acá.”

Parao en el medio ’el puente,
paisano de brava estampa,
se refaló el poncho pampa
y al bellaco entró a tantiar,
preparao pa’ abarajar
al toro por las dos guampas.

Y el otro, que era una sombra
enllena de luces malas,
abrió dos tremendas alas
como queriendo alzar vuelo,
y cruzó toda la sala
pa’ que empezara ya el duelo.

Lo esperaba listo el Gris
y chocaron los aceros.
Era duro el entrevero
pero no se echaba atrás,
y gritaba: “¡Bicho fiero!
¡Vos por acá no pasás!”.

“¡No puede solo!”, gritaron
los dos hombres a la par.
“¡No lo podemos dejar
esta vez en la estacada!”,
y pelando las espadas
se largaron pa’ ayudar.

Pero entonces en el suelo
pegó el mago un bastonazo.
El puente se hizo pedazos
bajo las patas del coso;
pero cuando se iba al pozo
llegó a dar un chicotazo.

Más rápida que una víbora
buscó la guasca de cuero
la canilla ’el hechicero;
como un rayo lo pialó
y con juerza lo arrastró
hasta el borde del aujero.

Ahí se quedó mal prendido,
sin poder ni sostenerse;
vio que nada podía hacerse
y gritó con muchas ganas:
“¡Escapensé, tarambanas!”
justito a tiempo e’ caerse.

 

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