Allende
lo razonable
El Maestro Ignoramus
Sí, mis férvidos adherentes, los ardorosos
clamores que en demanda de mi atención habéis vertido han
rendido por fin su bien ganada fructifixión; de modo que aquí
hallaisme una vez más en mi brillante faceta de inquiridor de aquellos
asuntos que no han sido hechos para ser sometidos al humano escrutinio
pero el conocimiento de cuyas arcanas calidades, en virtud de la nueva
raza que, bajo mi espléndida guía, habrá de surgir
sobre la terrícola faz en una inminente alborada, hemos de exigir
poseer.
Echaremos en esta ocasión una
mirada sobre cierto fenómeno acerca del cual a buen seguro, si
vuestros vivires no restringís al interior de una botella térmica,
habréis recibido noticia por orticónicos medios: refiérome,
bueno es que rompa el ya insostenible suspenso y os lo diga de una buena
vez, a aquel multitudinario paladín de primiseculares espiritualidades
que pasar hácese bajo el nombre supuesto de Maestro Ignoramus.
Concerté a tales fines, cual es mi consagrado hábito, una
entrevista con quien más pudiera decirme acerca del enigma de turno;
distinción ésta que cayó, cual lluvia de radiante
detrito cometario, sobre Clarita de la Crème. Sí, mis súbitamente
respingados lectores: aquella tan irritante cuanto vetusta marioneta de
trapos que a vuestro pesar recordaréis coligada a títulos
sempiternos como Vestida de seda, Peaje de pasión
y Yo le amo che señor, funge ahora como obispo y public
relations de la Primera Iglesia Universal de la Supina Ignorancia.
Supe que mi carrera estaba terminada
cuando me ofrecieron hacer de abuelo de Natalia Oreiro relatábame
mi anfi-histriona mientras aplicaba color a un cenicero elaborado con
el relicto calcáreo de la eclosión de una Rhea
americana, especie ésta cuya taxonómica denominación
coincide curiosamente con el dramático papel que la entrevistada
interpretó en los años de sus mocedades en Peaje de pasión.
Fue un trance muy difícil: por las noches me emborrachaba con un
cóctel de Fresita, Ocho Hermanos y aspirina Vent 3. Después
vagaba sin rumbo por las calles vacías, hasta que me encontraba
con un collie que, como es su costumbre, trataba de decirme algo; pero
yo no podía comprenderlo. Hasta que un día, perdido por
perdido, decidí seguirlo. Y fue la mejor decisión estúpida
que tomé en mi vida, porque me trajo aquí, al templo del
Maestro Ignoramus. Por supuesto, mi vida cambió a partir de ese
día. El Maestro me aceptó, le dio un nuevo sentido a mi
existencia, y me dio mi nombre espiritual, Paseivea, que significa
estrella dorada que ilumina el camino montañés por
el que van los pastores llevando corderos y chivitos para celebrar la
buena noticia de la llegada última y definitiva del Maestro Ignoramus.
Lo de los corderos y chivitos es metafórico, por supuesto; todos
nosotros somos estrictamente ovolactobacilovegetarianos.
Oh, agraciada dama de coturnos
jaspeados, el episodio que narran vuestros hipercolagéneos labios
digno es de conjurar salobres lágrimas en los más insensibles
de cuantos escultóricos ojos han sido tallados en marmórea
y fría roca por manos buonarotescas. Suplícoos hableisme,
consorte del inmortal Esquilo, acerca del impar y caritativo espíritu
que extraídoos ha de tales oprobiosas simas.
¿Qué?
Que tengáis la suprema
gentileza, vos que fulgurante luminaria sois y habéis sido en farandulescos
empíreos, de conceder a quien es vuestro más servil admirador
una humana, moral y espiritual semblanza del salvífico redentor
que entre rosáceos proboscidios hallasteis.
Oh... bueno, no importa, voy
a contarle del Maestro.
»En su juventud el Maestro tuvo
una vida muy licenciosa, como usted mismo puede leer en los primeros seis
volúmenes de su biografía. Hasta que, estando en los primeros
años del bachillerato, ocurrió que un día no pudo
estudiar para un examen porque su perro se comió sus carpetas en
medio de una inundación causada por un calefón que explotó.
Pero su profesor, que era un ser humano despreciable, un alma impía
y un pecador consu... consuedi... bueno, pecaba mucho, y entonces, claro,
no comprendió estas razonables circunstancias y le puso al futuro
Maestro un cero redondo como un huevo.
»Pero este acto de indecorosa
venganza fue, en realidad, el catalizador de la revelación predestinada.
El joven Maestro supo enseguida que ese cero-huevo le había llegado
como caído del cielo, y entonces lo vio todo muy claro. De ese
huevo celeste, aunque estaba en tinta colorada, había nacido no
una gallina, sino una iluminación: la iluminación de que
todo el mundo, toda la humanidad, había tenido también su
origen en un huevo venido del cielo, o un cero caído del cenit;
o sea, un cenit-cero.
¡En su lugar caen las
piezas del rompecabezas y únense con micrométrica precisión,
cual uniríanse estos ovoides fragmentos si regido no estuviera
el universo por la insobornable entropía! Pues con lo que de revelarme
acabáis, alcanza ahora a mi comprensión el sentido de la
artesanía en que os halláis embarcada.
Claro, en estos ceniceros que
las voluntarias fabricamos con cáscara de huevo de ñandú
el Maestro deposita las cenizas de sus fumatas místicas, que después
se envuelven amorosamente y se reparten entre los fieles. No gratis, por
supuesto, porque la gente no valora lo gratuito y además tenemos
que mantener nuestra obra. Así que pedimos una contribución
simbólica de ochocientos dólares por unidad.
¿Y qué podéis
decirme de las milagrosas cualidades que a tales chamuscados, aunque no
necesariamente nicotinosos, restos se atribuyen?
Nuestros hermanos Misioneros
de la Santa Mercadotecnia todos los días encuentran nuevos testimonios
acerca de los milagros obrados en aquellos que utilizan las cenizas. Usted
mismo puede leer acerca de ellos en nuestro periódico La voz
de tu interior, al que se suscriben todos nuestros devotos cuya fe
es verdadera. Todos los testimonios están debidamente identificados
con nombre e inicial de apellido, y está científicamente
comprobado que la ciencia no sirve para explicarlos.
¿Es legítima
entonces, loable depositaria de estrasberguianos designios, la especie
que circula acerca de que vuestra piedad fundáis en mercantilistas
usos y costumbres?
Bueno, sí, nosotros somos
muy espirituales y todo eso, pero tenemos que estar atentos a los signos
de los tiempos. Ahora todo es pre: casas pre-fabricadas, comida
pre-cocida, chicles pre-masticados, humor pre-reído, películas
pre-visibles... Así que nosotros vendemos esto, pre-fumado. Y pre-fumado
no por cualquiera, sino por un hombre santo, lo que le da un gran valor
agregado y constituye para nosotros una importante ventaja competitiva.
Cierto es como que el chubasco
de pluvial y periódica manera precipítase sobre la tierra
sedienta, que vuestras prácticas mercantes ingentes montos de lienzo
han puesto al alcance de maledicientes tijeras; mas no menor germen de
controversia es la forzosa gabela del diezmo que, según aseveran
malintencionados órganos del habla y la degustación, imponéis
sobre las atribuladas testas de vuestros fieles.
¿Por qué va a
ser controversial el diezmo? Es una práctica habitual diezmar a
la congregación, ¿no? Desafortunadamente, como en todos
lados, entre nuestros feligreses hay ovejas negras que quieren saber qué
se hace con el dinero. Esos son herejes que no se merecen contarse entre
nuestros fieles. ¿Por qué no aprenden de las enseñanzas
del Maestro Ignoramus? Si él hubiera estudiado para aquel examen,
nunca habría tenido la gran revelación acerca de quién
era. La sabiduría proviene, pues, de la ignorancia. Lo mejor es
no saber. Como reza el slogan de nuestra fe: La ignorancia es dicha.
Y sin embargo, oh santa madre
de Stanislavsky, hay quienes afirman que la máxima la ignorancia
es dicha es dicha por ignorancia.
Esa gente no sabe nada. Disculpe,
está sonando el teléfono...
Y tal dijo como corolario de la entrevista
pues, en verdad, oír hacía su metálico reclamo el
mentado artefacto comunicativo. Disculpe usted presentóme
sus excusas tras recibir el teletransmitido recado. Parece que hay
problemas con la mano de obra estrictamente voluntaria en la sucursal
de nuestra iglesia en Camboya. Aquí le dejo un folleto concluyó
para luego alejarse con diligente y poco garboso paso, dejando inconclusa
la fecha de expiración que asentando estaba en el cenicero.
Despojado pues cual me hallaba de
más asuntos de los que ocuparme en tal sitio de equívoco
culto, encaminé mis pasos de regreso a la redacción de la
sección ésta que mal rayo os parta si no estáis leyendo
en este mismo instante. ¿A santo de qué, aborrecibles
criaturas que del barro primordial jamás habéis egresado,
hállome yo ahora componiendo estos inspirados parágrafos
si, en otro ahora traspuesto, no los reconocéis vosotros
con ojos, cerebro y corazón? Mas dejemos en suspenso estos argumentos
para horas más propicias, que habrán de llegar, apostad
a ello vuestros golletes, y continúe yo con la descripción
de mi periplo, diciendo: que habiendo abandonado ya el recinto en que
verificóse la entrevista, y tras atravesar afanosamente la masa
acrítica que congregádose había para adorar fatuamente
a aquella deidad de pies de arcilla y cabeza de cemento, servida por quien
en nuestras catódicas pantallas hemos mil veces reconocido como
un ídolo de madera, dispúseme en lo que demoraba en depositarme
en mi destino el transporte, henchido éste cual metálico
envase de teleósteos, a estudiar el prospecto que en exigua y asimétrica
atención a la deferencia de mi visita habíaseme otorgado:
El Maestro Ignoramus de nuestros tiempos es en realidad
el centésimo sexagésimo nono, es decir, el abuelo número
ciento sesenta (alguien que ha vivido sobre la Tierra desde que ésta
existe, hace ocho mil y pico de años, ciertamente que puede ser
llamado abuelo). En su infinita ignorancia, el Maestro Ignoramus es
el único que ha desentrañado la verdad acerca de la reencarnación,
como se observa en una de las célebres estrofas de las que escribe
durante sus fumatas místicas, en las que se detallan eventos
del futuro, del presente y del pretérito anterior. La estrofa
en cuestión es la que se identifica por el código B-612
en el volumen que las compila, Las redondillas de Ignoramus
(art. cód. 9-117-26):
Hombres necios que acosáis
a aquél que nació de nuevo,
bajará del cielo un huevo
en este bendito páis.
Según se observa claramente tras efectuar sobre
la redondilla una iluminada exégesis, lo que todas las religiones
del mundo conocen como reencarnación es en realidad
un proceso de clonación llevado a cabo por los mismos demiurgos
que llegaron al planeta hace milenios en una nave en forma de huevo
(una nave de gran tamaño, como se comprueba en la redondilla
A-008, que comienza La pampa tiene el ombú...).
Es por esto que el Departamento de Investigación y Desarrollo
de la Primera Iglesia Universal de la Supina Ignorancia invierte grandes
cantidades de tiempo y dinero en lograr un método de clonación
artesanal, despojado por supuesto de los prejuicios y las anteojeras
que suponen los conocimientos de biología. En su estado actual
de desarrollo, el proceso incluye introducir el cuerpo ya sin vida en
un tanque de koinorización que separa centrífugamente
el alma, con la cual luego se prepara una solución al 10% con
maltodextrosa, J.M.A.F. y pro-retinol A, además de otras sustancias
secretas. La solución es calentada luego a una temperatura secreta
mediante un Bunsen alimentado con bencina bendita, o Bendicina
(art. cód. 6-234-11), mientras se refracta a través de
la probeta un rayo de luz incoherente. Finalmente se pasa la solución
a través de un filtro de un material secreto que retiene todas
las partículas cuyo diámetro coincida con el de los pecados
de la vida anterior y se la sirve bien fría en...
Interrumpo aquí la transcripción del panfleto
pues el consabido momento ha llegado, mis circunspectos lectores, en que
os invite a que ponderéis la evidencia que ante vuestras pupilas
he acarreado y extraigáis de ella vuestras propias conclusiones.
¿Es este pretendido maestro que llamar hácese
Ignoramus un auténtico profeta, por absurda, irracional e indigna
de los lectores de Axxón que tal opinión indisputablemente
fuese? ¿O es acaso un farsante, un facultativo de la impostura
que con siniestras artes aparta de su camino a quienes mayor provecho
espiritual y mejor promesa de salvación obtendrían de rendir
extática pleitesía al autor de la sección de sus
desvelos? En vuestras juiciosas manos dejo pues, mis leales seguidores,
el veredicto final de tan acuciante materia; y depídome finalmente
hasta el venidero plenilunio, mas no sin antes rogaros en nombre de vuestros
bienamados familiares, cuyas laborales y escolares rutinas al dedillo
conozco, que la confianza que con este acto en vosotros deposito no defraudéis.
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